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jueves, 25 de julio de 2024

La mirada inactual, 11 / La mirada de Dios

 


Foto: Fernando Alda


          El ángel que nos mira. La mirada de Dios. Saber que pese a todo el devenir histórico, a los fulgurantes acontecimientos de cada día, permanece entre nosotros la Palabra de Dios, su forma de vernos, la mirada con la que nos mira, y que no ha de traernos cuenta el paso del tiempo, la sucesión de los días, o el reflejo de las edades, pues estamos llamados a lo Eterno. Y es consuelo saberlo así, como cuando hallas una fuente en medio de la ascensión a la montaña, entre peñascos, y su agua tan fría y transparente te devuelve memorias y es descanso, solaz, como la paz que Cristo nos entrega.


           En medio del fragor de la batalla, la mirada de Dios, la mirada del ángel, o la de un arcángel, pudiera ser, en combate nocturno, como Jacob, sabiendo que esa mirada, que es Amor, es el consuelo de la fuente alpina, el frescor del agua, que brota como una bendición para el caminante que sigue el estrecho sedero que lleva a lo Alto.

            Fuentes humildes, en las cunetas de los caminos, junto a los acianos, en medio del páramo, unos juncos que nos ofrecen su verdor, entre el oro antiguo que impera en el paisaje, tal vez un álamo, o dos, junto a ellos, como la fonte que mana y corre, desde lo escondido, la de Duruelo, la de Juan de la Cruz, en estas soledades de Castilla, para el buscador, para el que busca la mirada de Dios, para el que sondea lo inefable, lo eterno, como el poeta, que rebusca entre los pliegues del lenguaje, bajo sus mantos y entretelas, esperando hallar los versos más hermosos en la noche, una brizna de belleza en los hilvanes que sostienen las palabras en el discurso, la certeza del alfabeto con el que construir nombres propios, verbos, oraciones, párrafos, textos.

          Y entre fuentes, la mirada de Dios, desde el principio. Y eso es lo que busco, los ojos de Dios, su rostro, que ahora solo adivino entre nieblas, entre melancolías, pues solo podré verlo cuando cruce al otro lado de la luz y de las sombras, cuando Cristo mueva la piedra de mi sepulcro y me diga, en voz alta, como a Lázaro "Fernando, sal fuera" y mis ojos volverán a la Luz, mirarán como lo hace Él, y recordaré las fuentes en las que bebí el agua humilde que fue consuelo, clemencia, esperanza en el camino, y, tal vez, seré agua también, subida a los cielos, para ser lluvia y puede que fuente, o manantial, o un simple charco en el que bebe, con su pico tan pequeño, un gorrión.

            Dios nos mira ¿Qué verá?


Fernando Alda

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