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martes, 27 de julio de 2021

El pozo ciego de las tinieblas

 


Un dolor, el pozo ciego

de las tinieblas,
el horno en el que arden
las lágrimas y las ausencias
dentro de un paisaje
devastado, de alturas en añicos,
habitado por vencidos que rebuscan
entre lo que son sus propios despojos.
Como ceniza, el aire,
envenenado por el descrédito
de lo que no ha sido. Regreso
entre sombras, a la penumbra
en la que descansa mi corazón.

Fernando Alda

lunes, 26 de julio de 2021

Miro esas flores abandonadas...

 


 Miro esas flores abandonadas

en la noche, dentro de un búcaro

roto, nívea silueta en un invierno

de máscaras, de ceniza

espesa, que va tiznando

los ojos como luz muy sucia

de un día triste, que arde en silencio,

sin costuras

o cierres, que se desploma y desangra

como un animal vulnerado que es abatido.


Fernando Alda


sábado, 24 de julio de 2021

Pasar pagina sin rasguños


 
Quisiera poder pasar página
sin rasguños, como el que dobla
el papel fotográfico en el que está impreso
un atardecer muy hermoso,
y viene la noche, y luego
el alba, con sus esplendores,
lirios encendidos y pájaros en llamas
que iluminan otro despertar,
sin incertidumbres,
mirando por una ventana
grande cómo regresa la vida
a las calles de siempre, a las arboledas
y los paseos, y el sol se eleva
sin preocupación de a quién alumbra,
pues para todos sale,
puede que tal la lluvia,
que borra, en su tristeza,
cicatrices y golpes,
algunos muy hondos,
que siguen sangrando,
sin tú advertirlo,
haciendo manar sangres
antiguas retenidas por la desmemoria
del tiempo, por la acidia,
esa que nace en los ojos,
cansados de mirar y no ver,
y devora la voluntad más firme.

Fernando Alda



viernes, 23 de julio de 2021

551

 


                551. Resulta extraño el número y comenzar así una entrada para el blog, pero, sin duda, tiene su explicación. Ésta que estás leyendo ahora hace la número 551 en este espacio en el que comparto literatura y amistad y, puesto que me parece un número redondo, especialmente el 550, que alcancé ayer sin saberlo, lo hago público.

          Muchas gracias a todos aquellos que, desde hace algo más de dos  años os habéis acercado hasta esta Ínsula Barataria con cariño y paciencia, con fidelidad o sin ella, para acompañarme en la aventura que inicié con ilusión y, lo reconozco, un poco de miedo. Estamos ya cerca de las 60.000 visitas al blog, lo que para mi constituye, y espero que también para vosotros, pues es obra vuestra, una auténtica satisfacción.

         Mantengo todos mis compromisos iniciales y aquellos otros que he ido adquiriendo a lo largo de estos dos años, entre otros, el de mis cartas al lector, que a vosotros van dirigidas. Ya lo sabéis, espero las vuestras. Hasta entonces, un fuerte abrazo en la amistad y en la distancia, que no en la ausencia

Fernando Alda




jueves, 22 de julio de 2021

En las auroras




En las auroras,
el secreto de las ausencias, el helor
de un beso desprendido de la cornisa
del día, la ruina
que se refleja en la tensa
superficie de un estanque
misterioso. Extranjero resulta el viento en todas partes,
y en ningún lugar arraiga,
acaso en la luz que se reparte
cuando miras cómo se alza
la belleza tal una celebración,
el don inesperado que recoges
de entre el jardín y los acianos,
como el vuelo del alcaraván
cuando busca el punto fijo
del horizonte, más allá
de todas las colinas y los silencios.

Fernando Alda

miércoles, 21 de julio de 2021

Fuego sagrado

 



En el fuego sagrado
arden todas las miradas
cautivas en la luz
y es ceniza ahora el deseo,
en las ascuas que se escapan
entre los dedos de tus manos, 
como el agua
que eternamente fluye,
tal el vuelo de una alondra
que  se aleja del atardecer,
buscando otro nido.
Así tú, siempre de paso,
entre las mareas del mar
y la tierra entera, esperando,
en el girar de las veletas
cuando en ellas gime el viento,
un hogar, y la vida es nada,
el fulgor de los otoños
que en sus hogueras
dejan aromas de vino
nuevo, de tierra vieja,
de todo lo que no volverá.

Fernando Alda


martes, 20 de julio de 2021

Un sexto sentido

 


          La poesía es el sexto sentido del ser humano, pues nos permite comprender el mundo y sus misterios, asomarnos a él de otra forma, abrir puertas para escapar de esta prisión en la que el alma se encuentra.


           Por eso, desde que los poetas cantaban a los héroes o a la incierta luz del amanecer, es el oficio más hermoso del mundo aunque quizá, también, el peor pagado, y puede que hasta uno de los peores vistos, pero la poesía, por otra parte, es el arte más elevada de todas las Bellas Artes.

           Los que, además, tenemos la suerte de creer en Dios y de estar acompañados por Cristo, que nos mira desde las penumbras de la vida, contamos con un añadido más: la poesía es un camino para trascender de nosotros mismos y viajar hacia lo Alto, para buscar, como los místicos carmelitas, el Todo en la Nada, para alcanzar el encuentro con el Amor de los Amores.

          Os confieso que, además, escribir poemas me ha liberado en muchas ocasiones de la trampa del cazador, de la locura y la muerte, del aguijón afilado del dolor y la indiferencia, de la dictadura del tiempo y su carcoma, y me ha sostenido, en medio de las tormentas, cuando estaba desarbolado mi navío.

          Escribir es creer y buscar la belleza, aunque no sabemos siempre bien en qué lugar se encuentra, acaso en el rostro de Dios, que algún día veremos al completo, pues ahora está velado, en un claroscuro, pues los mapas con los que contamos para llegar a estos lugares tan hermosos, que pertenecen a nuestros adentros, no figuran en los atlas al uso, sino que más bien están en el territorio incógnito de la imaginación y de la sensibilidad. Son un don de Dios, por supuesto, que a los poetas nos entrega para que seamos capaces de iluminar la vida, de encender sus rescoldos, de hacer que la hoguera de lo humano arda y nos lleve hacia lo eterno y trascendente, hacia quien solo es capaz de llenar el inmenso vacío que sentimos en nuestro tránsito por la Tierra.

Fernando Alda

lunes, 19 de julio de 2021

Libertad

 


Desde que naces, no es otro tu destino

sino amar la libertad,
la que rompe cadenas y libera el espíritu
de estos hierros entre los que duerme el alma,
la que abre la noche 
y los deseos,
y pone rumbo cierto a la voluntad.
Libertad,
hermoso nombre,
el bien más preciado,
tal vez el más escaso,
el más grande que a los hombres
dieron los cielos,
y por el qué, como intuyó
Miguel de Cervantes, merece la pena
aventurar la vida.
La libertad de todas las horas,
la de todos, la nuestra, la tuya,
la que soñamos y encendemos
cuando el fuego eterno
de Dios arde en nuestro corazón.
La libertad de ahora, la de mañana,
la de siempre, como un beso de poesía
y luz que nos despierta,
la que tiene las alas de un pájaro
y el color de las auroras,
la libertad...

Fernando Alda

sábado, 17 de julio de 2021

Querido lector, 34 / Estar acompañado

 


               Mi querido amigo:


               En estos días tengo la suerte de ver campear por los cielos sobre mi casa un ejemplar de águila imperial, y su vuelo sereno y majestuoso me hace pensar en que tal vez Dios me protege y acompaña, a  mí y a los  míos, en estos momentos adversos que vivimos, aunque también es verdad que me siento acompañado por alguna parejilla de carbonerillos, de los que se han avecindado con nosotros, o con un mirlo, hasta con la burlona urraca, que suele venir al caer de la tarde como para decirme que el día se acaba, aunque el sol volverá, ardiente y puro, tal el oro, con el alba. 

              Decía José Jiménez Lozano, recuerdo que en alguno de sus Tres cuadernos rojos, que fueron los primeros diarios que publicó y que resultan como un acta notarial de sus estados de ánimo, de lo que iba pensando, en su "Petit Port Royal" del Alcazarén en el que vivía, que necesitamos estar acompañados, aunque sea por una piedrecilla, por una simple cuerda con la que vino atado un paquete de libros, y yo  me lo creo, pues en muchas ocasiones me he sentido así, acompañado por el dibujo de una nube que flotaba ingrávida en el cielo, por la sombra de un árbol, por el sonido del agua al manar en una fuentecilla que nace entre el verdor de unos juncos, por unos versos indecisos y pobres que he escrito, como si fuesen unos simples garabatos infantiles en un cuaderno viejo, mientras estaba distraído, viendo nevar, o, también, por alguna lectura de Novalis o de Juan Eduardo Cirlot, que sigue soñando, pese a no estar entre nosotros, con Bronwyn y su rubia cabellera, que parece, talmente, la de Berenice, recién llegada  Del no mundo, hilvanada entre la noche y las estrellas.

               Éstas son nuestras soledades, de las que venimos, como le ocurría a Lope de Vega, entre las que vamos pasando nuestros días, pues, tal vez, nos ocurre que

"Pasan las negras nubes por el cielo
blanco.

Pasan los crisantemos de los soles
ávidos.

Pasan los cementerios y las rojas
avalanchas de muertes indelebles.

Pasan"

como cantaba Cirlot en uno de sus poemas, pues

"A veces me refugio entre las telas
de un absoluto oscuro del que ignoro
la forma y el sentido, pero no
la fuerza con que acoge mi pasión.

Todos mis vasos ciegos se reanudan
en los acordes verdes del ocaso.
El mar anaranjado se desborda
entre rocas azules como espasmos"

Y así, muchos días, como en alguna ínsula, puede que la de Barataria, entre estos cielos de un azul inmaculado de Ávila, tan cerca de las alturas y de lo Alto, esperando, con mi velita encendida, apenas un pábilo titilante, para no caer en los abismos, para ser, para estar, y seguir viviendo, en compañía de la soledad o la ausencia, encendiendo rescoldos y primaveras, soñando con un archipiélago en el que crezcan las hespérides que me lleven al Vellocino de Oro, tal un argonauta más, en egeos mares, circunnavegando el perfil de la Ítaca lejana desde la que me escribe Ulises, como yo lo hago a ti ahora, cartas de desasosiego y melancolías, llenas de desmemoria, iguales a la que tú y yo sentimos en ocasiones, demasiadas, acaso, que nos parece habitan en lo más hondo de nuestros adentros, allí donde resulta difícil llegar y alcanzar a poner alguna luz, aunque pequeña y desolada.

               Es estío, que nos ofrece ahora todos sus frutos, los días parecen abiertos y largos, como si la noche no hubiese de venir nunca con sus velos de tiniebla y luto, y cuando llega las estrellas parecen más cerca también que en la invernada, cuando el firmamento se queda raso, muy hondo, sin nubes, y la helada templa los cristales nocturnos, aquellos en los que se dibuja un cielo de estrellas que brillan en medio de la nada. 

             Una de estas noches hicimos cine de verano, con la familia. Un lujo que de vez en cuando nos permitimos si el viento se ha echado un poco, a descansar, o se ha ido a dormir, y la temperatura nocturna lo permite. Es toda la magia del cine al aire libre, y tanto a mayores como a pequeños nos encanta sumergirnos dentro de esa atmósfera que se crea, en plena conjunción con la noche y con la película. Vimos, te lo cuento como anécdota, la última versión  de la erupción del Vesubio que sepultó a Pompeya entre lava y cenizas y, fuera aparte del guión, que tenía, como no puede ser menos en un peplum que se defina digno de esta categoría cinematográfica, sus gladiadores y senadores, sus legionarios, sus intrigas y luchas, su historia de amor, el inevitable anfiteatro y, por supuesto, sus decorados y su gloria. Por encima de todo ello, a uno le vienen a la cabeza otras cosas, como la destrucción de las obras humanas por la naturaleza, la vida, en la que parecemos extranjeros sujetos a leyes que desconocemos, y el corazón, que siempre lucha y es generoso, para sobrevivir en medio de la adversidad, como le ocurría a Viktor Frankl, que encontró el sentido de la vida en el lugar más terrible que haya existido jamás sobre la tierra, el campo de exterminio de Auschwitz.

              Hoy es sábado y el día se asoma a sus balcones tranquilo, como el soldado que espera descanso en medio de la formación, tras mucho tiempo de haber estado en firmes, y las horas se desgranan al compás del sol, que sigue ascendiendo hasta el mediodía, con inevitable parsimonia, como si el tiempo no existiese y su carcoma hubiese dejado de roer los nudos y vetas de la madera que nos sostiene. Es buen momento para leer o escribir, a la sombra, dejando correr el tic tac del reloj como el que deja fluir el agua, que, como nos recuerda Jorge Manrique, es la vida, su aventarse hacia el mar, en el que están todas las pérdidas, todas las ausencias, allí mezcladas, en la orilla o en las profundidades, entre el oleaje que a todos nos iguala.

              A la memoria me vienen unos versos de T.S. Eliot, de La tierra baldía, en los que se pregunta

"¿Por qué el águila vieja extenderá sus alas?
¿Para qué lamentar
El extinto poder del reino acostumbrado?"

y yo retorno a ver el águila que sobrevuela mi casa y mi jardín, en estas lejanías desde las que escribo, tan lejos, tan cerca, pues como Eliot, puede que

"...no espero volver otra vez
Porque no espero
Porque no espero regresar"

aunque nos pasemos la vida rebuscando en el pasado las raíces que nos hacen falta para sostenernos en pie, erguidos en la llanura, contra el viento, como juncos o cañas quebradizas que piensan, tal Blaise Pascal, que parece decirme, en estos momentos, que en el mundo, que se nos parece las más de las veces tan otro y tan ajeno, no estamos solos, hay otros pábilos encendidos y que es cuestión de ir a buscarlos, para no quedarnos en medio del desierto o de la noche, y que Cristo nos sigue mirando desde las penumbras de la vida, desde los claroscuros de algunas ermitillas, como las que uno suele encontrar en los oteros de esta Castilla mía que también me acompaña en estos tránsitos y desvelos, pues nos ama hasta el extremo y, no lo dudes nunca, nos acompaña en esta senda hacia la eternidad.

       Ya sabes que tuyo siempre, esperando tu carta

Fernando Alda





               


miércoles, 14 de julio de 2021

Querido lector, 33 / La hiedra y la vida

 



           Mi querido amigo:

           Bien sabes que razones de fuerza mayor me han impedido mantener viva esta correspondencia contigo, muy a mi pesar. Como se que no desconoces los detalles, no entraré en ellos. Retomo hoy con gusto nuestro oficio de cartearnos, ya tan en desuso y mal visto, pues entiendo que a ambos nos beneficia y es fuente saludable el intercambiar estados de ánimo y cuitas, más que nada por aquello de compartir iluminación en nuestros adentros, que en ocasiones se nos tornan habitaciones sombrías y mal ventiladas, como si no fuésemos capaces de alcanzar, al menos, cierto grado en la escala de la luz del sol, que tan necesaria resulta, por otra parte, para tener saneados mente y cuerpo. Lo que al alma atañe necesita de otras razones, que nos trascienden y que por mi parte no oculto, pues tengo depositada mi vida y  mis esperanzas en Dios.

          En estos largos días de espera me he ido aferrando, cada vez más, a las pequeñas acciones positivas que me han ido ocurriendo y que las malas no han sido capaces, pese a su intensidad, de ocultar, como si las primeras fuesen ese clavo ardiendo que siempre nos sale al encuentro en el camino, cuando el naufragio parece inevitable, y al que no nos queda más remedio que asirnos, cuando la tristeza parece es de muerte y desolación, y que cabalga por tus entrañas como el quinto jinete del Apocalipsis que es, tan desbocada y furiosa, que todo ciega y desmorona, tal si la Torre de Siloé se estuviese derrumbando de golpe, como ya ocurriera.

           El tiempo no parece curar las heridas, siempre hay que buscar más alto, pues en ocasiones me parece que siembra sal en ellas, para tenerlas permanentemente abiertas, descarnadas y sucias, expuestas a la intemperie, y si son tajos en el alma no hay sutura que pueda cerrarlos, salvo la mano de Cristo, si es que dejamos que intervenga en nuestros desconsuelos y desgarros, pues no siempre es así, empeñados como estamos en creernos titanes y semidioses, cuando no dioses por entero, en lo que suponemos es el Jardín de las Hespérides, pero que en realidad es el retablo del mundo, en el que apenas representamos papeles muy secundarios, mientras la miseria, en todas sus acepciones, nos desborda por los ojos.

          No temas, no voy a seguir hoy por este camino. Trato de hacer pie y de continuar nadando hasta alguna incierta orilla, pues mis días parecen así encaminados, y hasta mucho más tarde, me temo, no sabré con certeza hacia dónde se encaminan y su alcance. Mientras tanto no me queda otro remedio, de los que yo conozco y aprecio grandemente, que el de la poesía, esa que considero es nuestro sexto sentido, para aquella inmensa minoría, como era para la que escribía Juan Ramón Jiménez, que es la que se interesa por el arte de Calíope, por el homérico oficio, pues en estos archipiélagos de ínsulas tan hermosas es en los que encuentro bálsamo grandísimo para mi dolor y compañía para mis soledades, que siguen al asalto, como en un reino de ausencias y desmemorias, tan perdido y lejano que ya ni encuentro itinerarios o mapas para salir de él.

          Me gustaría poder ofrecerte buenos consejos para el gobierno de esta Barataria en la que ambos vivimos, como hiciera Don Quijote con el bueno de Sancho, ese muy grande hablador que estaba hecho, pero en ocasiones no los encuentro, al menos en este mundo que nos rodea, que está tan desquiciado y como fuera de su eje. Acaso debamos volver a los clásicos, y rebuscar entre ellos, en el propio Cervantes, por supuesto, o en Gracián, sin duda, y más allá, también, entre los griegos y romanos, aunque para mí te diré que con los Evangelios me resulta más que suficiente, pues según Nuestro Señor, que en estos días de julio, tan extraños, me mira desde las penumbras desde las que se asoma, en alguna ermitilla en lo alto de un otero, para decirme, que todo se reduce al Amor, y que allí donde no lo hay, como bien nos recuerda mi paisano de Fontiveros, San Juan de la Cruz, debemos ponerlo y obtendremos amor.

          Por lo demás, como dice el aserto popular, aquí me tienes, atado al banco de la paciencia, que paréceme, las más de las veces, el de la más dura galera, pues el de galeote creo es en estos tiempos mi destino en estos Baños de Argel en los que me encuentro, de tan lastimoso como me resulta, pues, acaso, soy uno de los presos que en la cuerda de tales se encontró Alonso Quijano y pretendió liberar. Magníficas enseñanzas se encierran en las dos partes del libro de sus aventuras y vida, tanto, que encontraron imitador en un tal de Avellaneda, que hay quien dice, entre otras muchas teorías y suposiciones, pudo ser un clérigo vecino del pueblo del mismo nombre que hay en la provincia y diócesis de Ávila, y tal vez no esté desencaminado el asunto. Pero eso ya es perderse en hojarascas vanas, dejarse enredar por las volutas del humo, que a ninguna parte llevan, pues mueren en el vacío.

          Has de saber que la vida es como la hiedra, que se enreda en cualquier saliente, sin dejarnos ver lo esencial. También solemos entreteneros en caminos equivocados, en laberintos sin salida, en callejones estrechos y oscuros que a ninguna parte llevan, pese a que nos digan que todos los senderos conducen a Roma... y puede que así sea, pues lo importante es saber hallar el nuestro, el que es la Verdad y la Vida, como así creo, pero eso, querido amigo, ya sabes, corresponde a nuestro libre albedrío. Dédalos tenemos enfrente, sin duda, y debemos afrontarlos.

          Hoy la mañana está luminosa y en el jardín hay silencio, como si sus habitantes, que han dejado de cantar y de visitarme, al menos por unas horas, hubiesen decidido que lo que necesito es encontrar la serenidad, hablar con lo Alto, para que mis penas se escuchen sin distorsiones, aunque yo se que Él ya las conoce de sobra y las atenderá cuando sea el mejor momento para ello. No obstante, ese silencio es bueno, pues permite, además, admirar mucho mejor la transparencia de la luz, sus entretelas de cristal, como si fuese una canica de colores de esas con las que hemos jugado en nuestra infancia y que guardábamos en una caja de cartón, de metal en el mejor de los casos, junto a otros pequeños tesoros, en el "cosero" del que nos habla José Jiménez Lozano, en el que guardamos nuestras cosas. Hay veces que las mismas no son materiales, como unos cromos arrugados, un cristal de una botella rota, un trozo de madera, una tiza, una goma de borrar, una flor seca, el lapicero con el que un verano estuvimos haciendo garabatos en una vieja libreta todas las tardes de aburrimiento, alguna foto de un ser querido, sino que son cosas que pertenecen al alma, a lo más hondo de nuestros adentros, tal si fuesen el color de un atardecer o una amanecida, la lluvia en nuestros bolsillos, un beso que alguien nos da y su rastro que no olvidamos nunca, el deseo de trascender de nosotros mismos, la melancolía, una ausencia, ese vacío que nada terreno puede llenar.

         Basta por ahora. Sigo abriendo la mañana cuando finalizo esta carta, que espero te llegue pronto, para recibir, a vuelta de la misma, otra tuya, como si fuese un poema que intercambiamos y que nos hace encontrar gozo en la lectura, pues alguien a quien apreciamos nos lo envía, el deleite necesario para seguir viviendo, poco a poco, y, algún día, poder confesar, como hizo Neruda, que hemos vivido, y escribir no se si nuestras memorias, pero puede que sí nuestros recuerdos, algunos de ellos, que vendrán a nosotros como brasas encendidas, como ascuas del corazón y los tuétanos, rescoldos vivos que templan el helor que sentimos cuando amanece y nos da miedo afrontar el día, para dejar testimonio de nuestro frágil paso por el mundo.

        Tuyo, como siempre y para siempre

Fernando Alda




lunes, 12 de julio de 2021

Memoria de los calendarios, y 23

 


       Finalizo hoy la publicación en el blog de mi poemario "Memoria de los calendarios". Espero que haya sido de vuestro agrado. Seguiré, a partir de mañana, si Dios quiere, y en los próximos días, con la publicación de Cartas al lector y otras entradas.



23

Los héroes antiguos

sueñan con el musgo
húmedo del bosque
eterno,
con la llama sagrada
de las auroras,
con la persistencia de la hiedra
y de la lluvia,
la voluntad del roble
tejiendo cúpulas de sombra
y cielo. Son susurros
saciados de viento del sur,
voz debida,
el imaginario hogar
al que regresas lleno de heridas
abiertas,
sal sangrante,
cicatrices de tiempo, tajos
hondos que la vida
siembra en surco
oscuro, como un abrir
de ojos ciegos a la plenitud 
del sol, que abrasa.
Enorme  abismo,
tan sin fondo,
la profundidad de lo eterno
e inasible, esa corola
roja de pétalos ígneos
que deja en tus pupilas
un resplandor de estrellas.
Recuerdas de los héroes
su caída, el estrépito
del bronce al chocar
frente a los muros de Troya,
su inútil disputa,
la sangre vaciarse de los odres
de la vida, como vino
nuevo, hermosos
versos, homéricos
triunfos, un derrumbarse
de alturas y vértices,
el caballo maldito,
el talón y el dardo,
la venganza ardiendo,
la sola hazaña
del que quiere regresar a casa,
y el mar afuera,
vestigio,
laberinto de espumas,
cuando todo se quema
tan despacio y el aire
se consume en muerte
y sementeras.
Vendrá el día, será la tarde,
el sol caído,
y en la noche habitará,
largamente,
la ausencia, tu silencio.
Será el sueño,
el tiempo hibernado
en este estío de olvido,
la voluntad del viento
borrando toda memoria.

Fernando Alda




Terminé de escribir este libro de poemas,
titulado "Memoria de los calendarios",
 el 13 de mayo de 2020,
festividad de Nuestra Señora de Fátima,
que tanta luz y amor dejó en el mundo,
alzado ya con vigor el estandarte
del júbilo, que a todos nos alienta
y bendice con su claro asombro y sutil encuentro,
cuando los días se alargan
hasta el extremo y los pájaros
cortejan su encendido deseo.
Laus Deo.


viernes, 9 de julio de 2021

Memoria de los calendarios, 22

 


22


Lluvia de mayo,

flor tardía, que el cielo
vela de rosas amarillas,
turbia luz de cenizas
y saetas de incienso
que en los cipreses
deja lágrimas de desconsuelo.
Es memoria el esbozo
que la primavera dibuja
en las nubes inquietas,
mientras el Ángelus
suena lejano en las campanas
de una torre en ruina,
y los vencejos rasgan
con su vuelo afilado
la serenidad de las horas.
Quietud entonces,
ensalmo con olor
a albahaca y a romero,
un patio fresco
en el que buscar
la conversación amable,
la exactitud de la palabra.
Una fuente, la bendición
del agua, nombrar
lo que a la mirada
se ofrece, glicinas,
caléndulas,
el espejo fiel de la mañana.

Fernando Alda

jueves, 8 de julio de 2021

Memoria de los calendarios, 21

 



21


Es el sueño del bosque

el que ahora arropa la raíz
de la madreselva,
el dormir del musgo,
la sensación imperceptible
de la hierba que crece,
el silencio de los helechos 
mudos bajo la lluvia.
Lorigas enterradas,
adargas,
espadas herrumbrosas que amanecen
descarnadas, buscando
su filo, la mórbida
lucidez de un pilum
doblado, su vencida
extensión tras la batalla,
el aire que falta
en esta estancia cerrada
y ciega
que es difícil de abandonar
pues pesan las piedras,
como despojos,
que guardaste en las alcancías
del aire,
por si te hacían falta
en alguna ocasión extrema.
El mundo inmenso
bajo tus pies de barro
frío, de sombra
azul, de escarcha,
ahora que has perdido,
en la mano un cetro 
de humo gris,
una corona de paja
sobre las sienes huecas:
solo el desastre, el todo
por el todo, la nada
abyecta, un paisaje
cinerario
que no olvidarás en el destierro
de esta región yerta
a la que te encaminas
con pasos tan trémulos,
tan desangelados,
vencido. Arde la luz,
despierta.

Fernando Alda

miércoles, 7 de julio de 2021

Memoria de los calendarios, 20

 




20


Cuando ya no sabes

cuál es el nombre del mundo
y no reconoces el alzado
de lo que es la vida,
y en los ojos niebla,
una bruma de muertos,
la alfombra de huesos
que la desmemoria te ofrece
junto a los crisantemos
que viste en la mañana,
caminando,
perdidas las singladuras
que tejieron tus días,
esos mares antiguos,
un oleaje de algas
y caracolas, de hipocampos
y sol, naos de sueños,
un cantar dulce de sirenas
núbiles, espuma
de las horas a favor del viento,
y ahora es solo mirar,
como derrumbándose
las atalayas y la certeza,
el pulso de lo escrito,
la celebración de la edad.
No hay espejos en los que reflejar
la tristeza, las cicatrices
y la carcoma del reloj,
la voluntad vencida,
en astillero seco,
esperando un beso de salitre,
de óxido viejo,
de maroma húmeda,
como una embarcación
que duerme sus viajes
a la orilla de una playa
vacía,
varada constelación,
luceros apagados
que aún arden como recuerdo
tras la noche, fuego
fatuo de una extinción
lenta,
alejándose.
Y es deseo ahora todo cuanto
quisieras, mas
no alcanza la voz
a ser,
a repetir las órdenes
o a expresar
cuando se incendia
en los tuétanos desarbolados
y quiere brotar
en las lágrimas.
Cierta la aurora
que aguardas
en este acantilado
de sombra.

Fernando Alda

martes, 6 de julio de 2021

En la mañana


A Yolanda,

en nuestro 30 aniversario

de bodas



En la mañana,


nuestros nombres, 30 años después,

junto a las rosas

enardecidas y las tiernas

azucenas que en las alas

de las calandrias dejan gotas de lluvia,

racimos de un color no usado.

Así nos alzamos,

amor mío, frente a la noche

y sus esperas, en la transparencia

de la luz que invita a besarnos

bajo los tilos o el muérdago,

en el hogar del bosque sagrado,

encendido el fuego en el que arden

eternos, sin consumirse,

nuestros corazones, éstos que sellamos

en este día, más allá de la muerte

y del polvo enamorado que seremos.


Fernando Alda




domingo, 4 de julio de 2021

Memoria de los calendarios, 19

 


19


Si caído en combate

contra la transparencia del día,
en las clemátidas
abandonada la ternura
y el respirar de las horas,
mirando, creyendo
en los paisajes
que se incendian en los ocasos
que la tarde prende en los campos,
virtud de la memoria,
una llamarada de luciérnagas
en combustión.
Ya no te sabrá la boca
a cenizas, al olvido
del camino. Una senda
escondida alcanzará
la dorada orilla
mientras tensas
el arco de Odiseo
y cruzas este archipiélago
de islas tristes,
desolado mapa de arena,
funámbulo dibujo
en el que la huella
de tus pies desnudos
ha dejado el aliento
invisible de un sueño
de violetas, el débil
reclamo de la música.
En el bosque será
la reencarnación de lo ya sido,
la húmeda raíz
que la luna deja
en cada sicomoro, en la madriguera
del agua y su recuerdo.
Así, solo un nombre,
quimera,
y todo se abre
como un ramo de lilas,
ausente, como la última
canción del otoño,
esperando.

Fernando Alda

sábado, 3 de julio de 2021

Memoria de los calendarios, 18

 


18


Es la voz que perdiste

la que ahora nombra
el paraíso, el brillo
del agua en los atardeceres,
el volar del viento
que viene de muy lejos
dejando lágrimas de azufre
en los ojos cansados del mediodía.
No saber, sabiendo
que hay quien te espera,
que no todo está perdido
en este derrumbe,
que la soledad no te viste
por dentro, que es aurora
lo que te está naciendo
entre los huesos,
como lirios de luz
o el trémulo vuelo
de una alondra tardía.
Aquí estás,
las manos buscando
en tus bolsillos
rotos un rayo de luna,
una nada, el eco
de las cigarras invitando
a la alegría,
acompasando el fluir
sediento del estío.
Tanta altura
y tan poca memoria.

Fernando Alda

viernes, 2 de julio de 2021

Memoria de los calendarios, 17

 


17

El cinabrio de la tarde

dejó huellas de sangre

en la mirada, como

si ardiese el mundo

y entre las ascuas estuviesen

ocultos tus ojos,

inmenso el aire

que te abraza y piensa.

Desde esta ventana

sin cristales contemplas

el pasar de los recuerdos,

de lo que fue vivido

y ahora es nada,

creciendo en las médulas

el espeso tallo del olvido.

De arena es la voluntad,

que se deshace con el viento

y solo te acompaña

lo que sueñas, la ruina

de la lengua, algunas

brasas ya frías de amor,

la fuga del agua,

que busca nuevos caminos,

como queriéndose perder

en estos espacios

vacíos, de nada

oscura, de sombría memoria.

Y así el pulso,

desnortado, arrumbando

estrellas en el cajón

húmedo de la noche,

esperando

la espera, de azul

un verso que cae y se levanta,

un pétalo de palabras

en un incierto poema,

con el sabor del vino

último pintando

aún los labios.

Todo tiembla.


Fernando Alda









jueves, 1 de julio de 2021

Memoria de los calendarios, 16

 


16


Está la distancia que existe

entre la palabra y el corazón
en llamas,
como un bosque de misterio,
y no hay constancia
de que de esas cenizas
resurja el esplendor de lo escrito,
el fulgor de la tinta
recién estrenada
sobre un papel en blanco.
Solo niebla,  dibujos
desleídos por una lluvia
desolada, vacía de todo nombre.
Y aun así, escribes,
la vida en ello,
como una turbia amenaza.

Fernando Alda