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martes, 10 de octubre de 2023

Azul el día, y 32

 


32



Hay en la altura de las torres


un deseo de alcanzar las nubes,
de besar las veletas de hierro
duro y viejo que las coronan,
de poblarse de cigüeñas,
para ver el sol más cerca,
cara a cara en la transparencia
que hay en estos cielos abiertos
en la ternura de la mañana.
Y así, entonces, contando los días
que faltan en el calendario
para que se agoste
el verano y un resplandor de hogueras
nocturnas establezca la morada del otoño,
que vendrá desbocado, como un caballo de fuego,
como queriendo arder en oros
y ocres en su vertiginosa caída.


Fernando Alda

Azul el día, 31

 


31



Unas ciruelas se ofrecen


para evocar el recuerdo del agua,
y el sabor a huerto y lunas que dejan
en la sombra de tus ojos
es un ensalmo para convocar
a la vida, al pájaro libre
que vuela sobre los olmos
que la luz dibuja en la arboleda
de la sangre. Tiembla la mirada
que se abre bajo los párpados
del sol adormecido, que alumbra
fronteras y lagos, los ríos
de plata que perfilan la melancolía
de los jarrones en las ventanas.


Fernando Alda

Azul el día, 30

 


30



Un rosal con sus rosas deshojadas,


vulnerada belleza,
que en la tarde se ofrece
desolado como un sacrificio
mientras espera una lluvia
improbable que habrá de perderse
en los alcores en los que habita el ocaso.
Miras el mundo que está en llamas
como si lloviese y en las flores
desposeídas de su hermosa vista
encuentras el sentido de lo que fue
tu edad, el poema lleno de espinas
que ahora se amortaja en la quietud
de los pétalos que caen al estanque
del olvido, ya sin color,
tan secos, y no reflejan,
como en un espejo oscuro,
el esplendor de otros años
que iluminaron largas noches
de banquetes y música.
Apurado está el vino en esta copa
rota, en la que solo el aire
reina, y se cierran tus párpados
como las rosas, hacia un reino
sin luz, ciega pupila,
en el que arde todo lo que ha sido,
y la desmemoria es la única
que, por ahora, te espera.


Fernando Alda

Azul el día, 29

 


29



Llueve a lo lejos y no recuerdas tu nombre,


si caído en combate,
descarnado en la rompiente
de las olas del tiempo,
allí donde todo se pierde,
en la certeza de haber dejado
escrito tu aliento en la piel
blanda de ese álamo
viejo que como un muñón 
de sombra crece aún junto a tu ventana,
en el que los mirlos encienden
sus trinos cuando es primavera
y la vida quiere volver
a dejar en los patios de la noche
el aroma de su cántico de estrellas.
En el viento se esconde la belleza
de los instantes, el pétalo de una rosa
ígnea, rojo tizón, como de amor
abriéndose en una llama,
y se viste el espacio
con la nítida luz
de los mediodías que fuiste
olvidando
junto a las tapias de los cementerios,
cerezas en el alma
o un ciprés muy alto
que hiere
con su filo la piel núbil del recuerdo.
Hay sueños y esperas,
frutos que son de un otoño triste,
una ofrenda por lo que no ha de volver
y, sin embargo, no quiere irse.


Fernando Alda

Azul el día, 28

 


28



Esperar la muerte leyendo,


en estas soledades en las que crecen los árboles,
mientras la lluvia recuerda su sueño
y su presencia y se derrama en velos
transparentes en los círculos de la nostalgia.
Todo lo que has sido arde ahora
en una hoguera de muebles viejos,
junto a las cartas escritas por el dolor,
remitidas por la fiebre que amanece
en los huesos y es mirada
ausente, un tuétano de hielo
que dejas abandonado como se olvidan
unas flores recién cortadas sobre una mesa,
en silencio, sin desgarro,
con la resignación de la piedra
que se amolda al cincel en silencio,
cuando el aire llora y al final llueve,
y hay una paloma que deja su vuelo
prendido en el tejado de casa,
como llamándote. Nunca el recuerdo,
solo espejismos, un soñar
de mariposas de sangre que pintan
trazos de escritura y voces,
las palabras con las que escribir
el que será su epitafio.


Fernando Alda

Azul el día, 27

 


27



Se cierne sobre la tarde una tormenta de memoria,


como un resplandor de nubes ardiendo
que presagian las lágrimas del viento,
su derrota en esta esquina en la que todo el mundo
espera su destierro, la hoja de ruta
para seguir caminando en estos valles
oscuros, cuando el sendero solo es el agua
que arrastra los restos del incendio que es vivir.
Y así el deseo, en ascuas, rescoldos
que en la mano alumbran otras melancolías,
el final cierto de lo que existe
y luego será humo acre,
ceniza de sombras, nada.


Fernando Alda

Azul el día, 26


26



 Espera la noche que te abraces a ella


con esos himnos que escribes
mientras el mundo se derrumba en escombros,
y sea entonces, ahora, acaso,
el reino de la luciérnaga,
la mirada que ofrece a todo cuanto es
y se asoma al balcón del mediodía
en un prodigio de altura y sombra,
como el ciprés de Silos,
que el cielo rasga anunciando
el cántico de la aurora que sepulta
la tiniebla espesa en la que ardieron
las estrellas, como ascuas
de una hoguera remecida por el viento
final que trae el agua y el asombro,
y sobre estos muros imprime
su carácter, la bendición
de un pájaro que canta 
entre las ramas de la morera que crece
aún en el patio en el que la niebla
no deja enhebrar los recuerdos,
la parsimonia o la beatitud
con la que se presentan las horas
cosidas en este reloj de arena
que llevas tan dentro.


Fernando Alda

Azul el día, 25

 


25



Es la ausencia el lecho


alado en el que duerme la inocencia,
la estancia para vivir una muerte
prolongada en el espejo del tiempo,
triste azogue,
relato cierto, un aura
azul sobre la luz amarilla que ciega
tus ojos cuando desde el asombro
de la claridad
miras cómo se descorchan las botellas
llenas de lluvia y de aire,
el último resplandor antes de la tormenta.


Fernando Alda

Azul el día, 24

 


24



Aroma el galán de noche


este jardín perdido entre los sueños
que dejaste abandonados en un bosque
de espumas y luciérnagas,
como lluvia asperjada sobre la sola
rosa de la melancolía, un canto
de la sombra cuando paseas
bajo pórticos de piedra,
junto a fustes truncados y capiteles
mordidos por la avaricia del tiempo
en su propia ruina,
que va atesorándose en los arcos
de plomo de la memoria,
sin conocer cómo la gota
cava la lápida bajo la que yacen
el delirio y la espera,
en la paciencia de ver crecer
una hierba sin esplendor
ni corona, cuando estás buscando
en el andén de ese destino
al que nunca llegarás un billete
hacia el final del ocaso,
apurando los posos de un vino
amargo y desolado,
como un sacrificio 
que entregas
a la devastación de la aurora.


Fernando Alda

Azul el día, 23

 


23



El árbol y la sombra, que se asoman

en la tranquilidad de la tarde inacabable
que enciende una fuente en este patio
de misterio y ausencias,
mientras presientes cómo la sangre
alimenta el ajado laurel de todas las victorias
y desde el sur viaja un viento
solitario que va peinando los oteros
y la desmemoria.


Fernando Alda

viernes, 6 de octubre de 2023

Azul el día, 22

 


22



Bendecida sombra la que del verano


te alivia de sus rigores, y es lectura
homérica o de inconclusas
leyendas,
cuando en la plenitud de la mañana
permite que la memoria vaya abriendo
cajones y alcancías, y muestre
los ocultos deseos que conforman el recuerdo,
la fotografía en sepia por la que te asomas
a todo cuanto fue y luego ha ardido
en hogueras de nieblas, en los largos
caminos que recorre la vida,
en los que se fueron quedando
la juventud y el vigor,
abandonados en las cunetas de los años,
como un paisaje desolado
que nadie habitase, solo el miedo
al término, al final absoluto,
entre las flores y la escarcha
que este invierno permanente
va dejando en los cristales de la ventana
desde la que miras el tiempo
desmadejado, tan incierto y pobre
como la tierra que poseerás
cuando te bese la dama de nieve.


Fernando Alda