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martes, 27 de septiembre de 2022

De lugares, 11 / Duruelo

 


Suena el Ángelus

en estas soledades de Duruelo
en las que fray Juan
sondea la Nada,
esperando hallar el Todo,
en las entretelas de la luz,
tan limpia y pausada que parece
la mirada misma de Dios.
Y así acontece,
como el manar de la fuente
que en la noche conduce al encuentro
con el Amado,
la vida en sus manos,
mientras el mundo se apaga
y en el corazón el fuego
no se extingue jamás,
como si una calandria
volase, solitaria, hasta allí
donde alcanza la vista,
callada el alma,
entre las dobleces de lo oscuro,
bajo las azucenas,
en las que habita el tesoro
del sol, la mano divina abriendo la puerta
de tu casa, a la que ha llamado,
cuando quieres hablar
y solo pronuncias pájaros,
o un velo de acianos
que por los ojos te pasa,
y regresa, al fin, el pulso
agitado, alcanzado el final
de tan larga espera.


Fernando Alda

viernes, 23 de septiembre de 2022

De lugares, 10 / Ávila

 


Desde la transparencia,

el alzado de lo que está aquí abajo,
en las torres,
latiendo, como Ávila
desde su corazón, que parece
de piedra, mas es de aire
y de sueños, almenara
de luz y ausencia.
Ahora tu nombre,
allí donde duerme el héroe,
en el sol poniente
que habitará la eterna
melancolía que camina
hacia el oeste, esperando,
acaso, el mar y sus mareas,
pues en estos muros
que la tristeza bendice,
la memoria enciende
en brasas la mirada que siempre
desea el regreso a estos silencios,
a las estancias y las alcobas
ocultas, al secreto
que adormece la mirada,
como en un arrullo de madre,
y es siempre nuevo el despertar.



Fernando Alda







miércoles, 21 de septiembre de 2022

De lugares, 9 / Emaús

 


Nos ardía el corazón

tras el encuentro, en el camino
y en la atardecida, en Emaús,
eternamente, cuando en la noche
la memoria esparcía sus ascuas
ante nuestros ojos y era el alma
un cañaveral en llamas,
y mirábamos más allá
de las estrellas y del fuego.
Quisiéramos ahora volver al sendero,
ya siempre Él con nosotros,
vivos en el viento,
como si siempre fuese la primera
aurora. Ahora lo entendimos,
pese a la amenaza de la muerte
y de lo oscuro. Nunca más el gusano
del desasosiego,
abierta la ventana
desde la que esperar la lluvia y la luz,
y la esperanza.


Fernando Alda

lunes, 19 de septiembre de 2022

De lugares, 8/ Delf



Foto: Mauritshuis


En el canto del cisne de la luz,

el sueño de una ciudad
reflejada en el río, Delf,
pintada por Vermeer
con la melancolía
que solo otra mirada sobre el mundo
puede dar, como si fuese
el fondo de una habitación
iluminada desde una ventana
con los velos de la tristeza,
el corazón de la ciudad, el del artista,
tal vez el mismo, en la sangre gris
desleída de la mañana
que se contiene en estas orillas,
y allí te veo, esperándome,
incierto esbozo de una urbe
bajo las nubes de plomo y plata.

Fernando Alda


viernes, 16 de septiembre de 2022

De lugares, 7 / Almar

 

Una luminosa tarde de julio,

entre las últimas rosas,
encontré tus huesos,
el oro viejo que aún dormía
pegado a ellos,
Almar, como las almas
que llevas y han recorrido el tránsito
entre las penumbras del mundo.
Es tu abrazo un claroscuro,
el tenebrismo en el pincel del Caravaggio,
el trozo de antracita
con el que el niño pinta
una pared recién encalada.
Hacia el oeste, la voluntad,
desde la sierra, buscando los aires
altos y el ondular de los trigales,
bajo el cenit de los cielos.


Fernando Alda




miércoles, 14 de septiembre de 2022

De lugares, 6 / Ciudad Desolación

 


Cuántas veces creí verte entre la niebla
de mis soledades, como si siempre
hubiese vivido allí,
Ciudad Desolación, lejana en la lejanía,
nunca explorada, o solo eras
un recuerdo en mi desmemoria,
el punto cardinal en el que habitan
el abandono y la devastación.
En tus lunas nocturnas y frías
pervive el sabor acre de los recuerdos
ácimos que se amontonan en tus aceras,
bajo los árboles de hielo que proyectan
una sombra en escombros,
rota por el sol negro, por el canto
de la furia y el ruido,
resonando dentro de un ser
hueco, que parece un hombre,
que se acerca caminando,
impasible, hasta el borde de los charcos
del arrabal en el que crecen las flores
perpetuas del insomnio.
Y así, anhelo
volver a cruzar tus puentes,
sobre el aire dormido,
río no, laguna,
que no despertará,
ni será de la luz compañía,
pues incógnito es el territorio
terrible en el que te alzas.


lunes, 12 de septiembre de 2022

De lugares, 5 / Lisboa


 Descubro poco a poco el velo

de sueño que esconde estas calles,

la libertad de tocar el cielo

con la punta de los dedos,

respirando despacio,

tal vez Lisboa, allí donde el Tajo

enamorado besa el mar

y se hace grande,

cuando un fado muy triste

suena en la voz de una mujer

vestida de soledad y aurora,

y en el pecho me arde,

tal un lirio de fuego,

un dolor antiguo.

Puede que no regrese,

que no vuelva jamás,

con estas aguas que ahora

se llevan las derrotas de mi vida,

pero estaré allí siempre,

con un poema en los labios,

y un cálamo de niebla o un clavel

para escribir estas ausencias

entre las lágrimas.


Fernando Alda


domingo, 11 de septiembre de 2022

De lugares, 4 / Florencia

 


Anochece entre tus manos,

la tarde en ascuas, que se apaga
sobre Florencia, el Arno,
un espejo, una cicatriz,
bajo el puente de todas las edades,
y en la Signoria la torre
altísima, las sombras que se desvanecen
como luz mojada,
David erguido, los Uffizi,
tanto esplendor, tanta gloria,
bajo la cúpula de Brunelleschi,
y en tu corazón solo la belleza y la lluvia,
el rescoldo de lo que parece eterno
y solo es heno consumido en el horno
de la vanidad. Abro una ventana,
una habitación con vistas,
el Dante ausente de su sepulcro,
en estos laureles,
ardiendo el mármol, la madera,
el metal, la piedra toda,
el estuco, la fiebre
que abandona este deseo de crecer,
cuando todo se lo lleva
el olvido, pero nos queda su memoria.



viernes, 9 de septiembre de 2022

Diario de desasosiegos, 4 / Entretiempos

 


      Todo tan cerca, el otoño en las sienes del día, esperando que las nubes se asomen a los estanques, que los árboles comiencen a cubrirse de oro y de desmemorias, como si fuesen desvistiéndose muy despacio, para taparse luego con la mortaja del invierno, y abrazar la tierra, en la espesa penumbra  desde la que enero irá besando la fría plata antigua de la nieve.


      Me gustaría escribir una "General Historia del Desasosiego", pero me faltarían las fuerzas y los volúmenes suficientes, desde el lejano atardecer perdido en la noche de los tiempos en el que el ser humano comprendió el alcance de la muerte, hasta ahora, en ese viaje de desvelos que es nuestro paso por el mundo. Cuántas hogueras desde entonces, cuántas cenizas que la lluvia ha ido lavando, arrastrando, impregnando bajo los párpados, con nuestras lágrimas,  en los iris cansados de ver, en las huellas dactilares del agua y de lo que somos.

      Mas no quiero caer en esas y otras melancolías. Hoy solo aguardo los esplendores del otoño, del entretiempo, como el que se cambia de abrigo. Qué maravillosa palabra es la de entretiempo para referirse a las estaciones intermedias, aquellas que no se presentan tan nítidas o intensas como lo son el invierno y el verano, es decir, aquellas otras estaciones en las que puede hacer calor o frío a la vez, cuestiones éstas que afectan a la ropa que uno ha de ponerse, y por eso se hace un abrigo de entretiempo, o una chaqueta, por ejemplo, que consuele los efectos del clima sin agobiar, o que impida un resfriado, por exceso del grosor de su tela o por falta del mismo. Eso pasa, o pasaba, en Ávila, en la que tan cerca vivimos de los cielos abiertos, y en otros lugares, en la que se marcan las cuatro estaciones del año con los límites claros, aunque no siempre se acierta bien, es verdad, y puedes pasarte de largo o quedarte corto, en cuestiones de frenada y de vestimenta, y sacar antes de lo que es necesario y justo la ropa inadecuada para el entretiempo.

      Las hermanas de mi madre, que eran modistas, un hermoso oficio que parece haberse perdido en las fauces del Moloch o del Leviathan de lo industrial, se lo explicaban bien a las clientas que acudían al taller de su casa. ¡Qué recuerdos de infancia! Y uno quedaba fascinado por el entretiempo, sin saber muy bien lo que aquello significaba, pues, no había, para nuestros ávidos oídos, más explicaciones que esa palabra, dada la complicidad entre modistas y clientas. Y ahora me parece, tras haber sentido el mismo efecto que el personaje de Proust con la famosa magdalena, en mi caso al evocar patrones y tizas de marcar las telas, que este concepto también puede aplicarse a la vida misma, en la que estamos en esos periodos en los que las fronteras de la verdad se diluyen amarga y peligrosamente, como ocurre con esas épocas históricas que se llaman de entreguerras, y que parecen tierra de nadie, tal lo que ocurrió entre las dos guerras mundiales pasadas, en la primera mitad del XX.

      Suelen ser tiempos de penumbras, de dolor sordo, de desconfianza e incertidumbre, de espera siempre, como los personajes que aguardan a un autor para cobrar vida luego sobre las tablas de un teatro, o de un retablillo de títeres o marionetas, tal el de Maese Pedro, que tanto disgusto le causó al Caballero de la Triste Figura. Bien triste parece, en ocasiones, la nuestra también,  empeñados como estamos en representar lo que no somos y en creernos, acaso por razón de encantamiento, una cosa muy distinta de lo que Dios ha soñado para nosotros desde antes de que alumbrásemos a la vida. Luego vendrá la muerte, que iguala al ras por arriba y por abajo, para poner las cosas en su sitio, sin nosotros darnos cuenta, pues estaremos, como las damas y caballeros  que pintara tan magistralmente Peter Brueguel el Viejo, a los que la guadaña sorprende en pleno banquete, festejando, en su eterno carpe diem, y se los lleva y arrastra hasta donde no quieren ir. Siempre me fascinó esta pequeña escena, en la que todos estamos, pintada en la esquina inferior derecha del "Triunfo de la muerte".

     ¿No nos ocurre a nosotros ahora algo parecido, en estos días, con la guerra rugiendo en lo que creíamos eran los confines de Europa, pero que ha terminado siendo la puerta misma de nuestra casa por los efectos que estamos comenzando a sentir? Puede que, sin saberlo, se estén asentando los primeros pilares, junto a la pandemia que seguimos padeciendo, de lo que será el futuro, mordido por el miedo, sin nosotros saberlo, como cuando los germanos, en el bosque de Teutoburgo, destrozaron a las legiones romanas de Varo,  y que pudo ser, como ha escribo Jon Juaristi, la primera piedra de lo que es Europa, aunque resulte paradójico creerlo.

    En Ávila tenemos la que se denomina zona de "entrepuertos, entre los de Menga y El Pico, un lugar extraño, solitario, entre alturas, en la que discurren el Alberche y el Piquillo, pues van al encuentro, y que se confunden desde la carretera que lleva desde la capital de la provincia hasta Cuevas del Valle, Mombeltrán y Arenas de San Pedro (y continúa luego hacia Córdoba, nada menos), una tierra elevada, desolada, misteriosa, en la que es posible soñar y acercarse a Dios, en esos cielos irrepetibles que solo existen en Ávila.

    La civilización, o parte de ella, nació entre el Éufrates y el Tigris, entrerríos, en Mesopotamia, con los sumerios, que, pudiera haber sido, también se sentirían en ese tiempo que parece la vida y hubieran decidido fundar las primeras ciudad, Ur, de la que recuerdo a Sara, tal como la describiese en su delicioso librito José Jiménez Lozano. Sara de Ur, la de la enigmática risa, que es la de todas las mujeres, que se ríen, maravillosamente, sin reírse, o negando que se ríen, mientras están riendo. Cosas de ellas, que solo ellas saben por qué, y que tanto desasosiegan a los hombres, como le ocurría a Abraham entonces.

      En estos entretiempos me voy enredando hoy, como sin quererlo, como si flotase yo mismo en el Mar de los Sargazos, que también me pareció siempre un lugar enigmático, como la risa de las mujeres, tal Nínive, o Ávila, o puede que Troya, o alguna de las ciudades que Alejandro Mago, a lomos de Bucéfalo, fundó en su galopada hasta el Indo. Pero he de regresar a las certezas, de las que nunca debí alejarme, al taller de mis tías, en el que jugábamos mis primos y  yo (supongo que mis hermanos mayores también) una vez que había terminado la larga jornada de trabajo, especialmente con o en la mesa en la que se cortaban y planchaban los trajes y vestidos, y que para nosotros era una tabula rasa en la que escribir un relato, como una ínsula que nos permitía evadirnos del entretiempo y de todas las zozobras infantiles, mientras los adultos hablaban, especialmente las mujeres, junto a la abuela, alrededor de un brasero, arropadas las piernas con una manta, maravillosa y única, hecha de retales, a cuadros de colores, que a todos cobijaba de la cellisca y del helor, y todo era posible entonces, mientras la gran mesa de trabajo, a la que nos subíamos a su tablero o bajo la que nos escondíamos, podía ser para los más pequeños una locomotora (por aquello del abuelo ferroviario que tuvimos) o las bodegas de un barco (sin que al respecto sepamos de noticias ciertas de algún pariente marino).

     Y luego el regreso a casa, que no estaba lejos, ya de noche, en la soledad de las calles vacías, a cenar y a esperar una nueva jornada, como espero ahora, o dentro de unos días, cuando ya sea otoño de verdad, y no solo sus síntomas, la esperanza, la alegría de vivir, de estar vivo, y de recordar, de saber que uno tiene raíces, rescoldos que le mantienen vivo y que no está como en tierra de nadie, en el paralelo 38º, el de las dos Coreas, aguardando la paz que el armisticio no trajo, como esperando la nada.


Fernando Alda

miércoles, 7 de septiembre de 2022

De lugares, 3 / Adis Abeba

 


Bajo la mirada melancólica del Monte

Entoto, donde sueña la flor
nueva, Adis Abeba,
bajo el cielo y la lluvia,
donde la luz es más transparente que el aire,
y los etíopes crecen con el León
de Judá y con los primeros hombres.
Son las calles ríos de almas,
de rostros, de manos,
en el Merkato, allí donde
la voz se entrelaza con otras voces,
como un poema largo
y triste, de hojalata y lágrimas,
de esperanza siempre,
para abrir los cielos y las alturas,
en el país de las colinas y del Nilo
Azul, que despierta en el Lago Tana,
y abraza el desasosiego y las esperas.




lunes, 5 de septiembre de 2022

De lugares, 2 / Nínive

 


Crece la sombra de la ruina

cuando caminas por lo que fue Nínive,
recuerdo de Jonás, bajo el ricino,
y de los reyes antiguos
que alzaron sus murallas doradas.
Hoy todo es silencio,
como en otras partes muertas,
mientras desde el jardín de casa
evocas ciudades que ardieron
y fueron destruidas, Cartago,
en esas ausencias, o Troya,
como la noche
más profunda habitando la memoria,
lo que el viento esparce
frenético por los caminos
y nunca regresa.


Fernando Alda


domingo, 4 de septiembre de 2022

De lugares, 1 / Ogigia


 
Comienzo hoy la publicación en el blog de una serie de poemas, que nacieron para convertirse en libro pero que no llegaron a tanto, pues son peregrinos y se han quedado enredados en el dédalo de los caminos, dedicados a lugares, unos reales y otros imaginarios, todos ellos bajo la mirada literaria del poeta, que así traslada parte de su paisaje espiritual, como un mapa de sus adentros, para que el lector pueda visitar estos lugares, ciudades las más de las veces, a través de sus alzados, y así compartir con el que esto suscribe melancolías y desvelos.


Azules del cielo
para escribir en ellos en viaje
hacia Ítaca, la lejana, tal Ulises
cautivo en Ogigia,
en los sueños de Calipso,
mientras añora
los brazos de Penélope,
que teje y desteje las auroras,
los juegos de Telémaco,
su hogar, el fuego, otros mares
y otras ínsulas, su arco,
que estará abandonado
en el atardecer de la memoria.
Una melancolía como una brazada
de algas invade al héroe,
que llora y espera,
sin que nadie advierta
que el agua sigue llamando
a la proa de su barco
y las estrellas habrán de guiar,
desde lo escondido de la noche,
su liberación, su eterno regreso.


Fernando Alda







viernes, 2 de septiembre de 2022

Diario de desasosiegos, 3 / Sombras de otoño

 


      Entre los recodos del laberinto voy buscando las primeras sombras del otoño, las nieblas que serán en los ojos, el oro nuevo con el que se visten los árboles, como si fuesen el rey Salomón, en la esperanza de hallar otras melancolías con las que desterrar las ya usadas, las que el desasosiego ha  dejando prendidas con alfileres en las lágrimas que se fueron con el verano.


      Septiembre acaba de nacer y se mira en los espejos del que ya es el río viejo, el que acaba de pasar o está pasando bajo los puentes de la memoria, con los ocres que presagian las hogueras que serán preludio del invierno, la tensa espera de otros abriles que habrán de salirnos al paso, embozados, como el Maragato, desde su cueva, en Entrepuertos, en el camino que lleva el aire desde Ávila hasta Arenas, agazapados entre los hielos que crecen a la umbría de todos los desamores.

     Pero aún es pronto para encender las piras funerarias en las que arderán el deseo y el estío, la ausencia que queda en el fondo del vaso recién apurado, en un trago largo que sabe a tardes interminables, a la serenidad de la noche, que siempre se abre, como una flor de estrellas, para ofrecernos aromas y soledades, mientras el tiempo se va alejando, diciendo adiós con la mano en la que tiene un pañuelo blanco que preludia el alba y es como una promesa recién estrenada, que sabe a lunas y a algas.

      Nada me impedirá que la nostalgia vuelva a anidar bajo el alero del tejado que me cobija de la intemperie del mundo, al tiempo que los madroños se irán anaranjando como frutos tardíos de los sueños que se van cumpliendo poco a poco entre las sienes de plata vieja y nieve nueva de mi cabeza.

       En el jardín de casa apenas me visita ya nadie, ni las avecillas que deberían quedarse cantando si yo me fuese, pero permanece el eco de la tertulia, de las charletas con esos ilustres amigos que de vez en cuando vinieron a verme entre julio y agosto, de Virgen a Virgen, con el calor, Fran Juan, Teresa, D. José (el escribidor), Keats en ocasiones (muerto ya de consunción, de tristeza), y Fernando de Rojas, o los Migueles, el de Cervantes y el de Unamuno, acompañados por Virgilio, por Quinto Horacio Flaco, que me recuerda los principios de su "Ars poetica", y todos ellos, y otros tantos, con los que también ando en amistad, volverán a habitar las neblinas cinerarias que serán acomodo de la cellisca y del cierzo, cuando ya sea invierno y apenas mantengamos encendidas las ascuas necesarias de la respiración.

      Cae la tarde, mientras esto escribo, en la tierra de nadie de los recuerdos, y el sol sigue dorando, con la luz más transparente que es posible tener, el papel que soporta el trazo titubeante que el pulso imprime a la estilográfica que hoy estreno, y que me regala su olor de roble ahumado, como si de una bendición se tratase.

      Este "Diario de desasosiegos" vuelve a cobrar vida, como mis desvelos, en la esperanza de saber que otras son las sendas que habrán de recorrerse, siempre en soledad, para llegar a Roma o a Nínive, a esta Ávila mía, y tuya también, si me leyeres, que nos aguarda desde sus torres como si de Ítaca se tratase, allende el mar de todos los mares, para que podamos pronunciar el verso de Walt Withman "¡Oh capitán, mi capitán, nuestro azaroso viaje ha terminado!" y así dejar la puerta entreabierta a lo que será la esperanza, la calandria enamorada que nos espera entre las alamedas y la voluntad.


Fernando Alda