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martes, 30 de junio de 2020

Algo parecido a la muerte



A tus años ya no pensabas

que algo parecido a la muerte
incubaría sus huevos en las entrañas
ocultas del ser, pero, ya ves,
nunca es demasiado tarde
para perder toda esperanza,
usurpador de este paraíso
y de estas soledades prendidas
de los faldones del alba
que nunca llega.
Tristura yerma que abrasa
como sulfúrico, veneno
invocado, una habitación
en el Tártaro en la que perder el tiempo
con inútiles juegos de arena,
la semilla del árbol
en el que se ahorcarán el día
y los anhelos. Negra
salutación son ahora los cuervos
y sus nidos, su graznar de viejas
alcahuetas, espantapájaros
raídos que en el atardecer
asustan al deseo con su imprecación
a las tinieblas. Arde
incesante la angustia en pebeteros
sangrientos, una clámide
viste de forma indolente la desnudez
del alma que en el frío
nocturno tiembla bajo una luna
enloquecida: no es el ardor de los deseos
más buscados el que ahora te acompaña,
solo el recuerdo de la alucinación
de haber nacido, de haber
roto a llorar tu garganta en el primer
contacto helador con el mundo:
nacer entre lágrimas
y morir llorando.

Fernando Alda Sánchez

sábado, 27 de junio de 2020

"¡Oh, Capitán, mi Capitán!"



               La memoria viene encendida hoy y trae las ascuas que dejan los versos que escribiera Walt Whitman en uno de sus poemas más conocidos

"¡Oh, Capitán, mi Capitán!
Nuestro azaroso viaje ha terminado"

y que como no puede ser de otra manera son fundamentales en la película "El club de los poetas muertos", de Peter Weir, del año 1989,  film que considero una obra maestra por muchas cosas, especialmente por la rebeldía que encierra, válida para los años 50 y para la actualidad, en la que creo también está en juego el verdadero sentido de la educación, que debe enseñarnos a pensar y a vivir, cuestiones ambas fundamentales contra todo dirigismo que nos quieran imponer desde el poder del Estado.

         A fuego tengo grabada la escena final de la película, que no desvelaré para aquellos que no la hayan visto y que quieran hacerlo, cosa que recomiendo encarecidamente, por el coraje que hay en ella, por la generosidad, por la superación del miedo, por lo que tiene de resistencia frente a la imposición arbitraria, por el amor a la libertad que se respira en la misma, por las ganas de vivir que se ponen de manifiesto (en realidad en todo el film, al que no le falta su tragedia). Podrán encarcelarnos el cuerpo, pero nunca el espíritu, ni bajo las condiciones más terribles de encierro. Y buena falta nos hace siempre amar la libertad, el bien más preciado que los cielos dieron a los hombres, como decía Miguel de Cervantes. Tanto es así que por ella se puede y debe aventurar la vida.

       El verano ha entrado ya con fuerza y recibimos su prodigiosa cosecha en forma de frutas, melocotones, sandías, albaricoques, cerezas, melones, nectarinas, paraguayas, que nos invitan a abrirlas y hallar su frescor en la pulpa carnosa que encierran. Es tiempo de voluptuosidad y de agua, de dejarse abandonar al amor del estío, que nos mece, quizá para olvidar los draconianos trabajos del invierno, que han ido dejando arrugas en el rostro y en los adentros.

      Arde la luz y se derrama sin costuras sobre el paisaje y los versos de Whitman resuenan en las médulas, en las entretelas del pensamiento y uno no puede dejar de evocar su vida y de ver, como en un caleidoscopio, aquellas veces en que resistió los embates feroces del cautiverio, las ocasiones en las que los principios no dejaron rendirse al barro frágil del que estamos hechos, los momentos en los que tuvo que arrancar el coraje a las entrañas, como suele decirse, hacer de tripas corazón, y plantar cara a la adversidad o la injusticia.

      Todo parece más nítido afuera, en el jardín de casa, como si los perfiles del mundo acabasen de ser dibujados de forma tan hiperrealista que se confundiese todo entre la realidad y el deseo de Luis Cernuda, que así tituló sus obras completas, en este ensueño de las horas que se desgranan tan despacio y que parece llegan yertas al anochecer, buscando el relevo que no vendrá hasta la mañana siguiente, pues lo oscuro habita, de todos modos, las moradas de la noche y solo podemos guiarnos por la luz titilante de las estrellas, que riela en nuestros ojos con un fulgor de siglos, de todos los pasos de los hombres sobre la faz rugosa de la tierra.

      Y recordaré ahora, como he hecho al inicio de lo escrito, a uno o a muchos capitanes, a nosotros mismos, que supieron terminar su azaroso viaje y llegar, finalmente, acaso como Ulises, a su Ítaca, a ese lugar del mundo en el que permanece oculto y secreto el verso que será el epitafio que alguien dejará, como se dejan unos acianos, con melancolía o nostalgia, sobre la lápida que cubrirá la tierra que nos de sepultura.

Fernando Alda Sánchez



 

       

viernes, 26 de junio de 2020

Tierra de nadie



Tierra de nadie,

que ni el escorpión
o el lagarto
adivinan como morada:
duros pedregales,
arbustos de azufre,
lugar exacto para el juicio
final en este apocalipsis
en el que el alma se consume
y apaga.
Nada habita la nada,
solo sierpes de aire
anidan en este páramo
de zozobra. Soledad,
un misterio que adorna
cautivos matorrales
que nunca fueron
consuelo de la visión
ni solaz o esperanza del tiempo.
Tierra de nadie que nadie
cultiva,
y el polvo ensombrece
más aún en terrible penumbra.
Arenas inertes,
feldespatos, esquistos,
el gneiss en estado
puro, diminutos
pedazos de un universo
que se extingue en llamaradas
negras, deshabitado,
y en el que solo la muerte
ha clavado su bandera.

Fernando Alda Sánchez

miércoles, 24 de junio de 2020

Memoria del otoño



1


Arde el otoño en violentas

llamaradas, herido
de muerte
se desangra. Fuego
frío, luz
desoladora, mientras
los árboles iluminan
sanguinolentos y terribles
el esplendor ajado de los atardeceres.

2

Rostros ardiendo,
aparecidos,
rojos, ocres, luz 
vencida...
Álamos abatidos
que el viento
ya no volverá a mecer...
La vida no es la paz
de los cementerios,
aún no es noviembre,
y la sangre fluye,
desbocada,
por arterias intrincadas
y pasadizos secretos,
buscando,
como nosotros,
una abertura
por la que derramarse
y ser semilla,
sementera fecunda del alma,
del espíritu del silencio
que preside nuestro
olvidado funeral.
El otoño no es el término,
es la palabra,
el comienzo,
el ciclo que se consume
y reinicia en la pasión
de vivir, de estar viviendo.

3

El ocaso se vence entre las colinas,
vulnerado sol que en gualdas
y ocres se derrama.
Aún queda luz,
pero no son rescoldos,
ni pavesas,
ni siquiera tizones:
solo son cenizas que el silencio
borra y el viento 
esparce, en medio
de la desolación.

4

Triste otoño,
triste luz infinitesimal:
hogueras de muerte,
presagios e infortunios.
Un desierto tiene más vida
que estas jaulas que son
la prisión del alma.
Hogueras y cenizas,
jirones muertos del espíritu,
muerte y soledad.
Triste otoño,
robles hendidos por hachas
de fuego,
ígneos castaños agonizantes;
aparecidos en el límite
del camino, sombras
fantasmales,
esferas interminables
de acero brillante y gélido.
La lluvia lava el alma,
que se deshace. El sol
alumbra fugaz
los restos del naufragio,
tristes
restos
de muerte,
de torres del miedo,
ciudad terrible:
¿Será aquí mi destino?

Fernando Alda Sánchez





miércoles, 17 de junio de 2020

Fiebre


Asombrado respiras la luz que se fue

y se te encienden los pulmones por dentro,
como si lámparas de aceite
alentasen un resplandor sagrado,
la llama que no duerme,
el vigía de la eternidad: alerta,
centinela, que el día está al llegar.
El tiempo no alberga dudas
posibles, es como una cuchilla
que saja tejidos y separa vértebras,
los eslabones que van engarzando
la vida, ese hecho sucesivo
y terrible que nos asalta en las esquinas,
el alma o el existir,
es el atraco de lo que nunca
hemos dibujado, de lo no respirado
y sin embargo sentido,
de la leche con la que nos amamanta
el dolor, ácido
remedio que alimenta aún más
la fiebre
con la que seguimos caminando.

Fernando Alda Sánchez

martes, 16 de junio de 2020

Los libros que vivimos



           Todo lector tiene en su  memoria y en sus adentros el rastro cálido de los libros que ha ido leyendo y, si los recuerdos mantienen vivo aquello que somos, los libros también contribuyen a ello; cada página, cada letra, cada palabra, como si de un suero vital se tratase. De forma especial ocurre ésto que digo con los libros que hemos vivido de forma más intensa y cuyo rastro nos ha dejado arrugas o cicatrices en el alma. Los rescoldos de estos libros iluminan más las estancias interiores que tenemos, algunas muy escondidas, y dan más calor y sirven, por supuesto, para encender otras hogueras, otros fuegos con los que seguir alimentando los inviernos que nos pueblan.

          Hemos vivido los libros y ellos viven dentro de nosotros, se asoman por nuestros ojos para ver lo que vemos, y respirar nuestro aire, el oxígeno que nos mueve, para continuar siendo semilla y promesa, la raíz que nos sostiene, junto a otras muchas raíces, que forman el entramado espiritual que hemos ido construyendo a lo largo de los años. En ese entramado, en ese cañamazo o urdimbre, se quedan prendidas las lecturas, las oraciones que hemos elevado desde nuestra nonada al Padre, los estados espirituales que hemos ido teniendo, nuestra amistad con Cristo, y otras muchas cosas, como la luz de una tarde de otoño o una imagen del mar embravecido, junto a cuadros, películas, canciones y músicas que, con el diario vivir y nuestra relación con el mundo, hemos ido atesorando y nos hacen crecer.

           No me gustaría hacer aquí un listado, con eso que se estila ahora de los cien libros de nuestra vida... tal vez no me atrevería a poner ni diez, pues la lectura es algo tan personal que no alcanzaría consenso suficiente entre aquellos que se asomasen a la relación y sería motivo de polémica o de desacuerdo y no están las cosas para más enredos. Cada quién tendrá para sí esos libros que digo y hará bien en conservarlos con mimo, entregándoles el cariño que se merecen.

         Por lo que a mí respecta tengo como muy valiosos muchos libros. De algunos de los cuáles he ido hablando a lo largo de este blog y no entraré en detalles. Como he dicho, para mis adentros se quedan. Ya irán aflorando a través de la escritura, que va revelando nombres y títulos, entre párrafo y párrafo, acaso entre verso y verso, que de todos ellos está hecho este blog, en el que como ocurre con las cerezas se entremezclan literatura y vida.

         Miro los libros en las estanterías de la biblioteca de casa y los distingo, se cómo se llaman y lo que tienen en su interior, me reconozco en ellos, en su tinta, en el olor de su papel, en sus entrañas, pues míos son, hijos de tantas y tantas horas como me he entretenido en ellos y con ellos, buscando otras realidades, el fulgor de la belleza. Y así están y estarán, llamándome a cada poco, invitándome, como no puede ser de otra forma, a salir a buscar a otros hermanos nuevos, algunos sin escribir aún, desde luego, tan solo en la imaginación de los que serán sus autores.

         Es la vida, que cuando va mediado junio y la primavera está para morir en brazos del verano, que ya llama a la puerta de casa con verdadera insistencia, sigue fuerte, como una ofrenda de lo que somos, testigos y actores, aquellos que nacidos del vientre de una mujer siguen buscando la felicidad en cada esquina, en mil caminos, con el afán confeso de encontrarla. Es el momento de las horas luminosas, de la celebración de la lectura, de los días que vienen largos, como sin fin, invitándonos al júbilo que es vivir.

Fernando Alda Sánchez



sábado, 13 de junio de 2020

Raíces


Se hunden las raíces de forma profunda
en la Historia, como tentáculos
de hielo. Somos muchos seres
humanos tratando de tocar los cielos.
No lo conseguimos. La fuerza
nos anima, nos sobrecoge.
Manos, brazos, sueños...
subiendo todos por una escalera.
Las nubes no nos dejan ver el cielo.
Tierras incógnitas, viajes
nunca realizados, urbes
imaginarias que la memoria
ha ido dibujando y la lluvia
borra ahora en la niebla.
Se nos escapa la vida entre las manos,
agua y arena, sangre y cenizas.
Vuelve la angustia de vivir
como vuelven los aparecidos:
Están en el viento, no tienen nombre,
ni ciudad, no les llaman,
son como pájaros
desnortados, como la desazón de amanecer
y saberse perdido
en medio de la perdición.

Fernando Alda Sánchez

miércoles, 10 de junio de 2020

Como incienso...



Como incienso ensalza la vanidad

perpetua que hincha los corazones
y se pavonea, perdido el recato,
en la turbamulta de pasiones
y cortejos vanos. En acíbar
se tornará tanto deslumbramiento,
tanta pompa, y el oropel
se verá en almoneda,
metal noble gastado
por el insistente tacto que el avaro
repite en ceremonia,
y tú aprendes en barroca
salmodia, nunca ajeno
a cuanto pudiera adornarte:
dinero, afeites, brocados,
que la carcoma habrá de arruinar
o romper con ira el que está desesperado.
Inútil el gesto al mover de forma
tan afectada la lánguida mano,
pues una guadaña, alzada
desde un sepulcro, cercenará,
sin misericordia,
tan feble pose, tan hueca
planta, tan frágil
resistencia que solo habrá de ser
polvo, viento en la mano.

Fernando Alda Sánchez

domingo, 7 de junio de 2020

Carta de mi hija




       Mi hija Elvira me ha escrito este texto por mi cumpleaños. Es una pequeña complicidad entre escritores. Por eso quiero compartirlo con todos vosotros.
F.A.

Es una tarde de lluvia interior, pero el cielo apenas está nublado. Es una tarde de aquellas en las que te dejas llevar por el murmullo de tus pensamientos y das rienda suelta a las reflexiones. Hoy, querido padre, mi mente evoca recuerdos desde la más tierna infancia hasta el mismo presente que vivimos. En la memoria perviven mis comienzos en el arte de la literatura, los pequeños pasos que di hacia una nueva realidad con tu mano como guía, descubriendo los secretos de la pluma, la tinta y el papel ocultos en mi esencia. Un regalo que llevas en tu sangre y yo en la mía, que en mis manos brota en forma de historias.


En estos momentos reflexiono sobre lo importante que es para nosotros el deleite de la escritura. Es nuestro mundo, un mundo único y singular que nadie más podría comprender. Una vez te lo pregunté, en una de nuestras charlas de literatura: “Papá, ¿no sientes en tu alma esa agitación, esa sensibilidad cuando fluyen las palabras?”.


Hemos sido dotados con la visión de aquello que nadie más es capaz de ver. Un escritor aprecia detalles más allá de los sentidos. Podemos ver el fuego que prende la lluvia, estremecernos con los rugidos de las montañas, sentir el respirar de los libros, llorar por los lamentos de los árboles, escuchar el cántico de los corazones. En nuestro mundo resplandece la luna cuando gobierna en el día y el sol pugna por invadir la noche. Los jardines se abren ante nuestros ojos, habitados por bestias sobrenaturales que muestran el camino y hermosas hadas que recitan nuestros versos. La inspiración impulsa nuestros pies y corremos por verdes praderas. Nos asomamos a los acantilados en busca de nuestra propia alma. Un mundo más allá de lo onírico, más allá de lo irreal.


Llevo toda mi vida a tu lado, pero, padre, ha sido en el momento en el que he descubierto mi verdadero ser cuando he podido comprender más lo que sientes en tu corazón. El mundo de cada escritor es único e inalcanzable, pero podemos entender el del otro, porque nos mueve esa chispa creadora que plasma nuestras visiones. No es un mundo triste y desolador, aunque en ocasiones dé lugar a batallas que devoran los verdes prados y tiñen de sangre el atardecer, pues es donde somos como realmente Dios nos hizo, y podemos mostrar una pequeña parte de este por medio de nuestras palabras. ¿No te parece maravilloso poder sentir lo mismo de tus personajes y la emoción de las historias? ¿No es una belleza inhumana presenciar cómo cobran vida los versos en tu mano?


Dios quiso que contempláramos este mundo para contarle a las personas lo que nosotros somos capaces de ver, a pesar de que solo tenemos la capacidad de mostrar un reflejo de este. Habrá personas que se fascinarán y otras que no entenderán nuestras visiones, pero eso no nos afectará. Podremos vivir en él y nadie jamás podrá arrebatárnoslo. No sé a dónde me conducirá mi escritura ni qué me deparará el futuro, solo espero que llegue adonde llegue estés tú conmigo. Mientras tanto, seguiremos con nuestras conversaciones de literatura.


Te quiero, papá. Gracias por ser mi mentor y por apaciguar mis tormentas.


Elvira Alda Peñafiel

sábado, 6 de junio de 2020

Un romántico inglés, William Wordsworth


          Para conocer a los poetas románticos ingleses es necesario asomarse a la obra de uno de los más importantes de ellos, como es William Wordsworth (1770-1850). Sugerente resulta en este asunto leer las "Baladas líricas" que escribió de forma conjunta con Samuel Taylor Coleridge (inolvidable su "Balada del viejo marinero", de la que ya hemos hablado en otra ocasión en este blog), pero hoy me referiré al gran poema "Preludio", compuesto por varios libros, según la versión a la que hagamos referencia.

          Existen dos versiones de este larguísimo poema, que podemos considerar como autobiográfico del propio Wordsworth, una correspondiente al año 1805 y otra la de 1850, publicada unos meses después del fallecimiento del poeta. En el poema está ya el germen de lo que será la poesía moderna, dado el lenguaje coloquial, antirretórico, que emplea, como reflejo de los personajes populares y humildes que ha elegido y que pueblan su obra.

         "Preludio" es, también, un poema filosófico en el que el autor nos va dando cuenta de su visión del sentido de la existencia y del mundo, y su evolución personal frente a los mismos, transido todo ello de una ética de la naturaleza, como si dijésemos que Wordsworth llevase una existencia horaciana en su Cumberland natal. Así, en el poema habitan los paisajes de esa comarca, conformando el telón de fondo, y el suelo, sobre el que encontramos la silueta y las raíces de una poesía que nos seduce desde el primer momento.

          El poema se inicia, en su libro primero, con la infancia y las horas de colegio del poeta:

"Oh hay bendiciones en esta suave brisa
Que sopla desde las verdes praderas y las nubes
Y desde el cielo: acaricia mi mejilla,
Y parece casi consciente del gozo que otorga
¡Oh, bienvenida mensajera! ¡Oh, bienvenida
       amiga!
Un cautivo te saluda, procedente de una casa
De ataduras, liberado de las murallas de aquella
      ciudad,
Una prisión donde había pasado largo tiempo
      emparedado".

    Cito la versión que del poema ha realizado Antonio Resines, Colección Visor de Poesía, Madrid, 1980, una edición que tengo en la biblioteca de casa y que recomiendo encarecidamente. En la misma se han incluido seis de los catorce libros de la edición de 1850 y de los trece de la primera,
siguiéndose el texto de 1805. Esta edición es de la que dejo la portada.

   En la lectura de "Preludio", que debe hacerse sin prisa, como debe ser toda buena lectura, es necesario ir empapándose por el poema, dejándose arrastrar por él, pues nos llevará a descubrir la belleza que encierra, especialmente para un lector apresurado del siglo XXI, no acostumbrado a detenerse a mirar paisajes y las vidas de quienes los pueblan.




   




       



Cenizas


Nunca completa la memoria,

desvivirse para respirar
siempre, anota en tu diario
el acontecer mínimo,
nada cambiante,
anota ángeles y demonios:
amontona, clarifica
recuerdos, como prefieras,
clavados o en vuelo libre,
en todo momento
lúcidamente presentes,
como hijos tuyos que son
y de tu infortunio
o de la gloria,
eternos mientras existes
y no halle en ti
ceniza la tierra que aguardas.
Después, solo silencio.

Fernando Alda Sánchez