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miércoles, 30 de septiembre de 2020

Ínsulas en llamas, 8

 


VIII


Estamos lejos del cielo


en una cruel penumbra

que no nos deja distinguir

el dolor de la rabia,

perdidos en un mapa

de desasosiegos

y estériles renuncias.


Fernando Alda Sánchez


lunes, 28 de septiembre de 2020

Ínsulas en llamas, 7

 


VII


Hay silencio en la casa,


demasiado silencio,

como si todos estuviéramos

deshabitados

o los sueños nos hubiesen

abandonado.


Fernando Alda Sánchez


domingo, 27 de septiembre de 2020

Ínsulas en llamas, 6

 


VI


La desolación de un libro


de poemas sin título,

la soledad de una ínsula

sin náufrago,

el mar de la devastación.


Fernando Alda Sánchez


viernes, 25 de septiembre de 2020

Ínsulas en llamas, 5

 

V


Hoy me lleva una tristeza


de nubes huérfanas y de abandono,

una tristeza en la que no estoy

pero que pudiera habitar,

una tristeza de pájaros

sin alas y noches sin almohada,

de lágrimas que huyen,

de ojos mudos.

Es una tristeza ajena,

extraña al alma,

perdida en los tuétanos

del ser,

una tristeza como dejar

libros sobre una mesa

y no volverlos a abrir,

olvidados como la rama

seca de un árbol

que jamás volverá 

a dar sombra.

Una tristeza...


Fernando Alda Sánchez






jueves, 24 de septiembre de 2020

Ínsulas en llamas, 4

 


IV


He perdido varios poemas


junto al cuaderno en el que estaban

escritos, se fueron de mis manos

como avecillas en el cenit del estío,

cuando el aire es más transparente.

No volveré a saber de ellos,

estarán desdibujados

en la memoria de la nada.

No vale la pena lamentarse,

ni hilar llanto alguno

en recuerdo de lo que apenas

existió  y ahora es polvo.

Otros versos retoñarán

del abedul seco,

de nuevo será primavera.


Fernando Alda Sánchez



miércoles, 23 de septiembre de 2020

Ínsulas en llamas, 3





III



El dolor entre la arena,

esa tristeza que no abandona
nunca su guarida,
el pulso del tiempo
o la desmemoria de la luz.
Ya no recuerdas ver.
¿En dónde los largos días,
la flor de los tilos,
el honor y la sensibilidad?
¿Todo ha sido vencido?
Herrumbre y cielos grises,
colinas deshabitadas,
gladiolos mordidos
en un jarrón de nostalgia
y niebla,
lo que no volverá a ser.
Te asomas a la ventana
del olvido para no perecer
en el naufragio de la risa,
en la rendición de la alegría.
¿En dónde la gloria
de saberte vivo y libre,
el resplandor del alma
serena, la paz del corazón?
Nos queda la esperanza,
el valor del agua,
la siembra,
el horizonte inacabable,
la mirada.

Fernando Alda Sánchez


martes, 22 de septiembre de 2020

Ínsulas en llamas, 2



II


Aves incendiadas cruzan


la luminosidad de la tarde

como tizones en una hoguera

de tristeza, lágrimas de luz

o restos del último sol que se consume

en los ojos de la noche.

Así tus recuerdos,

que vuelven a la vida,

como el que nace

de la nieve y pierde

altura al hundirse

entre la hierba.

No regresarán,

pese a todo,

el ardor, el oro

de la sangre,

la extensión de la mirada,

el dulce caminar de los días,

solo vino amargo,

tal vez ceniza,

un recordar perpetuo

de los senderos que no 

te llevarán a ninguna

parte, o es silencio,

o nada, pavesas de las horas

inconclusas,

nostalgia de haber sido,

una llama fría 

que lame la arteria

coronaria de tu corazón

dormido. Basta.


Fernando Alda Sánchez




   

lunes, 21 de septiembre de 2020

Ínsulas en llamas, 1


          Entrego a partir de hoy a los lectores los poemas de un libro que escribí a caballo entre el año 2019 y el 2020, cuyo título es Ínsulas en llamasEn él recojo poemas de diversa factura y temática, en los que expreso estados de ánimo, como ocurre en casi toda mi obra poética, que no siempre se corresponden con los sentimientos que se albergan en el alma del poeta. Espero despertar en ti, lector, que te acercas todos los días a mi blog para leerme, o que entras en el mismo de forma esporádica, el espíritu de belleza que preside estos poemas, el amor por la poesía de altura que hay en ellos, nacidos en esas islas en llamas que uno lleva dentro del corazón, y que tanta melancolía nos producen en ocasiones. Por último, un aviso que creo esencial para navegantes: todos los poemas están debidamente registrados en el Registro de la Propiedad Intelectual.

    El poemario está dedicado a Yolanda, Manuel, Elvira e Irene, mi mujer y mis hijos, por tanto como me han dado y me siguen dando.

   Los poemas están acompañados por dos versos de Jorge Guillén, que dicen así:

   "Más fuerte, más claro, más puro,

    Seré quien fui".


I


Sutil es la luz de este día


de junio en el que escribo,

rodeado de tristeza

y tal vez de ruinas,

sobre lo que no fue

y no será nunca,

esa nostalgia del corazón

perdido entre los dédalos del sueño

y la sinrazón.

Rodeado de libros

veo arder el mundo,

desgarrándose la inteligencia

en un fatal combate

del que nadie saldrá ileso.

¿Dónde están la esperanza,

el valor de los días que imaginé

eternos, la templanza

en la sangre o la belleza

que incendia los ojos?

Un ruiseñor me visita

en esta buhardilla

desde la que veo el cielo

encarcelado, apenas

un retazo de azul

muy limpio, una ciudad

legendaria al fondo,

entre montañas,

tal vez Nínive o Ávila,

con murallas de fuego,

un castillo de aire

habitado por almas

 y memorias.

¿Dónde están la libertad,

la firmeza del espíritu,

el fulgor de la vida?

Nada ha acabado aún,

siento un latido

que resurge de entre las sombras

del tiempo, como si el agua

de un manantial muy profundo

brotase para proclamar

el origen de una nueva existencia.


Fernando Alda Sánchez





jueves, 17 de septiembre de 2020

Desasosiegos

 

        En la poesía nace el nombre de los amaneceres, la sonrisa que evoca todo comienzo. En la espesa luz de hoy, en este septiembre lleno de presagios, se avista un otoño que está en ciernes, y en ella flotan los recuerdos del verano, la melancolía de lo que no volverá, por el momento, a repetirse bajo la luz cálida del estío.

         Ávila, en el sueño, podría ser Constantinopla, como la veía el escribidor de Langa cuando era un niño, o Alejandría, como la veo yo ahora, acaso la destruida Cartago, la Ítaca a la que regresan mis deseos como delfines que anhelasen siempre el mismo mar, la plata nueva de las olas, pues me siento niño, en la inocencia que solo somos capaces de tener en la infancia, que no conoce aún las devastaciones del tiempo ni los estragos de la muerte. Acaso es que Ávila es un barco o, mejor, una biblioteca de piedra, en la que leer, como en la que fuera la mítica ciudad del Nilo cuando besa el Mediterráneo, no la de hoy, tan distinta, las huellas de los hombres y sus trajines escritas en los rollos de papiro que se amontonan en plúteos y estanterías, en pasillos sin fin ni principio, como, tal vez, o así me lo parecen, los que fueron los primeros libros.

        Desde las torres de Ávila la mañana avanza muy despacio, como si el día supiera que tendrá un final, hacia el oeste, buscando el Atlántico y sus mareas prodigiosas, y no quisiera irse, para dejarnos, prendida en las copas de los árboles, que ya saben se volverán amarillas, rojas, ocres, su ofrenda en forma de racimos que las heladas de noviembre tirarán al suelo por inservibles.

        Se terminaron las visitas en el jardín de casa. Los paseos hasta este lugar de Fernando Pessoa o de Horacio se habían ido espaciando en el tiempo. Se que aún quedan días para seguir saliendo a escribir al aire libre, a la intemperie, a medida que el tiempo otoñal lo vaya permitiendo, pero las conversaciones no serán posibles. Puede que alguna tarde venga por aquí Santa Teresa, el mismo San Juan de la Cruz, y tengamos amistad y encuentro en el Castillo Interior, en la noche oscura que se ilumina con llamas de amor vivas. Puede, tal vez, que se acerque Ricardo Reis, pues es de los habituales, quizá Novalis, con sus himnos a la noche, o Dylan Thomas, con sus poemas que son de una extraña belleza.

        Ya se ha encendido la nostalgia en el pecho, que regresa a los desasosiegos de siempre, y una oración se eleva a los cielos, como pidiendo ayuda y misericordia, para que el Padre Eterno nos tenga en cuenta en este valle de lágrimas. Cristo nos mira desde la penumbra de las ermitillas, en los oteros de esta que es Castilla, y sabe de nosotros, del dolor y las penas que arrastramos como cadenas perpetuas, pero reconozco que me hace sonreir, todos los días, el saber que siempre está conmigo hasta el final de los tiempos.

       Parece que la tristeza ha venido desde muy lejos, con el mar, hasta estas alturas de Ávila, desde las que se ve el mundo inmenso, pues no en vano somos, los abulenses, como centinelas en una atalaya,oteando siempre lo que está por venir, más allá de los puertos y de las montañas, más allá de la llanura en la que todo se abre, incluso los cielos, para parecer más lejanos, más grandes. Será otoño, y luego invierno, y en los duros meses de hielo y de nieve, recordaremos que abril siempre regresa, que estará mayo con nosotros, que habrá flores de nuevo y que el verano, en este círculo mágico en el que vivimos, nos regalará sus frutos.

      Es tiempo de volver a pensar en apretar los dientes, mientras paseamos por los bosques, buscando el alzado de la luz y de la vida, sin quitar ojo al suelo, en el que irán creciendo, como joyas, los hongos, níscalos, boletus edulis, amanitas cesáreas, las setas de cardo o las senderuelas, que nos devolverán a un mundo que sólo habita los sueños, diminuto, salvífico y peligroso al mismo tiempo, en el que la vida y la muerte se confunden en mil colores y formas que resulta difícil identificar. En los bosques está nuestro origen, la llama sagrada que nos sostiene, igual que en Ávila, Constantinopla o Alejandría, ante nuestros ojos, tan cerca del cielo que lo podemos tocar.

Fernando Alda Sánchez

Nota.- La foto la ha realizado el que esto suscribe en un atardecer de Ávila, cerca de la ciudad, en el Paseo del Cementerio.