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miércoles, 28 de abril de 2021

Querido lector, 19 / Hoy regreso a Almar

 




A Antonio Colinas, por su 
Petavonium

            Querido lector:


            Hoy regreso al origen de todos los sueños, a Almar, al río y las almas, en el deseo de encontrar, entre la bruma de los recuerdos, la infancia primera, la que conforma lo que es la vida y nutre, y las hogueras en las que arde la memoria, de forma perpetua, aventando unas cenizas que van dibujando un paisaje de melancolías, de círculos de nubes que se abren como rosas, lirios supremos que visten de hermosura estos sotos, estos bosques, en los que me voy perdiendo al caminar.

             Allí mi casa, querido amigo, sin techo, en ruinas, amenazada por el derribo del tiempo, cubierta de maleza, atenazada por raíces y sombras, en la que el fuego no quema más leños de noble encina ni el vino deja transparentar sus oros ni nuevas alegrías en el corazón. Allí lo que fue mi hogar, antes de este otro periplo en el que corté mis lazos telúricos, en el que arranqué de cuajo la esperanza del regreso.

             Vuelvo hoy desnudo, a buscar entre estos peñascos, los añicos de lo que fui en el origen, el cordón umbilical que me devuelva la paz, todo aquello que fue por primera vez visto: el vuelo de un alcaraván, las flores estrellando los prados, una libélula posarse sobre un tomillo, el color del cantueso, el pan, el agua, un beso, una mano amiga, los balbuceos del lenguaje nombrando aquello que me circundaba, una mirada al oeste, allí donde muere el sol entre brasas.

             Entre la hojarasca y los espinos descubro trozos de mi nombre, pedazos de mi voz, astillas de mí que aún perviven y permanecen, como el musgo o los líquenes, pegados a los muros de lo que fue aldea y hoy es despoblado, las eras en las que agoniza el deseo, las fuentes secas, la tristeza de las encinas en flor que no tienen a nadie que las abrace. Ya no mana el humo vivificante por las chimeneas, solo apariciones salen a mi paso, con rostros viejos, voluntades quebradas, ese heno casi podrido que la muerte no segó con su guadaña.

            Encuentro dolor en este regreso, pero también memoria sobre la que sostenerme. En este paisaje de la ruina, en esta desolación, está, acaso, la verdad de lo que quise ser y no alcancé, la madre de los sueños, el amor, la inocencia, los antepasados que me reconocen y llaman, una voz atávica que vuelve a anudar mis pasos a este lugar del que nunca debieron irse tras el ensalmo de las quimeras. Vuelvo a ser yo, el de siempre, el que no tiene máscara ni necesita de disfraz, con el rostro limpio, arado de arrugas, la nieve de la vida en las sienes, que aún espera, que aún busca, redención.

           Tengo todas las sendas abiertas, para ser exploradas, la que sube a las cimas, la que baja al valle, la que recorre el robledal, la que se pierde entre los zarzales y lleva a esos otros lugares que iré descubriendo a medida que caiga el velo de la vanidad de mis ojos. Las sendas que llevan al amanecer, al mediodía, las que discurren entre las peñas, entre las atalayas perdidas, entre las almenaras que iluminan desde las torres del día, que se me ofrece entero para mi.

            Desbrozaré la hiedra que oculta, los helechos que disimulan, para volver a dibujar el croquis de lo que fue mi mundo primero, este reino que todavía he de habitar, el alzado de mi vida, que sangra, pero que desea, el mapa que me conducirá al tesoro que es vivir. Mis manos volverán a hacer, a despertar, entre el barro y la piedra, tallarán la madera, abrirán ventanas al sol, y habrá un espacio nuevo en la conciencia de saber que soy.

           Querido lector, querido amigo, me gustaría saber si tú regresas a alguna parte, si vuelves, si deseas volver, si quieres ir, de nuevo, allí donde comenzaste a ser, a percibir los contornos del mundo, a descubrirlos, a recorrer otra vez los primeros pasos, a encontrar el abrazo, la amistad que juraste no traicionar nunca y que quedó abandonada entre las azucenas, a volver a ser, como si el tiempo no hubiera transcurrido, pues se detuvo en el mismo instante en el que te marchabas.

           Hoy no hay desasosiego, solo ataraxia. Miro el contorno, las colinas, los arroyos, y todo vuelve a levantarse como era antes, como si Lázaro resucitase de nuevo a la voz de Cristo que le dice que salga fuera del sepulcro. Así mis ojos, que descubren, mis oídos, que vuelven a oír los cantos perdidos, mi lengua, que habla otra vez el mismo lenguaje que está escrito hasta los confines de Almar.

          Ya te dejo, no te canso, ciega la vista, apaga el mundo, mira en tus adentros, trata de regresar. 
           Siempre tuyo

Fernando Alda




            

lunes, 26 de abril de 2021

Querido lector, 18 / El pudridero

 


            Querido lector:


            En ocasiones sueño, aún a riesgo de entrar en un bucle peligroso, en el que la nostalgia y la melancolía van a partes iguales, con aquellos tiempos en los que no existía la sociedad de consumo y en los que las relaciones personales se realizaban cara a cara y no en las redes sociales tecnológicas. Son los tiempos de la cultura antigua, en los que todavía no habíamos pretendido matar a Dios y en los que existían verdades tangibles, pues no nos perdíamos en las volutas de humo del relativismo, como ocurre ahora, tan empeñados como llevamos ya algunos siglos mirándonos nuestro ombligo, que está tan poco aseado y luce feo, pretendiendo tapar con uno de nuestros dedos la luz del sol. Se que eso ya no es posible, tan inmersos como estamos ahora en los fuegos de artificio que nos hemos creado, con nuestros paraísos imposibles, metidos de patas en la cadena de montaje, en la producción, en el tener y en el acumular, pobres hormigas que ya no miran para contemplar el cielo azul sobre sus cabezas. Es el perpetuo desasosiego tecnológico.

              Me preguntas por el panorama literario, tanto da si es nacional o internacional, y te confieso que poco o nada sabría contestarte, salvo que en el país de los ciegos el tuerto es  el "marketing", esa palabreja importada que aplicamos para todo en nuestras vidas, como si de una panacea se tratase, para nuestros ocios y negocios, hasta para ser y para mirarnos al espejo de la conciencia, a la que vendemos lo que queremos vender, hasta para bucear en nuestros adentros que, mucho me temo, cada vez se parecen más a un plató de televisión, en el que todo es mentira y está orquestado, que no deja de ser, en el fondo, el retablillo de Maese Pedro, en el que se representan nuestras míseras vidas o lo que creemos son nuestras vidas y otros manejan a su antojo haciéndonos creer, desde la ideología que nos han inoculado, sea del signo que sea, que nos pertenecen. Ahora todo se reduce a política, de la más barata y rastrera, y consumo, es decir, la zanahoria con la que nos hacen mover para tener cosas que no necesitamos. Otro tanto ocurre con las creencias. Aunque en cuanto a la primera nos queda el consuelo, magro, eso sí, de que ya en tiempos del gran Pericles era de este modo. Y no puedo menos que sonreír, no sin cierta malicia.

              Volviendo a la literatura, ocurre lo mismo. Nos venden y nos hacen comprar libros que no necesitamos, en la creencia de que si no los compramos o leemos, no alcanzaremos el nirvana, ni estaremos a la última de lo que ocurre en el Parnaso. Son intereses creados, voluntades dirigidas, cegueras permanentes, la hojarasca que oculta la verdadera belleza, la industria cultural, como se dice ahora en estos tiempos en los que todo es industrial y lo artesano es un bibelot de la modernidad o de la postmodernidad, a elegir, que colocamos, como un trofeo inservible, en una estantería.

            De momento, el engaño parece que nos sirve, aunque luego viene la muerte, al final del trayecto, y suele colocar todo en su sitio, incluso la grasa cultural y social acumulada a lo largo de los años, que termina siendo pasto de los gusanos, y en los grandes cementerios, y hasta en los pequeños, solo queda la huesa, monda y lironda, o las cenizas en una urna higiénica, de esas que también se pueden tener en una estantería, en vez de en un columbario, dependiendo de las ideas, que no son lo mismo que las creencias, de aquellos que quieran o no conservar los restos del naufragio.

             Disculpa, mi querido amigo, estos exabruptos, que lo son, pues hoy parece que me hubiese asomado por alguna ventana secreta en algún cuadro de Valdés Leal, alguno de los que pintara en la iglesia del Hospital de la Caridad, en Sevilla, esos que se denominan "jeroglíficos de las postrimerías" y que son la muestra de en qué terminan las vanidades y glorias mundanas, que son términos que ya no usamos, pues tanto hemos abandonado estos conceptos y las riquezas del lenguaje que los definen. En el fondo y en la forma, como se dice en el Eclesiastés por Qohelet, todo es vanidad de vanidades, pura vanidad, una gusanera, por aquello de que nos hemos olvidado de que solo Cristo, que venció a la muerte, es el único que nos salva de estas polvaredas que remueve el viento a su paso inmisericorde, y que las pompas y los fastos, incluso cuando se aplican a los cadáveres, terminan por pudrirse y por desprender hedor, el "foetor cadavericus" del que habla José Jiménez Lozano en Historia de un otoño. Ya Quevedo, en uno de sus barrocos intentos poéticos, pretendía que si el amor había sido muy grande el amante sería, tras la muerte, polvo enamorado, pero se le olvidaba que la vida se abona y renace con todo aquello que resulta escrementicio, y al polvo le quedaría un aire inerte en el que resultaría difícil reconocer las artes amatorias pregonadas. Puede que Quevedo se pasase de frenada.

            Desde niño hay un lugar en España que siempre me ha producido terror. No es otro que las dos estancias que componen el Pudridero que hay en el Real Monasterio de El Escorial, que se utiliza para momificar los cadáveres de los reyes. Siempre me ha parecido, especialmente desde niño, como un lugar misterioso, allí donde el muerto se abandona y se enfrenta a la propia muerte, en la más absoluta soledad, en la profundidad y la tiniebla, aislado totalmente del mundo, sin siquiera visitas o un ramo de flores, para pasar, como ha ocurrido siempre, a una eternidad de cartón piedra, de mentira, pues el cuerpo, y lo sabemos bien desde los egipcios, no tiene mucha utilidad pese a nuestros empeños por conservarlo y salvarlo de la voracidad de los insectos. Prefiero esperar la resurrección gloriosa. Y es que a mí el Pudridero se me parecía como la Laguna Estigia, como el Sheol, un lugar  al que podías llegar en vida y en el que no había esperanza, como dice Dante de su infierno. Y me imaginaba aquello como el lugar más terrorífico que uno imaginarse pudiera.

         Pero dejemos ya estas digresiones. Perdona, no obstante, mi crudeza. En ocasiones hay que hablar por lo directo, para no perder la Polar. Allá cada cual con el grado de lucidez con el que quiera vivir. El cielo parece hoy empedrado de planchas de plomo. Ha llovido durante la noche y el jardín de casa, pese a la poca luz que reina en el día, se muestra hermoso, con las primeras lilas, blancas en este caso, que han brotado y nos ofrecen toda su magia. Para las rosas habrá de venir mayo, con algo más de calor en esta Ávila mía que se resiste a dejar de ser invierno. Pese a todo cuanto ocurre, tenemos que vivir y resistir y, ciertamente, solemos ser resistentes a la adversidad, tal la primavera.

        Pasaré el resto del día regresando, como Antonio Colinas, por supuesto, de su brazo, a Petavonium, Leyendo en las piedras, pues parece que el recuerdo es la única vía de escape que nos va quedando ante tanta desgracia  y tanta fealdad como nos oprime el alma en medio de este paisaje industrial, tan deshumanizado y frío, que tratamos de ocultar con trampantojos.

        Que sigas siendo muy feliz. Tuyo

Fernando Alda



domingo, 25 de abril de 2021

Nueve escalones de luz, y 9


           Finalizo hoy la publicación del poemario "Nueve escalones de luz", este camino iniciático que lleva al Amado, al Todo en la Nada. Espero que os haya gustado.


9

La verdad os hará libres,
más allá de la muerte,
del barro herido que se desangra,
de la irremediable espera.
Ya alcanzo a ver la puerta,
la escala, los ángeles de Dios
llamarme por mi nombre.
Ven.
Espero ver su Rostro amado, 
oír su Palabra,
esos ojos de misericordia
que han ido lavando,
como en el Tabor,
la nieve sucia,
que ahora es tan blanca,
tan hermosa y transparente,
como el alba
primera,
la luz que incendia el lirio y la rosa.

Fernando Alda 

viernes, 23 de abril de 2021

Nueve escalones de luz, 8


 

8


Esconde la noche su estrella
entre velos infinitos,
el tabernáculo en el que mora
el Amado: busca Juan,
en estas soledades,
entre las azucenas,
el pábilo ardiente
de esa llama de amor
viva que le enciende
e hiere el alma.
El Todo en la Nada,
una sombra que se desvela
en estos sotos de luz,
allí donde un ventalle
de cedros remecía
el misterio del aire.

Fernando Alda

jueves, 22 de abril de 2021

Nueve escalones de luz, 7

 


7


El pelícano que nos ofrece
la fuente eterna, Isaías que ve
a lo lejos, el salmista, ningún hueso
le fue quebrado.
Y ahora, el asombro, la liberad,
cuando contemplas el tiempo
deshacerse, ir hacia atrás,
en el scriptorium,
y llaman a la oración,
una campanita que retiñe,
solo alma, por sobre el mundo,
en este silencio.

Fernando Alda

Nueve escalones de luz, 6

 


6


En la luz de la piedra, en el incendio,
el alma aprende, oro
viejo que se destila en medio de la vida,
entre arquivoltas; el ángel,
el toro, el león, el águila.
Cristo en la mandorla,
que mira tus ojos que buscan
(¿qué buscas?)
mientras atardecen los años,
como las encinas en este paisaje
que la lluvia ha ido abandonando,
tras la batalla,
intemperie para la sangre.

Fernando Alda

miércoles, 21 de abril de 2021

Nueve escalones de luz, 5


5

En la región del castillo
transparente, las moradas del alma,
siete, la crisálida, esperando 
en oración en alguna de las ermitillas
del huerto. Ese dardo que traspasa
el corazón amante, en la mano del ángel,
los caminos que se abrieron
y dejaron huella en la memoria
mientras Teresa escribe su vida
y las fundaciones que fueron,
con un cálamo de cristal o luz.
Vivo sin vivir en mi...

Fernando Alda

martes, 20 de abril de 2021

Nueve escalones de luz, 4

 


4


Jonás en Nínive,
bajo el ricino,
contempla la ciudad
que no será finalmente
destruida por la cortina
de fuego:
en la memoria el desasosiego,
la tormenta, el vientre
oscuro del pez gigante.
Los tres días proclamando 
el terrible anuncio.
Ahora solo el silencio
herido, la nube que pasa,
la zarza ardiendo,
la lluvia en el claustro,
el tiempo que yace muerto,
inmóvil
como la piedra que resiste
los inviernos.

Fernando Alda

lunes, 19 de abril de 2021

Nueve escalones de luz, 3

 


3



Escribe el evangelista el Verbo
en la piedra dorada que sueña,
y mira el Cordero
pues el cabrito y el lobo
pacerán juntos en el monte
sagrado, allí donde el buey
y el león comerán la misma hierba.
Y en la miniatura el monje
deja sus ojos, un jirón
de su alma en la niebla,
ora et labora,
mientras el sol se desangra
hacia el oeste, hacia las últimas
colinas que acaban de encenderse,
allí donde está el mar misterioso
y los monstruos que lo habitan.

Fernando Alda

sábado, 17 de abril de 2021

Nueve escalones de luz, 2


 



2


Ut luceat et ardeat,
un capitel románico,
el relieve de los discípulos
de Emaús en Silos,
una llama sagrada
que nace de la piedra.
Soy el que Soy,
el Nombre sobre todos 
los nombres,
la vigilia perpetua,
el Amor hasta el extremo
del amor,
y te espero al final de este camino
que no recorres solo,
con los brazos abiertos,
en tu cruz y en la mía,
como el pastor que espera
la oveja que se ha perdido
en cañadas oscuras:
yo te libraré de la red del cazador.
Sube.

Fernando Alda

Nueve escalones de luz, 1

 




          Inicio hoy la publicación de un breve poemario bajo el título de "Nueve escalones de luz". Se trata de un pequeño capricho que nació por sugerencia del pintor abulense Luciano Díaz Castilla quien, al ver en Facebook una fotografia que había realizado y publicado yo en dicha red, en la que se veía una escalera de 9 escalones, en medio de un lugar con cierto aire misterioso, escala que parecía llegaba a la luz, me hizo ver la posibilidad de escribir un libro sobre ello, dada la importancia mística del número 9. De ahí este poemario y los nueve poemas, a modo de escalones, que lo integran. Todos ellos llevan a Dios, al Amado, en esa búsqueda incesante en la que nos hallamos, me hallo, inmerso.


"Jacob salió de Berseba en dirección a Jarán.
Llegó a un determinado lugar y se quedó allí a 
pernoctar, porque ya se había puesto el sol.
Tomando una piedra de allí
mismo, se la colocó por cabezal y se echó a dormir
en aquel lugar. Y tuvo un sueño:
una escalinata, apoyada en la tierra, con
la cima tocaba el cielo. Ángeles
 de Dios subían y bajaban por ella".

Génesis, 28, 10-12


"Después de esto, miré y vi una puerta abierta
en el cielo; y aquella primera voz, como de trompeta,
que oí hablando conmigo, decía:
"Sube aquí y te mostraré lo que tiene que suceder
después de esto".

Apocalipsis, 4, 1

1

Nueve escalones de luz
en Berseba, luego con el ángel en Peniel,
herido,
para alcanzar la Verdad
tras la senda angosta,
con los ojos deslumbrados de amor,
como la cierva que busca
manantiales y corrientes de agua,
la fonte oculta de la que mana
esa música que invade la noche
y es encuentro".

Fernando Alda

Nota.- Acompaña a esta entrada la foto en cuestión que ha dado origen al poemario y a los poemas.






lunes, 12 de abril de 2021

Querido lector, 17 / Como los espantapájaros



          Querido lector:


           Transcurren los días sin mucho acierto, entre los velos de la lluvia y el sol radiante, en medio de esa confusión  con la que la primavera nos despierta siempre del letargo invernal, quizá para que no nos acomodemos mucho y estemos preparados para el que vendrá con todos sus esplendores, como si de un rey o emperador antiguo se tratase, el verano. Quizá a ti te ocurra lo mismo, que estás también en esa especie de tierra de nadie en la que vienen alzándose los días, que están sin amo, deseosos de que puedas ponerles las bridas y cabalgar con ellos.

             Me recuerda mi buen amigo Cruz Herráez, que es de Vita y lector mío, desde luego, que en mi anterior carta se me olvidó citar a Mari Díaz, que allí nació en 1495; venerable, amiga de Santa Teresa, a la que conoció y comenzó a tratar en casa de Doña Guiomar de Ulloa, algo que yo sabía, pero que cometí el imperdonable error de no mencionarte, aunque en mi descargo diré que no fue intencionadamente, sino más bien uno de esos despistes míos que tan malas pasadas suelen jugarme. Asumo toda la responsabilidad. Mari Díaz, que está pintada en un cuadro en la Iglesia Parroquial de Vita, dedicada a San Sebastián mártir, sabrá perdonarme este desliz. A ella, que también supo encontrar en estas tierras abulenses el rostro de Dios, pido una oración por mi alma.

            Por lo demás, te diré que he comenzado a escribir un nuevo libro, con el desasosiego de siempre, con la llama de la melancolía que sigue prendida en mi corazón, en el que arde la memoria y deja unos rescoldos convulsos, ígneas pavesas que encienden nuevas hogueras, tal es su fuerza y su destino, como prometeicos brotes que incendiasen los tuétanos en los que duermen, aún arrecidos por los hielos casi perpetuos del invierno, en sus nichos de piedra, los recuerdos. Afortunadamente Cristo ha resucitado y su amor me incendia como lo harían las chispas del fuego en un cañaveral.

           La poesía me ayuda a no volverme loco, a no caer en la vesania de la rutina, a dejar de girar en la rueda del tiempo, absorto en mi propia pena. Quizá por eso escribo, para no olvidarme que soy un ser humano, con unas hechuras pobres, que suelen romperse fácilmente, como esos espantapájaros recosidos de cualquier manera, rellenos de paja, que podemos ver en los huertos o en el campo, que nos ofrecen sus miserias, sus adentros, el desasosiego eterno con el que están hechos.

           Los espantapájaros siempre me han movido a compasión, pues, quizá, yo me he sentido o me siento, como uno de ellos, a la intemperie, en mitad de la nada, esperando siempre que las inclemencias de las estaciones, se nombren como se nombren las mismas, no destrocen esa pobre efigie con la que han nacido. Quizá es que somos los hombres huecos que cantaba T.S. Elliot en su Tierra baldía y es el momento de recobrar lo que fuimos, de volver a conquistar nuestro origen, la llama sagrada de la que procedemos, el hálito de Dios que nos dio la vida.

             Recuerdo ahora estos versos de Novalis:

"Que ser entre los vivos
dotado de sensibilidad
ante los cuadros prodigiosos
que el espacio le muestra
alrededor, no ama
la gratísima luz _ 
Con sus rayos, sus ondas,
sus colores,
su omnipresencia dulce
a lo largo del día"

que vienen a recordarme la importancia de la luz en este mundo de ceguera, en estas tinieblas líquidas que nos envuelven y nos llevan a representar aquellos papeles que no queremos, como en una tragicomedia. Tal vez mi tocayo Fernando de Rojas pudiera muy bien incluirnos en alguna, para estar al lado de Calisto y Melibea, tan perdidos y pobres como nosotros.

         Como no puede ser de otra forma, con la luz te dejo, con la de Cristo, que en estos días brilla con más intensidad, y con la de esta jornada, que no acaba de decidirse, puede que como nosotros, por qué partido tomar. Así somos, tan indecisos y tristes, el pábilo de la velita que avisa de nuestra sola presencia en el mundo.

        Sea siempre bendecido tu nombre,  amigo mío

Fernando Alda



           

 

sábado, 10 de abril de 2021

Querido lector, 16 / El Patio de Monipodio

 


          Querido lector:


           Hay ocasiones en las que uno se encuentra con regalos inesperados que te llenan de felicidad. Son regalos muy especiales, que te salen al paso; regalos sencillos, humildes, pero llenos de esa belleza que enhechiza el alma, tal es su poder, la fuerza de su ensalmo. Están hechos casi a medida, para aquel que se atreve a buscarlos, que sea capaz de desvestirse de los ropajes barrocos que este mundo frenético y desbocado nos impone con tanta desmesura que ya nos hemos acostumbrado, y son casi como una sustancia dopante, sin remedio posible.  

            Si en algo me conoces, y creo que así será, te estoy hablando de lo que es la senda por la que han ido los pocos sabios que en el mundo han sido, como creía era así Fray Luis de León, o del menosprecio de corte y alabanza de aldea, de Antonio de Guevara, es decir, de un paseo por esta Castilla mía, alejado del mundanal ruido, del Patio de Monipodio cervantino en el que vivimos acosados permanentemente por la picaresca del ruido, del tiempo, de la sinrazón, por no citar la violencia que produce el no encajar en los moldes draconianos de la sociedad, del producto o del progreso, de la inmediatez misma vivida como una razón de estado que no nos deja ni respirar. El mayor ladrón de cuantos existen en ese patio, en segundo término tras la muerte, que nos arrebata la vida, es el tiempo, que nos la va robando de poco a poco, como la noria que vacía con sus cangilones el pozo. ¡Ay, el tiempo!

            Afortunadamente uno tiene amigos, de los buenos, de los de verdad, que te invitan a estos paseos, a pasar una tarde con ellos en medio de las soledades de Castilla, en plena Nada, buscando el Todo, acompañados tan solo por una buena charleta, por recuerdos de infancia, por un sol de primavera que encendía la luz a medida que iba atardeciendo, y por los campos de labor que ahora están hermosamente verdes, quién lo diría en Castilla. 

            Fue en Vita, un pueblecito de Ávila a orillas del río Zapardiel,  entre El Parral y Herreros de Suso. Probablemente no te suene ninguno de ellos, salvo que hayas visitado esta provincia con detenimiento, pero aunque parezcan poca cosa, en realidad son un tesoro, de esos de los que en muchas ocasiones no queremos descubrir o apreciar, como todos aquellos que pasaban por el camino y rodeaban la piedra, sin retirarla, en el célebre cuento, ignorantes como eran de que bajo ella estaba una inmensa riqueza.

           El campo se nos ofrecía, al grupo que paseábamos por los caminos abiertos, que, a buen seguro, también llevan a Roma y a todas partes, soñando, o como en una especie de duermevela, con la consciencia suficiente de descubrir esa otra Castilla de la que habla José Jiménez Lozano, tan llena de formas femeninas, tan verde, cuando llega la estación del júbilo, lejos de esa otra que nos describe la Generación del 98, llena de aristas y aceros. Era como descubrir otro mundo, volver a creer en el silencio, en las cosas auténticas, con la sabiduría que da el poder mirarse los adentros y descubrir la llama sagrada de la que estamos hechos.

         Me dirás, no sin razón, que en estos lugares resulta muy duro vivir, sin comodidades, sin apenas tecnología, sin servicios de calidad, casi sin gente. Es la España despoblada que hemos ido abandonando tras los cantos de sirena del bienestar. Quizá sea tarde, o quizá no, para reivindicar esta belleza y esta existencia, para exigir que la vida pueda ser posible sin demérito de estos pueblos, en los que aún se guarda como oro en paño a los muertos, a los que han sido y son raíces nuestras. No entraré en discusiones que me parecen estériles, pero no me cansaré de reivindicar los derechos de quienes aquí viven con tan poca esperanza y mantienen encendido el fuego que nos hace hombres. Que quienes tienen en sus manos la responsabilidad de que ese fuego no se apague, pues gobiernan en unas u otras instancias, tomen buena nota de ello. Si nada hacen, se lo demandaremos.

          La tarde estaba clara, y en la lejanía se apreciaba Fontiveros y no pude menos que acordarme de San Juan de la Cruz, que en estos pagos aprendería a buscar al Amado en medio del silencio, del paisaje mínimo, de los cielos altísimos y abiertos, en los que puede buscarse esa región tan transparente en la que habita Dios. Poco más lejos de allí, hacia Blascomillán y Mancera, está Duruelo, lugar escondido en el que Fray Juan hiciera, junto a Santa Teresa, el primer Carmelo descalzo de hombres, hoy convento refundado, por la Madre Maravillas, de monjas, también descalzas. Y la fuente del Santo. Y al fondo, hacia el este, la Sierra de Ávila, con sus piedras de granito roto y sus encinas, que no se doblegan.

         Por desgracia la amenaza del toque de queda, por la pandemia de coronavirus que tantos estragos nos está causando en todos los sentidos, nos hizo abreviar la estancia. De regreso visitamos el Santuario de la Virgen del Parral, para recoger un poco de sus aguas milagrosas, que tan buenas resultan para las enfermedades de la piel, de forma sobradamente probada, y rezar una Salve a la Virgen, que está deseando recibir visitas. Basta decir, Señora, aquí estoy, pues ella es Madre, y comprende, guardándolos en su corazón, nuestros desvelos.

        De verdad, no me hubiera importado perderme para siempre en aquellos lugares, misteriosos, atrayentes, simplemente para buscar, como otros han hecho, el rostro de Dios, pues tengo la certeza de que allí lo encontraré, y no en los retablillos en los que se representan nuestras desgracias, siempre en papeles descartables, tan secundarios que ni nos dejan hablar en esta gran obra del teatro que es el mundo. No negaré que el rostro de Dios, el de Cristo mismo, está en cuantos hermanos míos sufren aquí y allá, allí donde el poder y el dinero han sembrado sus negros huevos de dolor.

         Espero, y ya termino con ello, que para una próxima ocasión puedas acompañarme a uno de estos paseos. En Castilla y en Ávila hay muchos lugares así, en los que sin querer te pierdes en estos laberintos de belleza, en estos dédalos de seguridad y en los que, aún perdido, encontrarás la Verdad, la que existe, esa que el relativismo y el mundo líquido en el que vivimos nos han arrebatado a fuerza de no dejarnos ser nosotros mismos.

         Espero sigas bien, tuyo siempre

Fernando Alda


           

viernes, 2 de abril de 2021

Carta de Cristo muerto

  


   A mis hermanos y hermanas del Real e Ilustre                                                                                                                    Patronato de Nuestra
   Señora de las Angustias y Santo Sepulcro de Ávila, con todo el cariño


      Esta carta, de autor anónimo, fue hallada dentro de una carpeta con otros manuscritos, también de autor desconocido, que contenía poemas y textos en prosa con reflexiones diversas, en la Biblioteca del Teresianum de Roma. No diré, pues no me está permitido efectuar tal revelación, ni el nombre ni la filiación de la persona que allí los halló, pues la misma quiere mantener el más estricto secreto. Solo diré que lo que a mi poder llegó fue una copia, una transcripción de este texto que el lector tendrá la ocasión de leer a continuación. Tanto el manuscrito como el resto de la carpeta seguirá durmiendo el sueño de los justos en algún plúteo de la biblioteca a la que pertenece, pues en ella fue depositado y en ella debe permanecer.

      Baste decir que puede tratarse de un autor de entorno al siglo III después de Cristo, por el estilo en el que está escrita, en Latín, y posteriormente traducida a lengua romance en Castellano, copiada, puede que varias veces, en algún monasterio en la Edad Media. Así se ha conservado, junto con los otros documentos, muchos de ellos pertenecientes al siglo XVI y posteriores, guardados allí a criterio del bibliotecario de turno juntos sin que se haya podido averiguar la razón utilizada para ello. Todos son de alta calidad literaria.

      Me he permitido la licencia de trasladar al lenguaje de nuestros días, tratando de no traicionar la belleza que encierra ni su sentido, el texto medieval que me fue entregado, para facilitar su comprensión. Quien quiera que fuesen su autor y traductor, sabrán perdonarme el atrevimiento. Nuestro Señor Jesucristo, en su infinita misericordia, espero tenga también compasión de mi por esta osadía con la que os dejo, entendiendo siempre que todo ello no es más que un juego literario, nunca una verdad teológica o doctrinal, pues nada está más lejos de mi ánimo y, supongo, en el del verdadero autor de la carta, que espero nos sirva de alivio en estos tiempos recios, como decía Santa Teresa, que nos está tocando vivir.

      Podéis leer:

      “Todo está cumplido. Me llevan, a hombros, en silencio, bajo el peso de la más profunda de las tristezas, al sepulcro que han elegido para mi, entre tinieblas, a la luz de los hachones, todos de luto. Se ha dispersado mi rebaño. Están heridos. Se han escondido por miedo. Están desolados. Dicen que Dios ha muerto, y para ellos es verdad. Las lágrimas ciegan sus ojos. No han entendido nada. No saben que voy a resucitar y que, desde entonces, si tienen fe, estarán salvados para siempre, como así lo ha querido mi Padre. Y serán libres.

      Siento una enorme compasión por ellos. No saben qué hacer. Es como si se les hubiese venido abajo la Torre de Siloé, las murallas de Jerusalén. Sus certezas son ahora un montón de cenizas. Lejos los tres últimos años de mi vida, en los que los fui buscando uno a uno, mirando a sus ojos, que también buscaban algo, sin saber bien el qué. Lejos esos atardeceres en Betania, en el mar de Galilea, en Cafarnaúm, en cualquier camino, con un plato de aceitunas por todo sustento. Ya no eran siervos, eran mis amigos. Y así lo serán a partir de ahora, cuando en la noche del sábado despierte y vuelva glorioso y sea la Luz eternamente. Ellos, como yo, podrán ir al Padre, que a todos nos espera con los brazos abiertos para gloria suya.

      No lo saben, pero ya les he dejado memoria mía, mi sacrificio, mi carne y mi sangre, el pan y el vino. Les he dejado el único mandamiento que resume a todos, amaos los unos a los otros como yo os he amado, hasta el extremo. Allí hasta donde resulta tan difícil llegar.
Les dejo, por el momento, con mi Madre, que ama a todos como si fuesen sus hijos. Cuando llegue la hora crucial, cuando yo resucite, cuando haya vencido de forma definitiva a la muerte, tras esta larga vigilia tan llena de angustia para ellos, me verán, las mujeres, mi Madre, los apóstoles, mis discípulos, como los que me encontraré camino de Emaús, y me mostraré a todos, y estaré con ellos hasta el fin de los tiempos. El Espíritu Santo vendrá sobre sus cabezas y la Salvación brillará sobre el mundo. Será como el primer alba de la Creación. No habrá más noche ni más miedo.

      De este modo os lo digo:

      Ahora es tiempo de silencio, de llorar lágrimas amarillas y negras. Es tiempo de esperar. De probar la fe. De tensar el alma, de buscar apoyo, de sostenerse sobre el abismo, aunque cueste, aunque parezca imposible lo imposible. Es tiempo de creer, de vivir, pese a que parezca que la muerte ha vuelto a vencer. En verdad, en verdad os digo que ya no volverá a ser nunca así. Que los sudarios no son nada, que hay un lugar en el Cielo, junto a mi Padre.

      Rodará la piedra sobre este sepulcro en el que me han dejado y os preguntaréis, con vuestra poca y pobre fe, que titila como la llama de una vela ante una suave brisa, quién os abrirá esa lápida, dónde está la victoria de la muerte, cuál es el sentido de la vida. No tenéis sino que volver los ojos a mi, pues mi carga y mi yugo son ligeros, a mi, que sufro con vosotros, que os ayudaré a llevar la cruz, como hizo conmigo el Cirineo. Sobre Pedro, sobre las lágrimas que ahora llora con tanto desconsuelo, edificaré mi Iglesia.

      Aunque me veis así, como un despojo, no tengáis miedo. No temáis nada. Ni a la espada, ni al dolor, ni a la muerte, ni a la guerra, ni al hambre o la peste. Yo estoy con vosotros. Allí donde os encontréis dos o más en mi nombre, allí estoy. Estaré cuando entreguéis, como yo, el último aliento, estaré, también, en el momento mismo en el que seáis concebidos, estaré en vuestra infancia, en vuestra boda o en vuestra soledad, en vuestra vocación al sacerdocio o a la vida religiosa, estaré con vosotros en vuestros sueños, en la risa y en el llanto, en la celebración y el dolor, viviendo en vosotros como así lo hacéis desde ahora vosotros en mi.

      Aguardad, estad en vigilia. El Esposo ha de volver pronto. Ya falta menos. Tened vuestras lámparas llenas de aceite. El banquete abrirá sus puertas no tardando mucho. El corazón volverá a arderos de alegría”.

Fernando Alda Sánchez

Nota:- La fotografía que acompaña a este texto corresponde a la imagen del Cristo yacente, de autor anónino del siglo XVII, que procesiona el Real e Ilustre Patronato de Nuestra Señora de las Angustias y Santo Sepulcro de Ávila, el Viernes Santo. Ese Santo Sepulcro sale acompañado por la Virgen Dolorosa, una talla de 1946 realizada por el escultor Antonio Arenas.