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jueves, 25 de febrero de 2021

Querido lector, 10 / El tormento y el éxtasis

 

           La vocación de San Mateo, Caravaggio. Foto: Wikipedia



               Querido lector:


                Como le ocurriera a Michelangelo Merisi, Caravaggio, que tuvo una vida turbulenta, para el artista, para el poeta, resulta difícil dominar todas las fuerzas que uno lleva dentro, esos impulsos que mueven los engranajes de la creatividad, y que producen obras magistrales o auténticos fracasos. Son fuerzas casi de la naturaleza, como un terremoto, un huracán, pero en otras ocasiones, son una brisa suave, una lluvia agradable. En el equilibrio entre ambos polos uno debe encontrar el punto álgido en el que fluye la obra de arte que ha de nacer. 

               De alguna forma todos, así mismo, tenemos algo de Zorba, el griego, el de Nikos Kazantzakis, que pasaba de la gloria al desastre sin solución de continuidad. El libro es de esos que uno, alguna vez, ha tenido en su mesilla de noche, para ser leído y para conservarlo cerca. Como Zorba, no debemos tener miedo a vivir.

               Es el tormento y el éxtasis, el título de la película que dirigió en 1965 Carol Reed sobre la vida de otro Miguel Ángel, en este caso Buonarroti, y que a mi entender refleja perfectamente cuanto te digo. De esa lucha, los frescos de la Capilla Sixtina, la genialidad, el sufrimiento, claro, pues toda obra de arte comporta cierta dosis de dolor en los adentros, o de melacolía, que en ocasiones se confunden, como una ausencia, un abandono.

              En mi primer viaje a Roma busqué con afán la que considero la obra maestra por excelencia de Caravaggio, "La vocacion de San Mateo", en San Luis de los Franceses, tan cerca de la Piazza Navona, pues es un cuadro fascinante. Está acompañado por otros dos, en la Capilla Contarelli, dedicados también al evangelista. No obstante, el de la vocación ha ejercido siempre en mí un poder de atracción similar al que Cristo tiene con el propio Mateo, al que solo le dice que le siga. En la pintura le señala con el dedo, aunque, misteriosamente, no sabemos bien a quién señala, si a un hombre maduro, que le está mirando, y que parece decir con su mano si es a él, o a un joven que está contando dinero, aunque me inclino por el segundo, que no parece haber advertido la llamada. Me hubiera gustado estar allí, sin duda, pero como eso no puede ser, me conformo con saber que Cristo no se cansa de llamar a mi puerta todos los días.

               La luz habla por sí misma, dentro del tenebrismo de la escena, una luz que no procede de la ventana, sino de Dios mismo, de más allá del Cristo que busca a su nuevo discípulo. Así nos mira el Señor y hace nueva nuestra vida. Dirás que por qué te cuento todo esto, pero la razón no es otra que el volver a recordar que en mi carta anterior te hablé de Roma. Quizá hoy sería mejor hablarte, según tengo el ánimo, de las catacumbas, que tanto me sobrecogieron, por lo que tienen de inframundo, un reino de oscuridad y silencio en el que uno puede perderse en el dédalo que constituyen, pero no voy a ennegrecer más el día. Con Merisi nos quedamos y es más que suficiente.

              Quizá como él, que tuvo que huir dos veces de la justicia por haber asesinado a dos hombres en reyertas, nosotros también estamos luchando con la libertad, y huimos siempre de ella, aquejados de mil males que lastran nuestro paso por la vida. Milán, Roma, Nápoles, Malta, Sicilia, hasta acabar en Porto Ércole, con su muerte, y, acaso, este viaje también puede ser el nuestro, de aquí para allá, de ciudad en ciudad, siempre buscando.

               Si quieres tener más noticias sobre él te diré que hay algunas películas, incluido un documental relativamente reciente, de 2018, dirigido por Jesús Lambert Garcés, que lleva por título "El alma y la sangre", que me pareció magnífico. En esta expresión también se encierra lo que es un artista, espíritu y materia en lucha brutal, sin un claro vencedor.

                Me ha alegrado saber que tienes previsto regresar a España, aunque todavía sin fecha. Cuando estés entre nosotros házmelo saber, para que vengas por casa y podamos contemplar, cualquier noche sin nubes, estos cielos estrellados de Ávila que nos dan la medida de lo que somos, apenas heno, como dice el salmo, que crece por la mañana y por la tarde es segado y echado al fuego o es pasto para los animales. Tenemos muchas cosas de las que hablar pues el formato de las cartas, por muy periódicas que sean, no es lo mismo que una conversación cara a cara, con una buena copa de vino tinto, que nos encienda la memoria y haga arder nuestros recuerdos. Se nos humedecerán los ojos, seguro. Se trata, sin duda, de vivir, y eso solo es posible hacerlo en persona.

                Me siento afortunado al saber que nuestra amistad sigue en pie. Que el dies irae, el día de la ira, no ha hecho saltar por los aires los puentes que nos unen, que los caminos siguen abiertos, como abierta está Roma, y que podemos ir a todas partes, al menos a las que se cobijan en nuestro interior, las del alma, con absoluta libertad aunque, eso es cierto, no sabemos cuándo sonará la trompeta del ángel, y si derribará las murallas de Jericó o será el fin de los tiempos. Por ahora, quedémonos en nuestras lecturas, en la escritura que nos vivifica y hace crecer.

                Hoy no tengo tiempo para mucho más. Hay hazanas en casa que solo puedo hacer yo mismo. Espero impaciente tu próxima carta. Dime algo de lo que estás leyendo actualmente, para hacerme una idea de cómo tienes el alma. Espero que no esté como hoy la luz aquí, que se diluye en formas imprecisas, al igual que el viento, que sopla de todas partes.

                Tuyo

Fernando Alda Sánchez


martes, 23 de febrero de 2021

Querido lector, 9 / Otra vez, las mimosas

 


            Querido lector:

           Otra vez, las mimosas, que ya han florecido en el Valle del Tiétar, al sur de Gredos y de Ávila. Son como un milagro muy hermoso antes de que llegue la primavera. Su amarillo esplendor, que recuerda al del oro más viejo, es magia en medio del bosque y hacen que, para aquellos que nos sentimos como el coronel que no tiene a nadie que le escriba, recobremos la esperanza y pensemos que, al menos, Dios nos escribe, pues esta ofrenda floral es una carta que viene para nosotros, con nuestras señas, para consolar nuestros rigores. El cartero te la entrega por sorpresa, de un día para otro, sin tú esperar nada al respecto y entonces resulta más gratificante, pues compruebas que el Creador se acuerda de ti cuando nadie más lo hace.

            Supongo, mi querido amigo, que te habrá ocurrido lo mismo en otras ocasiones. Gabriel García Márquez escribió con ello una novela magistral, en la que la soledad y el abandono se han convertido en el pan de cada día del viejo coronel. No hace falta ser muy mayor para sentirse así. Cada vez antes nos expulsan del sistema cuando ya parece que no somos capaces de producir en el grado que los nuevos algoritmos económicos establecen.

            Ahora es a los cincuenta años, dentro de poco bajará la cifra. Además, salvo tomar la decisión, sabia, por otra parte, de vivir de otro modo, con menos prisa y menos apegos materiales, y de marcharnos al desierto, no hace falta que muy lejano y lleno de arena, sino a ese otro, interior, que podemos levantar en los adentros, poco o nada se puede hacer contra este síndrome de que todo tiene que ser nuevo, todo tiene que ser más joven que los jóvenes mismos, que también están, en muchos casos, en precario. Toda rebelión es inútil, pues al poder siempre llegan los de siempre, aquellos que lo desean incluso cuando dicen que van a destruirlo, y en él se perpetúan como parásitos, pues en la naturaleza humana está grabado a fuego el arte de la dominación.

             La culpa es nuestra desde el mismo momento en el que nos creímos dioses y pasamos a ocupar el centro del universo. Incluso, algunos, han llegado a asesinar a Dios, o, al menos, eso es lo que creen ellos, como si a Dios se le pudiera matar. Él sabe defenderse solo, y, lo que es más importante, sabe esperar, quizá a que en el corazón de los hombres, tan desamparados y solos, vuelva a encenderse la llama sagrada de la que proceden. Ya no tenemos una medida más grande que nosotros para medir el mundo, incluso el universo, y todo nos empequeñece y desborda. Yo, por si acaso, tengo, de día y de noche, encendida una velita, para que Dios sepa que sigo aquí.

            Por eso me quedo con las mimosas y con algunas camelias, que también las vi. En unos días habrá vuelto el color y las lavanderas y los herrerillos llenarán los cauces de los arroyos y los bosques, y los días serán más azules y largos, y dentro de nosotros volverán los recuerdos que se fueron y cobrarán rostro y vigor. 

            Este fin de semana, en el que hemos estado en Arenas de San Pedro toda la familia, he mirado las cumbres, La Mira, los Galayos, los puertos por los que se cruza la Sierra Grande, el del Peón, el del Arenal y la Cabrilla, y sentido que tocaba con los dedos los pies de Dios, los rotos por los clavos, los de Nuestro Señor Jesucristo, allí, sobre la nieve, tan helados y solos como tenía yo mi corazón, y, en medio de toda esta belleza, he sentido que me miraba, no desde muy alto, no desde un lugar inalcanzable, sino desde las propias mimosas, a mi lado, que seguían abriéndose para ofrecernos esa belleza no usada que tienen, esa belleza que te enciende los tuétanos y las médulas y que te deja el alma como la de un enamorado. Benditas mimosas.

          Por tu última carta se que sigues bien. Me alegro de que hayas podido abandonar tu imaginario encierro en la villa de Fiesole y que hayas bajado a Florencia, incluso el haber hecho alguna escapada a la eterna Roma, de la que hoy recuerdo sus palacios y plazas, sus iglesias barrocas, el bullicio disparatado de sus calles, el tráfico infernal y, cómo no, sus fuentes, no las ornamentales, aunque también, sino esas otras a pie de calle que te permiten apagar la sed con  agua fresca y rotunda, que sabe a gloria. Y recuerdo el Tíber, poderoso, que tanta historia se ha llevado por delante, el Coliseo, atroz y sangriento, y el Castillo de Sant´Angelo, sombrío y amenazador, y las colinas de Roma, y el Vaticano. Y, por supuesto, que en la Basílica de San Pedro tengo, en efigie, a dos santos para mí muy queridos, como son Santa Teresa y San Pedro de Alcántara, cuyas reliquias, las del segundo, reposan en el hermoso Santuario de Arenas cuya capilla es obra de Ventura Rodríguez.

        Y claro, si dejo volar la imaginación, con San Pedro de Alcántara me voy hasta el romano Puente de Alcántara, sobre el Tajo, que aún hoy me sobrecoge, y aguas abajo cruzo la frontera y llego hasta Lisboa, y un fado suena en mis oídos, y me acuerdo de mi tocayo, Fernando Pessoa, y me viene el desasosiego, aunque en esta ocasión es de lo más dulce. Así fuera siempre. 

         No dejes de visitar, si tuvieres tiempo y ganas, estos lugares que te digo, cuando la ocasión sea propicia y regreses a España. De las mimosas ya te envío con esta carta una fotografía, junto al embalse del río Cuevas, del que se abastece de agua Arenas y en cuya tersa superficie he visto tantas veces reflejados los cuchillos de piedra de Los Galayos y la corona refulgente de La Mira. Gredos, como dijo Don Miguel de Unamuno, es el espinazo de Castilla, pues por aquí se doblan las dos mesetas, y no le faltaba razón. Yo añado, además, que pudiera ser el de España.

        Un fuerte abrazo. Siempre tuyo

Fernando Alda Sánchez



         


           

viernes, 19 de febrero de 2021

Querido lector, 8 / El infinito y el mar

 



               Querido lector:


                Arde en mi memoria el recuerdo de la lluvia en abril, que pronto vendrá, y será el consuelo para tanta melancolía como se está forjando en las fibras del alma, allí donde residen las nieblas que sostienen nuestra forma de ver el mundo y se espesan las nostalgias para convertirse en la atmósfera de la que nacen los sueños. Será la lluvia, entonces, la que me devuelva la calma, la que amaine los vientos que se desgranan desde la rosa que los dibuja y perfila.

               No parece fácil la tarea de escribirte hoy, pues en tu última carta no dabas muchas señas de ti, aunque presiento que estás ocupado en resolver conflictos internos que te obligan a mantener cierta reserva al respecto. Un león te ruge en las entrañas, un león para el que no encuentras guardián.  No tengas miedo en abrir tus adentros, que parecen propicios a ser

"...el golpe temible de un corazón no resuelto"

como cantaba Gabriel Celaya en su poema "España en marcha". En ocasiones necesitamos abrir las ventanas y dejar que las entretelas que nos visten se aireen, oreen sus miedos, y un aire nuevo venga a hacernos

"...turbia y fresca un agua que
atropella sus comienzos".

              Por mi parte, no te insisto más. Ya encontrarás la forma de resolver tus conflictos. En mi carta anterior te recomendaba no obsesionarte con los imposibles. Es mejor vivir, intentarlo al menos, que perderse en paradojas que no llevan a ninguna parte y que tanto desasosiego nos causan.

              Siempre nos quedará la poesía, que nos sostiene e ilumina, pues, como escribió Hölderlin, en sus "Poemas de la locura"

"Cuando del cielo viene un gozo
Más claro, a los hombres invade la alegría,
Asombrados quedan ante
Lo perceptible, sublime, agradable..."

y puede que del Cielo nos venga la alegría, que está en la mirada de Dios, en los brazos de Cristo que nos salva. Por eso nunca dejaré de escribir, para no caer en la vesania, para eludir la muerte, que no para de buscarnos en los caminos y en las alcobas.

             Es la sed de Infinito la única que puede movernos en los escaques de este tablero en el que nos ha tocado jugar, tan lleno de celadas, tan turbio y sórdido en ocasiones, en un embate en el que nos va la vida, y no hay gambito de caballo o de dama que puedan darnos garantías para no caer en el jaque final. Así nuestra suerte, humildes peones, entre torres y alfiles, amenazados siempre, con una pobre espada de madera y humo, en este valle sombrío de cañadas oscuras. Al menos, en lo que a mí respecta, se, como en el Salmo, quién es mi Pastor.

           En estos días de los idus de febrero, casi como preludio de los que serán luego en marzo, en los que el sol va abriéndose camino, aunque no calentando como uno quisiera, he tenido la suerte de releer a Giacomo Leopardi y sus "Cantos", y el que parece ser uno de los poemas más hermosos de cuantos escribiera el de Recanati, que no es otro que el titulado "Infinito"

"Sempre caro mi fu quest´ermo colle,
e questa siepe, che da tanta parte
dell´ultimo orizzonte il guardo esclude"

que suena a música, desde luego, y que tantas veces me ha hecho pensar y encontrarme con el lugar en el que Leopardi sitúa sus ojos, y ese collado tan especial, y el seto que cubre el horizonte, para que, como prosigue el poeta

"Mas sentado y contemplando, interminables
espacios más allá de aquéllos, y sobrehumanos
silencios, y profundísima calma
en mi mente imagino; tanto, que casi el
corazón se me estremece"

pues "Ecome il vento
odo stormir tra queste piante, io quello
infinito silenzio a questa voce"

con la que

"voy comparando: y acuérdome de lo eterno,
y de las estaciones muertas, y de la presente
y viva, y de su sonido. Así, en esta inmensidad 
mi pensamiento anega,
y el naufragar  "m´é dolce in questo mare".

La traducción de la profesora de la Universidad de Milán, Loreto Busquets, me parece muy hermosa, como bello es el poema, el sentido que encierra, pues al acordarnos de lo eterno encontramos nuestra justa medida. ¡Cuánta belleza en todo ello!

         Te dejo con Leopardi, cuya lectura te recomiendo. En él encontrarás hermosos poemas y una mirada del mundo que te llevará a esa región transparente de la que en otras ocasiones te he hablado, en la que habitan Dios y la poesía, y en la que desearás quedarte a vivir para siempre.

           Vale

Fernando Alda




jueves, 18 de febrero de 2021

Querido lector, 7 / El rostro del ángel

 





           Querido lector:

            Alguna vez me has preguntado qué es para mí la poesía. Ya sabes, por demás, que no me gusta teorizar sobre estas cuestiones, que a nada conducen, aunque sí, tal vez, puedan servir para que algunos puedan escribir sesudos volúmenes, eso sí, incomprensibles, para alimentar sus cátedras y parabienes. Personalmente me gusta dejar correr libres a los versos y que sea el propio lector, en este caso tú, el que decida lo que es o no la poesía.

             No obstante, sí considero que un buen poema debe cumplir con unos mínimos estéticos, pues, pese a lo que ocurre en nuestros días, no todo vale, no todo tiene encaje en la forma poética. La poesía debe movernos el corazón y la razón, es decir, debe estar abierta a la estética, a la belleza, y también al espíritu. La poesía, como el arte en general, debe conmovernos, ayudarnos a vivir, debe ofrecernos una mirada diferente de cuanto nos rodea o de cuanto sentimos. Desde aquí, ya sea simbólica, pura, metafísica, realista, social, culturalista, esteticista, surrealista, clásica, con métrica o sin métrica, o como quiera llamarse, el camino es del propio poeta y de sus lectores.

             También me preguntas si mi poesía puede encajarse en algún estilo y ya te digo que para mí no, aunque doctores habrá que la encuadrarán en ésta u otra corriente. Tampoco desvelaré mis influencias, si las hubiere o no, pues todo se corresponde con múltiples lecturas que a lo largo de mis años como lector he ido teniendo y se han ido quedando, en ocasiones como estratos o como el más puro caos, en mis adentros. Y allí siguen, y afloran, y surgen como un manantial, cuando la melancolía, que es el motor más importante para lo poetico, tiene a bien subirlos a la superficie y aflorar en medio de la mañana o de la tarde, pues no hay una hora que yo tenga como precisa para ponerme a escribir.

          La poesía puede ser desde un ángel que nos está mirando, a un corazón en llamas, una ínsula perdida o los cristales rotos de una ventana. Puede ser la Laura de Petrarca o la Leonor de Antonio Machado, puede ser Beatriz o Dulcinea, según se vistan los poemas, pues en todo ello, en ocasiones, incluso en la fealdad, puede haber algo hermoso y trascendente. En todo perdura un poso de belleza, que nos viene de Dios, el Creador.

          Así mismo te digo que el de poeta, pese a los laureles con los que nos puedan adornar o nosotros mismos nos adornemos, es el oficio más humilde del mundo, el peor pagado, el menos reconocido, pues al común de los mortales lo de escribir o leer versos parece que no les ayuda mucho en su vida y que es arte baladí y de poca monta. Desconocen, por supuesto, el esfuerzo que cuesta trasladar la mirada tan especial y sensible del poeta sobre el mundo y quienes lo habitan a unos versos, pero, qué le vamos a hacer, es nuestra condena, como nuevos Prometeos, por haber robado el fuego sagrado de la belleza a los dioses, o tal vez es que somos como el "Holandés Errante", que surca los océanos tras un destino que no encuentra, y resulta trágico.

          Ya se que me estoy poniendo profundo, pero, ya sabes que no puede haber poesía sin profundidad. No se puede medir el valor de un libro por el grosor del mismo, sino por la hondura de lo que contiene. Hay libros muy extensos que nada valen, pues nada contienen, pese a que podamos llegar a pensar lo contrario. Incluso libros magníficamente editados que son hojarasca pura y que se pudren en la Estigia del olvido.

          Franz Kafka me ha dicho que te ha visto un tanto desasosegado en los últimos días y que te notaba como si en tu interior estuviesen creciendo las dudas que en ocasiones nos produce la razón cuando sueña, como en el famoso grabado de Francisco de Goya, por aquello de que los monstruos parecían habitar alguna parte de tu alma. ¿Has leído "El proceso" del primero? Si es afirmativo, puede que tus males vengan de estas lecturas, que acongojan en grado sumo, pues no nos ofrecen salida, como ocurre con "El castillo", o la propia "Metamorfosis". Pese a lo absurda que parece nuestra vida, como ocurre con los libros de Kafka, no te olvides que el hombre puede abandonarse en brazos de Cristo, y dejarle hacer a Él.

       No te obsesiones con los imposibles. La Esfinge no te va a dar la respuesta. Disfruta del paisaje, de la noche hermosa y abierta sobre nuestras cabezas, del sonido del agua en un arroyo de montaña, de la nieve misma, que es pureza, del vuelo de un milano o un alcaraván, del cielo inmaculado, de las mismas nubes, y encuentra en ellos alimento suficiente para no caer en paradojas. Al propio Don Miguel de Unamuno le atormentaron toda su vida, sin solución aparente, como a su "San Manuel Bueno, mártir", que ya sabemos todos cómo terminó.

       La buena literatura, y, la poesía, claro está, abren nuevos caminos por los que podemos dejar discurrir la vida. Busca el consuelo que necesitamos a nuestras penas en ellas, resultan ser un buen refugio para tiempos de tribulación en los que, ya sabes, como nos recordó San Ignacio de Loyola, no conviene hacer mudanza. 

       En Ávila el tiempo se ha suavizado, tanto el de la climatología, como el del reloj. Han florecido ya los almendros, los días nos ofrecen más horas de luz, y eso es una suerte que alegra los ojos y el corazón, que va arrinconando ya los rescoldos y cenizas de todo cuanto ha ardido en el mismo durante el invierno, para superar los cierzos y celliscas con los que nos ha martirizado, y parece buscar leña nueva, nada verde o mojada, para encender otras hogueras con las que iluminar el paso de los días, aún un tanto inseguro, como este febrero loco que nos madruga a diario.

        ¿Estás en Fiesole o has bajado a Florencia? Seguimos acorralados por la peste, contritos, apesadumbrados, esperando. Si cambias de domicilio, házmelo saber, para que estas cartas no se pierdan. Espero la tuya, que parece se retrasa. Si pasas junto al Arno, da recuerdos de mi parte a Dante Alighieri, si es que ha retornado de su exilio mortuorio en Rávena, pues nunca le ha sido posible ocupar la tumba que le hicieron en la Santa Croce, junto a Michelangelo Buonarroti o Galileo Galilei. Ya sabes, cosas del destino: no sabemos en qué lugar vendremos al mundo, ni en qué lugar nos iremos de él. Eso sí, puede que como última imagen nos llevemos en los ojos, que irán enfriándose, el rostro de un ángel que nos está mirando y será, sin duda, el rostro de la poesía.

       Tuyo

Fernando Alda


          


           

          



miércoles, 17 de febrero de 2021

Querido lector, 6 / El retablillo

 


          Querido lector:


          Los lilos del jardín ya están a punto de florecer en esta primavera que parece anticiparse a todo deseo, a la voluntad del tiempo y de la espera, y auguran nuevas alegrías, la celebración de vivir y saberse vivo. Te digo esto por aquello de dejar constancia de lo que arde en mi corazón, que parece más atento a lo estético que a lo espiritual, en estos días de naufragio y soledad.

           No obstante, no puedo quejarme, pues ayer mismo recibí la visita de Arsenio Valmoral, ya sabes, el autor de "Noches de cierzo" y de "Allí donde habita el ábrego", que vino hasta casa acompañado por Lupe Galana, la actriz de cine, que tanto me recuerda a Lupe Sino, y que fue el contrapunto de alegría e inteligencia que nos dejó a Arsenio y a mí, que parecíamos dos velas en un entierro, de tan melancólicos como estábamos. Son visitas que se agradecen, sin duda, y que ayudan a pasar estos tragos que la vida te va dejando en copas rotas y en mesas sin equilibrio, pues de las cuatro que deben tener les falta una pata.

           En estos días España se me parece a la que pinta Ramón María del Valle Inclán en sus "Luces de bohemia", la que señalan Max Estrella o Don Latino, en alguno de sus parlamentos, tan sórdida y desamparada, en manos de esperpentos humanos sin escrúpulos, en un martes de carnaval perpetuo, quizá como los hombres huecos de T.S. Elliot, lampando como gato en una matanza, con codicia extrema, burlando por callejones y espejos, sin sentido alguno, tan solo por  el sonido del dinero en la bolsa, aparentando lo que no son en este retablillo del mundo en el que llevan en la mano la cachiporra de los títeres más odiosos. Pero esto son cuestiones que no dan para una carta, pues más parecen un réquiem por quienes padecemos estas malas artes, que una reflexión serena. Y es que más que por obra de la miseria moral, parecen fruto de algún encantamiento del reino de Micomicón, o de algún entremés del Patio de Monipodio, con Rinconete y Cortadillo, que tan magistralmete describiera el de Alcalá, Don Miguel, por más señas. Y todo ello bien aderezado de charlatanes y arbitristas, que parece tienen al Reino harto confundido y sin rumbo.

    Pese a todo, en esta corte de los milagros en la que todo parece nuevo o pretende serlo, me quedo con el "nihil novum sub sole", que decía en la traducción de "La Vulgata" Qohelet, como nos recuerdan nuestros clásicos en sus obras literarias. Poco o nada nuevo hemos inventado, salvo algunos artilugios, que parecen llenarnos de grilletes más que darnos la libertad,  para seguir atados al mismo duro banco de la misma galera, que no es otra cosa que la muerte, de la que solo Cristo puede liberarnos, y esta es la verdadera, la que perdura.

     Disculpa estos desahogos, pues son fruto de los humores y bilis, tan de melancolías, que me corren por los tuétanos, y por la tristeza que me produce el ver cómo del mundo se han apoderado tantos embaucadores que nos proponen los más peregrinos remedios para llenar de pájaros y telarañas, humo de papel mojado, el vacío existencial que arrastramos en nuestra condena. Así se representan todas estas miserias.

     Por lo demás, todo igual, desde la última carta. Compruebo con alegría que los libros que te envié son de tu gusto. Te recomiendo que no abandones la poesía, pues en tiempos de hambre espiritual, y en ocasiones física, como se puede comprobar en las mismas calles a poco que pasees por ellas, no te digo yo que sea el bálsamo de Fierabrás, pero sí al menos un asidero para mantener el equilibrio necesario. El brebaje del "Feo Blas" es el que nos ofrecen por todas partes, como si de lerdos se tratase, acaso para acallar conciencias y estómagos, pues ya se sabe que éstos últimos suelen ser muy agradecidos.

    Y me vienen a la memoria unos versos de mi querido Jacinto Herrero, que me recuerdan para qué hemos nacido los poetas:

"Palomas son en la melancolía
de un rojo rayando el horizonte
mediado agosto. Restallaba lejos
el aire; Aer quatibur: el ayre 
se sacude. Quizá lo oyera Rojas
al rasgar de las alas en la tarde
de bandos de vencejos en las torres
de Toledo, leyendo las palabras
de Petrarca; las suyas, yo; las mías,
otros; si acaso llegan todavía
libres, más tarde, huyendo de los dígitos
de la verde pantalla y su teclado,
y arrancas estos versos del olvido,
sombras en donde el aire se sacude".

Y estos otros, recogidos también en "La golondrina en el cabrio":

"La tarde en noche ha vuelto la borrasca;
y hoy que no somos dioses, ni sabemos
cuántos inviernos cruzará la vida,
gustamos del racimo, uva a uva,
de estos días de lluvia ante las brasas
del corazón. Y la cellisca fuera
muerde en el barro del hastial del norte.
¿O es el gemir de Lot que mira el campo
como un horno de humo, o el lamento
de Dafne en verde lauro trasmutada?
En ruina o árbol dura la belleza
que ídolo fuera de ojos asombrados.
No volamos atrás, que si amanece,
bastará al nuevo día su locura".

            Y con el nuevo día, y su locura, que le viste de gala, me quedo yo, esperando a Max Estrella, a Don Latino, y al propio Alejandro Sawa, que inspiró a todos ellos al autor de las "Sonatas" que llevan el nombre de las cuatro estaciones del año, esperando un billete premiado, que lo estará, en la lotería de la vida, por si acaso, pues lo último que se pierde, dicen, es la esperanza, aunque

"Volverás con tus bártulos de muerte:
la ceniza, los muros derruidos,
las fugitivas horas, presentidos
el hedor de la nada y de la inerte
sucesión de difuntos. Mas advierte
que a tu irritada voz no tendrá oídos
nuestra adorable testa..."

y la voz de Jacinto Herrero sigue  quebrando el aire, al hablar, como lo hace, de Quevedo, en este otro poema del mismo libro, pues no escuchamos la voz ni del uno ni del otro, y, acaso, tal vez, no tengamos oídos para la poesía, ya que solo amamos la materia, y no los dulces sueños que nos tejen.

           No desfallezco, ni por un momento, en procurar tu amistad


Fernando Alda




        



lunes, 15 de febrero de 2021

Querido lector, 5 / El río de las almas


            Querido lector:


            He apreciado mucho el paquete de libros que me enviaste junto a tu última carta, de forma muy especial la edición "Del tiempo y el río", de Thomas Clayton Wolfe, del que ya había leído  su primera novela, "El ángel que nos mira", y la magnífica antología con poemas de Emily Dickinson, a la que siempre es un placer asomarse, de tan inquietante como resulta. Te agradezco también los otros libros, el diario póstumo de José Jiménez Lozano, "Evocaciones y presencias", y la última edición de las poesías completas de Cosme Alfayate, quien, desde la Cordillera Andina, allá en el argentino Tucumán, hace resonar su voz profunda y misteriosa como el vuelo del cóndor. Solo el título del volumen resulta revelador: "Luz de otros mundos".

             Recuerdo que José Jiménez Lozano escribió en alguno de sus diarios, puede que en los "Tres cuadernos rojos", que necesitamos estar acompañados en nuestro paso terrible por el mundo, para que la soledad no nos devore, y que podemos estarlo por cosas muy simples, como la cuerda con la que ha venido atado un paquete de libros. Confieso que en algún momento de mi juventud tenía en mi escritorio un papel de estraza, de color azul, atado con una cuerda, que, efectivamente, perteneció a algún paquete de libros. Así me he sentido ahora, con tu envío, y no puedo menos que evocar estas circunstancias. Ten por seguro que guardaré la cuerda con mucho celo en alguno de los cajones de mi mesa de trabajo.

           A esta carta que ahora te escribo con tanto entusiasmo le acompañará, en caja aparte, la reedición que han hecho de "Meditación sobre la libertad religiosa", de Jiménez Lozano, que creo no conoces, y, por supuesto, sus "Parábolas y circunloquios de Rabí Isaac ben Yehuda", del que tantas veces te he hablado. Junto a ellos, el libro de poemas "Ínsulas en llamas", de ese paisano mío del que ya hemos comentado algo en otras ocasiones, y al que deberías escribir para entonarle un poco, pues está con el ánimo, así me lo parece, muy bajo y espiritualmente algo perdido, como en un desierto, buscando salidas.

          El sábado salimos toda la familia al campo y pudimos comer junto a la Ermita de Nuestra Señora de Riondo, cerca de Benitos, ya sabes. Nos hizo un día fantástico, que nos permitió disfrutar de un largo paseo bajo la mirada cálida de un sol de febrero que lucía espléndido entre algunas nubes. Tuvimos la suerte de ver los primeros narcisos, amarillos y blancos, en los prados encharcados por el agua de las últimas lluvias; la primavera ya se presiente. Así nos lo decía también la primera boruja que pudimos cortar en alguno de los arroyuelos que nos salían al paso, verdaderamente tierna para el paladar. Su nombre científico es el de "montia fontana", que me resulta muy hermoso y lleno de resonancias, por lo de los montes y las fuentes, que es donde crece.

          Luego nos acercamos, por San Juan del Olmo, siguiendo el curso del río Almar, hasta la Ermita de Nuestra Señora de las Fuentes , a cuyo interior pudimos acceder, pues estaba abierta al público. Fue una suerte, un verdadero regalo. Sin duda se trata de un lugar misterioso, cargado de sensaciones muy hondas. Además de rezarle una Salve a la Virgen, vimos, bajo un cristal, el pozo en el que nace el río citado, que tantos ecos nos deja el sonido de sus aguas de cascada en cascada cuando cruza la Sierra de Ávila y se despeña, después, hacia La Moraña, camino del Tormes, que es río más poderoso, pero que también lleva al mar, como éste, que siempre me ha parecido que estaba hecho de almas, en lugar de aguas, por su nombre. No lejos de allí están las ruinas del Monasterio de Nuestra Señora del Risco, y las leyendas de las tres Vírgenes que se encuentran en estas estribaciones de la Sierra me vuelven a la memoria, ahora que soy romero como ellas.

         Este paisaje de Ávila nada se parece al que ves desde tu imaginaria villa de Fiesole, en la Toscana, pero las peñas quebradas, las piedras caballeras, las encinas, y los cielos abiertos pueden llevarte a cualquiera de las regiones más transparentes del aire, como ocurre con la novela de Carlos Fuentes, incluso al Castillo Interior teresiano, pues desde estas alturas, el mundo inmenso en derredor, se está cerca de los cielos. Es una línea atormentada, con elevaciones que ponen de manifiesto la erosión tremenda que el granito ha sufrido con el paso de millones de años, como el Cerro de Gorría (1.708 metros sobre el nivel del mar), una atalaya magnífica para contemplar el Valle Amblés y la extensión de las provincias de Ávila y Salamanca, al otro lado. Lástima que ahora el paisaje, que aún habitan los duros hombres y mujeres de estas soledades, se ha visto estropeado hasta los tuétanos por los feísimos aerogeneradores que han instalado sin ningún criterio en el mismo.  Éstos sí son gigantes, verdaderos endriagos, y no los molinos que alanceó imprudentemente Don Quijote, en sus delirios caballerescos. Una verdadera pena, pues enturbian la visión y ciegan con chatarra los ojos.

         Próxima está ya la Cuaresma, con el Miércoles de Ceniza, sin que en estos días el Carnaval nos deje despedirnos de los rigores del invierno. Es tiempo de conversión, aunque también de esperanza en el Nazareno. Es momento de abrirle las puertas, para que entre a nuestros adentros, que deberemos adecentar y enjalbegar, pues la visita así lo merece. A los ojos se me viene el Cristo de los Ajusticiados, en el Humilladero de la Vera Cruz, junto a la Basílica de los Mártires, y se me estremece el alma de ver al mismo tan llagado. Otro tanto le ocurriera a mi paisana Santa Teresa,  en una de sus visiones, en la que contempló un Cristo atado a una columna, durante su flagelación, aunque no se sabe con certeza qué imagen pudiera ser la misma. Solo de pensar en el flagrum romano se me abren a mi también las carnes.

         En fin, ya tendremos ocasión de comentar todas estas cuestiones en persona, mejor que por carta, cuando tengamos la oportunidad de vernos. Ya no te canso más, pues querrás abrir el paquete de libros, y comprobar por ti mismo los tesoros que te envío. Por mi parte, dejo la pluma para adentrarme en la lectura de Thomas Wolfe y su prosa fascinante, con la seguridad de que la jornada se me pasará volando, quizá un tanto perdido por regiones aéreas que hoy están vestidas con algunas nubes de tul, ligeras sedas, acompañadas por el viento que las revuelve y amontona, como si fuese otoño.

         Tuyo siempre

Fernando Alda Sánchez

P.S.- La foto la realicé el día que te comento en la carta y se corresponde con el pozo, situado en el presbiterio de la Ermita de Nuestra Señora de las Fuentes, en el que nace el río Almar, en San Juan del Olmo
         


          



         

viernes, 12 de febrero de 2021

Querido lector, 4 / La mañana y el destino

 



         Querido lector:


           Hoy no se muy bien por dónde empezar esta carta, ni siquiera qué asuntos voy a contarte, pues el día ha amanecido con una mezcla extraña de sensaciones, como un desconcierto generalizado, al igual que está la luz fuera. El caso es que cuando amanecía el sol fue iluminando las torres de esta ciudad, pero luego las nubes han llenado de grisalla el horizonte y los perfiles, y así se ha quedado el alma, como a medio gas, con ganas de ver llover pero también de que la plenitud solar lo inunde todo, como entre la noche y el día, con sus luces mustias y sucias, anocheciendo o amaneciendo al mismo tiempo, que así de liado parece venir todo. Veremos.

            En cuestiones de escritura sigo con aquello que ya empecé hace unos días y que tú muy bien sabes. No se cuándo estará terminado, pero espero que no se prolongue a lo largo de los meses, pues correría el riesgo innecesario de trabarse. Ciertamente soy de aquellos a los que les gusta dar fin a las cosas que uno inicia, incluidos los libros que se leen y que no captan desde el primer momento el interés. Toda obra encierra algún misterio que es necesario ir desvelando poco a poco, un misterio que puede estar contenido en su última página y cuyo autor así nos lo quiere mostrar. Por mi parte, todo está en marcha.

           Los árboles están  brotando ya y, seguro, en el Valle del Tiétar, al sur de nuestro amado Gredos, las mimosas habrán florecido y su amarillo será esperanza y alegría. Espero poder ir próximamente, en unos días, por aquellas tierras, para recobrar algo de paz para mi espíritu atormentado en estas semanas, en las que nada parece ofrecerme consuelo suficiente. Gozaré con las cumbres nevadas y con el aire más puro, que le vendrán bien a mis nervios fatigados.

          En estos días he vuelto a releer a Pedro Salinas, que parece que de entre los del 27 está  un poco olvidado, sobre todo con estas modas que nos impone eso que llaman posmodernidad y que es un engendro difícilmente entendible. Ahora que todo el año es carnaval, otro tanto ocurre con la poesía, en la que todo vale, y por todas partes afloran versos que no tienen talla de tales. Creo necesario, para no perder el norte, regresar a la lectura de los clásicos, o, al menos, de los clásicos más cercanos a nosotros.

          "Tú vives siempre en tus actos.
            Con la punta de tus dedos
            pulsas el mundo, le arrancas
            auroras, triunfos, colores,
            alegrías; es tu música.
            La vida es lo que tú tocas"

como canta Salinas en "La voz a ti debida" y considero que no otra cosa es o debe ser la poesía. Pero parece que hemos regresado a tiempos de supuestas vanguardias sin nada dentro, que hacen mucho ruido, aunque las nueces son pocas. Pero los poetas siempre debemos tocar las nubes, pues

            "Se siente una lluvia cerca.
              A esa nube gris, plomiza,
              que por su altura navega,
              tan sin prisa soñadora,
              se le puede ver el rumbo;
              es un jardín;
              el sueño se le descifra:
              es una rosa".

y así lo expresa el poeta en "Nube en la mano", de su último libro, "Confianza".

       Pero no temas, no efectuaré un "donoso escrutinio" como le hicieron a Alonso Quijano para alejarle de la locura,  pues no soy amigo de enviar a hoguera alguna los libros, cualquiera que sea su contenido; al fin y al cabo, libros son, y todos ellos nos acompañan y algún valor tendrán, aunque sea el de hacernos comprender alguno de los errores que puedan encerrar, sean de amigos o de enemigos de nuestras ideas.

       No te canso ya más con estas cuestiones. Me contabas en tu última carta que has recibido en tu villa imaginaria, allí en Fiesole, la visita de Giovanni Boccaccio y de que tuviste la suerte de poder comentar con él algunos de los relatos del "Decamerón", que tan buenos resultan para pasar estos encierros a los que nos somete la peste actual, que corre por el mundo como un jinete del Apocalipsis. No estarán muy lejos de allí Petrarca y su Laura, por la que sigue tan deslumbrado:

           "Sus ojos que canté amorosamente,
             su cuerpo hermoso que adoré constante
             y que venir me hiciera tan distante,
             de mi mismo y huyendo de la gente"

         Puedes invitar a ambos a tu jardín, si el tiempo lo permite, allí en la Toscana, pues supongo que los días serán más cálidos y más apetecibles que en esta Ávila mía de la que no emigran los rigores del invierno, que parece empecinado en quedarse. Ellos te darán agradables noticias y disfrutarás de sus poemas y melancolías y te harán más llevadero el paso del tiempo.

          En cuanto a lo que me contabas de que no eras capaz de decidirte por quién comenzar a leer a alguno de los románticos ingleses, te aconsejo que lo hagas por Keats o Wordsworth, y deja para más adelante al impulsivo Byron, pues en los primeros encontrarás el camino que te conducirá a éste, y es mejor comenzar a andar por lo más llano. No olvides, tras ellos, adentrarte en los románticos alemanes, que son necesarios: Holderlin, Novalis, Heine y los otros. En todos ellos hallarás gozosa lectura, como con Petrarca.

         Por lo demás, y ya voy acabando, estoy deseando retomar los paseos vespertinos por el campo, pues son, en primer lugar, una actividad agradable que permite la reflexión y, en segundo término, un remedio preciso para mantener la salud. Ya se va viendo alegría en los primeros pájaros que van retornando. En esos paseos me acordaré de ti, tenlo por seguro.

         La mañana no acaba de encontrar su destino y mucho me temo que entrará en brazos de la tarde con cierta pesadumbre. Los días ya son más largos, y eso se agradece, pues la noche parece echarle a todo unos negros velos que no ayudan a encender el alma. Hay que seguir ayudándola con un buen fuego en la chimenea de casa, que es consuelo certero. Y si se puede, acompañar todo con un espléndido vino de la Ribera del Duero, que te dejará en el paladar nostalgias de vendimias, augurios de tierra.

          Seguiré guardando para ti recuerdos y lecturas, que siempre acompañan en las horas de zozobra y animan el corazón, que está sometido a fuertes trabajos, para no derrumbarse.

          A la espera de tu próxima carta, que recibiré con ilusión, siempre tuyo

Fernando Alda Sánchez



      

miércoles, 10 de febrero de 2021

Querido lector, 3 / En el viento...

 


          Querido lector:


          Te confieso que, pese a que no hay grandes noticias que contarte, no he podido resistir la tentación de escribirte, pues para mi es un ejercicio de liberación frente al paso del tiempo y de la muerte, tal vez también para no caer irremediablemente en la locura, para sentirme vivo, sin duda, para celebrar la vida que, en estos tiempos de devastación que estamos viviendo por la pandemia de coronavirus, parece tan necesario.

          Recibí tu carta con suma alegría y emoción. Ya tienes constancia de mi necesidad de saber de ti. No dejes de escribirme con la frecuencia que estimes oportuna. Por mi parte me comprometo a que estas cartas que recibes, fruto de nuestra amistad y de mi pluma, tendrán la periodicidad necesaria para mantener viva la llama.

          En estos tiempos en los que el hombre ha sustituido la religión por la ideología e, incluso, por algunas bagatelas con cierta máscara de intelectualidad, cuando no de pura charlatanería, aquello que nos conforma y perfecciona, lo más sagrado que llevamos en las entretelas de nuestro ser, es decir, nuestra relación con lo trascendente, con lo eterno, con Dios mismo, ha quedado en entredicho y, por tanto, hemos perdido nuestra libertad. Voy más allá de lo que dijo Dostoyevski, de que si Dios ha muerto, todo está permitido; incluso más lejos de lo que advirtió Chesterton, eso de que cuando se deja de creer en Dios enseguida se cree en cualquier cosa.

         Y así estamos, desnortados, con plomo en las alas, en medio de la galerna, con la ansiedad que da el enfrentarse a la vorágine de vivir y al vacío existencial  sin armas sólidas, empujando el carrito de la compra en cualquier centro comercial para tratar de saciar nuestra sed con productos materiales, o de una falsa espiritualidad, que nada ayudan a sostener la urdimbre que debe mantenernos erguidos.

        Descuida, no es mi intención intranquilizarte más aún de lo que ya lo estás, pues soy conocedor del desasosiego que te invade. Es, acaso, un desahogo por mi parte, pues en ocasiones no encuentro a nadie a quien contarle estas cuestiones, pues resulta difícil hallar compañero para el camino que recorremos en el que tanta y tanta gente está desapareciendo a causa de la peor enfermedad de todas, que no es otra que la indiferencia hacia el prójimo. Estarás de acuerdo conmigo en que mientras esto ocurre estamos distraídos en cultivar nuestro ego o en perdernos en bizantinas discusiones fruto de la ideología y no de la necesidad real de quienes vivimos en este valle de lágrimas. Pero no quiero seguir ahondando en la herida por la que nos desangramos a borbotones, pues creo que con decirlo basta, por si alguien tiene los ojos sin velar por la ceguera absurda del mundo.

        Ayer regresó la nieve a estas alturas de Ávila, aunque con poca confianza. Ha empenachado de blanco las montañas, de nuevo, pero en la ciudad no ha quedado constancia de la misma. Fui testigo de la "marzada" que nos dejó este febrerillo loco, que está buscando desabrocharse el abrigo, por aquello de animarnos un poco entre tantos rigores, que parecen tener la cara de hereje, como dijera de la necesidad Don Luis de Góngora, aunque desconozco cómo pueda ser la cara de un hereje. Puede que tal vez sea como la mía, cuando me miro en el espejo recién levantado tras una larga noche de insomnio, por aquello de que disiento de la verdad oficial que todos los días tratan de imponernos las nuevas inquisiciones que gobiernan el orbe.

       Por eso, los versos de Don Luis, que pertenecen a su letrilla "Dineros son calidad", acaso estén traídos con acierto para todo cuanto nos ocurre actualmente:

"No hay persona que hablar deje
al necesitado en plaza;
todo el mundo le es mordaza,
aunque él por señas se queje;
que tiene cara de hereje,
y aun fe, la necesidad;
verdad"

        No obstante, esta cuestión no me parece traída a humo de pajas, aunque pueda parecer baladí, por lo que nos estamos jugando en el envite, aunque no es menos cierto que hablar en estos tiempos que corren con tanta prisa, como pollo sin cabeza, de Góngora y de sus  poemas, resulta un ejercicio harto inútil, por aquello de la ignorancia generalizada que estamos empeñados en abrigar en nuestro corazón: ojos que no ven, corazón que no siente, que nos recuerda el refrán, por aquello de esconder la cabeza. La caída puede ser mortal.

      Cuando la pandemia pase, me gustaría que pudiéramos vernos, de algún modo, salvar las distancias, darte un apretón de manos, siquiera un abrazo, al menos, aunque sigamos escribiéndonos. Te animo a no perder la esperanza, para que no vayamos de cabeza al luto y la tristeza, por arte del cansancio, que ya vamos estando agotados en esta imitación de Sísifo, venga a subir la piedra por la pendiente y venga a despeñarnos con tanto afán, para volver a subir, como si caminásemos largas distancias para no alcanzar meta alguna. Puede que esto que parece el "síndrome de Sísifo" tenga mucho que ver con la cortedad de la visión de la que hacemos gala, con objetivos tan pequeños como nosotros mismos, y estamos como pobres ratones dando vueltas y vueltas en una rueda sin fin. Es para pensar, que en ocasiones se nos olvida en la  rutina que tenemos establecida, y hasta se nos distrae la voluntad de ser.

       Te preguntarás, con razón, a qué viene hoy todo esto, pero  ello es fruto de los laberintos en los que me encuentro, tan perdido como el viento en esos días en los que sopla de todas partes y no encuentra dirección cierta por la que seguir. No obstante, no te preocupes, que este melancólico Jonás que te escribe tiene los cimientos sobre roca, y no sobre arena, y lo que parece un desnortamiento solamente es fruto de las melancolías que le aquejan, de algunas tristezas que aún perduran, como nieblas espesas, en las habitaciones del alma, que sigue con sus preguntas, buscando siempre, incluso allí donde parece que nada se puede hallar. Por si acaso. Confieso que soy un buscador, quizá por deformación, aquella persona que siempre está buscando, un "seeker", pues no de otra forma he aprendido a vivir. Así lo recuerdo de mi buen Don José Jiménez Lozano, que también lo era y que, aunque ya hace meses nos ha dejado, sigue alimentando, con su palabra y su recuerdos, estos desvelos.

        Ya termino. Disculpa este abuso, por mi parte, de tu confianza. Espero que mi carta te haya sido leve y, al menos, haya suscitado en tí alguna pregunta. No tengas miedo por ello, ni por dejar los interrogantes en el viento, pues "the answer, my friend, is blowin in the wind" como cantaba Bob Dylan.  El viento, que trae y se lleva nuestros desasosiegos, dejará en tu ventana, como la nieve deja su albor, la respuesta que buscas.

       Sinceramente tuyo, un fuerte abrazo

Fernando Alda Sánchez




lunes, 8 de febrero de 2021

Querido lector, 2 - La piedra de Ávila

 


          Querido lector:


           En estos días que han transcurrido desde la primera carta que te envié con tanto apremio no he dejado de pensar en las tardes que hemos pasado juntos bajo la sombra de los tilos, crecidos en la esperanza de poder conocernos algún día no muy lejano, ambos emocionados en la lectura, tú con lo que yo había escrito, yo, al saber la pasión con la que me leías. Créeme, era una sensación muy placentera.

             Por aquí el invierno sigue llorado sus desgracias y soledades. La lluvia continúa repicando en el tejado y en mis adentros se ha instalado la sensación de haber vivido todo esto mucha veces, como en un "déjà vu" perenne, aunque sea la primera vez que nos ocurre. Acaso así es nuestra vida, que está tejida de melancolías y recuerdos, y puede que todo lo hayamos vivido en la infancia, como decía Louise Elisabeth Glück, cuyos versos ahora evoco, y todo es repetición de aquello que descubrimos con tanta intensidad.

             En los ojos aún tengo restos de la noche pasada, en forma de estrofas de un himno, como los de Novalis, y alguna estrella se me ha colado entre las pestañas y no me deja enfocar bien la mirada. Tendré que acudir, acaso, a la lectura de Guillermo Carnero y su "Ensayo de una teoría de la visión", y su poema "Ávila", incluido en el poemario "Dibujo de la muerte":

"En Ávila la piedra tiene cincelados
pequeños  corazones de nácar
y pájaros de ojos vacíos, como si hubiera
sido el hierro martilleado por Fancelli
buril de pluma, y no corre por sus heridas
ni ha corrido nunca la sangre..."

         Algo parecido somos a esa piedra de Ávila, la del sepulcro del Príncipe Don Juan, en Santo Tomás, la que labrara con tanta maestría Domenico Fancelli, el de Settignano, tan cerca de Florencia,  de la que ahora evoco el Arno y  su paso lento, como de procesión de Semana Santa, bajo los ojos del "Ponte Vechio", asomado yo a las ventanas de las casas construidas sobre el mismo, con la ensoñación del agua y del arte. Aunque creo que en nosotros sigue latiendo la sangre de forma turbulenta, pese a los rigores de febrero, que ya quiere desabrocharse el abrigo y darnos alguna esperanza.

        Entre carta y carta he tenido algunas noticias de ti, por terceros, que me dicen te encuentras bien, aunque en ocasiones un poco bajo de ánimo, como si cierta nostalgia de otros tiempos se  hubiese avecindado en las entretelas que llenan tus entrañas y brotase en la voz y la palabra, como queriendo ser por ti lo que no debiera. Para estos casos el mejor remedio es encender la hoguera del alma, que aunque parece no estar dotada de las llamas más fuertes que en el mundo pudieran encontrarse, suele calentar nuestros interiores y eso se nota con harta frecuencia. Se, también, que la pandemia de coronavirus te está respetando y espero que así siga siendo. Cuídate y te hago llegar mi deseo para que desde esa imaginaria villa de Fiesole, a la que te has retirado, estés a salvo de todo ello. Escríbeme, no obstante, pues anhelo volver a tener tu letra cerca y sentir el aliento y el vigor que emana de la misma. Cuéntame de ti, de todo aquello que te ocurra, y así seré capaz de paliar, con algún éxito, estas penurias que el viento ábrego deja colgadas  estos días en el alféizar de mi ventana.

       Ha vuelto a nevar y La Serrota se ofrece hoy como una montaña sagrada y allí, con la nieve, se que está Dios, mirándome, con una sonrisa en los labios, contemplando mis afanes, los de este pobre Job al que la lepra del tiempo le va descarnando algunas ilusiones, aunque no todas, apagándole los bríos de la juventud. Ayer, cuando fuimos a misa a Riofrío, ese "pueblecito de Ávila" del que escribiera Azorín, Cristo también me miraba, desde el altar, cuando subí al ambón a proclamar la Palabra. No fui yo el que advirtiese esta circunstancia, fue Yolanda, mi esposa, la que captó la ternura de esos ojos que me estaban viendo. Qué paz tan grande, sin duda. 

        Y al salir, a la cabeza se me venían las reflexiones de Don José Martínez Ruiz, que no pudo haber elegido mejor el escenario de su libro, en este valle que abre el Río Mayor cuando despeña su cabellera undosa de plata por entre los riscos de la Paramera, abriéndose camino entre ella y la Sierra de Yemas, con Cabañas arriba, como un faro en lo alto del Valle Amblés, cuando en la noche titilan apenas sus luces del alumbrado público, buscando luego, enseguida, el caserío de Escalonilla, y otea la boca que le dejará, al río, me refiero, en las aguas mansas del Adaja, que en estos días viene crecido. Y allí, al amor de la lumbre, Jacinto Bejarano Galavis  en sus charletas con el cura, un cirujano, el sacristán, el procurador y el "tío Cacharro". Lo que hubiera dado yo por pasar un par de noches junto al fuego con todos ellos en amena tertulia.

      Al fondo, el Castillo de "Aunque os pese" otea el valle, y todos presentimos que en la lejanía está Ávila, esa Nínive que a mi se me representa de este modo, aunque bien se que el Adaja no es el Tigris,  como también lo hacía, en sus años de niñez, a José Jiménez Lozano, que estos muros le parecían los mismísimos de Constantinopla. Y creo yo que ambos no estamos muy desacertados. Quizá a ti, mi amigo del alma, también te lo parezca, o, al menos, otra urbe. Hay quien dice que se trata de la mismísima Jerusalén, castellana en este caso, y creo que quien así piensa no está falto de razón.

    Querido, te dejo hasta la próxima carta, que espero sea pronto. Ahora me vuelvo a mis cuitas y trabajos, como si de un Hércules se tratase, aunque no tan fuerte, para seguir afrontando el día, del que desconozco cuáles serán sus trazas, aunque pinta gris desde primera hora.

      Siempre tuyo

Fernando Alda Sánchez

P.S.- La imagen que acompaña a esta carta se corresponde con la Iglesia Parroquial de Riofrío, dedicada a la Asunción de Nuestra Señora. La fotografía fue realizada, ayer mismo, por quien esto suscribe, y así te la envío, para que con tus ojos puedas ver de aquello de lo que te hablo.

     


      



    


           

viernes, 5 de febrero de 2021

Querido lector, 1-Suena la lluvia

 


      Inicio hoy una serie de cartas dirigidas a los lectores, a cualquier lector que tenga y se acerque, curioso y atrevido, hasta este blog, que sigue manteniendo el vigor con el que lo inicié.


  Querido lector:

       Suena la lluvia sobre el tejado y se rompe el silencio que pacté con la mañana. Escribo en esta buhardilla, rodeado de libros, de sombras, de recuerdos que no se extinguen, esperando que de alguno de  los relatos sus personajes vengan a visitarme. Añoro los largos días de julio, de ese verano que se fue entre cenizas en el tenso otoño, el sol y los cielos limpios, en los que Píndaro se acercaba, desde su Cinoscéfalas natal,  a saludarme cuando yo escribía, refugiado a la sombra, mirando los pájaros celebrar la vida. También venía por aquí Cayo Valerio Catulo, el de Verona, pues quería ofrecerme las últimas noticias que tenía de  Roma. Parecía ya recuperado de sus turbios amores con Clodia que tantos disgustos le causaron.

          Ahora, con el invierno, que parece va marchándose, a duras penas, estas visitas no se producen, acaso por aquello de que en el jardín de casa es imposible estar y a ellos no les apetece venir. Puede que anhelen más las villas junto al Mediterráneo que estas alturas de Ávila y, por eso, me hallo, como el coronel que no tenía quién le escribiese, sin visitas, arrostrando estos rigores sin más compañía que la lectura.

          Pero, sin duda, será primavera, y los carbonerillos y los colirrojos regresarán por donde solían, y las palomas volverán a arrullarse, y habrá celebración y disfrutaremos de la ebriedad de las horas, que se alargarán, como si fuesen eternas, y volverán aquellos que se fueron y se hilvanarán otras conversaciones y todo será nuevo.

          En estas ensoñaciones de febrero vislumbro, al otro extremo de la estancia, a mi Don Quijote y a su fiel Sancho, que desde la Ínsula Barataria me prometen nuevas aventuras, a lomos de Clavileño, para ir más lejos que con Rocinante y "el rucio", el mismo color con el que parece estar hoy teñido el día, entre tanta penumbra, todos ellos en el retablillo de Maese Pedro, en el que se representa nuestra pobre vida de humanos, tan sujetos a la inexorable ley del tiempo y de la insignificancia. Nos habremos ido, a otra vida, eterna, espero, con el Padre, pues así lo sostiene mi Fe, pero el Mundo seguirá girando, inexorable. 

           Me siento, en ocasiones, como el hombre de Vitrubio, que pintara Leonardo, por aquello de estar desnudo, moviendo los brazos y las piernas, dentro de un círculo, en humana proporción, aunque confieso que personalmente siempre lo he visto como tanteando los límites del espacio o buscando una salida imposible, tal un pez en una pecera, como la que se me rompió cuando era niño, al desplazarse la piedra que había en el fondo, un duro granito de mi tierra, y chocar con fuerza contra el cristal. El agua y pez que había en ella pasaron a mejor vida, al igual que las ilusiones que tenía depositadas en ellos. Así debemos sentirnos cuando nos ronda con tanto celo la muerte.

        Mientras espero ésta y otras visitas, releo hoy la biografía de San Pedro Bautista, mi paisano de San Esteban del Valle, protomártir de Cristo en Japón y embajador de Felipe II en aquel imperio, pues hoy es su fiesta, y le rezo una oración, esperando se acuerde de nosotros desde las alturas de Gredos, desde El Torozo, en el Barranco de las Cinco Villas, al que tantas veces he ascendido con la esperanza de verle por allí, entre las nubes y el viento, como un capitán de almas y de mártires. No puedo evitar, también, acordarme de la colina de Nagasaki, en la que él y sus compañeros fueron martirizados. Por esas alturas de Gredos, en Arenas de San Pedro, estará otro santo, Pedro de Alcántara, que reposa en el Santuario arenense, y del que a partir de octubre de este año se celebrará el IV Centenario de su Beatificación y de su Patronazgo de Arenas. San Pedro de Alcántara fue ese franciscano que parecía hecho de raíces de árboles, como le veía Santa Teresa. Entre cantos y santos me encuentro, dejando volar todo lo posible la imaginación, que vuelve a Gredos, cuyas cumbres estarán cubiertas por la nieve, que siempre es esperanza.

      Estos son los molinos de viento, o acaso gigantes y endriagos, con los que voy pasando la mañana, en espera de vientos más favorables con los que comenzar nueva singladura, quizá hasta mañana, que, seguro, traerá sus afanes y desvelos, en ese interminable desasosiego en el que uno parece estar inmerso, como por algún extraño encantamiento, aunque puede que solo sea el discurrir de la vida, que nos tiende estas celadas.

     Querido lector, sigo esperándote en cada línea que escribo, pues se que eres fiel a mis cartas y a mis versos. Siempre tuyo.

Vale

Fernando Alda Sánchez