Publico hoy en el blog una
colección de poemas que fueron apareciendo en el mismo a salto de
mata, sin orden ni periodicidad, pero que constituyen un poemario, un
libro, que escribí bajo el título de “El ojo de la aguja”. Son
todos ellos poemas religiosos, expresiones del alma que ora con Dios,
con el Padre y el Hijo, y que invocan al Espíritu Santo de alguna
manera. Considero que deben aparecer, mientras no pueda reunirlos en
un libro físico, electrónico o en papel, como un corpus único,
para que así el lector interesado en ellos pueda tener un acceso
directo y único. Reflejan, como se podrá comprobar con su lectura,
un paisaje espiritual concreto dentro de un paisaje general. Confieso
que a mí me han servido para orar, para entrar en comunión orante
con Dios, en lo más profundo de mi casa y de mis adentros,
especialmente en momentos de tinieblas y de oscuridad personal. Así
te los entrego, querido lector. Espero que los acojas.
Fernando
Alda Sánchez
A Yolanda,
Manuel, Elvira e Irene Ruth,
luz de mis
ojos
I
ESA NOCHE DESCUBRIMOS LA VÍA LACTEA
Esa
noche descubrimos la Vía Láctea.
Los
niños, por primera vez;
otros,
la volvimos a soñar.
Millones
de estrellas
ardiendo
a años luz de nuestros
sentimientos,
como pavesas
o
rescoldos a años de vida de nuestras
soledades
y sentires, flotando,
como
el origen de todas las esperanzas,
el
fulgor de Dios, el esplendor
de
su Creación que sigue iluminando
las
huellas que dejamos en el barro,
efímero
rastro en las cumbres
de
las montañas. Sed de Ti, Señor mío,
Dios
mío, Abba, pues en el imaginado
alumbrar
de las estrellas sé que está tu aliento,
al
igual que en la humilde paja
de
los pesebres. Sed de Ti, Eterno,
tan
inalcanzable y tan cercano,
que
desde el fin del firmamento me buscas,
me
hablas. Es ternura. ¡Oh! noche
profundísima,
¡oh! cedros que el aire
animan,
¡oh! luceros y estrellas
que
mi nombre escriben en la quietud
del
alma en estos páramos de sombra,
de
sol y de nada.
II
PADRENUESTRO
Me
gusta hablar contigo,
Dios
mío, en el sol de la tarde,
cuando
el crepúsculo
enciende
las brasas del alma
y
hay silencio entre las horas
que
anuncian los primeros
brillos
del firmamento.
El
alma en paz, los sentidos,
mudos:
es entonces
cuando
te cuento los trabajos del día,
el
instante en el que te doy
gracias
por el pan, por la fe,
por
la vida, por la esposa
y
los hijos, por su sonrisa y sus abrazos.
Padre,
perdona mi debilidad,
mi
interminable flaqueza,
y
haz de mí el fruto de tu voluntad,
memoria
tuya, la caridad
que
alivia el dolor, el agua y la luz,
hijo
pródigo como soy
que
siempre regresa a tu misericordia.
III
ORACIÓN
¡Crucifícale,
crucifícale!
gritaban
en aquélla Jerusalén
de
sangre, y te seguimos crucificando,
cada
día, en el Gólgota del egoísmo,
en
la cruz cuyo madero
no
deseamos, con clavos
de
odio y coronas de espinas de soberbia,
con
la misma indiferencia que siempre
nos
hace mirar hacia otra parte
si
hay un corazón que sufre,
un
corazón desolado,
que
en el abandono ha encendido
el
fuego de su más triste hogar:
perdónanos,
Señor,
pues
ahora sí sabemos lo que hacemos.
IV
GETSEMANÍ
Qué
solo estabas en Getsemaní
aquella
violenta primavera,
entre
los helados y endurecidos
troncos
de los olivos,
cuando
todos dormían, y esperabas
beber
el cáliz más amargo
en
la noche más oscura.
Todas
las miserias de todos
sobre
los hombros, como una clámide
ardiente,
la Cruz más pesada.
Sólo
el ángel,
la
voluntad del Padre.
Un
helor de sangre, sobre el abismo,
en
la madrugada desnuda,
hacía
presentir el tormento,
el
abandono, la expiación.
Más
ya estabas venciendo a la muerte,
y
alumbrando una luz jamás soñada.
Qué
solo estabas en Getsemaní...
V
ASCÉSIS
En
las tinieblas te he buscado,
en
la noche más honda
y
más amarga,
desde
lo profundo e insondable
he
clamado.
Escribí
tu nombre, Señor,
en
las arenas más ardientes;
entre
ásperas rocas y escorpiones
habité,
mi voz se secó
al
sol, de sal se llenaron
mis
llagas y con el lagarto
y
el áspid fui peregrino,
y
siempre bendije
tu
dulce Nombre.
VI
SÓLO SOY HIERBA
Sólo
soy hierba que arde en un soplo
de
fuego en el estío: como Job clamé
contra
ti, cuando no era nada
mientras
creabas órbitas y planetas.
El
salmista lo recuerda: ¿qué soy
para
que te acuerdes de mí?
Y
sin embargo, no me has arrojado
a
la fosa, no caí herido en la red
del
cazador, y ofreces un magnífico
banquete
para mí ante mis enemigos.
El
salmista lo recuerda:
eres
mi refugio, mi alcázar,
y
serán siempre mi sueño
y
mis desvelos la alabanza que proclama
la
grandeza de tu heredad.
VII
EN
UN LIENZO...
Qué
tristeza en el paño de la Verónica,
todas
las lágrimas
y
toda la sangre,
cuánto
duelo.
Aún
restallan los latigazos
y
las burlas,
camino
del Calvario,
el
fiero desprecio de los verdugos.
El
dolor más intenso
en
un lienzo, lino
purísimo,
los ojos
hundidos...
no hay pincel
en
el mundo que pintar
pudiera
tanta devastación.
VIII
SI
YO PUDIERA...
Si
yo pudiera, Cristo,
en
vez de un clavo ser una flor
abierta
en su belleza entre tus huesos
doloridos,
si en vez de una lanzada
pudiera
ser el aleteo
de
una alondra en tu costado,
si
en vez de un latigazo
pudiera
ser el viento
amigo,
el agua fresca
y
profunda que sabe a vida
eterna,
si en lugar de la corona
de
espinas fuese los pétalos de la rosa...
Si
yo pudiera ser el Cirineo
y
no el desprecio,
Cristo,
si yo pudiera
sostener
tu cabeza un instante
antes
de entregar el espíritu,
si
yo pudiera ser más valiente
en
la persecución,
y
no haberte negado
tantas
veces a la luz
incierta
de las hogueras
de
aquella noche y de todas las noches.
Si
yo pudiera...
IX
UNA CANDELA
Una
candela en la noche,
tanto
negror y tan poca luz.
Sobre
el páramo helado las estrellas.
Dios
mío, mi Señor,
eres
la llama,
la
única llama,
Abba,
en esta angustia
sin
límites que siento
en
las tinieblas
de
vivir. Sólo tu presencia,
nada
más anhelo.
Tu
misericordia,
Padre,
tu misericordia.
Una
mirada tuya
que
encienda el gozo del alma,
como
el que siempre espera
tener
esperanza y un día
alcanza
la Gloria de la Resurrección.
X
A
PESAR DE TODO...
Cómo
pudiera decirte,
Cristo
mío, cuánto te amo,
y
cuántas veces he renunciado a ti...
Cómo
en mi derrota has sostenido mi cabeza,
y
negué hasta tres veces o trescientas tu nombre
antes
de que cantaran los gallos en la aurora.
Cómo
malgasté en los espejismos del mundo
la
alegría y la vida, la gracia y el alma,
cómo
únicamente te ofrezco tristeza
y
tierra frente a tu amor hasta el extremo.
Se
que volverías a morir por mí,
y
a pesar de todo...
A
pesar de mi angustia, de mi miseria,
sólo
se decir, Cristo, Amor.
XI
EL OJO DE LA AGUJA
“Es
pequeñito”... dice mi hija Irene Ruth,
entre
sus dedos cualquier minucia,
pues
casi a sus tres años
ya
ha aprendido, magistralmente,
sin
quitarse de la boca
el
chupete que adora,
la
esencia del mundo:
todo
es pequeño y vulnerable,
y
en las almas que parecen diminutas
se
encierra la verdad y la profundidad
de
la vida, la estatura más grande
para
ser el camello que al pasar por el ojo
por
el que se enhebran todas las agujas
demuestra
que el Cielo
se
alcanza despojado
de
inútiles equipajes.
XII
DIOS ME LLAMA
Cuánto
dolor en cada aurora,
en
la luz que amanece
y
abrasa la esperanza.
Es
la vieja máquina de escribir
a
la que le falta
una
sola tecla
y
ya duerme en el limbo,
o
las fechas que se apuntan
en
los cuadernos cuando se inician
y
no tienen día de término,
acumulando
lágrimas y destrozos
entre
papeles desvanecidos.
Diarios
moribundos, estertores de tinta,
en
los que la letra
agoniza
desangrándose
en
trazos azules o negros,
como
arterias abiertas o grifos
viejos
que la herrumbre
ha
malogrado. Quisiera
despertar
ahora, despojarme
de
este letargo, revivir
entre
los mapas inéditos
de
una vida por estrenar.
Quisiera
volver a ascender
a
una montaña entre la niebla
y
coronar el sol y los cielos,
mientras
dura el día
y
las campanas guían el vuelo
sutilísimo
de las águilas
hacia
la inmensidad:
Dios
me llama,
es
el hombre nuevo que renace
y
alcanza hermosuras y transparencias,
arboledas
de aire,
plenitud
de la mirada
infantil
que se asoma
al
círculo y la estancia,
allí
donde habita el Amor
más
grande que soñarse pudiera.
XIII
EN EL PRINCIPIO
En
el principio, el Verbo. Siempre,
fuego
y agua. El evangelista
sueña
el Reino.
Luz
nunca dibujada. Luz de Resurrección.
Cristo
de nuevo entre nosotros,
estrenando
la madrugada del mundo
que
alumbra un resplandor que a todos
nos
abraza.
Luz
de amor en los algodones de las almas,
luz
de hogueras
perpetuas,
luz de Cristo
que
diluye las tinieblas del orbe.
Vestida
está mi alma
con
fulgor de vida eterna,
Señor,
resplandece entre las brasas
más
hermosas, es rescoldo e inicio,
y
como el agua que nació
tras
la lanzada en tu costado,
así
fluye y alimenta mis anhelos...
Bautismo
y alianza,
la
misericordia del Padre
que
siempre espera,
redimida
mi esclavitud
y
roto el pecado. Llevo en los ojos
prendida
la antorcha de la alegría,
y
a mis labios regresan
cánticos
antiguos, músicas nuevas,
la
oración y la Verdad,
que
presagian otras auroras.
XIV
ENCUENTRO
El
alma sueña bajo la sombra
de
los alisos que un torrente de agua
nutre,
y en el frescor está el Paraíso,
la
quietud de Dios que habla
en
voz muy baja, susurrando
desde
el cenit del día.
El
tiempo ya no reina, la luz,
detenida,
no sigue su curso,
solo
amor es entonces
uno
con el Amado.
Si
es música o deleite,
no
lo se, más el infinito
se
ha llenado de eternidad,
así
noches y días pudieran ser del estío,
embriagado
de amistad tan grande
que
las aves que en ese lugar
anidan
son silencio y transparencia,
y
el pulso late espaciado como si no quisiera
causar
disturbio en el encuentro.
XV
SIEMPRE JUNTO AL AGUA
Noche,
jazmines,
galanes
abiertos asomando
al
silencio: sólo tu presencia,
Abba,
en este jardín de almas.
Se
que estás
aquí,
en la brisa
invariable
del sur,
entre
los mirtos, quieto,
como
los labios que quisieran
abrirse
y nombrarte y decir.
Mecen
tus brazos con ternura
de
madre mi sueño
inquieto,
y al trasluz
imagino,
en la duermevela
más
dulce, que soy alondra
en
tus manos, aire
nuevo,
el respirar
pausado
de un arcángel
que
en el fondo de la memoria
habita.
Tú o nada.
En
mi patio, junto
a
un plato de dátiles,
espero
tu visita,
bajo
el sosiego de la luna,
siempre
junto al agua.
XVI
MÁS ALLÁ DE LA MUERTE Y DE LAS ESTRELLAS
Luz
del Sur, un luminoso
balcón
que se abre al día,
mientras
el Ángelus
detiene
el reloj escondido
que
duerme en las penumbras
del
espíritu. Sed de Ti,
amor
tan grande.
El
infinito paisaje
del
archipiélago de la vida
se
hilvana en el instante
que
retienen mis ojos:
Presencia.
Está aquí,
oculto
en las entretelas
de
la luz, respirando,
desde
siempre.
Desea
ser amado, es Amor.
Estás
en Él, eres Él.
El
agua eterna de su pozo
conduce
a las moradas del cielo,
más
allá de la muerte
y
de las estrellas.
XVII
ARENA Y VANIDAD
Es
la vanidad el resplandor
cinerario
de sepulcros nunca vacíos,
siluetas
de muertos
antiguos,
de reinos
perdidos,
de reyes
tristísimos
que ardieron
en
piras de olvido.
Todo
lo arrancó de cuajo
la
guadaña, hojarascas
sombrías,
equipajes
de
polvo, de nada.
Olmos
secos, cipreses ajados,
túmulos
en ruinas, almas
quebradas
que no esperaron
la
resurrección de Cristo.
Es
melancolía, un llorar
perpetuo,
lágrimas que nombran
un
vacío espantoso,
el
hueco de un cuerpo
inerte
al rodar hasta el Leteo,
arena
y vanidad.
XVIII
UN REINO QUE NO ES DE ESTE MUNDO
Árboles
en llamas como aparecidos
en
medio de la espesura del bosque:
nieblas,
densidades,
el
alma busca a tientas el abrazo
intenso
del Amado.
Dios
habla desde el esplendor
de
las flores, en el murmullo
infinito
del agua, en la nube
rota
que desde el cielo se esponja.
Luz
tan hermosa que viste
de
transparencia el hogar
de
la mirada y la ternura.
Es
el origen del fuego,
es
Amor, un dardo
ardiente
que traspasa el corazón
y
lo habita, dulce abandono
entre
el rocío y las rosas,
un
éxtasis de ángeles.
Eternidad
presentida en la cárcel
del
existir, cuando el cuerpo es prisión
y
el deseo busca sereno las fronteras
de
un Reino que no es de este mundo.
XIX
MORADA
El
fuego y el hogar: luz de Cristo
que
habita las estancias
mientras
la noche
se
adormece entre las colinas.
¡Tanto
amor! Presiento tu rostro,
Abba,
en el fulgor de los luceros
que
presagian un sueño
de
arcángeles y de Resurrección.
Como
cuando hablabas con Abraham,
dos
amigos, en su tienda:
así
te escucho en el silencio
intenso
de los desiertos,
en
la soledad
dolorosa
del vivir y de las auroras,
atento
siempre al pan del cielo
que
será morada y perfección.
XX
SALMO 1
El
Señor es mi pastor,
en
Él habito. Hacia las altas
cumbres
del Monte Tabor me conduce
para
encender la nieve
y
la blancura del alma.
Nada
temo, su mano es firme
y
su voluntad misericordiosa:
me
ama desde el seno materno
y
no permite que caiga
en
las cenizas de la fosa.
Para
mí ha preparado
el
Banquete de Cristo,
y
en sus ojos hallo
la
luz y el aire que me faltan.
Mi
copa rebosa de bendición
y
será grande mi heredad.
Nada
me falta.
XXI
ORACIÓN ETERNA
Como
un cañaveral
ardiendo
está mi alma
al
saber de tu amor, Cristo,
llamaradas
de estrellas al nacer,
una
noche de silencio y de oración
eterna,
sólo Tú, Amado,
desvelando
el camino y la Verdad.
Así
siempre, en lo profundo
del
corazón, pues amanece
al
recordar la sal,
el
humilde grano de mostaza,
los
pozos en los que se esconde
la
nieve, la vida, es el alba
perpetua
de la Resurrección,
no
el mundo, sino otro Reino,
la
esencia que desde lo hondo
resuena
y aflora en un manantial
de
luz que como el sol abate las tinieblas
y
alumbra el fulgor
del
día y de la esperanza.
XXII
CONFESIÓN
Ilumina
el mundo su crecer,
su
engaño, la luz
dudosa
de atardeceres
exiguos,
brotes de sombra,
apenas
brillos de miseria,
carbón
oscuro.
Ese
es el color de tus ojos,
que
se han alimentado de tinieblas,
tantos
años idos en pendencias
vanas,
en enredos de zarza
seca
y de alcoba, en tristes
presagios
de amaneceres
tristes,
en azumbres
de
veneno y vanagloria.
Hoy
regresas, ardido el pecho
en
pasiones tenebrosas, inútiles
laberintos,
duelos de nada,
pura
iniquidad,
sólo
el sabor de la arena
en
labios desérticos.
Misericordia,
misericordia,
clamas
ante la llama
encendida
del Sagrario,
y
Cristo te mira
con
esos ojos que no sabemos
cómo
miran, en la mirada
del
Padre, que todo mal
redime,
y es la paz,
el
alma florida de lirios
y
alondras, el abrazo eterno:
ego
te absolvo... todo comienza,
es
nueva el agua,
la
luz renace,
y
el aire abraza y te perfuma.
XXIII
UNIÓN MÍSTICA
Zorzales
y narcisos,
despierta
el día
mientras
dibujas jardines
y
dédalos en el papel
ocre
del cuaderno.
Dios
ya te espera,
abierta
la luz,
mientras
amanecen los ojos
a
un nuevo mirar:
todo
se viste y el tiempo
se
despereza en un último
bostezo.
Es momento
de
oración. Una campanita
retiñe
lejos. Hay voces
suaves
en el silencio,
susurros,
y no es la brisa
en
el tejado. El alma
se
arrulla, crece
purísimo
el azul del cielo:
no
hay música que iguale
ese
instante levísimo
de
enamorado encuentro.
XXIV
EN LA TARDE
Sombra
de río,
luz
y árboles,
en
la tarde de julio
que
dora alisos
e
incertidumbres.
Hay
un frescor permanente
que
al alma viste:
un
retazo de cielo
que
se asoma entre
la
frondosidad de las orillas.
No
quisieras salir de allí,
mas
la muerte urge
en
cada paso de reloj,
aunque
sabes
que
Cristo te abraza
y
Él es tu victoria.
Las
últimas brasas del día
siguen
ardiendo
en
la mirada, el aire
duerme,
se desvanece
la
urdimbre de la tarde
y
esperas el nacer
de
las estrellas
en
la misma boca
de
la noche, sobre el agua
undosa,
latiente,
que
fluye hacia el infinito,
hacia
el olvido
y
la inocencia.
XXV
PARAÍSO
Así
debe ser el Paraíso,
o
así lo sueñas.
Fluye
un río, sombra
de
árboles, la tarde
estival
detenida,
susurros
y conversaciones
en
los racimos de sol
que
crecen en el ramaje.
Sólo
mirar, ver en silencio
la
transparencia del espíritu,
sentir
el sentido de Dios
que
habla entre la brisa
y
te traspasa.
XXVI
NOCHE
Inflamada
está la noche
de
amor divino,
tras
la devastación del mundo.
Ahora,
todo; luego, nada:
lucho
con el ángel
en
el sueño de Jacob,
y
queda el alma
vulnerada,
remecida
de
pavesas, los ojos
abiertos
bajo el agua,
luz
sin sombras.
No
cesa el dardo
en
su empeño de buscar
el
corazón, la pulpa de la vida,
el
origen de los sueños.
Y
así, detenido
el
curso de la muerte,
resplandece
el mirar de Dios,
el
Espíritu que insufla
aliento,
y es esencia y razón
de
lo que existe.
No
hay pesos que me retengan,
estoy
sereno, es la lucidez
de
saber que la Verdad
habita
mis recuerdos,
es
presente y deseo,
y
en su abrirse
incendia
el alma.
XXVII
DE PROFUNDIS
De
profundis clamavi ad te, Dómine,
y
mi voz se agosta en su viaje,
aunque
pronuncia tu nombre:
desde
esta sequedad te llamo,
desde
este desierto te llamo,
no
comprendo tus designios,
lo
que deseas de mí,
no
alcanzo a saber
de
tu silencio, de tus noches
interminables,
de la llama
secreta
de tu fuego,
de
las ascuas que consumen
mi
ser hombre todos los días.
No
se cual es el origen
de
la hoguera, el manantial
de
los rescoldos, la causa del incendio,
mas
no me aparto de tu fidelidad,
del
pozo de agua viva
que
refresca tanta desmemoria.
Me
traspasa tu misericordia,
siempre
contigo,
como
la sombra a la luz,
como
la cima al valle,
como
tu sueño al mío,
en
un respirar
pausado
de tórtolas
que
en su nido alumbran
el
más hermoso amanecer.
XXVIII
SÓLO TÚ SABES
Así,
en el silencio
se
hilvana el mundo,
el
sueño del alma,
sed
tan profunda que no
sacia
el pozo. Abba,
sólo
Tú sabes
de
lo escrito en mis entrañas,
del
sabor de la ceniza en mis labios,
de
la vida que alumbra
cada
día cuanto te encuentro.
Abba,
sólo Tú sabes
cómo
es el color de mi corazón,
y
que quiero ser un niño
para
jugar contigo,
en
la plenitud de la mañana,
mientras
me miras
y
piensas en mi camino,
soñando
que sueño.
Sólo
Tú sabes del aroma
de
las flores que te ofrezco
cada
vez que amanece,
del
rigor de la muerte
que
decapita el pensamiento,
mas
no la esperanza.
Abba,
Abba, por ti me
levanto,
por ti
crezco
en el Espíritu,
por
ti soy,
me
entrego, amo y sufro.
Sólo
Tú sabes estas cosas
secretas,
terribles y hermosas,
que
ahora escribo y que te leo
en
la soledad nocturna,
como
una oración,
un
encontrarte,
sabiendo
que estás,
en
lo oscuro y en la luz,
muy,
muy dentro.
XXIX
COMUNIÓN
La
harina moldea el agua,
es
fuego, y ahora tu cuerpo,
Señor,
en comunión
íntima,
que se deshace
en
mi boca. No simple
trigo,
es tu manera
de
partir el pan,
la
cena, la última cena,
mas
no el último amor,
vencida
la muerte,
amor
extremo,
en
el Reino en el que no hay
ocaso.
La harina moldea
el
agua, es luz sin tiniebla,
un
continuo esplendor.
XXX
SÓLO
QUIERO SER...
Sólo
quiero ser una mota
de
polvo en tus sandalias,
el
primer gramo de aire
que
sale de tus pulmones,
Señor,
el rescoldo
más
pequeño en la lumbre
que
encendiste aquella noche
para
espantar el frío,
una
miga de pan de la Última
Cena en el borde de tu túnica,
la
luz final que ves
al
cerrar los párpados
con
el sueño,
la
hoja seca que se cae del ramo
cuando
te aclamaban al entrar
en
Jerusalén,
la
gota de vinagre más ínfima
que
se posó en tus labios
en
el martirio de la Cruz,
la
arena que pisaste
en
cualquier camino en Galilea
y
ya es sagrada,
la
sombra de la higuera que no cortaste,
el
grano de mostaza, la sal de la tierra,
el
trigo entre la cizaña,
el
ruego del centurión,
la
carne del leproso que sanaste,
sólo
quisiera ser Zaqueo, Jairo,
María
Magdalena,
¡Lázaro
resucitado!
Mateo,
Lucas, Santiago,
Juan
y Pedro,
la
samaritana en el pozo de Jacob,
red
en el lago Tiberíades,
un
pez, el cordero,
la
llama de una hoguera
en
el Pretorio aquella noche,
un
olivo junto a tu Oración,
una
astilla de tu madero,
el
ladrón bueno, el Cirineo,
y
estar, para siempre,
contigo,
el más pobre entre los pobres,
el
último para entrar en tu Reino.
XXXI
SALMO 2
No
me abandonaste, Señor,
al
borde de la fosa, ni la muerte
que
presagia el cazador
ahogó
mis sueños,
alcázar
eres ante mi angustia
y
en este salmo te entrego la vida:
sea
tu voluntad.
Quiero
ser la piedra desechada
por
el arquitecto,
el
lirio del campo,
la
mirada del niño que asombrado
descubre
el misterio de la fe.
Arde
la zarza dentro del alma,
alimenta
eternidades
en
un brillo de pavesas,
busco
tu regazo, un rescoldo
amable
de amor, la mano
fuerte
que sostiene mi pobre
armazón
de arena: el Esposo
llega
y salgo a buscarlo.