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miércoles, 30 de diciembre de 2020

Hoy el hielo...

 


 

      Hoy el hielo perfila la melancolía. El corazón, en zapatillas de estar en casa, apenas se atreve a latir, aunque otro fuera su deseo. En los cristales de la ventana se enciende una nostalgia de ojos tristes. Y en el jardín los árboles son solo una silueta que se recorta frente a la pobre luz del día.

      Decía Miguel de Cervantes, por boca de Sancho, que "el año que es abundante en poesía suele serlo de hambre" tal vez por aquello sobre lo que dialogan los caballos en el famoso poema, eso de que uno de ellos está metafísico, y debe ser por que no come. Bien sabía Don Miguel de penurias y cárceles, de hambre física y del hambre del alma, que en ocasiones es peor, pues no encuentra un mendrugo con el que saciarse.

       Entre la poesía y el hambre, del brazo de la muerte y de la soledad, se nos está yendo este año 2020, que tan hoscos y desabridos recuerdos nos deja, a quien más, a quien menos, con los rigores a los que nos ha sometido. Es inútil hacer pronósticos por el que vendrá y, acaso, sea mejor estar callado, o hablar bajito, como Fray Luis de León, "decíamos ayer..." no sea que las inquisiciones, de todo signo, se despierten y nos deparen nuevos jinetes del Apocalipsis.

      En medio de tanta desgracia, de la melancolía con la que nos regala el invierno, que nada tiene que ver con esa otra tan dulce que nos dejó el otoño en los labios de la memoria, puede que con sabor a vino nuevo y a castañas asadas, uno añora la libertad, que "es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos", como parecía cantar desde los baños de Argel el de Alcalá, y en medio de tanto estado de alarma, es quizá lo que más estamos deseando, un beso, un abrazo, una canción o un poema, una simple caricia, para resarcirnos de tanta amargura y tanta tiranía a la que nos tienen sometidos a cuenta, en ocasiones sin razón aparente, de la pandemia.

      Sancho era el hambre en las tripas; Don Quijote, el hambre del alma. En ocasiones ambas se nos juntan en singular acomodo, pues no de otra cosa estamos hechos, de barro y de espíritu, de agua y de fuego, y las pavesas se nos pierden en los caminos como quien va penando sus amores y desconsuelos, el desasosiego atlántico y lisboeta de mi tocayo, Fernando Pessoa, que eligió sus heterónimos tal vez para no ser él mismo, para no parecerse a él, tras haberse asomado a algún abismo.

     Los poetas somos muy dados a estas cuestiones, me refiero al hambre del alma, que se nos va la vida en estos guisos, pero, al menos, tenemos el consuelo de ponerle nombre a esos desvaríos en los que en ocasiones se nos mete el corazón, que es el espejo del alma, cuando no hace caso a la cabeza y lo que tenemos que pensar es en aliviarnos con una buena olla podrida o un sustancioso cocido, los que, sin querer, nos producirán algo de beatitud pasajera una vez hallamos dado cuenta de ellos. Y tal vez se acaba la metafísica, al menos por un tiempo.

       Ahora que estoy inmerso en estas soledades cervantinas, en mitad de la llanura inmensa, que viene a ser como el mundo todo, aunque en el fondo y por derecho no es más que un retablillo, mi deseo es mantener encendida la candela, el candil, acaso un quinqué, una velita, para seguir diciéndole a Dios que sigo aquí abajo, en el valle de todas las lágrimas. Puede que en eso estemos todos, aunque hemos tenido la suerte de que la Luz que viene de lo Alto se ha encendido entre nosotros, en Belén, y eso es un gran consuelo para momentos de tribulación, en los que conviene no hacer mudanza, como nos recuerda San Ignacio de Loyola.

     Lo dejo, por el momento, que parezco, como le decía Don Quijote a Sancho, un "muy grande hablador", con tanta retórica como pongo al uso, tal vez por tratarse de "pólvora del rey", que no hace mella en el bolsillo propio. Me basta, por tanto, con un rescoldo, entre las manos, para saber que sigue habiendo esperanza y que lo que tenga que venir está en manos de Dios, que es más grande y me sostiene.

Fernando Alda Sánchez


    

martes, 29 de diciembre de 2020

Es la noche...

 


Hoy os dejo en el blog un poema que ha escrito mi hija Elvira. Espero que os guste:


Es la noche océano en llamas,
que arrastra en el horizonte una corte de estrellas,
en el que las sílfides arrullan a los ahogados,
y en el filo de la ola acuden al flamígero desvelo,
irradiado de coléricas supernovas.
Es la noche valle somnoliento
de los poetas que sollozan sus versos,
pues, ¿qué fue la luna sino dama confidente
del lamento entonado por el poeta,
al observar a su amada danzando
sobre el yermo seno de la muerte?
Es la noche lecho de los ángeles caídos,
que yacen sobre las tierras áridas de la penumbra;
lacerados sus pechos de desolación,
rasgadas sus alas en las tinieblas,
nubladas sus miradas de polvo desesperado
-nublada la mía no me consuela -
Es la noche el albatros atado a mi cuello,
como prisión onírica de mi bohemia,
vagando en la oscuridad, eterna su morada,
estremeciéndose de pensamiento,
corrompiéndose de la nueva humanidad;
ser espectral que se derrama como lluvia,
que vuela como las cenizas del viento,
entre las no nacidas estrellas del cielo.
Deseara mi alma poder olvidar la noche,
al igual que el hombre olvidó amar;
deseara evadir su hechizo,
y renacer entre sublimes peonías,
pues no fue para la visión de este mundo
-sino que habitante del sueño fuera-
y entre los huesos de los páramos,
en soledad se quiebra. Nada contempla.

Elvira Alda Peñafiel


sábado, 26 de diciembre de 2020

El verdadero regalo

 


        En ocasiones los regalos de Navidad, ahora que vivimos en una sociedad tan hiperconsumista en la que hemos perdido el sentido de lo que significa celebrar el nacimiento de nuestro Salvador, le llegan a uno de la forma más sorprendente. Suelen ser, como no puede ocurrir de otra forma, regalos espirituales, nada material, pues lo segundo se corrompe pronto o deja de funcionar, tal y como se construyen las cosas ahora.

        Desde hace semanas nos venían advirtiendo de que las Navidades iban a ser diferentes, por la pandemia de covid, por aquello de que no nos podríamos juntar mucha gente en casa para celebrarlo, por las miles de víctimas que ya no están con nosotros y por aquellos que padecen las consecuencias de la enfermedad o la pobreza, y hay que reconocer  que así ha sido, aunque confieso que veo el asunto de una manera diferente. Rezo por todos ellos. Discúlpeme el lector este atrevimiento, quizá poco en consonancia con lo políticamente correcto. Por desgracia perdí a mi madre un día de Navidad de hace ya 17 años. La llevo en mi memoria, a mi padre también, que falleció años después, como si fuese ayer el día que nos había abandonado, pero quizá esta cuestión que mueve a tristeza me ha servido para entender todo de otra forma.

     Para un cristiano lo que se celebra en Navidad es la llegada de nuestro Salvador, que Dios, hecho Niño, se ha convertido en uno de nosotros para salvarnos, para vencer a la muerte y al pecado y darnos la vida eterna. Y eso me produce tanta alegría como el saber, además, que Él lo hace porque me ama, nos ama a todos, hasta el extremo, que ya no debe importarnos estar solos o acompañados, ser ricos o pobres, estar enfermos o no estarlo, pues tenemos esperanza, un año tras otro, una esperanza que se culmina en la Pasión de Cristo y en su Resurrección.

     Ese es el regalo al que me refería al principio. Todo es Gracia, todo es un don que Dios nos ofrece sin pedirnos nada a cambio, y nos lo da desde nuestra libertad, para que lo tomemos o lo rechacemos, allá cada cual con su fe. Pues bien, este año recibí el regalo, además, en forma de misa de vísperas, en Nochebuena, en la Iglesia Parroquial de Riofrío, un pueblecito de Ávila, como así lo denominaba Azorín, junto a la pequeña comunidad parroquial que hay en el mismo y junto a un sacerdote amigo y su hermano. Por supuesto, con mi mujer y mis tres hijos. A la vuelta, parecía, en medio de la noche, que estábamos abandonando Belén, en mitad de la sierra, con las pequeñas luces del alumbrado público, y de alguna ventana, que señalaban el lugar. Desde luego, volvimos a casa cantando villancicos, de pura alegría.

     Solo puedo describir la celebración hablando de la paz inmensa que sentí en el frío que reinaba en la gran iglesia de piedra que tiene Riofrío, y que cada vez que la visito me asombra. Me sentí acompañado, me sentí como uno de los pastores a los que acababa de despertar el ángel, como uno de esos pastores que se acercaron hasta el Portal de Belén a contemplar a Dios, con los ojos aún velados por el sueño y el asombro. Solo así, con esta pobreza, con esta humildad, con esta pequeñez, como un pastor o un niño, puede uno acercarse y descubrir el misterio de Dios, que es ternura. Solo desde los humillados, desde los olvidados de la historia, puede uno entender el amor de Dios, que ha venido a los hombres, a pisar el barro de la tierra, para hacerlo todo nuevo.

      Lo demás, es vanidad de vanidades, como dice Qohelet, puro artificio, incluidas las luces, los árboles, los regalos y las comilonas. Por desgracia, la luz vino a la tiniebla y la tiniebla no la acogió, por desgracia los hombres seguimos empeñados en nuestros efímeros asuntos, y necesitamos de luces artificiales pues no somos capaces de ver la Luz que viene de lo Alto a buscarnos. ¡Qué lástima! Como les dijo Nuestro Señor a los discípulos de Emaús, qué necios y torpes somos para entender no ya las escrituras, sino lo que ocurre a nuestro alrededor. Y pasará la Navidad y para muchos todo se habrá reducido a un festejo, a unos cuantos quilos de más en el talle, o a la resaca consumista que no nos habrá liberado de nuestros desasosiegos y angustias. Y todo seguirá igual.

     Hoy el día, como ayer, está frío, muy frío. Ni siquiera, como dicen aquí, el grajo vuela bajo... pues tal vez esté aguantando marea en su nido. Apenas luce el sol, oculto entre unas nubes tristísimas. En unos días regresará la nieve, ya no a los altos, sino que la tendremos en los pies, para recordarnos, de forma sabia, que estamos hechos de muy poco, con escasa consistencia, y que los rigores de enero nos devuelven con toda crudeza a lo que somos, a la necesidad real que tenemos de trascender, de amar, de alzarnos sobre el dolor y de ser Hijos de Dios, pues con la llegada de Jesús lo somos, y eso lo ha cambiado todo para la humanidad.

    Hoy no es melancolía de lo que hablo, sino una alegría que arde como el fuego más puro y más intenso que prenderse pudiera dentro de mi corazón, brasa viva, rescoldo ígneo, y tiene la sonrisa de un Niño, que me llama por mi nombre.

¡Feliz Navidad!


Fernando Alda Sánchez


Nota.- La foto, como no podía ser de otra manera, la ha realizado el que esto suscribe y corresponde al Misterio de la Parroquia de Riofrío, Diócesis de Ávila.



    

jueves, 24 de diciembre de 2020

Navidad

 


En el alto cielo de esta soledad


brilla la estrella entre la nieve,
mientras te calientas las manos
en la lumbre de la memoria.
Junto al Belén de casa arde la melancolía
y desde la infancia retornan 
los sueños como aves que regresan
del olvido. La Luz llega
y tiene sonrisa de Niño:
en el corazón se remecen
las  brasas de lo que eres
y alguien, al fondo de la habitación,
te nombra.

Fernando Alda


FELIZ NAVIDAD 2020


miércoles, 23 de diciembre de 2020

Lejos

 


Lejos del placer, de aquello


que no duele, vives en lo que perdura
incesante como tormento
cruel, un prolongado
abandono, la rendición
de un ejército
cautivo. Esos son los deseos
que se te aparecen, espectrales
visiones de plomo
candente, son las ideas
con las que convives,
apesadumbrado,
como temiendo lo peor
en cada salto de página de esta historia
que te ha tocado vivir,
pendiente siempre de un reloj
engañoso que no cuenta las horas,
solo los naufragios, el inmerecido
despertar en la noche.
Maldito el recuerdo si de ti
hiciera una esfinge,
el aliento de un dragón dormido:
solo el futuro es posible,
hay que salir del letargo
letal de la costumbre,
y buscar la euforia de lo que tendrá
que ser y viene a tu encuentro.
Ahora, justo ahora.

Fernando Alda



martes, 22 de diciembre de 2020

El viento y el polvo

 


El polvo que mueven los hombres


cuando limpian su morada
no será ya más compañero
del viento en los caminos,
ni regresará a la tierra de la que procede,
ni señalará el paso del tiempo
o cubrirá memorias.
Polvo olvidado, polvo huérfano,
polvo triste
sin salida, humilde
polvo que el mundo desprecia
y nadie atesora.
Regreso al polvo que soy,
al origen de todos los hombres,
a la raíz del ser, a la cárcel
perdida del polvo
en la que cautivo
no encuentro redención.

Fernando Alda

lunes, 21 de diciembre de 2020

Vestigios

 





Hogar de hielo, un iglú
para las entrañas desgarradas.
Transfiguración del dolor,
regiones inhóspitas que recorres
sonámbulo, más allá del más allá,
como vestigios de tinieblas
siderales, esbirros de la sinrazón
que claman tu condena; reo
eres de muerte, insumiso en tu ejecución,
espectador insatisfecho que reclama
su parte en el espectáculo.

Fernando Alda






sábado, 19 de diciembre de 2020

Arrabales de la vida

 




Es el momento ahora de proclamar

tu ausencia, el no haber estado
en la situación precisa,
el no haber sido impulso
o sostén, viviendo
en los arrabales de la vida,
sin compromiso, lavándote 
eternamente las manos.
¡Cuánta soledad has repartido
en todos tus adioses! Era acaso
siempre una despedida,
ofreciendo la espalda a cada esperanza,
marchándote
y dejando un fruto de tristeza.
Lágrimas hay para no perdonarte
nunca tal desvarío,
ese desencajarse del corazón
desilusionado que no es capaz
de hallar consuelo ni olvido,
alejándote en cada petición,
en cada ruego, sólo un rastro
de vacío, ni siquiera nostalgia,
pues no sería posible encuentro
alguno, solo sal, 
abismos, desfiladeros,
una lejanía incesante
que habrá de ser suficiente
para desterrar tu nombre.

Fernando Alda

jueves, 17 de diciembre de 2020

Decimos

 


Hay nieblas tan persistentes

como el dolor. Decimos:
la Luna es el ojo de la noche,
siempre, o casi siempre,
está ahí, observando,
¿por qué nos mira?
Y sin embargo, no nos ve,
ni sabe de nuestra zozobra.
El dolor persiste como la niebla.
Decimos: el Sol es el ojo de Dios,
aún cuando se oculta
en el rotar de la Tierra,
conoce. Siempre espera,
siempre ama, siempre sus brazos
están abiertos para siempre.
Y tras la niebla, el Sol, 
resplandor que alimenta
el mirar del espíritu,
el translúcido grosor
de sus honduras. Decimos:
ni niebla, ni Luna, ni dolor,
solo luz, todo alma.

Fernando Alda


miércoles, 16 de diciembre de 2020

"Evocaciones y presencias" con José Jiménez Lozano

 


          Tengo sobre el escritorio, después de haberlo leído, el libro póstumo que nos regaló Don José Jiménez Lozano a sus lectores, que habíamos quedado un poco huérfanos, aunque no del todo,  tras su muerte, acaecida hace ya unos meses en este fatídico año 2020 que ya está a punto de terminar. Son sus últimos diarios, entre el 2018 y los primeros días de este año que me resisto a nombrar más por todo el dolor que nos está dejando. Diarios publicados bajo el título de "Evocaciones y presencias" bajo el sello de la editorial Confluencias (2020, 254 páginas)

       Es como un tesoro que el escritor nos ha dejado nada más irse, tras haber cumplido 89 lúcidos años, para que le sigamos reconociendo en su escritura, para que se sigan avivando los rescoldos que su pensamiento y su obra ha dejado en nuestro corazón, que es el vivir, la hoguera en la que arde todo cuanto somos.

      Hoy solo escribo desde el sentimiento y me siento acompañado, como tantas y tantas veces lo he estado, por su voz, por su ironía, por su fineza, por sus palabras sabias y llenas de sentido, que nos advierten contra todos los totalitarismos, contra todas las manipulaciones, a la luz de la Fe y de la cultura antigua, frente a los desvaríos del mundo, que han dado en llamar post moderno, y que tantas atrocidades nos está regalando cada día, sin que, tal vez, nos estemos dando cuenta de ello.

     En este Adviento, en esta Navidad para la que faltan tan pocos días, me quedo con la Luz que viene, y con el cuco o la urraca con los que hablaba, con tanta frecuencia, Don José, con los almendros florecidos que salió a buscar una tarde del Domingo de Resurrección, esperando encontrárselos despiertos, sabiendo que para hallar la Verdad, para ver el Don que Dios nos entrega, que no es otro que la Salvación, tengo que ser como ellos, como un niño, como un humilde pastor. No hay otra forma de estar en el mundo, pues el poder lo corrompe todo, hasta lo más noble, con tal de perpetuarse.

     Por eso, desde mi libertad, elijo a Cristo, elijo a los más humildes, a los más pobres, a los más maltratados por la historia y por el mundo, sabiendo que en ellos, solo en ellos, está la Vida, el sentido de la vida, pues solo ellos tienen ojos para comprender, desde la más absoluta inocencia, sin los ropajes de la dominación, lo que es el retablo en el que, como en el de Maese Pedro, se representa nuestra existencia. Así lo veía Don José y yo ahora con él.

     Una gozosa lectura ésta de las "Evocaciones y presencias" en las que "no se ha perdido su voz. El maestro de Alcazarén escribía como hablaba, por eso leer las páginas de su último cuaderno (...) es como volver a escucharlo en risueña charleta", escribe en el prólogo Guadalupe Arbona, y uno siente que es así, y le vienen a la memoria esas conversaciones que tuve con él en el "Petit Port-Royal" que era su casa, como la conocíamos sus amigos.

    Y en esas conversaciones, todo el horror del mundo, pero también la libertad del que se siente libre de pensar y de decir, de creer, de afirmar, de señalar y de advertir los males que aquejan a los hombres en este sueño de progreso del que no saben despertarse, tan anestesiados y dormidos como están.

    A José Jiménez Lozano solo se le puede descubrir leyendo, leyendo sus novelas, sus ensayos, sus diarios, en un ejercicio de lucidez que llena el alma de plenitud, de certezas, de compañía, pues tan pobres somos que necesitamos estar acompañados, tener encendida una pequeña candela, una velita, para decirle a Dios que aquí estamos y que no se olvide de nosotros.

     Fernando Alda Sánchez


martes, 15 de diciembre de 2020

Ínsulas en llamas, y 44

 

        Con este poema termino la publicación de los incluidos dentro de mi libro "Ínsulas en llamas"




XLIV

 Esta quietud, esta penumbra,
este fuego fatuo de lirios de hielo,
este encierro, esta rosa de los vientos
que airea la pasión
de unas orquídeas a punto de florecer.
Van los años apagándose
en el estío,
junto al vino y la certeza,
bajo encinas y doseles de sombra
eterna, como el sentido
que se hilvana en las calles
en las que te busca el destino
o el despabilar de la palabras
cuando nacen en la garganta.
Vuelve, vuelve,
te gritan los recuerdos,
cautivos en el manantial
de la memoria, que a arena
sabe, al beso del olvido,
demudada faz de aceite,
ocre gesto, airada voz,
calandria o sueño.

Fernando Alda

COLOFÓN

Terminé de escribir este libro, que fuera comenzado

el 2 de junio de 2019,
titulado "Ínsulas en llamas", el 27 de marzo de 2020,
festividad de San Ruperto de Salzburgo, según
el Santoral Católico,
monje benedictino y obispo de Worms,
en plena cuarentena y confinamiento
por la pandemia de coronavirus
que está asolando España y el mundo entero,
entrada ya la primavera que presiente
hervir la sangre
en los tuétanos
dormidos, en esta Ávila que ahora sueña
entre los cielos más silenciosos y más altos.




lunes, 14 de diciembre de 2020

Ínsulas en llamas, 43

 


XLIII


Hay ínsulas en llamas,

flores apagadas, una belleza
gélida de mármol o nieve,
un despertar de oros
extraños y espejos muertos,
yacente gloria
que alumbra su corona de laurel
en medio de un fragor
de mariposas que lentamente
se extinguen, como ceniza,
como el viento
en la llanura, la sed de la ruina,
un paisaje funeral,
de caballones de tierra
húmeda, de huesos
quebrados, la molesta
acritud de la zozobra.
No volverán los cantos
antiguos, ni la ebriedad
de la celebración,
no volverán los héroes,
ahogados en los estanques,
solo el manto de la nostalgia
cubrirá la juventud que fuimos,
el sonido de una música
que acaba de nacer en el origen
del fuego. La eternidad.

Fernando Alda

viernes, 11 de diciembre de 2020

Ínsulas en llamas, 42

 



XLII


Ha ardido la luz

en las últimas fuentes
que nos quedan,
en las fosas de azufre
de los cementerios perdidos,
en el ocaso que enmarcan
unas glicinas ajadas,
el terciopelo recién estrenado
de los atardeceres inconclusos.
No hay ventanas para asomarse
a la libertad y al mundo,
pero tenemos los marcos
muertos que muerden el vacío,
los marcos de los cuadros
que fueron robados
por la mano del tiempo,
la helada mano de la vida
que acaba y no regresa,
un sutil alumbramiento de selvas
azules, en el firmamento
que dejamos olvidado
tras haber amanecido
en una ciudad devastada,
el vulnerado músculo
que fenece en cada ocaso
que estamos imaginando
ahora mismo, mientras
nos extinguimos como pavesas
frías en la hoguera del dolor.

Fernando Alda


jueves, 10 de diciembre de 2020

Ínsulas en llamas, 41

 

XLI


Ausencias y desasosiegos

en ese ajedrez, en esta tumba
de nieve, en este enero
sin alfombras,
en este muro en el que habitan
la madre del hielo y la cellisca,
sin luceros que son besos
de la luz primera,
el alto respirar
de las azucenas y las alcobas,
el color de las amapolas
sin cielo, un abrazo
de sangre que se pierde
entre las horas, el mundo
inmenso.

Fernando Alda

miércoles, 9 de diciembre de 2020

Ínsulas en llamas, 40

 


XL


No vino nunca el viento a peinar

tu Cabellera de Berenice,
el fulgor del hambre,
la reseca tierra,
esa música imperceptible
que viste de luz los filos de los cuchillos,
las aristas de la mesas.
Canto hoy por los tiempos idos,
por el mundo antiguo de las sirenas
y los cíclopes,
la voz rota de los misterios,
el incienso que adorna
unos versos tan amargos.
De aceituna y noche,
madera fuerte,
la sombra de la luna
sobre estos tapiales desolados,
un furtivo lamento
por los adobes que destruyó la lluvia.
Ahora te nombro,
incierto sueño,
como la palabra quebrada
que describe estas ciudades 
en las que voy recordando
torres y almenaras,
el dibujo de las nubes
en la pupila del día.
No hay retorno
para tantas lágrimas,
ni se encenderán hogueras
para calentar el alma,
perdida ya en estas soledades
de plomo,
en los camposantos del alba.

Fernando Alda

martes, 8 de diciembre de 2020

Ínsulas en llamas, 39

 


XXXIX


Fulge perenne la muerte

en las estancias de los hombres,
corona votiva de dolor,
el humo último, tan acre,
que dejan nuestras cenizas.
En campo abierto,
sin abrigo,
está el temblor de los párpados,
la raíz seca del agua,
el sueño quimérico de las estrellas
en estos senderos de soledad
y de gloria que recorren
nuestros pasos yertos,
ateridos de tanta escacha
como se ha quedado
prendida en los rosales
imaginados de mayo,
que aún no es.
Atardece y me preguntarán
por el amor, por todas
las ausencias, por los abandonos
ciertos, por la colección
de máscaras entre las que escondí
la valentía o el honor para ser.
Los cielos son hoy el mar
del naufragio,
el tiempo que se acaba
en vanas disputas de polvo,
el tuétano atormentado
que crispa el corazón,
ínsula ardida, y lo reduce,
cautivo,
sin armas, a un exilio
de hielo y amenazas.
Tristes flores, un epitafio triste,
en estos cementerios
de almas, de deseos
sepultados bajo la arena
árida y agreste de la desolación.
El espejo de tu cuarto
se torna el retrato en sepia
de lo que se fue y no habrá
de volver a ser, esa fuente
que perdió su flujo
y ahora no es más
que recuerdo. Como el aire
cuando se va.

Fernando Alda



domingo, 6 de diciembre de 2020

Ínsulas en llamas, 38

 


XXXVIII


Fragor de sangre,

el ruido del agua
al herir los cielos,
un vuelo nocturno
de ausencias y desmemorias.
Como estrellas.

Fernando Alda

viernes, 4 de diciembre de 2020

Ínsulas en llamas, 37

 



XXXVII


Las altas escalas de la tarde

han terminado por asaltar la noche,
por encender los rescoldos
de las estrellas en las cenizas del día.
No es la voz la que ahora 
resuena tras la lluvia que se fue,
pasos perdidos y recobrados
en el dédalo de la memoria,
como el viento en la huida,
jinetes cabalgando que sueñan el alba.
Sin tierra bajo los pies,
como las nubes,
anunciando un albor de pájaros,
la celebración de los cielos.
En campo abierto, el desasosiego,
el fragor de la batalla, la sangre
última, solo tú.

Fernando Alda

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Ínsulas en llamas, 36

 


XXXVI


Los últimos días del invierno

presagian atardeceres cansados
en la mirada de hielo de las nubes.
Los árboles han comenzado
a brotar y hay pájaros
que llenan asombrados
el jardín de casa.
Tal vez un  verso de Virgilio
se enciende por un instante
en las brasas de la memoria
y el sabor del vino,
a cerezas y lunas viejas,
a leños duros y a tierra,
te devuelva otros días,
otros afanes,
que fuiste dejando en el camino
abandonados al viento.
La vida regresa,
pero no sabes si habrá
retoños en tus huesos,
si la carne, aún adormecida,
dará flores, o si en los ojos
se velarán la muerte o la tristeza.
Pasos largos encontrarás
en el regreso de las prímulas
y los asfódelos,
en las primeras lilas 
que se abrirán,
en el dulce desgranarse
de las horas en el reloj de la luz,
y habrá misericordia,
acaso consuelo.

Fernando Alda

martes, 1 de diciembre de 2020

Ínsulas en llamas, 35

 



XXXV


Dibujar cielos de otoño

en la superficie del agua
de los estanques,
como nubes ateridas de frío,
un beso de muerte,
las alas que perdiste,
el ajuar olvidado del tiempo,
el largo caminar
de las noches al filo
del amanecer.
Así los días,
un desvanecerse
de algodón, bajo
los helechos y la lluvia.

Fernando Alda