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jueves, 31 de octubre de 2019

La magdalena y la memoria



          A medida que va descubriéndose el velo del día las pequeñas cosas que nos rodean van siendo nombradas para que adquieran certeza. Desde una caja metálica con lápices de colores hasta las orquídeas que alumbran con su belleza un rincón casi olvidado en una estancia del hogar.

           No insistiré en la importancia de todas estas pequeñas cosas que nos rodean y acompañan y que conforman la geografía existencial que nos define, pues lo creo un ejercicio innecesario. Prefiero mirarlas, simplemente, dejar que la luz las defina, desvele sus secretos y su perfil, el humilde existir que tienen junto a nosotros. Uno no es por ello un fetichista, sino más bien lo que hace es buscar asideros, como amarres, en los que ir dejando el barco atracado en puerto seguro.

       ¿Quién no ha tomado una estilográfica a la que guarda evidente aprecio, y, entre sus manos, ha revivido momentos y escrituras? Sinceramente, con el ordenador no es posible, pese a que sea portátil, aunque la prisa del momento nos obligue a utilizarlo de urgencia.

       Esos objetos son como los libros que hemos leído y que dormitan, en su duermevela, en los plúteos de las bibliotecas, aguardando la mano cálida, de primavera, que redima el helor de la soledad y del polvo.

         Igual que Marcel Proust, en su monumental "En busca del tiempo perdido", evocaba el pasado mediante una magdalena que está siendo comida, a nosotros se nos activa algún oculto resorte cuando abrimos un viejo cuaderno, muy gastado en sus tapas, en el que hemos anotado sensaciones y pensamientos, o cuando ante los ojos una antigua fotografía evoca viajes y amistades.

         Resulta inevitable que el pasado retorne, que de alguna extraña manera sea presente, pues estamos continuamente en viaje para buscar el proustiano tiempo perdido, que no es otro que el de nuestra vida, nuestras emociones y ensalmos, los rescoldos más antiguos que aún alimentan la hoguera que es vivir. Bajo las cenizas aún laten los cimientos de las civilizaciones que fuimos, sin saberlo, y es posible escarbar con la badila para despertar del sueño eterno con el que quiere desarmarnos la muerte, su sueño frío y húmedo, frente al sueño glorioso que nos ofrece Dios con todo su amor.

        Estamos hechos para vivir y para recordar, pues en el tejido de la memoria, en su urdimbre, se esconden sustratos importantes para afrontar caminos y andanzas, se esconde la materia invisible de la que están hechos los sueños, el dulce sabor de la vida en todo su esplendor.

       Será una magdalena o un trago de vino recio, no sabemos, lo que en la libación del tiempo, ahora y siempre, despertará imágenes, pavesas, las ascuas más ardientes de todo cuanto hemos vivido y nos sostiene, verticales en la llanura, para resistir el embate del tiempo y las devastaciones a las que nos somete, con terrible furia, sin misericordia alguna.

Fernando Alda Sánchez


La foto es de pixabay

"Don Juan Tenorio"

Mañana es el Día de Todos los Santos, y el sábado es el día de los Fieles Difuntos, dentro del calendario litúrgico católico. Entre medias, la noche de las ánimas, de larguísima tradición española, que ahora quiero reivindicar frente a tantos excesos del Halloween anglosajón, que a fuerza de impulsos comerciales nos han implantado con calzador.

Para reivindicar la tradición española, nada mejor que traer al blog, sin entrar en estériles diatribas, la obra de teatro "Don Juan Tenorio", de José Zorrilla ( Valladolid, 1817 - Madrid, 1893), ampliamente representada hasta no hace muchos años en estas fechas. Leerla o asistir al teatro para ver esta obra es lo suyo. Un ejercicio de alivio y desahogo frente a tanta calabaza foránea y tantos murciélagos como sobrevuelan en horizonte.

Si no se pueden hacer alguna de las dos cosas, lo mejor será entonces buscar en internet alguna grabación del Tenorio, de fácil acceso gracias a la cultura digital, y disfrutar viéndola en casa, en familia o con amigos.

Con este gesto sencillo apreciaremos no solo el vigor de la propia obra, tan universal, sino que nos habremos vuelto un poco más lúcidos y coherentes con nuestra vida y las costumbres que vamos perdiendo a base de talonarios y modas comerciales.

Poco más quiero decir. Seamos románticos, en el pleno sentido del movimiento literario al que Zorrilla y su Juan Tenorio pertenecen, no necios. Dejemos a cada uno con sus tradiciones. Los disfraces, en esta época del año, no nos sientan nada bien. Para eso está el Carnaval. Y si queremos historias de miedo, basta con leer a otro romántico español, a Gustavo Adolfo Bécquer y sus leyendas, en la noche apropiada, nunca antes de tiempo.

Y, por todo ello, os dejo con el inicio del acto primero del Tenorio:

"JUAN. ¡Cuál gritan esos malditos!
              Pero, ¡mal rayo me parta
              si en concluyendo la carta
              no pagan caros sus gritos!"

Y así concluyo esta reseña, que no carta, dejando al lector memoria de otros muchos versos famosos de esta obra, que seguro se le están ocurriendo ya.

Fernando Alda Sánchez

Del Tenorio hay muchas ediciones. No obstante, os dejo con la portada de la edición facsímil del manuscrito autógrafo de Zorrilla, realizada por la Real Academia Española, Madrid, 1974.


En un lienzo ...

Qué tristeza en el paño de la Verónica,

todas las lágrimas
y toda la sangre,
cuánto duelo.
Aún restallan los latigazos
y las burlas,
camino del Calvario,
el fiero desprecio de los verdugos.
El dolor más intenso
en un lienzo, lino
purísimo, los ojos
hundidos... No hay pincel
en el mundo que pintar
pudiera tanta devastación.

Fernando Alda Sánchez

miércoles, 30 de octubre de 2019

Getsemaní

Qué solo estabas en Getsemaní

aquella violenta primavera,
entre los helados y endurecidos
troncos de los olivos,
cuando todos dormían y esperabas
beber el cáliz más amargo
en la noche más oscura.
Todas las miserias
sobre los hombros, como una clámide
ardiente, la Cruz más pesada.

Solo el ángel,
la voluntad del Padre.
Un helor de sangre, sobre el abismo,
en la madrugada desnuda,
hacía presentir el tormento,
el abandono, la expiación.
Mas ya estabas venciendo a la muerte,
y alumbrando una luz jamás soñada.
Qué solo estabas en Getsemaní...

Fernando Alda Sánchez


martes, 29 de octubre de 2019

Lugares imaginarios



        A medida que va descubriéndose el velo del día las pequeñas cosas que nos rodean van siendo nombradas para que adquieran certeza. Desde una caja metálica con lápices de colores hasta las orquídeas que alumbran con su belleza un rincón casi olvidado en una estancia del hogar.

           No insistiré en la importancia de todas estas pequeñas cosas que nos rodean y acompañan y que conforman la geografía existencial que nos define, pues lo creo un ejercicio innecesario. Prefiero mirarlas, simplemente, dejar que la luz las defina, desvele sus secretos y su perfil, el humilde existir que tienen junto a nosotros. Uno no es por ello un fetichista, sino más bien lo que hace es buscar asideros, como amarres, en los que ir dejando el barco atracado en puerto seguro.

       ¿Quién no ha tomado una estilográfica a la que guarda evidente aprecio, y, entre sus manos, ha revivido momentos y escrituras? Sinceramente, con el ordenador no es posible, pese a que sea portátil, aunque la prisa del momento nos obligue a utilizarlo de urgencia.

       Esos objetos son como los libros que hemos leído y que dormitan, en su duermevela, en los plúteos de las bibliotecas, aguardando la mano cálida, de primavera, que redima el helor de la soledad y del polvo.

         Igual que Marcel Proust, en su monumental "En busca del tiempo perdido", evocaba el pasado mediante una magdalena que está siendo comida, a nosotros se nos activa algún oculto resorte cuando abrimos un viejo cuaderno, muy gastado en sus tapas, en el que hemos anotado sensaciones y pensamientos, o cuando ante los ojos una antigua fotografía evoca viajes y amistades.

         Resulta inevitable que el pasado retorne, que de alguna extraña manera sea presente, pues estamos continuamente en viaje para buscar el proustiano tiempo perdido, que no es otro que el de nuestra vida, nuestras emociones y ensalmos, los rescoldos más antiguos que aún alimentan la hoguera que es vivir. Bajo las cenizas aún laten los cimientos de las civilizaciones que fuimos, sin saberlo, y es posible escarbar con la badila para despertar del sueño eterno con el que quiere desarmarnos la muerte, su sueño frío y húmedo, frente al sueño glorioso que nos ofrece Dios con todo su amor.

        Estamos hechos para vivir y para recordar, pues en el tejido de la memoria, en su urdimbre, se esconden sustratos importantes para afrontar caminos y andanzas, se esconde la materia invisible de la que están hechos los sueños, el dulce sabor de la vida en todo su esplendor.

       Será una magdalena o un trago de vino recio, no sabemos, lo que en la libación del tiempo, ahora y siempre, despertará imágenes, pavesas, las ascuas más ardientes de todo cuanto hemos vivido y nos sostiene, verticales en la llanura, para resistir el embate del tiempo y las devastaciones a las que nos somete, con terrible furia, sin misericordia alguna.

Fernando Alda Sánchez


La foto es de pixabay

Esa noche descubrimos la Vía Láctea

Esa noche descubrimos la Vía Láctea.

Los niños, por primera vez;
otros, la volvimos a soñar.
Millones de estrellas
ardiendo a años luz de nuestros
sentimientos, como pavesas
o rescoldos a años de vida de nuestras
soledades y sentires, flotando,
como el origen de todas las esperanzas,
el fulgor de Dios, el esplendor
de su Creación que sigue iluminando
las huellas que dejamos en el barro,
efímero rastro en las cumbres
de las montañas. Sed de Ti, Señor mío,
Dios mío, Abba, pues en el imaginado
alumbrar de las estrellas se que está tu aliento,
al igual que en la humilde paja
de los pesebres. Sed de Ti, Eterno,
tan inalcanzable y tan cercano,
que desde el fin del firmamento de buscas,
me hablas, me amas. Es ternura. ¡Oh, noche
profundísima! ¡Oh, cedros que el aire
animan! ¡Oh, luceros y estrellas
que mi nombre escriben en la quietud
del alma en estos páramos de sombra,
de sol y de nada!

Fernando Alda Sánchez

lunes, 28 de octubre de 2019

Padrenuestro

Me gusta hablar contigo,

Dios mío, en el sol de la tarde,
cuando el crespúsculo
enciende las brasas del alma
y hay silencio entre las horas
que anuncian los primeros
brillos del firmamento.
El alma en paz, los sentidos,
mudos: es entonces
cuando te cuento los trabajos del día,
el instante en el que te doy
gracias por el pan, por la fe,
por la vida, por la esposa
y los hijos, por su sonrisa y sus abrazos.
Padre, perdona mi debilidad,
mi interminable flaqueza,
y haz de mi el fruto de tu voluntad,
memoria tuya, la caridad
que alivia el dolor, el agua y la luz,
hijo pródigo como soy
que siempre regresa a tu misericordia.

Fernando Alda Sánchez



viernes, 25 de octubre de 2019

Agua oscura


      El agua oscura de los estanques, el agua sin ojos que nos mira, inquietante espejo, el reflejo de los cielos y de las flores, el rostro de los árboles, el rastro de tiza de una alondra que sobrevuela el instante o los sauces que abrazan con su llanto el abandono de la belleza, la rendición de la luz. Sería así una foto fija, un recuerdo plasmado en sales de plata, la memoria escondida, el vientre de la nube. Y solo quisieras dejarte ir en este paisaje que está esperando la niebla que vendrá a redimir su tristeza.

      Evocar situaciones o imágenes similares resulta fascinante. Me permite evadirme de la prisión y de los hierros que Santa Teresa veía crecer sobre el alma en el tránsito que tenemos por el mundo, de la prisión y los hierros que atenazan a "un hombre que todo es alma", a un hombre que "está cautivo en su cuerpo", que decía Lope de Vega. Y en estas reflexiones en las que me pierdo en esta mañana luminosa de octubre, en espera de la lluvia que volverá con su grisalla y sus ensalmos, sus cantos de sirena, en los próximos días, me pregunto yo hoy por las prisiones que nos retienen en la realidad actual, en la sociedad que tenemos.

      Y cada cual verá las suyas, si es que las ve o las siente, si es que las palpa en medio de tanta oscuridad como nos rodea. Y estoy seguro de que, gracias al relativismo imperante, no llegaríamos a un consenso, a un mínimo acuerdo, sobre qué es lo que nos encierra y aprisiona. Tal es el grado de falta de conocimiento de la verdad. Pero no es el momento de abrir en canal la conciencia, aunque si sería conveniente despabilarla un poco, pues tanta anestesia como nos sirven en vena nos tiene adormilados, maltrecha la inteligencia.

       Quizá el agua oscura de nuestros propios estanques, de esos que tenemos tan dentro, tan profundos que ya no nos acordamos de ellos, sigue esperando que una mano rompa la tensión de su superficie, que unas pequeñas ondas, como las que produce una piedrecilla al caer, alteren la inercia y el olvido al que sometemos nuestra memoria. Y no lo digo por revolver nada, sino por sabernos vivos, explícitamente vivos, conscientes de lo que somos, formulándonos siempre esas cuestiones a las que tanto nos aterra enfrentarnos, y que siguen viviendo en esos estanques de los que hablo, en esas profundidades del ser y de la conciencia a las que no nos gusta viajar muy a menudo.

      Me dejo ir, desde luego, aunque se que las ondas que acaban de producirse, también por un pez que ha saltado brevemente, casi sin ser visto, acaso sean el efecto mariposa que vendrá a trastocarlo todo, a cambiar las cosas de sitio, a desbaratar nuestras comodidades, nuestro confort, esos espacios que creemos intocables y que la simple contemplación del agua detenida puede sacar a la luz, por su atracción, sin darnos cuenta bien de lo que ocurre, pues tenemos mecanismos misteriosos y extraños que nos impulsan, no sabemos cómo, a tomar decisiones, con "una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar al final", y vuelvo a citar a Teresa de Ávila, camino y ejemplo.

     Por hoy, basta de estas nuevas melancolías, que también son prisión y encierro, en ocasiones un grillete que no nos deja avanzar. Vamos, entonces, sin dilación, a salir a saludar al sol.

Fernando Alda Sánchez


Nota: La foto está tomada de pixabay.com


     


jueves, 24 de octubre de 2019

Entre los árboles

Entre los árboles vive

escondido el nervio de la dulzura,
jade oculto, ámbar que encierra
restos fósiles de los mejores días
vividos, de las llamas
sagradas que delimitan tu íntima
morada, la alcoba nupcial
en la que la lluvia y la noche
consumarán su núbil
encuentro. Un lecho
impregnado del aroma
de las estrellas, perfume de luceros
prendidos en el terciopelo
negro de la inmensidad
profunda del firmamento,
como un clavel en la cabellera
oscura de la mujer que amaste,
amatistas refulgiendo
dentro de la geoda de la pasión.
Quieres ser, existir, abrir
sin resistencia el cofre
de lo que fue la infancia,
la urbe a la que siempre regresarías
herido, sobresaltado, cuando en el fragor
del combate vislumbrases el término.
Será o no será, pero no habrá indiferencia.
Vuelve siempre, por favor.
Entre los árboles.

Fernando Alda Sánchez

Las primeras nieves


          Las primeras nieves del otoño han dejado su penacho en La Serrota, en el pico Zapatero, supongo que en Gredos también. No parecen, por el momento, muy consistentes, pero están ahí, quizá para hacer bueno el dicho de que "por los Santos, la nieve en los altos". No siempre ocurre de este modo.

           Hoy luce un día como son los días de Ávila, sin nubes, con un sol que arde sin fuerza, a fuego lento, pero que ilumina con esplendor. De fondo, un cielo absolutamente azul, inmaculado, un cielo alto, transparente casi, desde el que se puede ver a Dios. Así lo pensaría Santa Teresa, en esta su Ávila del XVI, tan del XVI también, por sus palacios, como dijo Azorín, cuando ella dibujaba el Castillo Interior del alma.

       Con la nieve han llegado otros recuerdos, que aguardan su momento para entrar, como si quisieran pedir un permiso que no necesitan. Vienen de lejos, de muy lejos, quizá desde el frío, buscando las torres de la ciudad, las torres que anidan en la mirada de los que nos asomamos al Valle Amblés esperando encontrar sus límites entre la luz y las sombras de las encinas, tan pegadas a la tierra, y de los álamos, que lucen con orgullo las ocres y amarillas ropas fúnebres con las que los ha vestido el otoño.

         Ante tanta luz desbordante, tras la grisura de estos últimos días de lluvia, el corazón parece recobrar parte del pulso necesario, un latido tímido, una brizna de esperanza, como un temblor, un fluir de sangre, un poco de viento en las velas para comenzar a navegar. Aunque puede que todo  sea un espejismo, dolorida y acobardada como está el alma, tras tantas congojas que la vida te va sirviendo en amarga bandeja.

        Y miras la luz, el sol, el vuelo de algún pájaro que pasa triste frente a tu ventana, mientras el día crece para morir luego en cenizas, tras el horizonte cambiante. Y te preguntas si estas primeras nieves serán luego bienes, como remacha la sabiduría popular, o simplemente un adorno para las cumbres, para que se vistan de gloria hasta la primavera, en la que, tras su paso, al contrario que los árboles, mostrarán su más desolada desnudez.

        Miraré la nieve y seguirán regresando los recuerdos a su casa, como hogueras, como llamaradas de nostalgia, pues así los reclamo, para volver a ser, para volver a vivir en mi deseo. Y entonces, una vez más, con los ojos velados, seguiré mirando la nieve.

Fernando Alda Sánchez

Nota: La foto no se corresponde con el paisaje que describo. Es de pixabay


Te dicen

Por qué no escribes poemas

más alegres, poeta,
te dicen todos, otros versos
menos lúgubres, por qué no abres
ventanas en tu alma y dejas
correr el viento
libre, a sus anchas, y no nos
hables de muerte y soledad;
mejor, cuéntanos de la sazón de los campos,
del amor granado en espigas
opadas; susúrranos al oído
cánticos de esperanza y de gloria,
poeta. Danos
razón, si quieres, de tus desvelos,
mas no nos angusties más de lo necesario,
no nos acobardes, te dicen
todos, sin saber que tienes el alma
poblada de aquello que nadie
quiere oír, de lo que rechazan
y esconden, de la atávica
llamada de la muerte que desde
la larga y tensa noche de los tiempos
nos dio conciencia de nosotros
mismos. Solo Cristo
venció a la que no queremos
nombrar, solo El fue victorioso,
solo El porta la luz.
Yo no, poeta,
que ya casi no pienso,
que ya casi no hablo,
que ya casi no siento.
Yo no.

Fernando Alda Sánchez

"Odas de Ricardo Reis"

"Seguro asiento en la columna firme
de los versos en que quedo,
no temo el influjo innúmero futuro
de los tiempos y del olvido;
que la mente, cuando fija, en sí contempla
los reflejos del mundo,
de ellos se plasma vuelta, y al arte el mundo
crea, que no la mente.
Así en la placa el extremo instante graba
su ser, durando en ella".

Este es el primer poema de las "Odas de Ricardo Reis", de Fernando Pessoa (Lisboa, 1888 - 1935), uno de los mejores poetas de Portugal en el siglo XX, cuya voz se mantiene de permanente actualidad, quizá por los temas trascendentes que pueblan su poesía y por la melancolía que recorre sus versos, que nos lleva a mundos no vividos en el presente, pero que añoramos con fuerza.

Ricardo Reis es un epicúreo triste. Su filosofia se sintetiza en que "cada uno de nosotros -opina el Poeta- debe vivir su propia vida, aislándose de los demás y procurando tan solo, dentro de una sobriedad individualista, lo que le agrada o le place. No debe procurar los placeres violentos, no debe huir de las sensaciones dolorosas que no sean extremas. Buscando el mínimo de dolor (....), el hombre debe procurar sobre todo la calma, la tranquilidad, absteniéndose del esfuerzo y de la actividad útil (...)". Toda una declaración de principios en la que "debemos -según Pessoa- procurar darnos la ilusión de calma, de libertad y de felicidad, cosas inalcanzables porque, en cuanto a la libertad, los propios dioses -sobre los que pesa el Hado- no la tienen; en cuanto a la felicidad, no la puede tener quien está exiliado de su fe y del medio donde su alma debía vivir; en cuanto a la calma, quien vive en la angustia compleja de hoy, quien vive siempre esperando la muerte, difícilmente puede fingirse sereno".

Y todo ello produce una profunda tristeza, y estas odas son expresión de la misma, porrque "la obra de Ricardo Reis -prosigue Pessoa- profundamente triste, es un esfuerzo lúcido y disciplinado para lograr una cierta calma". Quizá, entonces, ahí reside nuestro desasosiego.

Dejo al lector con Ricardo Reis o con Fernando Pessoa. He utilizado para esta breve reseña la edición de estas odas para la Biblioteca Millenium de El Mundo, con traducción de Ángel Campos. Juzque cada cual la intensidad de estos poemas, cómo le escriben en el alma, y después obre en consecuencia. Para el que suscribe son tesoros poéticos, perlas de belleza.

Fernando Alda Sánchez

Dejo como ilustración la portada de la edición realizada por Visor



miércoles, 23 de octubre de 2019

En el desván


          La lluvia de hoy quiere morder el alma, que es como un estanque oscuro, un espejo sin fondo, que absorbe todo cuanto en él se refleja y lo retiene. Es un día para mirar hacia adentro, para revolver, con cuidado, entre los cachivaches que guardamos en las alcobas interiores de lo que conforma nuestro existir.  No es hora de hacer balance, solo es un buen momento para curiosear, como cuando subimos al desván, o al sobrado, como se dice todavía en algunos pueblos de Castilla, para alimentar nuestra imaginación y recordar viejas vidas y olvidadas anécdotas que guardamos acaso para seguir viviendo, para no morir con tanta desmemoria.

            El mundo acelerado y virtual que vivimos no tiene lugar para estos acomodos, no hay espacio para almacenar tanta sobre información como nos atosiga por los sentidos a todas horas. Ya no somos capaces de reciclarla y mucho menos de almacenarla. No importa, no merece la pena, es reiterativa, redundante, repetitiva y, por tanto, carece de valor.

          En esta sociedad en la que nos vemos obligados a asistir a la retransmisión simultánea de lo obvio, por grave que pueda ser, estamos condenados a la banalidad, a morir de pura inercia, sin saber que nos morimos o nos estamos muriendo, asistiendo impávidos al propio espectáculo de nuestra muerte, sin tener conciencia de que somos el muerto en el entierro.

         Por eso es bueno regresar a los desvanes, ir construyéndolos no sólo en casa, que es difícil por falta de espacio gracias a las "soluciones habitacionales" a las que nos condena el sistema, todo sistema, sino abrir espacios de almacenamiento de recuerdos en el alma, allí, en lo más hondo de nuestro ser, allí donde sólo puede llegar la luz de Dios, que todo lo ve, y está nuestra esencia.

        Dejemos de correr en pos de zanahorias sujetas a los palos del consumo, atrevámonos a ser, dejemos de tener, dejemos de vivir aceleradamente la vida, volvamos al pasado para tomar fuerzas y vivir el presente con sentido, con la plenitud que da sabernos vivos, alejados de todo el ruido, ensordecedor en ocasiones, con el que nos machacan los medios de comunicación social, y aquellos que los manejan para hacer crecer sus intereses, para volver a ser nosotros, cañas pensantes, como dijo Pascal, resistentes juncos, frágiles cañas que crecen en la orilla de los ríos, buscando la sombra y el agua, el todo en la nada, y que sueñan y aman con criterio propio.

         La vida, la de verdad, puede ser posible. Lo que tenemos, lo que nos ofrecen a todas horas para comprar, es un sucedáneo. Dejemos a la lluvia, con toda su melancolía, que nos siga mordiendo el alma, a ver si así despertamos de una vez del mundo virtual y sin espíritu, y, por tanto, intrascendente en el pleno sentido de la trascendencia, que es buscar más allá de nosotros, sabernos más grandes que un simple organismo que vive y se reproduce,  en el que vivimos.

       Que siga lloviendo.

 Fernando Alda Sánchez


Foto: Pixabay
     

Así son los sueños

Péndulos inmateriales que fijan

ritmos para el espíritu.
Sucesivos estados de ánimo
albergan galerías de espejos,
azogue marchito, la frecuencia
cardíaca de un corazón en llamas.
Lacustres palafitos en los que habitar
junto a la locura,
ánimas incrédulas, un paisaje
de cráteres, zanjas
que habrán de llenarse de huérfanos
despojos humanos.
Así son los sueños,
estancias vacías que vas
poblando de una materia
incorpórea, amoldable
según las circunstancias,
siempre atenta a las señales
inconfundibles del miedo.
Son tú mismo, tu propio
tejido, el retrato
fiel de tu inconsistencia.
Habitas los sueños sin fe,
con la duda cabal de que a la postre
todo es ceniza y duelo: si te mueres
no contemplarás más amaneceres,
desnudo entre la luz,
desde las torres de los templos,
ni te resguardarás bajo un alero
cuando el granizo son las balas
en una batalla, ni habrá besos
o caricias dóciles, ni el aire
entrará puro en los pulmones
y los esponjará invitándote a la alegría.
Si te mueres, tal vez soñar
sea solo una línea
continua, un fundido en negro,
el caparazón de un escarabajo
que alguien aplasta con la suela
del zapato. Los sueños se mueren
contigo, sin descendencia,
pues no admiten traspasos,
jamás podrás vivir los sueños
vagabundos de otro o vestir
su traje y calarte
ufano su sombrero.
Los sueños también regresan
al polvo, a la tierra, a la arena
inerte desde la que un día
se alzaban para ser,
para sentir, para dar el fruto
que no pueden entregar,
imposible el vuelo que quisieras
imprimirles, extranjeros en una patria
a la que no perteneces,
y en la que sin embargo
no tienes más remedio que vivir.
Cálido es su discurso,
el abrazo de lo que no existe
pero se asoma a la imaginación:
mejor soñar que morir
en la hora incierta en la que no
hay más remedio que ceñir
el talle de la muerte y bailar
con ella hasta la extenuación.
Si yo te dijera...

Fernando Alda Sánchez

martes, 22 de octubre de 2019

El contrato

Es tu actitud como rondar

peligroso en el lugar equivocado,
plácido en todo cuanto a ti te concierne,
mas no avisado del peligro
del trueque, del trato que te aguarda,
si es que estás dispuesto
a cambiar el alma por un manojo
de hermosos poemas.
Difunto está el que en este negocio
precediera tu andanza,
mas no parece importunarte
el descender a los infiernos
si con tamaña aventura
alcanzases el gozo de una escritura
fresca y audaz, que deslumbrase
al mundo con su barroco atavío.
No seré yo quien juzgue
dubitativo tu contrato,
pero tienes que saber que ya no
habrá billete de vuelta en ese viaje
interminable hacia la nada.
Recordaré triste, al declamar
algún verso que será de tu pluma
vástago fiel, el brindis,
la ebriedad y el encuentro
que en poesía hallamos,
cuando aún las musas
insuflaban su cálido y sonoro
aliento y en la celebración
de la belleza encontrábamos
consuelo y melancolía.
La maldición será tal que,
cuando ya no estés, acaso
no se ensalce tu nombre,
ni recuerdo habrá efímero
que alimente la llama del genio.

Fernando Alda Sánchez

Tanta tristeza...

 
   


        Hay días en los que la tristeza habita en los tuétanos, en los que parece retorcerse en las entretelas que dan consistencia al alma, en lo más profundo de los ojos y por eso resulta difícil mirar el mundo. Cierras los párpados y no ves más que lágrimas que no fluyen, lágrimas que no son, que no viven, lágrimas que nunca han nacido pero que dejan su rastro de dolor.

         Es una tristeza milenaria, como del origen de la vida, como del inicio del tiempo, como de la noche de todas las noches, una tristeza que abrasa los últimos restos de esperanza, que va quemando las raíces mismas de ser. Es una tristeza de sangre, de lunas viejas, de estrellas muriendo, de árboles secos y de caminos embarrados. Es una tristeza de tinieblas, de penumbras, de páramos, de habitaciones vacías, de olvido y desolación.

         En los bosques de otoño de estos días hay un anuncio de lo que será esa tristeza invernal, esa tristeza de cadena perpetua, cuando se acorten de verdad los días, cuando nos falten las horas para ver y sentir el sol, y en el alma se extienda una capa gruesa de ceniza y en la mirada solo tengamos el contorno de los cementerios, el silencio de la devastación, del final de los días.

          Hay tristezas que apagan la luz, como si fueran a irse pero sin abandonarnos nunca, como si se hubiesen quedado a dormir con nosotros para siempre en la cabecera de la cama, en la mesilla de noche, en las sábanas, por dentro del edredón. Son nuestra sombra, el aire que respiramos, el deseo que anida entre las ramas del corazón que se va helando, que se va acomodando a morir.

           Hay tristezas, tanta tristeza...

Fernando Alda Sánchez


       

         

lunes, 21 de octubre de 2019

En el bosque, mi casa




         Cierro los ojos y sueño con bosques sagrados. Veo los árboles encenderse en el otoño, llamándome por mi nombre, bajo la lluvia y el desamor del tiempo. Y se que en el bosque está mi casa, el hogar que busco, el cálido aliento que envuelve la vida, casi el origen. Entre los líquenes y el musgo, bajo la soledad aérea del muérdago, junto a la espesura de los helechos.

         El bosque es el lugar al que quiero regresar siempre, como la cuna primigenia, el útero materno, acaso más allá, el sueño de Dios. Regresar es evocar también, es dejar nacer los recuerdos de entre el humus, como los boletus o los níscalos que en estos días salimos a buscar. Regresar es recordar, pues es hacer presente el pasado, en un juego de malabares no fácil de ejecutar con maestría.

          Las palabras son raíces, son árboles de ese bosque, que se van entretejiendo, creando belleza, uniendo sentimientos, haciendo crecer la vida, raíces y ramas que dialogan desde la noche y desde el paisaje, y soñando existo, en medio de esos árboles que me acompañan, uno tras otro, en el paseo que hago por la memoria y la desolación.

          Llevo dentro de mi un bosque que voy sintiendo crecer, un bosque en el alma que nos alimenta, un bosque poblado de todo aquello que nos hace ser nosotros, y siento las raíces que siguen buscando, desde antiguo, nuevos suelos fértiles, el agua esencial, las rocas en las que afianzar sus certezas.

          En el bosque sueño.

Fernando Alda Sánchez

     Nota: La foto está tomada por el que suscribe en los bosques existentes en el camino hacia el Santuario de San Pedro de Alcántara, Arenas de San Pedro, Ávila, España.

"Un pueblecito, Riofrío de Ávila"

Traigo en esta mañana de octubre en la que el sol se esconde entre algunas nubes una de esas joyas literarias con las que José Martínez Ruiz, Azorín  (Monóvar, 1873 - Madrid, 1967), nos sigue deleitando la vida a aquellos que nos gusta leer con calma, al amparo de esta Castilla que nos acoge como una madre.

"Un pueblecito, Riofrío de Ávila" es un libro para leer con mucho silencio, pensando en España como pensaba Azorín, disfrutando, además, del estilo del autor, y mirando el paisaje, en esta ocasión entre montañas de Ávila, entre las Sierras de la Paramera y de Yemas, en un hondo valle, junto al río Mayor, al que cada vez que me asomo y veo Riofrío, un pequeño pueblo, escondido, casi un paraíso, no puedo dejar de pensar en lo que escribiera Azorín sobre él y sobre otras cuestiones. Es el paisaje azoriniano con toda su pureza, un paisaje material, pero un paisaje espiritual también, pues Riofrío es también un lugar en el que el escritor habita mientras escribe este delicioso libro.

Con su prosa Azorín analiza el mundo, la realidad, que va diseccionando con amor, hasta el último detalle de la vida cotidiana que nos sale al paso. Por eso este libro bien puede considerarse como un compendio de cómo escribe y cómo piensa Azorín.

"Un pueblecito" no es una de sus obras más conocidas, pero para mí, como abulense,  que un escritor y ensayista de tan gran altura se fijase en este pequeño pueblo, "casi una aldea", como él dice, que parece haberse detenido en el tiempo entonces y ahora, y que se mantiene intacto,como desde siempres, con toda su pureza. No ha muchos meses, en este mismo año, que visité Riofrío, y el lugar mantiene su esencia. Y recordé entonces, como lo hago ahora, el juego literario del que  se sirve Azorín para escribir el libro, con Bejarano de por medio (no desvelaré este recurso, dejándoselo al lector), para aumentar el misterio.

Quizá es que entonces y ahora también solo se puede descubrir el alma de España desde un pueblecito como Riofrío, inadvertido casi para el mundanal ruido, buscando el agua, la soledad, las cumbres y los páramos, y escribiendo como lo hace Azorín, que es deleite puro para aquel que se asoma sin prisas ni prejuicios a la obra de uno de nuestros más grandes escritores.

Termino anotando en el blog que es una suerte poder visitar los lugares que inspiraron obras literarias o de pintura que amamos. Este es mi caso que, además, lo tengo a la vuelta de la esquina, pues Riofrío está muy cerca de la Ciudad de Ávila.

Fernando Alda Sánchez


En casa guardo una quinta edición del libro, en Espasa Calpe, Colección Austral, del año 1980, Madrid. Os dejo la portada de una edición anterior que es posible encontrar de segunda mano en internet, de la misma editorial




Desvencijada gloria

Poeta esencial te decían cuando

clavaban tus versos en toscos
maderos de envidia,
de hoguera a hoguera,
amanecer y ocaso,
incendiado corazón
que en los corifeos se veneraba
con idolatría. Mas la infamia
cruel cebó en ti sus dagas
alevosas, fueron espejo las espaldas,
los abrazos se tornaron en espinas,
y hoy caído nadie te convoca
o anuncia y en desérticos
pagos expías el triunfo, la condena
arbitraria de todos cuantos
falsamente te amaron tanto
y ahora mancillan tu memoria.
Pérfida exhibición de vanidades,
hueca procesión de peleles
vacíos, solo estómagos
interesados que se abalanzan
sobre pesebres y ganancias.
Polvo inútil son ya,
fuego fatuo, restos
inservibles que el viento
olvida cando ejerce su dominio.
Desvencijada gloria,
insepulto ingenio,
mas ya las coronas de laurel
fueron vencidas
y no encuentran sienes
en las que ceñir lo vivido
su merecida proclamación,
el vulnerado acento
esdrújulo de lo que de ti
quedó en esta ínsula de amargura.
Solo diré tu nombre...

Fernando Alda Sánchez

viernes, 18 de octubre de 2019

Soñaré con las montañas






      Esta noche soñaré con las cumbres de las montañas, con mi Sierra de  Gredos, con el Almanzor, La Galana, La Mira, Los Galayos,  El Morezón o El Torozo, los Tres Hermanitos, que regresan de la memoria desde un no dibujado mapa de Ávila que guardo en secreto para ocasiones muy especiales. Y junto a las montañas, los ríos, el Tormes, el Alberche, el magro Adaja que solo lleva arena y desolación en los veranos, pero que abraza la Muralla de esta casa que me acoge con tierno afecto.

      Siempre regresar a las cumbres, y alcanzarlas, para no quedarnos a medio camino, como Sísifos tristes y abandonados en su ascensión. Confieso que alcanzar la cumbre de una montaña, aunque su altura no sea mucha, es uno de esos gozos que conservo en las alcobas más profundas del alma, junto a las memorias imborrables de lo que la vida va dejando en los estratos de la piel y de los sueños, sin endurecerlos.

      Recordaré paisajes de tierra y nubes, pero también paisajes de almas, de susurros, del cálido acontecer de los días, mientras asciendes, en pleno esfuerzo de músculos y espíritu, animado por una extraña inteligencia que te va diciendo que arriba está lo mejor, tal vez el esbozo del rostro de Dios, que no podemos ver cara a cara, y presentir que junto a las águilas también estará tu vuelo enamorado aunque inconcluso, como un remanso de silencio y de despertares, en el alba de la Creación.

      Miraré las montañas y en el corazón se encenderá una hoguera de salutaciones, el cálido abrigo frente a la noche y la soledad, y añoraré el cantar pastoril de los rebaños que ahora comienzan a regresar a los pastos de invierno, abandonando las alturas y los gozos estivales, invocando la llegada de diciembre, el enero interminable, febrero con sus breves misericordias de sol, con las que se calienta el alma después de tanta helada desolación.

       Miraré las montañas, pero no habrá nostalgia en mis ojos; regresaré a ellas como el que vuelve a una Ítaca de tierra adentro, rodeada de bosques y de ensalmos, de la magia que encierran los árboles y sus raíces, el fulgor de los prados, la nieve que coronará en breve estas testas de piedra brava, y será entonces el júbilo, la celebración de los días, el retorno y la gloria.

Fernando Alda Sánchez

Nota: La foto la realizó el que suscribe este verano, en la Sierra de Gredos, Ávila, España, en el Puerto del Peón. Al fondo, el espaldar de Los Galayos, el Gran Galayo y las canales Seca y Reseca. Se aprecian en primer plano machos de cabra montés, nobles habitantes de estas desoladas alturas.




     


  1.    

Batalla de traiciones

El sabor ignorado de la cicuta

que por tus labios derrama su insolencia,
el remite anónimo de alguien
que te escribe desde el exilio,
la idolatría a tanta muerte
y a tanta desolación.
Entornada está el alma
frente al mediodía de las acusaciones,
esperando el veredicto de la conciencia.
Sería ahora la ocasión
perfecta para no ocultar la desidia
del tiempo muerto, la deriva
de la sinrazón, para afirmar
el fluido de la sangre en las aurículas
de corazones embargados, de las vidas
fracasadas que has ido dejando
en los raíles de las estaciones
abandonadas,
entre los equipajes
muertos que permanecen
llorando en los andenes,
en la inmensidad de la mirada
de la noche y de la luna.
Asperjas una savia,
densa y olorosa, sobre el dédalo
ilusionado de las emociones
que se marchitarán en los arriates
del descontento. No es tu cadáver
el que yace sobre la mesa de autopsias,
no habrá réquiem, ni catafalcos
aterciopelados, ni las siemprevivas
adornarán marmóreas lápidas
mudas bajo las que habita el gusano del mal.
Sin que sirva de precedente,
esta vez fortuna fue tu cómplice,
el necesario aliado en esta intensa
batalla plagada de traidores,
de traiciones y múltiples engaños.

Fernando Alda Sánchez



jueves, 17 de octubre de 2019

Quizá Lisboa...





          Es hoy el paisaje al que me asomo pura tristeza. El verano se ha ido entre lágrimas y ahora solo hay ausencias. Sí, es otoño, y tal vez por eso te acuerdas de otro Fernando, Pessoa de apellido, en su café de aquella Lisboa desdibujada contra el cielo, que rezuma el olor de los fados por sus esquinas, entre el Tajo y el mar, presagiando melancolías atroces y amortajando las miradas muertas de la lejanía.

           Desconozco el origen de estos recuerdos, de por qué Pessoa y no otro me viene hoy a la memoria, de por qué sueño con Lisboa y dejo que sus tranvías aviven lo ya vivido, y no lo por vivir. Es acaso un juego literario, un volver al pasado para buscar recursos, o, simplemente, que en ocasiones el alma se vuelve caprichosa y destapa rostros, efigies, versos incluso, sin criterio, por el puro placer de hacerlo.

          Solamente la escritura parece ser una certeza a la que aferrarse en estos momentos de frío hondo, de helor, de escalofríos que sientes en los párpados del corazón, que se niega a ver, a  sentir, a buscar un mínimo rescoldo con el que calentar el presente. Solo lo escrito parece salvarle a uno de tanta zozobra, de la devastación del tiempo, pues éste viene con un sudario no estrenado al que quiere poner nombre.

           Será el paisaje, o será el que escribe, que no se encuentran, pues no hay palabras para describir, en ocasiones, esos pozos profundos que se abren en las entrañas, y estás como el San Manuel Bueno, mártir, de Miguel de Unamuno, frente a la paradoja que es vivir y creer, muy solo, clamando.

          En el fondo deseo que todo esto sea únicamente efecto de la lluvia, que ha regresado, y que mantiene su insistencia como llamando a la puerta de casa, diciendo que ha venido para quedarse, pero no estoy seguro de lo que digo, pues parece que habito en una región incierta que no figura en los mapas que suelo utilizar a diario para encontrar el rumbo.

        No más tristezas, que los lectores tendrán las suyas, y no es bueno insistir con tantas nostalgias errabundas y sentimientos rotos. Lo prometo, aguantaré mi vela.

Fernando Alda Sánchez

Nota: La foto es de Lisboa y pertenece a Sandemans New Europe


Desmoronados paramentos

Volutas jónicas, hojas de acanto

para este templo sobre el monte
de la amargura, dinteles, jambas, sillares
que has ido amontonando
para dibujar un paisaje de ruinas
tristísimas, dovelas
arrumbadas, líquenes
triturados, musgo que reviste
muros y sarcófagos, columnas,
plintos, capiteles, una arquitectura
muerta en el sudario del agua,
amortajada por una lluvia
otoñal y fría, que ya no espera
alimentar raíces o ser de ti abrazo
feraz sobre el que crecen las buganvillas
en este jardín recóndito y abandonado.
¿Dónde ahora el peso de los años
mágicos en los que alzabas la copa
por el perpetuo triunfo?
Lamento se han tornado los atardeceres
victoriosos en los que el cárdeno
estandarte de los días de gloria
no se inclinaba nunca,
invasor ejército de mílites
bárbaros que crecían en la almohada
de la lisonja, en el olor del incienso,
en el muelle asiento de la alabanza.
Desmoronados paramentos son hoy
los cimientos sobre los que erguiste
orgulloso el centro de la posesión,
del dinero, del estiércol que atesorabas
ambicioso cuando adorabas
demonios áureos, fuerzas
malignas que atrapaban
tu voluntad en doradas jaulas
terribles en las que no cesaba el tormento
de la avaricia, la desazón del poder,
el deseo irrefrenable de acumular
más y más piedras y metales preciosos.
Entre tanta pared derruida,
junto a tantas puertas
astilladas, contemplas la llovizna
con ojos gastados, el pulso
decaído, esperando pedir
clemencia, aguardando,
tal vez, la penúltima
oportunidad, la inconclusa salvación.
Déjalo, ya no merece la pena...

Fernando Alda Sánchez

miércoles, 16 de octubre de 2019

Mirar Castilla


           Mirar el mundo es mucho más que verlo, es comprenderlo, es amarlo, es descubrir las entretelas de las personas, la belleza que irradian las almas, la luz que arde en un paisaje hermoso. Ayer miré Castilla, los campos yermos en este otoño al que le está costando sacar sus colores más preciosos. Distancia de ida y vuelta mirando estas soledades que parecían acompañarme en el transcurrir de las horas en los largos caminos del adiós y de la esperanza.

          Desde los oteros la transparencia del aire me regalaba todo su perfume, el olor de lo que se prepara para morir, en las sementeras, el dibujo de lo que será muerte y luego vida, como el grano de mostaza, Cristo mismo que desde la penumbra de las ermitas escondidas en los pliegues del paisaje nos llama en un susurro de alondras.

          Tanta belleza se me quedaba prendida en los ojos, como si no quisiera irse o desvanecerse después de haber sido vista, después de haber sido mirada, tras haber conseguido desvelar su secreto, el origen de todo. Eran como rescoldos que no podían apagarse con un poco de agua, rescoldos que la brisa serena seguía avivando en la memoria. Al llegar a casa, al dormir, al cerrar los párpados, la hoguera seguía ardiendo, quizá para siempre.

           Y es que no podemos dejar de mirar, no podemos dejar de comprender, no podemos dejar de amar tanto como se nos ofrece cada día, tanto como creamos, junto a Dios, en este mundo que nos ha sido dado en herencia y que tenemos que cuidar para que siga siendo legado y futuro. No podemos dejar de mirar el vuelo del milano, que dibuja círculos y ausencias, o el caer de la lluvia que va desgranando nuestras esencias, aquellas que atesoramos en lo más profundo del ser.

        Ayer miré esta Castilla mía y, entre versos y prosas que no se olvidan nunca, pues siguen creciendo más allá del tiempo, recordaba otras vidas, otras gentes, otros sucesos, otros anhelos, de los que han habitado estos paisajes, y aquí vivieron y amaron, aquí sufrieron, aquí alcanzaron la gloria y la vida eterna. Y confieso, una vez más, que no podía dejar de mirar.

Fernando Alda Sánchez


Foto tomada de minube.com

Es soledad

Juegan los niños con las vítreas

canicas que el amanecer ha sembrado
entre el rocío, colores
entremezclados en el óleo, el pigmento
atávico que adorna las altas
nubes de los cielos altos,
ese ascender con las alas
prestadas de los arcángeles del sueño,
hasta alcanzar el cenit de los topacios
que presagian la tarde, la dureza
del corindón en la que se fraguan
esbeltos los jinetes del día,
y adormecerse en el sutil
transcurrir del tiempo.
Infinitud se abre ante ti
desde la ventana encendida de mayo,
una jungla sin límites
en la que abandonas todo cuanto
amaste con vehemencia,
la rosa de los vientos que hace
renacer la vida.
Es soledad la que acompaña
tus jornadas, una lectura,
un vaso de vino
tinto, de entrañas suaves,
un poema escrito en un descuido
del orden, nostalgia,
el herrerillo que posa su vuelo
intranquilo en el alfeizar
de cualquier ventana.
Solo resta esperar,
sereno, a la dama
que blande la indeseable guadaña.

Fernando Alda Sánchez

martes, 15 de octubre de 2019

Incineración

Clama la libertad tu nombre

cuando en las lámparas
votivas se enciende el aceite
esencial de los antepasados,
cuando afirmas haber encontrado
la última crátera en la que el vino
madura sus emboscadas, el infiel
abrazo de la araña más asesina,
el rigor del veneno cuando
viste el capucho negro del verdugo,
y busca no salidas, sino entrañas
en las que amortajar las células
con su abrazo fúnebre de agonía.
Magenta el mirar altivo de las cariátides,
que entre los bucles de espinas
de los rosales esconden
la impudicia y el descrédito,
arcanos antiguos para los que no
tienes respuestas, ni habrá jamás
espejos en los que olvidar
los desengaños diarios, la constante
derrota del tiempo y la ignorancia.
Un fanal sería luz
inconstante, mejor el plenilunio
de las mareas, pues hallaste la atormentada
expresión del fauno que en el bosque
espera la aniquilación de su morada.
Dulce la patria ahora el lugar
al que regresas, en el que vistes
el duelo del desagravio, allí donde
concitas el esplendor de la escarcha
cuando comprendes su níveo
regreso, la incineración de todo
cuanto escribiste y ahora no recuerdas.

Fernando Alda Sánchez

lunes, 14 de octubre de 2019

El viento

 Se levanta el viento lleno de misteriosos presagios, buscando los resquicios por los que asomarse a la vida. No encuentra su camino. Gira en las veletas perdido, soñando tal vez con las colinas enigmáticas de las que procede. En su huida nos va dejando la ruina de lo que nunca hemos vivido y guardamos en los sueños, en ese si condicional que no nos lleva a ninguna parte, salvo a la nostalgia y la caducidad del tiempo.
         Debiéramos ser más como el viento, atrevernos a dejar nuestra vida en las manos de Dios, desde el libre albedrío que nos hace hombres, y vivir en las cañadas y entre las nubes, junto a la lluvia, en el cauce de los ríos, en el agua que nos acoge siempre, sin mirar nuestra procedencia. Aunque es cierto que por mucho que lo neguemos nuestra debilidad, nuestra flaqueza, nos lleva a buscar patrias, y decimos que somos ciudadanos del mundo sabiendo que en el fondo de nuestra resistencia habita una patria, universal, sí, pero una patria.

       Necesitamos de apegos, de compañías, incluso de la compañía de la soledad, para no estar solos, para no desplomarnos en medio del paisaje, del vacío. Por eso encendemos hogueras, o simples velas, desde la noche de los tiempos, breves luces cuyo resplandor nos ofrece la sensación de un hogar, por humilde que sea. Por eso oramos, por eso elevamos nuestras plegarias al Padre, para no estar solos, para no consumirnos frente al vacío, para seguir viviendo.

       Hoy el viento dibuja nostalgias entre las torres de Ávila. Lo veo mecer los sueños de la ciudad, moverlos caóticamente como las hojas de este otoño que, por fin, parece que ha llegado de verdad, ajustando el calendario y los relojes. El viento desentraña caminos en las veletas, aunque es caprichoso, y cambia de dirección, para confundirnos más aún si cabe, para que no encontremos certezas ni sepamos hacia donde va. Es así de misterioso y de voluble.

     No iré tras él viento. Mi patria está en los caminos, pero no está tan lejos. Correría el riesgo de que mis raíces se secasen, se perdiesen en un vano intento por alcanzar lo que no tiene origen ni fin. Seguiré escuchando el viento golpear contra las ventanas de la casa, que ahora vive en un extraño silencio, como si estuviese anhelando a los que la habitan en esa espera en la que Penélope teje y desteje los días y las horas, los deseos, las lluvias y las soledades, aguardando el ensalmo de la alegría del retorno, del viaje acabado, del héroe que llega a su casa desarbolado, pero lúcidamente entero.

     Dejemos volar al viento.

Fernando Alda Sánchez

Foto: elmercaderdelmar.com


No volverás a la inocencia

Urticante oruga la que avanza

por las agujas del pino,
tal la humillación que se gangrena
entre las nieblas del alma,
la renunciación a todo gozo,
el luto riguroso que impone
enigmática la sibila de la duda,
el oráculo de la sinrazón,
ambiguo acertijo que las leyes
de la probabilidad no desvelan.
Urente poso líquido que va
quemando los límites de la certeza,
arena que abrasa estucos
y policromías, atauriques
y esgrafiados, la decoración
silente de los tabiques que perfilan
impasibles el reino de la dominación.
Acaso un mapa te fuera necesario
para tomar referencias entre la bruma
y los sargazos de este mar sin islas ni costas,
habitado por hidras y cefalópodos
descomunales, agua salada hirviente
o lava primigenia que son
imposibles de surcar:
argonauta eres que en su desvelo
añorase un vellocino opalescente
y las fieras y hermosas sirenas
entonasen cánticos
desesperados de muerte y de destrucción.
Ulises nunca volvió a tensar
su arco, ni regresó a la Ítaca
perdida entre espumas y oleajes,
como tú nunca regresarás
a la infancia y a los sueños,
no volverás a la inocencia,
no dormirás en la ensoñación
de los días lejanos y de las fiestas
sagradas, ni en la túnica
prenderá la insignia del héroe,
ni su pendón tremolará
coronando atalayas, baluartes y torres.
Fúlgido aún el sabor de la victoria
sobre el fúnebre cortejo de aquello
a lo que renunciaste, como un leopardo
agazapado en la retaguardia de la mentira,
así enseña sus colmillos, sus molares,
el afilado acero de la traición.
Desarmados los postreros enemigos,
sobre la llanura legendaria
en la que yacen insepultos los cadáveres
de los adalides y de los príncipes,
así es el desastre que se avecina,
aciago el instante, más allá
de las colinas en las que crecen
salvajes el lentisco, la aulaga y el brezo,
y en las que se pone el sol para siempre
cuando en su descenso no encuentra suelo.
Ya no estarás nunca más
bendecido por el don de la escritura,
poeta maldito que no hallará veneración,
ni bálsamo para el imposible consuelo.

Fernando Alda Sánchez

"La tierra baldía"

"Abril es el mes más cruel: engendra
Lilas de la tierra muerta, mezcla
Recuerdos y anhelos, despierta
Inertes raíces con lluvias primaverales
El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo
La tierra con nieve olvidadiza, nutriendo
Una pequeña vida con tubérculos secos".

Estos son los primeros versos de uno de los poemas más herméticos y hermosos que se han escrito nunca, "La tierra baldía", de T.S. Eliot (St Louis, EE.UU., 1888 - Londres, Reino Unido, 1965), una de las cumbres de la poesía en lengua inglesa del siglo XX, uno de esos poetas de referencia que hay que conocer para adentrarnos en el misterio más profundo de la belleza y de la poesía.

Eliot es un poeta estadounidense y un poeta británico, pues su obra, como él mismo llegó a manifestar, no habría sido la misma si hubiese nacido y vivido en una sola de las orillas del Atlántico. Su vida y su obra gravitaron en ambas.  "La tierra baldía" es mucho más que una renovación de la poesía del momento, es mucho más que un poema vanguardista, es mucho más que innovación a la hora de versificar, es un canto a la soledad del hombre en medio de un mundo que no comprende, de un mundo que se está haciendo pedazos y cuyos restos se conservan en medio de un páramo inhabitable.

Los versos de Eliot están llenos de una extraña belleza, como le ocurre a los grandes poetas. En los mismos cohabita la erudición con la cultura popular, con el simbolismo, la musicalidad, la plasticidad de las imágenes y del lenguaje, para llevarnos al asombro de la condición humana en su forma más radical.

En los poemas de Eliot está también la religiosidad, la Biblia, la vida de los santos, pues no en vano se convirtió, en su etapa de madurez, al anglicanismo. En el prólogo de la edición que tengo de "La tierra baldía" (Ediciones Picazo, Cuadernos de Poesía Universal, Barcelona, 1977) escribe Agustí Bartra que en este poema "gravita una afirmación: que el camino hacia el nuevo humanismo pasa a través de Dios. Y el polvo que en él se alza es el polvo del Eclesiastés".

Como anécdota contaré que T.S. Eliot estudió en la Universidad de Harvard, y que en la misma tuvo como maestro a Jorge Santayana, cuya infancia transcurrió en mi querida ciudad de Ávila. A buen seguro Santayana, que también amaba a la que fuera durante unos años su ciudad, como así lo manifestó en alguno de sus escritos, pues en ella encontró el espejo del alma, acaso el Castillo Interior teresiano, pudo transmitirle esos mismos sentimientos. Confieso que no me veo capaz de intentar descubrirlos. Como decía al inicio, es una anécdota que como abulense me apetece reseñar. Los caminos de la cultura y de la poesía tienen mágicas encrucijadas que los enlazan de forma sorprendente.

Es la soledad terrible del ser humano en estado puro, frente al mundo, frente a la muerte. Como escribiera Eliot en otro de sus poemas más conocidos, "Los hombres huecos", es porque:

"Somos los hombre huecos
Los hombres embutidos
Nos inclinamos juntos
Con las cabezas llenas
De paja ¡Ay! ¡Ay!
Y nuestras voces ásperas
Cuando cuchicheamos
Son quedas sin sentido
Viento en la hierba seca
O el trote de las ratas
En los vidrios quebrados
De nuestros secos sótanos".

Os invito a leer y a soñar.

Fernando Alda Sánchez

Acompaño la reseña con la portada de la edición bilingüe  de "La tierra baldía" realizada por la editorial Celesta.




sábado, 12 de octubre de 2019

Esperando el amanecer

     


           Está a punto de amanecer y escribo con las piquetas de los gallos que buscan la aurora, como escribiera Federico García Lorca, con el pulso en la sangre acelerado, deseando que sea de día, aunque el reloj parece haberse detenido, volverse blando, como los relojes dalinianos, en esa frontera en la que resulta difícil discernir lo que es real de lo que no lo es. Y acaso por eso escribo, para no caer en la locura, para seguir vivo, para estar acompañado en esta larga noche de incertidumbres.

        El sol parece estar en otra parte. Desde la buhardilla no se pinta en el horizonte ni tan siquiera un mínimo albor, una breve raya de luz. Todo es noche y silencio, mientras duerme la vida, aunque el alma esté agitada buscando a Dios en la inmensidad y las soledades. Es el Getsemaní que vivimos en ocasiones, ese profundo dolor que nos impide dormir, velando siempre, buscando siempre, eternos centinelas de la vida.

       No obstante, se que amanecerá. Así lo predice esta escritura que se asoma con asombro al que será el nuevo día, que vendrá con sus afanes y desasosiegos, para quedarse el tiempo necesario en el que volver a ser, en el que volver a sentir la inagotable fuerza de estar vivo, de estar viviendo. Así amanecerá, entre dos luces, en la esperanza cierta de que seremos nosotros, los de siempre, los que abrimos los ojos para contemplar el espectáculo del mundo y representar en el mismo nuestro papel.

      El corazón busca el alba como el minero la salida de la negra oscuridad de las entrañas de la tierra, como la crisálida el vuelo de la mariposa, como la angustia la razón, como el sinsentido la cordura, en este amanecer de otoño que espera la lluvia definitiva, el agua reveladora, la escritura firme que en el alma deje una impronta, el color cálido y despierto que nos libre por ahora de la muerte.

Fernando Alda Sánchez

Foto: freepik




viernes, 11 de octubre de 2019

Bicicletas

Bicicletas que el óxido devora

junto a la baranda de un canal
de aguas quietas y oscuras,
apenas letras y números
se adivinan sobre la pintura
sucia, gastada, colores
macilentos, un reflejo
desleído que casi no devuelve
imágenes, turbias
figuras que se mueven en el agua
como peces dormidos,
plateados presagios de extinción..
Metal y caucho en férrea
estructura geométrica que desafía
el vertical equilibrio,
mientras el reclinado manillar
espera el tacto amable de las manos
que le devuelvan a la vida,
al impulso y la velocidad latentes,
tras la quietud no elegida,
tras el reposo inalterado.
Ruedas, cadenas, pedales, faros,
tal vez restos que emergiesen
de una fosa muy antigua,
como una ofrenda
mineral a un recuerdo peligroso,
consumidas ya las luminarias
que implorasen su perdón.
Es el mediodía tan gris,
está tan raído, que ya no es
memoria de fulgores pasados,
si no solo la estampa del fracaso,
túnicas mortecinas, piel ajada,
la fotografía imprecisa
de lo que nunca has soñado
y ya no puede ser remembranza
de la cornalina, la iridiscencia
del cuarzo, el helor de la pirita.
Bicicletas que esperan, como tú,
varadas y solas,
el clamor del oleaje,
el rumbo de un timón de fuerza
hacia caminos y veredas,
en la sagrada conjunción
de cielos y horizontes en los que habita
el deseo, la pasión de volver a ser hombre.

Fernando Alda Sánchez

El retablo de Maese Pedro






       

     

        Los días parecen sucederse como si las fechas no tuviesen reflejo en el calendario. El otoño ya no comienza el 21 de septiembre, ni se corresponde el clima con lo que debiera ser, así que todo parece llevar retraso. Hasta la memoria tarda en encender los recuerdos, en extraerlos del olvido, en serenarlos en la cabeza, y nada encuentra su lugar en el mundo. Es como si todo estuviese perdido, caminando sin rumbo, descolocado, buscando en la rosa de los vientos un camino a seguir.

        Supongo que son sensaciones que uno va teniendo con el paso de los años, o tal vez es que todo es así, tan variable y líquido que no encuentra el acomodo que debiera, y eso añade a las incertidumbres que ya de por sí tenemos, por sabernos en el mundo, otras nuevas que vamos acumulando por sistema, puesto que pertenecen a nuestra propia naturaleza.

        Ni los rosales del jardín encuentran sosiego. Alguno ha florecido hace tan solo unos días, y ha habido años en los que en su despiste, tal vez por el resolillo poco propio de diciembre, han anunciado el invierno con una hermosa rosa que en casa nos ha llenado a todos de asombro y, por supuesto, de una extraña alegría, quizá como comienzo del Adviento y luego celebración de la Navidad. El jardín se va apagando despacio, como si no tuviera prisa, dejando su rastro de desolación y su tristeza inalcanzable.

         La verdad es que el alma está en estos días a la expectativa, aunque no sabe bien lo que espera. Acaso sea que en mi fuero interno estoy aguardando la llegada de alguna noticia cierta que perfile el mapa borroso de mi existencia en estos momentos, aunque creo que más bien puede ser la falta de acomodo en mis sentires, el seguir resbalando por el filo impreciso de una navaja (no es la de Ockham, ya me gustaría a mi) que me conduce a indefiniciones, al reino desdibujado de la falta de seguridades existenciales.

     Al menos, todo ello en su conjunto, me permite viajar hacia la poesía, hacia los poemas, hacia la versificación de la vida, y no es mala tarea, desde luego, este empeño de buscar metáforas, símbolos, aliteraciones y otras figuras retóricas, para componer la sinfonía de todo cuanto escribo.

     Ya llegará el invierno, con sus rigores en esta Ávila en la que tanto presumimos del frío, y pondrá todo en su lugar, como corresponde, para que el retabillo del mundo, el de Maese Pedro, el de Cervantes y su Quijote, pueda ser representado con fineza, proporción y maestría, con certidumbre, al menos, y encontremos el camino que hemos de seguir sin perder el timón de nuestra nave.

Fernando Alda Sánchez



       

"Tiempo de silencio"

"Tiempo de silencio" es de esas novelas que si no se hubiesen escrito, habría que escribirlas. Afortunadamente lo hizo Luis Martín-Santos (Larache, Marruecos, 1924 - Vitoria, España, 1964), escritor y psiquiatra. Es su única novela, pues publicó varios ensayos, y dejó inacabada su "Tiempo de destrucción".

Estamos ante una gran novela, ante una maravillosa novela, ante un tesoro literario que renovó la narrativa española de los sesenta (fue publicada en 1961). Vio la imprenta, y, por tanto, la luz pública, con párrafos suprimidos por la censura imperante en España en esa época. No fue hasta el año 1981 cuando se publicó, ya en Democracia, la versión original que había escrito Luis Martín-Santos. Todas las ediciones corresponden a Seix Barral. Tengo en casa la del año 1981, como una preciada joya.

"Sonaba el teléfono y he oído el timbre. He cogido el aparato. No me he enterado bien. He dejado el teléfono. He dicho: "Amador". Ha venido con sus gruesos labios y ha cogido el teléfono. Yo miraba por el binocular y la preparación no parecía poder ser entendida". Así se inicia el relato, una novela que me atrevo a calificar de culto para todos aquellos que la han leído. Tanto es así que está considerada como una de las mejores novelas en español del pasado siglo XX. Me permito ampliar el arco, calificándola como una de las mejores novelas de la literatura contemporánea. Desde el mismo momento de su publicación recibió una gran acogida por parte de la crítica. Y no es de extrañar.

La novela es fiel espejo del Madrid de los años cuarenta, es fiel retrato de la sociedad, en sus distintos niveles, de aquella sociedad oscura y silenciosa, llena de tristeza, de aquellos años de plomo.La narración es el desarrollo de un fracaso, el de su protagonista, pero es también la culminación de la sordidez del ambiente, de los personajes que aparecen en el mismo como espectros.  Ahora bien, el estilo con el que está escrita supone un aire nuevo, pues aporta frescura literaria, en una magnífica simbiosis entre relato y narración, entre personajes e historia que se narra y la forma en la que se hace. Es decir, lo importante, además de lo que se cuenta, es la forma en la que se cuenta, el estilo, más que la técnica, pues estamos ante un relato de desarrollo clásico en el que lo sencillo se impone por encima de todo.

Por supuesto, relectura o lectura, como siempre, absolutamente recomendadas.

Fernando Alda Sánchez

Os dejo la portada de la edición de esta novela llevada a cabo por Austral


Breve luz

Linterna es esta breve

luz que se ha desprendido del fuego,
reflejo de la hoguera,
apenas una lamparita de aceite
que arde como luciérnaga.
Para tan desmesurada tempestad
como es la vida es poco arreglo,
pero acompaña su titilar,
y sabes que no estás solo,
que llegado el caso evitará
diligente el abismo y señalará
su borde hambriento.
Es como una rosa
amarilla recién abierta
en el rosal de mayo,
te enciende los ojos,
entibia tus manos,
puedes ver y tocar,
construir tu circunstancia,
alborear un sueño.
Ya nunca más será solo la noche,
tinieblas no reinarán
en esta patria de abandono,
como cuando al nacer
aprendes la primera luz del mundo
y nunca más la olvidas.

Fernando Alda Sánchez

jueves, 10 de octubre de 2019

Me emocionan en estos días...





          Me emocionan en estos días en los que el otoño no parece querer entristecerse del todo, al menos en esta Ávila mía, en la que los árboles no nos regalan con plenitud sus lágrimas doradas, los comentarios e impresiones que como lectores, y habitantes todos junto a mi en el paisaje espiritual que nos cobija, me estáis haciendo llegar por multitud de caminos: las redes sociales, el propio blog, el teléfono o en persona. Y os confieso, pues sigo contando intimidades, como no puede ser de otra forma entre aquellos que mantienen amistad, que es un gozo muy grande, pues os siento cerca,  en el corazón. Es decir, en los "adentros" que todos tenemos, como ha escrito José Jiménez Lozano, al que ahora recuerdo cuando me hablaba de ellos. Sois sol para mis días.

         Por circunstancias de la vida no estoy atravesando el mejor momento de la mía propia, y es un consuelo saber que hay otras personas que comparten con uno penas y alegrías en estas batallas que libramos, en desigual combate, en lo que venimos denominando el existir. Gracias, muchas, muchísimas gracias por vuestra compañía, por vuestras opiniones, por vuestra cercanía. De verdad, para un escritor como yo, que no es famoso, ni probablemente lo sea nunca, sentirse acompañado por vosotros, lectores, y amigos por tanto, es no solamente una grata compañía, sino una alegría muy grande comprobar lo hermoso que es compartir lecturas y letras, poemas y prosas, como en una comunidad de "vivientes", perdonadme la expresión tan forzada, pues así lo siento.

      Los lectores sois vida para el que escribe, pues no solo en vosotros tiene efecto el acto de escribir, la creación pura, sino que el escritor se prolonga en vuestra memoria, en los recuerdos que guardaréis de lo escrito, que es una forma de vivir también, de vencer el tiempo y la muerte, que con tanto ímpetu nos acechan con sus celadas desde cualquier rincón oscuro de nuestro transcurrir en el mundo. Y de alguna secreta forma vosotros también cobráis vida dentro de mi, de mis sueños y anhelos, de la imaginación que me hace escribir y crear. Así que vivimos juntos, de alguna extraña y misteriosa forma, en la literatura.

    Es una suerte compartir con vosotros todo esto, por medio del espacio digital. Ya me gustaría que fuera también a través de los caminos que Gutenberg abriera con su imprenta de tipos móviles, pero por el momento no es posible, aunque algún día no muy lejano os hablaré de los dos libros que tengo publicados en papel, en lejana fecha. Pero ese es un secreto que ya desvelaremos en otras confidencias. Por ahora tendremos que conformarnos con este soporte, que nos permite nuevas libertades y nuevas formas de acercarnos, de comunicarnos, que nos abre fronteras inexploradas y nos ayuda a compartir versos y párrafos, las palabras que nos gustan y que tanto apreciamos.

    En el espacio digital no hay fronteras, como no las hay entre nosotros. Y eso resulta fascinante. Imaginad por un momento que Cervantes hubiese escrito el Quijote y lo hubiese compartido vía Internet, en una edición digital. Se me plantean muchas cuestiones, igual que, seguramente, os está ocurriendo a vosotros. Imaginad un poco. Tal vez estáis viendo saltar por los aires las distancias, físicas y temporales, para la difusión de su gran obra. Acaso, también, Cervantes tendría un blog, y escribiría en él casi todos los días, o todos los días, y le podríamos preguntar sobre cuestiones de su relato. Estaríamos hablando con él de otra forma. El discurso es multidireccional. Pues seguid imaginando que eso que digo ocurriese también con otros autores, incluso con los más reticentes y desconocidos; seguro que todo cuanto conocemos sería diferente.

    Bueno, todo ha sido un suponer. No hay que asustarse. No pretendo construir una máquina del tiempo. El pasado no se puede cambiar. Nosotros ahora debemos disfrutar de las herramientas que tenemos a mano y que son una suerte para nosotros. Los lectores de Cervantes o de Santa Teresa disfrutaron también mucho de sus libros cuando comenzaron a difundirse con la imprenta, que era lo que entonces tenían. No es necesario cambiar nada, pues todo es belleza que compartimos y disfrutamos, belleza que se derrama a nuestro paso, belleza que atesoramos en nuestros interiores, en nuestras entretelas, como un tesoro que nos hace vivir y crecer en espíritu, un tesoro que alimenta nuestra llama sagrada, nuestro misterio, el origen mismo de la vida tal y como la vivimos.

   Por hoy ya no más melancolías, que el otoño me puede. Os espero, como siempre, con los brazos abiertos de par en par.

Fernando Alda Sánchez

Nota: La foto, realizada por el que suscribe ayer mismo, corresponde a una morera que hay en la calle en la que vivo y que resultó ser un maravilloso regalo cuando sus hojas se convirtieron en lágrimas de fuego otoñal.


 

 


  1.    

Tal vez sea el momento...

Cuadernos demasiado breves

para poemas tan extensos,
luz de tinta derretida, una mirada
acuosa en la que reinan las lágrimas,
cuánta tristeza que ya ha tocado
fondo. Tal vez sea ahora el momento
de convocar a la esperanza
a los nuevos amaneceres
que quisiéramos tener
y que no hemos sido capaces de vestir.
Vencidos estandartes,
arruinados muros,
un silencio que solo se puede
encontrar en los cementerios:
adargas quebradas, falcatas
mohosas, el cinerario
aroma que se desprende
de esta batalla tan antigua
como la muerte: un fulgor
breve antes de la extinción.
Tal vez sea ahora este el momento
de respirar muy hondo, de redimir
nuestros sueños y sus culpas,
de ascender de nuevo hasta el cenit
para nunca más caer,
ángel airado que vertical
alcanzase las últimas
moradas de la atmósfera.

Fernando Alda Sánchez

miércoles, 9 de octubre de 2019

Ciudades

Habita la piedra ciudades

místicas en las que el viento
desciende por escalinatas
de pórfido, y de fondo se descubre
un paisaje imaginario
en el que se mecen árboles
ardiendo o brillan ojos de obsidiana,
y es todo transparente,
inconsútil, como de aire mismo,
y nunca se pone el sol
ni la oscuridad enmascara la belleza.
Hay otras personas, y fuentes
inagotables, y música
suavísima, una visión
en la que quedarse dentro
eternamente, el alma
flotando leve entre ventalles
de glicinias, soltadas las amarras
y el navío a merced de una corriente
que avanza sin fuerza alguna, apenas
desmayada, en el rumbo
que fija una brújula
sin gravedad, como si ni el éter
opusiese resistencia.
Duerme la piedra en ciudades
eternamente devastadas
por el musgo lúbrico,
por arácnidos viscosos,
escolopendras de fuego
o terrosos saurios, lejos
aún de una bandera o de un faro
en los que encontrar el signo
cierto de la victoria.
Nombres de ciudades,
urbes jamás contadas
a las que no ha llegado
viajero alguno,
en las que sueña la piedra
con foros enlosados de tristeza,
con ombligos que son cimientos,
palacios, templos, mastabas,
o los más humildes cubículos,
sueña la piedra y se levanta
en atalayas para centinelas
sacrílegos que profanan
la extensión de la noche,
la medida de los hombres,
el vaciarse de la arena
a través de la garganta del reloj.
Describo esas ciudades en cuadernos
gastados, con palabras
cansadas, vislumbrando ya el final
incierto del viaje,
respirados y saboreados los lodos
y los polvos de todos los caminos
que no llevan a Roma,
pero en los que hallé
refugio, hogar humilde,
sabia lección, y con los que fui
dibujando un planisferio
sin países, sin montañas,
sin océanos o ríos,
solo con la ruta
solitaria de las más absoluta soledad.

Fernando Alda Sánchez

A ti, querido lector


   



         Hoy me dirijo a ti, lector, a ti, que me lees, que estarás leyendo esto. Se de sobra que es una fórmula en completo desuso, que ha caído en el abandono tras el paso fulgurante y arrasador de las vanguardias y de las nuevas técnicas narrativas, pero, pese a todo, no me resisto a ello. No me resisto a tutearte, pues, creo que, aunque no nos conozcamos, nos conocemos más de lo que creemos para ello. Además, como decía en mi entrada en el blog de ayer mismo, que estaba realizando las confesiones que hacía (aunque es mejor decir contar intimidades, quizá) para que me conozcas un poco mejor, puesto que como lector ya formas parte de mi paisaje espiritual por derecho propio.

          No voy a teorizar sobre cuestiones literarias. Eso se lo dejo a los teóricos. Yo me arremango el mono y bajo al barro. Y perdón por utilizar expresión tan castiza. Me dirijo a ti con la confianza que reina entre dos amigos, como cuando Cristo Nuestro Señor se dirije a nosotros, para decirnos que nos ama y que nos acompaña en nuestra fragilidad y en nuestro dolor, también en nuestras alegrías. Así visitaba Dios a Abraham, como dos amigos.

          Querido lector, como escritor que creo ser, eres lo mejor que tengo. Sí, has oído bien, lo mejor que tengo, incluso mejor que mis propias obras. No es una exageración. Digo que eres lo mejor puesto que si tu no me leyeses, de nada serviría lo que escribo. Dormiría en un cajón, entre otros papelotes, o ahora en algún rincón oscuro de mi ordenador portátil.

           Solo si hay otras personas que se acercan a la obra de arte, del tipo que sea, hay creación. De lo contrario es un acto inútil. Con un único lector que hubiese de un poema, ya habría creación, ya se habría completado el mágico círculo de lo que supone crear para un artista, pues el mensaje lanzado al éter habría llegado a un receptor que lo comprendería, lo asumiría o lo rechazaría.

         Es verdad que en ocasiones uno tiene la tentación de escribir para tener muchos lectores; creo que es un deseo legítimo. Pero si en vez de muchos, únicamente hay unos pocos, no importa, pues lo esencial no es la fama, sino crear, y crear por amor, por amor al lector, en este caso, quizá a ese único lector que podamos tener.

          Todo esto que digo parece que va contra las leyes del mercado editorial, y tal vez sea así, que sea verdad, que vaya contra las leyes del mundo cultural, del mundo en general, en el que parece que todo es un mercado, y en el que no importa la creación, el arte por el arte, sino el mercantilismo, los beneficios económicos, los réditos dinerarios y, en definitiva, la fama, la voluble fama que la fortuna sube a lo más alto o entierra para siempre.

          Por eso cuando escribo pienso en ti, amigo lector, en escribir versos hermosos, tratando de plasmar el amor que siento por ti, por tu cercanía, por las cosas que podemos llegar a compartir. Y eso me enriquece espiritualmente a mí y a mi obra.

          El mundo digital, los ceros y unos que conformamos en el espacio, a través de la red de redes, nos permite otras cercanías, otras intimidades, pues se alimenta el diálogo por medio de los comentarios, de la interactuación. El discurso ha dejado de ser unidireccional y, por tanto, el autor y el lector crecen, crecemos, juntos. Somos más compañeros de viaje aún que antes. Por supuesto se mantienen los canales tradicionales, como son los coloquios con un autor, la firma de ejemplares, las conferencias, que han funcionado en el pasado y que aún funcionan como mecanismos de cercanía aún más certeros que los digitales. Pero todo ello nos tiene que servir para seguir habitando la comunidad que la creación,  en este caso la literatura, nos permite. Y ahí es donde nos alimentamos los dos, en la misma madre nutricia, con un mismo afán, crear, crear por amor.

      No te canso más. Hay mucho que leer. No dejes de hacerlo. Te sigo esperando todos los días como el que aguarda a su amada. Un fuerte abrazo de tu amigo, que lo es

Fernando Alda Sánchez

Nota: La foto está tomada de pixabay


martes, 8 de octubre de 2019

Paisaje espiritual

     




           Confieso que tengo un paisaje espiritual, sin el que no podría sentirme vivo, vivir todos los días, amanecer cada mañana y respirar "trece veces por minuto", como diría Gabriel Celaya,  y recorrer los senderos que la vida nos va ofreciendo al paso que llevamos.

          Confieso que soy católico, que creo en Dios, con todo lo que ello implica, y que el amor del Padre y de su Hijo Jesucristo, al que considero mi Amigo, son el alimento que guía mi caminar, la llama que enciende mi alma, el sagrado impulso que me lleva a vivir y a escribir conforme a ese amor. Junto a ellos, desde luego, mi familia, que no es muy grande, pero está cuando se la necesita, especialmente mi mujer, Yolanda, y mis tres hijos, Manuel, Elvira e Irene. Luz de mi vida. Y algunos amigos, que con que sean pocos, pero buenos, es suficiente. Todos somos compañeros de viaje.

           Confieso, también, que en mi paisaje espiritual, viven y conviven muchas personas, muchas lecturas, obras de arte, templos, palacios, cuadros, películas, vivencias, caminos, montañas,  humildes viviendas, poemas, novelas, escritos, amistades, lecturas, impresiones, paisajes reales o imaginarios, habitaciones siempre con las ventanas abiertas para que por ellas entre a raudales la fuerza del Espíritu que me trasciende, y esos otros vientos que en el devenir del que hablaba Heráclito (que supo ver con profunda lucidez que estamos hechos para fluir siempre, para estar eternamente en viaje) me va poniendo en el trayecto. Dice el refrán "que arrieros somos y en el camino nos encontraremos". Y creo que así es, pues el viaje, casi siempre, resulta largo. Tal vez es que mi paisaje espiritual es como un río, que en el fondo es el camino del agua, el camino de nuestros sueños y desvelos, y evoco también, entonces, pues no me queda más remedio, a mi querido Jorge Manrique y las coplas a la muerte de su padre.

           Confieso, además, que en mi paisaje espiritual está Ávila, la ciudad, primero, y después, las montañas de Ávila (a las que asciendo siempre que puedo, casi como una obsesión), sobre todo Gredos, los páramos de Ávila, además de sus llanuras castellanas e infinitas, sus caminos, los cielos altísimos, las ondulaciones de esta Castilla femenina, como la describe José Jiménez Lozano en su guía espiritual sobre la misma. Quizá es que Castilla es una madre, que a algunos nos alienta y alimenta, nos enternece, nos acoge, y prende el fuego necesario para existir, para que el alma no se enfríe entre los rigores de las noches de enero que es en ocasiones la propia vida. Es como prender la gloria, que tanto consuelo nos concede en los inviernos.

           Confieso que paso muchas horas perdido en ese paisaje del que hablo, en amistad profunda con quienes lo pueblan (por el momento no daré nombres, no sea que mis vecinos se incomoden ante tanta confesión), con los que he compartido soledades y nostalgias, esas melancolías que prenden en el corazón y nos hacen tan vulnerables. Así, muchas noches de insomnios, de desasosiegos, de visiones, de tardes junto al fuego o admirando la lluvia, pero también de diálogos fecundos, de aperturas, de gozos, de ese sabernos acompañados en medio del naufragio de la devastación diaria de vivir, de nuestra propia fragilidad. En ocasiones resulta difícil volver cuando estás perdido en tan grata compañía, aunque la realidad me reclama, tal vez más imperiosamente de lo que fuera mi deseo, y no es que deje de soñar, sino que lo sigo haciendo, pero despierto.

          Confieso, para terminar, que poner sobre la mesa estas intimidades no ha sido fácil, aunque es algo del todo necesario, para mantener la coherencia, el equilibrio entre razón y alma, para que el lector conozca un poco más en relación de quien escribe, pues tiene derecho a ello, ahora que pertenece plenamente a ese paisaje del que le hablo.

         Por hoy basta. Tiempo habrá, cuando resulte conveniente, para hablar de otras cuestiones de menor trascendencia.


Fernando Alda Sánchez

Nota: la fotografía corresponde al río Alberche, a su paso por Puente Nueva, en el municipio de Burgohodo, provincia de Ávila, España. Está tomada por éste que escribe en pleno estío de este  año 2.019, por lo que sus aguas son más bien magras, a la espera de lluvias otoñales que alimenten su caudal. La vida a todos nos lleva como éste y todos los ríos, en ocasiones de forma caudalosa, y en ocasiones de forma mansa, a la espera de que lleguemos al mar, que nos aguarda amistosamente.










"En una Noche oscura"

          Llevaba tiempo con ganas de traer a esta Ínsula Barataria de los libros que es este blog, al que alimento con tanta pasión, la "Poesía" de San Juan de la Cruz (en otro momento hablaré de Santa Teresa, que es también mi paisana de Ávila y para mí una escritora muy especial), y, por una razón u otra, todas de no excesiva importancia, desde luego, lo estaba demorando. Incluso hoy no tenía muy claro el libro sobre el que hablar. Pero como los libros nos buscan desde la biblioteca, desde el anaquel en el que descansan, y quieren seguir viviendo toda una vida junto a nosotros, creo que hoy me ha llamado la edición que de la "Poesía" de Juan de Yepes ha realizado el escritor abulense, de Langa (1930), José Jiménez Lozano, para la colección "Temas de España", de Taurus, Madrid, 1982. Así que la lectura de hoy va de abulenses. Al menos, tres estamos implicados en ella. No es mala tarea.

Para mí resultó y resulta una edición magnífica, en la que encontramos los poemas de San Juan de la Cruz (Fontiveros, Ávila, 1542 - Úbeda, Jaén, 1591) y un estudio preliminar que sólo la sabiduría, la certera mirada de Jiménez Lozano sobre la literatura y la cultura en general, y sobre los místicos abulenses (Juan y Teresa) en particular, puede llevarnos a descubrir toda la intensidad, toda la fuerza, toda la luz, que encierran estos versos del de Fontiveros (Por cierto, es muy recomendable visitar esta villa abulense, en plena Moraña, para seguir los primeros pasos del místico poeta y descubrir el paisaje espiritual que puebla sus poemas). El estudio preliminar es, ya de por sí, una pequeña pieza literaria que nos ofrece muchas claves para conocer los manantiales en los que bebe la poesía sanjuanista.

Quizá como abulense me puede la pasión por San Juan de la Cruz al que, además de como poeta y lector, estoy estrechamente ligado desde el mismo momento en el que vi la primera luz del mundo al salir del seno materno, y entonces puede sonar como un exceso lo que voy a decir a continuación, pero no se me tomen en cuenta estas circunstancias, sino todo lo contrario, y entiéndase como una afirmación de un lector apasionado: Juan de Yepes escribió los poemas más hermosos del mundo que se han escrito. Por algo es el patrón de los poetas, por algo su poesía cautiva a creyentes o a agnósticos y ateos, por eso en sus poemas está toda la trascendencia de sabernos vivos, y vulnerables, en la vida que vivimos y nos trasciende; por eso su pasión, su vigor, su universalidad, su tensión poética, su encendida belleza, nos siguen arrastrando desde el primer momento en el que nos asomamos a sus versos.

"En una Noche obscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada".

No diré más. A entrar en esta "Noche oscura" invito a todos. Tal vez la lectura de San Juan de la Cruz nos inflame a nosotros también el alma.

Fernando Alda Sánchez

Dejo la portada de la edición de la que hablo, de Taurus, puesto que la considero como uno de los preciados tesoros que guardo en mi biblioteca, portada que he encontrado en Internet.