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viernes, 30 de diciembre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 13 / Un vilano al viento


 Una libreta con las pastas de hule

negro, la estilográfica de roble
ahumado, esa melancolía que se confunde
con la luz de un día
gris, y, de repente, un poema
sobre el papel, ardiendo
en tinta negra, como una bendición,
o la calandria
que viene a posarse en la línea
imperceptible del alféizar
inescrutado de la memoria.
Acaso así escribes en muchas
ocasiones, cuando en las brasas
del corazón se remueve
el deseo de vivir
y un suspiro, como un vilano
al viento, esparce
la voluntad de abrir los ojos.


Fernando Alda

lunes, 26 de diciembre de 2022

Navidad

 




Cristo, amado mío,
en la noche en que naciste
como hombre,
el más pobre de nosotros,
el más olvidado,
solo dolor de mi dolor,
abandono en mi abandono,
Dios mío, Niño
eterno, con la luz
que trae la espera,
por encima de este paisaje
de soledad y sombras,
como solo sabe el agua 
buscar el río, y luego
el mar, y los cielos,
hágase tu voluntad,
Abba, en el silencio
primero de la Creación.



Fernando Alda

sábado, 24 de diciembre de 2022

Navidad

 


Se enciende en los cristales

de la ventana la nieve
soñando arboledas y ciudades,
el viento que habla
en el alféizar de la ventana,
con el fuego, o es invierno
en los campos y en la espera.
En el corazón, la luz
que viene de lo Alto,
Dios Niño que se hace
como nosotros.
En la noche, la liberación,
más allá de la muerte
y de las estrellas. Y entre
los dedos se deshace el hielo,
esperando alcanzar
el esplendor de la eterna aurora.


Fernando Alda

lunes, 19 de diciembre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 12 / El desasosiego de la noche

 




En este cuaderno,

solo la escritura de los pájaros
al caminar por el barro,
palabras, el sol que sale
y se refleja sobre el agua
detenida en los estanques,
ese espejo al que no te atreves
a mirarte.
Y en la escritura,
el desasosiego de la noche,
tan inmensa,
en la que la luna dejó de brillar".


Fernando Alda

viernes, 16 de diciembre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 11 / Un brindis de ceniza

 


Hay en el viento

semillas de niebla en su último
despertar, un brindis
de ceniza por los días que ardieron
mientras iban cayendo las hojas
del calendario,
y es en ese instante, que puede
ser el último,
en el que te das cuenta de que ya
no habitas las ínsulas
perdidas entre los meridianos
de la desmemoria y del azar.
Y de entre tus manos
alzará el vuelo una paloma
de esperanza, tal un rayo
de sol junto a los visillos del olvido
o una puerta que se abre
en medio de la desilusión
y por ella regresa la infancia.


Fernando Alda

sábado, 10 de diciembre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 10 / En la memoria

 


En la memoria, solo huesos

descarnados, ascuas  de hielo,
andenes vacíos, un amanecer
de aires extraños, la fría
mirada de los árboles en invierno,
cuando no encuentran
acomodo en las  desabridas 
mañanas de los pasos perdidos,
de las telarañas del olvido,
cuando en la desolada alcoba,
en la que duermen las alondras
de la eterna espera,
alguien enciende un fuego,
como sin pensarlo,
por ver qué ocurre,
y en los campos, al descubierto,
se entretiene 
con las primeras amapolas.


Fernando Alda







de

La Casa de las Tres Chimeneas, 9 / Tristeza

 


Vuelve la tristeza a enamorarte

los tuétanos, a vestir de azul
la sangre, a dejar en las ventanas
un velo de niebla y de ausencia.

Fernando Alda



miércoles, 7 de diciembre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 8 / En la lluvia, la bendición

 


Lluvioso el día,

al rayar el alba,
y en la lluvia, la bendición
de los caminos y de las manos,
como el vuelo del corazón
que nos regala
una nueva mañana
para seguir abriendo
esa ventana de cristales 
vacíos y rotos por los que asomarse
al mundo incierto,
para volver a ser,
con el viento,
viaje y esperanza.


Fernando Alda







 

sábado, 3 de diciembre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 7 / Se encienden las arboledas






Retorna el viento a las  veletas

del sueño,  a las nieblas
que se asoman a los balcones
del mediodía, y es octubre
y se encienden las arboledas
con el oro antiguo de los atardeceres,
con la luz del oeste
en la edad de la inocencia,
y hay suspiros en los aires
desbocados, en los caminos
sin retorno de la duermevela
en la que se encuentran los racimos
y los frutos que preludian
largos inviernos que solo las brasas
en las que mueren los recuerdos
desangelados pueden redimir,
como si siempre fuese ahora
y tu voz no tuviese nombre.


Fernando Alda Sánchez






jueves, 1 de diciembre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 6 / El colirrojo

 


Ese colirrojo tizón

que todas las mañanas
viene a verte,
como un signo de buena voluntad,
de confianza,
como si Dios te lo enviase
para decirte que está contigo,
sosteniendo el desastre que eres,
acompañando tus pasos
vacilantes sobre la arena.
Y el pájaro es, entonces,
la esperanza toda,
como un ensalmo de lluvia,
que viene a encender
tus ojos, tal una candela,
en el umbral tenebroso
de la oscuridad y el abandono.


Fernando Alda



lunes, 28 de noviembre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 5 / Vagabundo el corazón...

 

Amaneció el día nublado

y deshabitado, con esa sensación
del viaje hacia ninguna 
parte, cuando no eres 
capaz de sacarte las manos
de los bolsillos del viejo
pantalón que tanto te gusta,
con el que sales a pasear
todas las tardes por las arboledas
de la desmemoria.
Y así estarás, como en zapatillas
de andar por casa,
soñando caminos, 
tal un andarríos,
vagabundo el corazón
que tan desolado te parece.


Fernando Alda

viernes, 25 de noviembre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 4 / En la ruina

 


En la ruina habitan

recuerdos ajenos,
los sueños  que se pudrieron
de otros dueños, como si en el aire
hilvanásemos,
junto a las hojas del otoño
que está llegando,
el esplendor de unas flores
silvestres, tan humildes,
de esas que crecen en cualquier
cuneta, para decir que seguimos
vivos, latiendo en la espera,
como lo hace un corazón que ama.


Fernando Alda

martes, 22 de noviembre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 3 / La Casa de las Tres Chimeneas

 


Hogar del fuego,

la madrugada  de las ascuas,
un origen ígneo que habita
en esta Casa de las Tres Chimeneas,
ahora que comienza
otoño y el viento devuelve
ecos de estrellas y de racimos,
cuando es la noche
y en su fondo duerme
ese latir de tu corazón
que sueña, en campo
abierto, con el despertar
de la belleza de la aurora,
con esa ínsula
que es tu voz
al recitar estos versos,
mientras escribes, y en la ventana
se enciende la lluvia
en un melancólico adiós.


Fernando Alda

viernes, 18 de noviembre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 2 / Dice Qohelet

 


1


Lo que fue ayer, será mañana;
las ascuas del aire que ardieron,
renacerán de sus cenizas,
y la vanidad será de nuevo
la misma vanidad.
Bajo el sol, lo de siempre,
dice Qohelet ¿para qué afanarse,
o cosechar o esperar los amaneceres?
Y, sin embargo, mi alma
espera al Amado, en el que todo 
es nuevo a cada instante.


2


Tal una aurora, esa flor
que resiste en el jardín,
en estos primeros días de otoño
que se visten como el rey Salomón,
así mis anhelos,
buscando el encuentro con quien me dio la vida,
en la noche abierta y limpia,
entre perfumes el donaire
que asciende con la luz de la luna,
las estrellas que me hablan
de un corazón enamorado
que sabe de manantiales de agua fresca.


Fernando Alda





lunes, 14 de noviembre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 1 / Poemas de la lluvia, y 9



En tu espalda desnuda,
un escalofrío de lluvia ,
ausencia del aire o ese abrazo
angustiado de quien está,
soñando, en tierra de nadie,
como si dijéramos, la locura,
o hacerse el loco, 
para salvar la vida y los muebles
en esta devastación del tiempo.
No se, no sabes, no sabemos,
solo palpar los contornos
del alzado de lo que parece un aguacero,
como insomnes pájaros
que migrarán, ateridos,
hacia el infortunio. Ser
o haber sido, bajo la calavera
y la memoria, siempre 
sin llegar nunca,
como cayendo. O tal vez tú,
el que lees, a quien interpelo
desde estos versos maltrechos
y desangelados, el que se asoma
a la ventana del atardecer
desportillado ¿No vendrás?
Es poesía quien te llama,
no el poeta, puede
que la lluvia, que todo
nombra cuando se derrama.


Fernando Alda

viernes, 11 de noviembre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 1 / Poemas de la lluvia, 8

 


En la lluvia, la certeza
de los amaneceres de cal,
el manzano herido del otoño,
la lengua astillada,
esa perpetua sensación
de no encontrar un lugar
para caerse muerto.
Tal así la indigencia,
el helor de la intemperie,
un rastro de hambre 
y veneno, puede que el esplendor
de unas viejas
macetas con azucenas
cuando en ellas espejea el sol,
y, otra vez, la lluvia,
como el origen,
que te besa con unos labios
de aires y zozobras,
siempre desde la sombra y la espera.


Fernando Alda


lunes, 7 de noviembre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 1 / Poemas de la lluvia, 7

 


Y aquí estás, solo,

como la lluvia
cuando amanece, aquella
que nadie contempla,
en los extrarradios, en los charcos,
tan desamparados, tan vencidos,
en los que se entrevera
el fulgor de la tristeza,
unos ojos afiebrados y hundidos,
con los que mirar el irreal
paisaje de un suburbio
de mercurio y de ausencias.
Nadie habrá de llamarte,
en esta mañana de abandonos,
en la derrota del tiempo,
en la abisal caída de los cementerios.


Fernando Alda

viernes, 4 de noviembre de 2022

La Casa de las tres Chimeneas, 1 / Poemas de la lluvia, 6

 

En una gota de lluvia,

todo el dolor, el beso
desabrido de un aire sin retorno,
como ausencias de otoño,
melancólicos cantos
de héroes vencidos.
En una gota de lluvia,
la devastación; la belleza,
por otra parte, de una calandria
solitaria contra el añil
de la mañana, que se despereza
en una arboleda,
entre lirios de fuego,
como el sol que acaba de nacer.
En una gota de lluvia,
el polvo del sendero, un mapa 
desleído y mudo,
la tierra incógnita del atardecer.


Fernando Alda

jueves, 3 de noviembre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 1 / Poemas de la lluvia, 5

 



Lluvia azul,

como la primera lluvia,
la dama de negros ojos,
esa ausencia entre los dedos
que te sabe a derrota,
tan amarga y atroz,
tan desesperada y sola.


Fernando Alda

lunes, 31 de octubre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 1 / Poemas de la lluvia, 4

 


En la noche profunda,

ardiente, la lluvia ha ido
extinguiendo las hogueras
del abandono, las ascuas
de las que brota el deseo,
la voluntad de querer.
La lluvia se filtra en las heridas
de estos muros que aún me sostienen
en el aire, herido y cautivo,
desmemoriado, errante,
mas un ramo de azucenas,
tal vez acianos, glicinas
acaso, aún mantiene su color
y enciende la melancolía
que me nace en los ojos,
como una pasión antigua
que acabase de despertar.


Fernando Alda

viernes, 28 de octubre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 1 / Poemas de la lluvia, 3

 


Sigues la huella de la lluvia
hasta el límite de la sombra,
muros en ruinas de la luz,
paramentos raídos
por el aire en estas soledades.
Cae la tarde como un telón
de magnolias y sueñas
poder guardar en un vaso,
tal una luciérnaga,
el fulgor de las estrellas,
que sigue viajando y acaso
nunca te alcance.


Fernando Alda

jueves, 27 de octubre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 1 / Poemas de la lluvia, 2

 



En la mirada hacia el este,
la aurora que regresa a su casa
de todos los días, 
la ausencia en el corazón,
la dama de azul,
su aliento, mas despiertas,
y es todo nuevo, como la lluvia
que ahora peina la memoria,
y los desvelos,  esperando
a que del aire se desprenda
su última luz como una costra,
en la que ahora estás
mirando no sabes bien qué,
en la penumbra y la zozobra,
tal tu suerte, agazapado,
en vela, sabiendo que habrás
de volver.


Fernando Alda

martes, 25 de octubre de 2022

La Casa de las Tres Chimeneas, 1 / Poemas de la lluvia, 1

 



Esperando la lluvia

junto a la última rosa de lo que fue
el verano; las nubes,
como recuerdos o ascuas,
en la luz poniente,
y tal vez será en la noche
cuando el agua
busque los perfiles
de lo que existe,
para bendecir la presencia
de todo cuanto te rodea.


Fernando Alda


sábado, 8 de octubre de 2022

De lugares, y 15 / Minas Tirith

 


Es la Ciudad Blanca,

de siete alturas, Minas Tirith,
el árbol del rey,
la niebla que viene desde la montaña
y oculta con su manto
el alzado de lo que imaginas,
como un ensalmo,
en los sueños,
el onírico estandarte
antiguo, la corona y la espada,
las batallas y los héroes,
el esplendor de sus armaduras,
que parecen de cristal en el mediodía
de la edad de los hombres.
En este lugar tus ojos,
esperando el vuelo de las águilas
para llevarte más allá
de todo límite, con las alas
perdidas del ígneo
abrazo de los elfos.


Fernando Alda









jueves, 6 de octubre de 2022

De lugares, 14 /



A mi esposa  y mis hijos,
que en esta ínsula viven


Barataria, la ínsula

de los héroes tristes,
cuántas veces te soñé en mis sueños,
en las alas de los vientos
que visitan mis desolaciones,
en las ascuas del gozo
que alumbran un mapa
sin meridianos o paralelos,
sin lugares,
tal una toponimia de ausencias,
un atlas de desasosiegos
en el que se pierde el galopar
de las nubes en el añil
de los cielos abiertos. 


Fernando Alda

lunes, 3 de octubre de 2022

De lugares, 13 / Tierra Baldía



La Tierra Baldía,

la de los hombres huecos,
el páramo, la devastación
del tiempo, mientras lees a Elliot
y recuerdas, y el corazón
se encoge, ciegos los ojos
abiertos, sin asombro,
todo estéril como arena del desierto,
acaso imposibles los sueños.
Tal un oráculo, la fiebre,
el poeta, un puñetazo
encima de la mesa, en la mandíbula
de lo inane y sin sentido,
mas su lectura es un manantial
que despeja lo malgastado,
el terciopelo viejo,
y canta,
acaso con la voz de las profundidades,
a aquello en lo que nos hemos convertido:
el heno que se agosta,
la hojarasca que se consume
en las hogueras del olvido.


Fernando Alda






sábado, 1 de octubre de 2022

De lugares, 12 / Tierra de nadie

 


Duerme la noche en tus brazos

como las alas de un arcángel,
peinada el agua,
entre tus dedos,
tal la Cabellera de Berenice,
o es la ausencia,
el desasosiego sin fondo,
la tibia luz del invierno
que trata de arder entre el hielo,
como una despedida.
¿Dónde estás? Acaso
en la tierra sin dueño
que nadie quiere y todos se disputan,
en la ceniza, en el légamo
del fondo del río sin fondo,
en la región en la que el mundo
se pierde y cae, allí donde la red
se rompe y abajo está el abismo,
el vértigo del Tártaro,
allí donde ni siquiera
hay un clavo ardiendo al que asirse.
¡Tanta desolación! Como la hora
última del abandono del sintecho,
del que nadie busca, aquel
sin filiación, el que ningún
lazo ata o no tiene dónde caerse
muerto. Solo Cristo te espera,
al final de lo que será la aurora.


Fernando Alda


martes, 27 de septiembre de 2022

De lugares, 11 / Duruelo

 


Suena el Ángelus

en estas soledades de Duruelo
en las que fray Juan
sondea la Nada,
esperando hallar el Todo,
en las entretelas de la luz,
tan limpia y pausada que parece
la mirada misma de Dios.
Y así acontece,
como el manar de la fuente
que en la noche conduce al encuentro
con el Amado,
la vida en sus manos,
mientras el mundo se apaga
y en el corazón el fuego
no se extingue jamás,
como si una calandria
volase, solitaria, hasta allí
donde alcanza la vista,
callada el alma,
entre las dobleces de lo oscuro,
bajo las azucenas,
en las que habita el tesoro
del sol, la mano divina abriendo la puerta
de tu casa, a la que ha llamado,
cuando quieres hablar
y solo pronuncias pájaros,
o un velo de acianos
que por los ojos te pasa,
y regresa, al fin, el pulso
agitado, alcanzado el final
de tan larga espera.


Fernando Alda

viernes, 23 de septiembre de 2022

De lugares, 10 / Ávila

 


Desde la transparencia,

el alzado de lo que está aquí abajo,
en las torres,
latiendo, como Ávila
desde su corazón, que parece
de piedra, mas es de aire
y de sueños, almenara
de luz y ausencia.
Ahora tu nombre,
allí donde duerme el héroe,
en el sol poniente
que habitará la eterna
melancolía que camina
hacia el oeste, esperando,
acaso, el mar y sus mareas,
pues en estos muros
que la tristeza bendice,
la memoria enciende
en brasas la mirada que siempre
desea el regreso a estos silencios,
a las estancias y las alcobas
ocultas, al secreto
que adormece la mirada,
como en un arrullo de madre,
y es siempre nuevo el despertar.



Fernando Alda







miércoles, 21 de septiembre de 2022

De lugares, 9 / Emaús

 


Nos ardía el corazón

tras el encuentro, en el camino
y en la atardecida, en Emaús,
eternamente, cuando en la noche
la memoria esparcía sus ascuas
ante nuestros ojos y era el alma
un cañaveral en llamas,
y mirábamos más allá
de las estrellas y del fuego.
Quisiéramos ahora volver al sendero,
ya siempre Él con nosotros,
vivos en el viento,
como si siempre fuese la primera
aurora. Ahora lo entendimos,
pese a la amenaza de la muerte
y de lo oscuro. Nunca más el gusano
del desasosiego,
abierta la ventana
desde la que esperar la lluvia y la luz,
y la esperanza.


Fernando Alda

lunes, 19 de septiembre de 2022

De lugares, 8/ Delf



Foto: Mauritshuis


En el canto del cisne de la luz,

el sueño de una ciudad
reflejada en el río, Delf,
pintada por Vermeer
con la melancolía
que solo otra mirada sobre el mundo
puede dar, como si fuese
el fondo de una habitación
iluminada desde una ventana
con los velos de la tristeza,
el corazón de la ciudad, el del artista,
tal vez el mismo, en la sangre gris
desleída de la mañana
que se contiene en estas orillas,
y allí te veo, esperándome,
incierto esbozo de una urbe
bajo las nubes de plomo y plata.

Fernando Alda


viernes, 16 de septiembre de 2022

De lugares, 7 / Almar

 

Una luminosa tarde de julio,

entre las últimas rosas,
encontré tus huesos,
el oro viejo que aún dormía
pegado a ellos,
Almar, como las almas
que llevas y han recorrido el tránsito
entre las penumbras del mundo.
Es tu abrazo un claroscuro,
el tenebrismo en el pincel del Caravaggio,
el trozo de antracita
con el que el niño pinta
una pared recién encalada.
Hacia el oeste, la voluntad,
desde la sierra, buscando los aires
altos y el ondular de los trigales,
bajo el cenit de los cielos.


Fernando Alda




miércoles, 14 de septiembre de 2022

De lugares, 6 / Ciudad Desolación

 


Cuántas veces creí verte entre la niebla
de mis soledades, como si siempre
hubiese vivido allí,
Ciudad Desolación, lejana en la lejanía,
nunca explorada, o solo eras
un recuerdo en mi desmemoria,
el punto cardinal en el que habitan
el abandono y la devastación.
En tus lunas nocturnas y frías
pervive el sabor acre de los recuerdos
ácimos que se amontonan en tus aceras,
bajo los árboles de hielo que proyectan
una sombra en escombros,
rota por el sol negro, por el canto
de la furia y el ruido,
resonando dentro de un ser
hueco, que parece un hombre,
que se acerca caminando,
impasible, hasta el borde de los charcos
del arrabal en el que crecen las flores
perpetuas del insomnio.
Y así, anhelo
volver a cruzar tus puentes,
sobre el aire dormido,
río no, laguna,
que no despertará,
ni será de la luz compañía,
pues incógnito es el territorio
terrible en el que te alzas.


lunes, 12 de septiembre de 2022

De lugares, 5 / Lisboa


 Descubro poco a poco el velo

de sueño que esconde estas calles,

la libertad de tocar el cielo

con la punta de los dedos,

respirando despacio,

tal vez Lisboa, allí donde el Tajo

enamorado besa el mar

y se hace grande,

cuando un fado muy triste

suena en la voz de una mujer

vestida de soledad y aurora,

y en el pecho me arde,

tal un lirio de fuego,

un dolor antiguo.

Puede que no regrese,

que no vuelva jamás,

con estas aguas que ahora

se llevan las derrotas de mi vida,

pero estaré allí siempre,

con un poema en los labios,

y un cálamo de niebla o un clavel

para escribir estas ausencias

entre las lágrimas.


Fernando Alda


domingo, 11 de septiembre de 2022

De lugares, 4 / Florencia

 


Anochece entre tus manos,

la tarde en ascuas, que se apaga
sobre Florencia, el Arno,
un espejo, una cicatriz,
bajo el puente de todas las edades,
y en la Signoria la torre
altísima, las sombras que se desvanecen
como luz mojada,
David erguido, los Uffizi,
tanto esplendor, tanta gloria,
bajo la cúpula de Brunelleschi,
y en tu corazón solo la belleza y la lluvia,
el rescoldo de lo que parece eterno
y solo es heno consumido en el horno
de la vanidad. Abro una ventana,
una habitación con vistas,
el Dante ausente de su sepulcro,
en estos laureles,
ardiendo el mármol, la madera,
el metal, la piedra toda,
el estuco, la fiebre
que abandona este deseo de crecer,
cuando todo se lo lleva
el olvido, pero nos queda su memoria.



viernes, 9 de septiembre de 2022

Diario de desasosiegos, 4 / Entretiempos

 


      Todo tan cerca, el otoño en las sienes del día, esperando que las nubes se asomen a los estanques, que los árboles comiencen a cubrirse de oro y de desmemorias, como si fuesen desvistiéndose muy despacio, para taparse luego con la mortaja del invierno, y abrazar la tierra, en la espesa penumbra  desde la que enero irá besando la fría plata antigua de la nieve.


      Me gustaría escribir una "General Historia del Desasosiego", pero me faltarían las fuerzas y los volúmenes suficientes, desde el lejano atardecer perdido en la noche de los tiempos en el que el ser humano comprendió el alcance de la muerte, hasta ahora, en ese viaje de desvelos que es nuestro paso por el mundo. Cuántas hogueras desde entonces, cuántas cenizas que la lluvia ha ido lavando, arrastrando, impregnando bajo los párpados, con nuestras lágrimas,  en los iris cansados de ver, en las huellas dactilares del agua y de lo que somos.

      Mas no quiero caer en esas y otras melancolías. Hoy solo aguardo los esplendores del otoño, del entretiempo, como el que se cambia de abrigo. Qué maravillosa palabra es la de entretiempo para referirse a las estaciones intermedias, aquellas que no se presentan tan nítidas o intensas como lo son el invierno y el verano, es decir, aquellas otras estaciones en las que puede hacer calor o frío a la vez, cuestiones éstas que afectan a la ropa que uno ha de ponerse, y por eso se hace un abrigo de entretiempo, o una chaqueta, por ejemplo, que consuele los efectos del clima sin agobiar, o que impida un resfriado, por exceso del grosor de su tela o por falta del mismo. Eso pasa, o pasaba, en Ávila, en la que tan cerca vivimos de los cielos abiertos, y en otros lugares, en la que se marcan las cuatro estaciones del año con los límites claros, aunque no siempre se acierta bien, es verdad, y puedes pasarte de largo o quedarte corto, en cuestiones de frenada y de vestimenta, y sacar antes de lo que es necesario y justo la ropa inadecuada para el entretiempo.

      Las hermanas de mi madre, que eran modistas, un hermoso oficio que parece haberse perdido en las fauces del Moloch o del Leviathan de lo industrial, se lo explicaban bien a las clientas que acudían al taller de su casa. ¡Qué recuerdos de infancia! Y uno quedaba fascinado por el entretiempo, sin saber muy bien lo que aquello significaba, pues, no había, para nuestros ávidos oídos, más explicaciones que esa palabra, dada la complicidad entre modistas y clientas. Y ahora me parece, tras haber sentido el mismo efecto que el personaje de Proust con la famosa magdalena, en mi caso al evocar patrones y tizas de marcar las telas, que este concepto también puede aplicarse a la vida misma, en la que estamos en esos periodos en los que las fronteras de la verdad se diluyen amarga y peligrosamente, como ocurre con esas épocas históricas que se llaman de entreguerras, y que parecen tierra de nadie, tal lo que ocurrió entre las dos guerras mundiales pasadas, en la primera mitad del XX.

      Suelen ser tiempos de penumbras, de dolor sordo, de desconfianza e incertidumbre, de espera siempre, como los personajes que aguardan a un autor para cobrar vida luego sobre las tablas de un teatro, o de un retablillo de títeres o marionetas, tal el de Maese Pedro, que tanto disgusto le causó al Caballero de la Triste Figura. Bien triste parece, en ocasiones, la nuestra también,  empeñados como estamos en representar lo que no somos y en creernos, acaso por razón de encantamiento, una cosa muy distinta de lo que Dios ha soñado para nosotros desde antes de que alumbrásemos a la vida. Luego vendrá la muerte, que iguala al ras por arriba y por abajo, para poner las cosas en su sitio, sin nosotros darnos cuenta, pues estaremos, como las damas y caballeros  que pintara tan magistralmente Peter Brueguel el Viejo, a los que la guadaña sorprende en pleno banquete, festejando, en su eterno carpe diem, y se los lleva y arrastra hasta donde no quieren ir. Siempre me fascinó esta pequeña escena, en la que todos estamos, pintada en la esquina inferior derecha del "Triunfo de la muerte".

     ¿No nos ocurre a nosotros ahora algo parecido, en estos días, con la guerra rugiendo en lo que creíamos eran los confines de Europa, pero que ha terminado siendo la puerta misma de nuestra casa por los efectos que estamos comenzando a sentir? Puede que, sin saberlo, se estén asentando los primeros pilares, junto a la pandemia que seguimos padeciendo, de lo que será el futuro, mordido por el miedo, sin nosotros saberlo, como cuando los germanos, en el bosque de Teutoburgo, destrozaron a las legiones romanas de Varo,  y que pudo ser, como ha escribo Jon Juaristi, la primera piedra de lo que es Europa, aunque resulte paradójico creerlo.

    En Ávila tenemos la que se denomina zona de "entrepuertos, entre los de Menga y El Pico, un lugar extraño, solitario, entre alturas, en la que discurren el Alberche y el Piquillo, pues van al encuentro, y que se confunden desde la carretera que lleva desde la capital de la provincia hasta Cuevas del Valle, Mombeltrán y Arenas de San Pedro (y continúa luego hacia Córdoba, nada menos), una tierra elevada, desolada, misteriosa, en la que es posible soñar y acercarse a Dios, en esos cielos irrepetibles que solo existen en Ávila.

    La civilización, o parte de ella, nació entre el Éufrates y el Tigris, entrerríos, en Mesopotamia, con los sumerios, que, pudiera haber sido, también se sentirían en ese tiempo que parece la vida y hubieran decidido fundar las primeras ciudad, Ur, de la que recuerdo a Sara, tal como la describiese en su delicioso librito José Jiménez Lozano. Sara de Ur, la de la enigmática risa, que es la de todas las mujeres, que se ríen, maravillosamente, sin reírse, o negando que se ríen, mientras están riendo. Cosas de ellas, que solo ellas saben por qué, y que tanto desasosiegan a los hombres, como le ocurría a Abraham entonces.

      En estos entretiempos me voy enredando hoy, como sin quererlo, como si flotase yo mismo en el Mar de los Sargazos, que también me pareció siempre un lugar enigmático, como la risa de las mujeres, tal Nínive, o Ávila, o puede que Troya, o alguna de las ciudades que Alejandro Mago, a lomos de Bucéfalo, fundó en su galopada hasta el Indo. Pero he de regresar a las certezas, de las que nunca debí alejarme, al taller de mis tías, en el que jugábamos mis primos y  yo (supongo que mis hermanos mayores también) una vez que había terminado la larga jornada de trabajo, especialmente con o en la mesa en la que se cortaban y planchaban los trajes y vestidos, y que para nosotros era una tabula rasa en la que escribir un relato, como una ínsula que nos permitía evadirnos del entretiempo y de todas las zozobras infantiles, mientras los adultos hablaban, especialmente las mujeres, junto a la abuela, alrededor de un brasero, arropadas las piernas con una manta, maravillosa y única, hecha de retales, a cuadros de colores, que a todos cobijaba de la cellisca y del helor, y todo era posible entonces, mientras la gran mesa de trabajo, a la que nos subíamos a su tablero o bajo la que nos escondíamos, podía ser para los más pequeños una locomotora (por aquello del abuelo ferroviario que tuvimos) o las bodegas de un barco (sin que al respecto sepamos de noticias ciertas de algún pariente marino).

     Y luego el regreso a casa, que no estaba lejos, ya de noche, en la soledad de las calles vacías, a cenar y a esperar una nueva jornada, como espero ahora, o dentro de unos días, cuando ya sea otoño de verdad, y no solo sus síntomas, la esperanza, la alegría de vivir, de estar vivo, y de recordar, de saber que uno tiene raíces, rescoldos que le mantienen vivo y que no está como en tierra de nadie, en el paralelo 38º, el de las dos Coreas, aguardando la paz que el armisticio no trajo, como esperando la nada.


Fernando Alda

miércoles, 7 de septiembre de 2022

De lugares, 3 / Adis Abeba

 


Bajo la mirada melancólica del Monte

Entoto, donde sueña la flor
nueva, Adis Abeba,
bajo el cielo y la lluvia,
donde la luz es más transparente que el aire,
y los etíopes crecen con el León
de Judá y con los primeros hombres.
Son las calles ríos de almas,
de rostros, de manos,
en el Merkato, allí donde
la voz se entrelaza con otras voces,
como un poema largo
y triste, de hojalata y lágrimas,
de esperanza siempre,
para abrir los cielos y las alturas,
en el país de las colinas y del Nilo
Azul, que despierta en el Lago Tana,
y abraza el desasosiego y las esperas.




lunes, 5 de septiembre de 2022

De lugares, 2 / Nínive

 


Crece la sombra de la ruina

cuando caminas por lo que fue Nínive,
recuerdo de Jonás, bajo el ricino,
y de los reyes antiguos
que alzaron sus murallas doradas.
Hoy todo es silencio,
como en otras partes muertas,
mientras desde el jardín de casa
evocas ciudades que ardieron
y fueron destruidas, Cartago,
en esas ausencias, o Troya,
como la noche
más profunda habitando la memoria,
lo que el viento esparce
frenético por los caminos
y nunca regresa.


Fernando Alda


domingo, 4 de septiembre de 2022

De lugares, 1 / Ogigia


 
Comienzo hoy la publicación en el blog de una serie de poemas, que nacieron para convertirse en libro pero que no llegaron a tanto, pues son peregrinos y se han quedado enredados en el dédalo de los caminos, dedicados a lugares, unos reales y otros imaginarios, todos ellos bajo la mirada literaria del poeta, que así traslada parte de su paisaje espiritual, como un mapa de sus adentros, para que el lector pueda visitar estos lugares, ciudades las más de las veces, a través de sus alzados, y así compartir con el que esto suscribe melancolías y desvelos.


Azules del cielo
para escribir en ellos en viaje
hacia Ítaca, la lejana, tal Ulises
cautivo en Ogigia,
en los sueños de Calipso,
mientras añora
los brazos de Penélope,
que teje y desteje las auroras,
los juegos de Telémaco,
su hogar, el fuego, otros mares
y otras ínsulas, su arco,
que estará abandonado
en el atardecer de la memoria.
Una melancolía como una brazada
de algas invade al héroe,
que llora y espera,
sin que nadie advierta
que el agua sigue llamando
a la proa de su barco
y las estrellas habrán de guiar,
desde lo escondido de la noche,
su liberación, su eterno regreso.


Fernando Alda







viernes, 2 de septiembre de 2022

Diario de desasosiegos, 3 / Sombras de otoño

 


      Entre los recodos del laberinto voy buscando las primeras sombras del otoño, las nieblas que serán en los ojos, el oro nuevo con el que se visten los árboles, como si fuesen el rey Salomón, en la esperanza de hallar otras melancolías con las que desterrar las ya usadas, las que el desasosiego ha  dejando prendidas con alfileres en las lágrimas que se fueron con el verano.


      Septiembre acaba de nacer y se mira en los espejos del que ya es el río viejo, el que acaba de pasar o está pasando bajo los puentes de la memoria, con los ocres que presagian las hogueras que serán preludio del invierno, la tensa espera de otros abriles que habrán de salirnos al paso, embozados, como el Maragato, desde su cueva, en Entrepuertos, en el camino que lleva el aire desde Ávila hasta Arenas, agazapados entre los hielos que crecen a la umbría de todos los desamores.

     Pero aún es pronto para encender las piras funerarias en las que arderán el deseo y el estío, la ausencia que queda en el fondo del vaso recién apurado, en un trago largo que sabe a tardes interminables, a la serenidad de la noche, que siempre se abre, como una flor de estrellas, para ofrecernos aromas y soledades, mientras el tiempo se va alejando, diciendo adiós con la mano en la que tiene un pañuelo blanco que preludia el alba y es como una promesa recién estrenada, que sabe a lunas y a algas.

      Nada me impedirá que la nostalgia vuelva a anidar bajo el alero del tejado que me cobija de la intemperie del mundo, al tiempo que los madroños se irán anaranjando como frutos tardíos de los sueños que se van cumpliendo poco a poco entre las sienes de plata vieja y nieve nueva de mi cabeza.

       En el jardín de casa apenas me visita ya nadie, ni las avecillas que deberían quedarse cantando si yo me fuese, pero permanece el eco de la tertulia, de las charletas con esos ilustres amigos que de vez en cuando vinieron a verme entre julio y agosto, de Virgen a Virgen, con el calor, Fran Juan, Teresa, D. José (el escribidor), Keats en ocasiones (muerto ya de consunción, de tristeza), y Fernando de Rojas, o los Migueles, el de Cervantes y el de Unamuno, acompañados por Virgilio, por Quinto Horacio Flaco, que me recuerda los principios de su "Ars poetica", y todos ellos, y otros tantos, con los que también ando en amistad, volverán a habitar las neblinas cinerarias que serán acomodo de la cellisca y del cierzo, cuando ya sea invierno y apenas mantengamos encendidas las ascuas necesarias de la respiración.

      Cae la tarde, mientras esto escribo, en la tierra de nadie de los recuerdos, y el sol sigue dorando, con la luz más transparente que es posible tener, el papel que soporta el trazo titubeante que el pulso imprime a la estilográfica que hoy estreno, y que me regala su olor de roble ahumado, como si de una bendición se tratase.

      Este "Diario de desasosiegos" vuelve a cobrar vida, como mis desvelos, en la esperanza de saber que otras son las sendas que habrán de recorrerse, siempre en soledad, para llegar a Roma o a Nínive, a esta Ávila mía, y tuya también, si me leyeres, que nos aguarda desde sus torres como si de Ítaca se tratase, allende el mar de todos los mares, para que podamos pronunciar el verso de Walt Withman "¡Oh capitán, mi capitán, nuestro azaroso viaje ha terminado!" y así dejar la puerta entreabierta a lo que será la esperanza, la calandria enamorada que nos espera entre las alamedas y la voluntad.


Fernando Alda



jueves, 28 de julio de 2022

Las alas de Ícaro, y 52

 




LII



Navega el barco de la melancolía

entre las aguas del olvido, junto
a los acantilados de la desmemoria.
Estás, eterno el dolor,
oscuro,
junto a las islas de la desolación,
en una ciudad de torres y muros
de piedra y barro, bajo la sombra
de los sicomoros en los que crecen
las hespérides del llanto, como el último
adiós que pronunciaste en los puertos
que sueñan en el oeste con mares
de tibias aguas, con la espuma
rizada que en la noche se derrama
como una bendición de estrellas muy altas.


Fernando Alda


Con este poema, que hace el número 52 del poemario, finalizo 
la publicación de "Las alas de Ícaro",
que ha ido apareciendo, con mayor
o menor fortuna, en este blog, cuando hoy es 28 de julio y el calor
aprieta en estos campos de Castilla y 
en toda España, mientras los días siguen siendo
largos y en las noches
se prenden las estrellas
como candelas
de nuestra
 memoria.


LAUS DEO

martes, 26 de julio de 2022

Las alas de Ícaro, 51

 


LI


Es la mirada de la aurora,

la tierna voz de tu madre
que te llama a merendar,
la tarde de verano que se alarga
y alarga y no parece tener fin,
infancia, sueños sobre sueños,
y despertar en medio de la luz
y de la tierra, bajo la sombra de un olmo,
jugando no se sabe a qué,
como esa sensación entre los dedos
ávidos de ir descubriendo el mundo.


Fernando Alda


lunes, 25 de julio de 2022

Las alas de Ícaro, 50

 



L


En tus versos perdura

constante esa llama sagrada
que se encendió al nacer la luz,
y que viaja con el viento,
más allá de la muerte,
con los rescoldos del habla,
de lo escrito, de poema en poema,
y amanece cada día
en la escarcha y la melancolía,
ardiendo siempre
en la hoguera
que te anima y alumbra.


Fernando Alda


jueves, 21 de julio de 2022

Las alas de Ícaro, 49


IL



El de poeta es el oficio más humilde

de cuantos hay en el mundo,
puede que el más triste y peor pagado, 
de esos que casi nadie
quiere o comprende. Pero aquí estamos
los que seguimos cantando
al fulgor de la hierba o la ruina,
al beso de la aurora,
al amor hasta el extremo,
a los sueños y deseos hechos astillas.
Como siempre,
desde que Dios alumbró la luz
y todo comenzó a ser y a separarse
y latir, a caminar.
Hermoso oficio éste, sin duda,
que restaña heridas
y enciende el fuego
en el corazón
indeciso de los hombres.


Fernando Alda