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martes, 5 de enero de 2021

Se enciende la infancia...

 


      Con los cinco bajo cero con los que ha amanecido hoy la Ciudad de Ávila hay que tener mucha ilusión para esperar, en esa duermevela de todos los años, la llegada de los Reyes Magos de Oriente, aunque es verdad que los abulenses tenemos mucha fuerza siempre. Que Ávila lleve 2.000 años en lo alto de un cerro, entre piedras de granito y encinas, es un milagro, es decir, no tiene explicación, salvo que no sea otra que los que aquí vivimos estamos hechos de otra pasta y nos gusta mirar al cielo cara a cara, sin intermediarios, como le pudo ocurrir a nuestra paisana Santa Teresa. Ya se sabe, estamos tan hechos al frío y a la desolación que produce que cuanto en el termómetro marca cero grados decimos eso de "ni frío ni calor..." Y seguramente es así, acaso porque en estos días se nos enciende, a todos, la infancia...

     Al menos, hoy, hay un sol radiante, como el que se abre en los días de helada en estas alturas, con un cielo de azul purísima, inmaculado, como antesala de que mañana es la Epifanía de nuestro Señor, con todos sus esplendores, y todo ello es motivo de consuelo. Ya están algunos almendros, y otros árboles, despuntando, como engañados por la luz deslumbrante, sin saber que nos quedan muchos rigores por pasar. Otro tanto les ocurre a las cigüeñas, que ya llevan unos días entre nosotros y uno no acaba de entender bien cómo pueden venir estas coquetas y esbeltas damas a visitarnos tan temprano, por San Blas, decían antes, aunque ya están aquí algunas, en forma de avanzadilla, desde primeros de diciembre. Son valientes, las cigüeñas, pues en estas fechas hay que serlo para aguantar en sus nidos en lo alto de los campanarios las cuchilladas que asesta el hielo con cara de pocos amigos. Puñaladas traperas son, sin duda. Cuando te encontrabas la primera era preceptivo que tuvieses algo de dinero en el bolsillo, pues eso era señal inequívoca de que no habría de faltarte para el resto del año. ¡Qué cosas, y nosotros matándonos a trabajar, como si no hubiese un mañana, para tenerlo!

       En la lejanía, la sierra de azul y blanco, empenachada de nieve, la Paramera y Serrota, imaginando Gredos que estará también vestida de albura, para hacer cumplir eso de "año de nieves, año de bienes", que ya solo recuerdan los más mayores por aquí, como solo recuerdan las nevadas de antaño, que nos lleva a decir eso de que "las nevadas de ahora no son como las de antes" exagerando la cosa un poco (no obstante, hay fotos que así lo atestiguan y ponen los pelos de punta). Es el imaginario popular, que mantiene recuerdos encendidos que nos llevan, a mí, al menos, a regiones todavía habitadas de la infancia en las que íbamos al colegio caminando y sentíamos el crotoreo de las cigüeñas, que nos decían que estaban "machacando  el ajo", aunque nos parecía que estaban tiritando de frío, como nos ocurría a nosotros mismos y que, aunque no tuviesen dientes, éstos estaban castañeteando.

      Y cuando aún muy pequeños y no teníamos edad para vestir los pantalones largos, los llevábamos cortos, con medias hasta las rodillas, las niñas igual, con su falda, y creíamos que en el mundo no había misericordia, pese a lo que nos decían en la catequesis. Los niños parecíamos inmunes al frío, o tal vez fuese para que nos acostumbrásemos de golpe, como si de una vacuna contra los grados siberianos se tratase. Luego ya de mayor comprendí que era para que pareciésemos legionarios romanos y estuviésemos en el limes del Rin a brazo partido con las tribus germánicas, cual si de Marco Aurelio se tratase. Afortunadamente estas costumbres "bárbaras" se acabaron, y unos y otras íbamos con pantalones largos, o con leotardos, si era el caso, para ellas. Lo peor, al menos para mí, era el "verdugo" de lana que nos enfundaban en la cabeza, que picaba por todas partes y nos hacía más feos de lo que en realidad éramos. Parecíamos una especie de Gollum, como el del Señor de los Anillos, o sabandijas acuáticas semejantes. Era horrible, pero había que aguantarse.

     Menos mal que íbamos corriendo y saltando a todas partes, pues casi nadie tenía el privilegio de que le llevasen al colegio en coche, y en las piernas nos salían unas manchas rojizas que estaban muy cerca de los sabañones. Era cuando hasta el aceite se helaba en el interior de las casas y si las ventanas daban al norte crecía el hielo en los cristales. Si se había olvidado la ropa lavada puesta a secar en los tendederos, buscando el solecillo diurno, amanecían las camisetas tiesas, sin necesidad de utilizar almidón, con un rigor mortis que no tenía comparación con nada. De alguna manera nos curábamos todos como les ocurre a los embutidos.Y sobrevivimos.

     Les cuento estas cosas a mis hijos y les parece que estoy hablando de antes del diluvio universal. La verdad es que no era ni mejor ni peor que ahora, era lo que había, y teníamos que adaptarnos. Eso sí, la imaginación era libre y jugábamos, por supuesto, en la calle, con cualquier cosa que nos encontrásemos, incluidas viejas cubiertas de ruedas de bici o de motocicletas que resultaban ser unos aros estupendos, que nos dejaban las manos ennegrecidas para el resto del día, con la consiguiente regañina al llegar a casa, hasta que aprendimos que era mejor utilizar un palo para que rodasen. Alta tecnología, como puede comprobarse. "Sistema Atapuerca", podríamos decir sin temor a equivocarnos. No sabíamos de la existencia de los bits y los unos y ceros eran lo que aleatoriamente era alguna de las notas que podíamos tener en un examen para el que no habíamos estudiado mucho. Es cierto que también podríamos alcanzar el diez.

    Como de costumbre, esperaré esta noche la llegada de los Reyes Magos, soñando, desde luego, con que nos traigan aquello que más necesitemos, la salud, la paz de espíritu, un trabajo, el cariño de nuestra familia, unos ojos nuevos para ver el mundo como lo ve el Niño que ha nacido en Belén,  y que podamos conservar todo ello a lo largo de este año, que también parece se presenta difícil como el anterior. Entre el frío y las cigüeñas, estos deseos, para tí, querido lector, y que nunca, nunca, una sonrisa se borre de tu rostro, pues será señal de que en tus adentros arden la memoria y la esperanza. Un fuerte abrazo para todos


Fernando Alda Sánchez




sábado, 2 de enero de 2021

Voy trenzando la mañana...

 


          En la nieve, la pureza del aire, la flor de la espera y la esperanza, el vuelo de esa avecilla que aterida busca consuelo en los desvanes en ruina en los que habita el abrazo que estamos esperando dar, ese que seguimos guardando en el pecho, bajo el abrigo, esperando que pase pronto este enero que ahora comienza, deseando, tal vez, que venga febrero con sus locuras, para que el sol tenga algo de fuerza y busquemos su cobijo, como si de un ensalmo se tratase, entonando por lo bajo la canción infantil de "sal solito, caliéntanos un poquito..." sabiendo que la primavera aún está lejos, por mucho que florezcan, equivocados, los almendros.

          Pero ya será abril, y luego mayo, y en ese sueño estamos, tratando de encender nuestros adentros con algún rescoldo que hemos sacado de entre las telarañas azules de la memoria, para rescatarlo de la muerte, que es como decir para ponerlo en marcha, para que prenda en la leña dura del recuerdo y nos evite la desolación.

         Es tiempo de lecturas, de recordar poemas, de buscar en el calor de un libro la tensión del relato, de buscar los cantos antiguos que han ido forjando el alma en los fuegos milenarios que mantenemos despiertos desde que los hombres se cobijaron en las cuevas. Es tiempo de leer y de vivir, no obstante, para que el espíritu no se nos encoja con los grados bajo cero que campan desatados en estas alturas abulenses, entre el cielo y la tierra, en estas cumbres que nos elevan.

        Y en el libro que tengamos en las manos, tal vez el espejo de la vida, la mirada que todo revela y que sostiene el pulso, para ir descubriendo, con la lentitud con la que caen los copos de nieve cuando no buscan la venganza que viene con la cellisca, el esplendor de lo que existe, de lo que es y se nos ofrece como una bendición en este tiempo en el que de la muerte volverá la vida.

         Me asomo a la ciudad, a esta Ávila que hoy parece Nínive lejana, y recuerdo a Jonás, al pez grande en el que viajó, y el tiempo me parece, bajo la albura de la nieve y la transparencia del hielo, como una cortina grande, de esas en las que siendo niños nos hemos escondido todos, asomando por el faldón los pies tímidos, que deseaban echar a correr para dar un susto a alguien. Allí escuchábamos las conversaciones de los adultos, y nos parecía que el mundo se había parado, que nosotros reinábamos en él, y que estábamos en el centro del universo, en el secreto mismo de todo lo oculto.

      Con estos remedios que la memoria me sirve en bandeja de plata voy trenzando la mañana, en la que el humo de la chimenea no acaba de despegar, pues parece no atreverse con tanto frío. Menos mal que el viaje es largo, que el paso no tiene prisa, y que el corazón sigue latiendo en estos rigores del invierno que ha venido a tomar posesión de sus reales.

Fernando Alda Sánchez


Nota:- La foto la ha realizado el que esto suscribe, ayer, día 1 de enero, en el que nos levantamos con la primera nevada del invierno vistiendo de forma tan hermosa a la ciudad de Ávila.