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viernes, 26 de marzo de 2021

Querido lector, 15 / Proust, la magdalena y las lagartijas

 


              Querido lector:


               Hoy he tenido la suerte de ver las primeras lagartijas salir de las grietas del jardín de casa. Se trata, en apariencia, de una cuestión sencilla, pues ya se ha proclamado la primavera que, incluso, parece haber entrado en nuestros corazones, y la presencia de estos pequeños reptiles está más que justificada, pero no es un asunto baladí, por aquello de la inmensa alegría que he sentido al comprobar que aquellos seres que estaban aletargados han vuelto a la vida en su plena condición. Las lagartijas están ahora como recordando, pues se asustaban más de lo que suele ser frecuente con mi presencia, algo que no ocurre cuando ya van largos los días y los meses de verano. Es como si estuviesen recuperando la memoria. Daba gusto ver como corrían entre las piedras y los troncos, subir por algún murete, alegrar la mañana con su sola presencia.

                Al igual que le ocurriera a Marcel Proust con su magdalena, las lagartijas han tenido para mi un efecto sanador, que me aleja de melancolías y humores turbios, y aclara la visión, encendiendo los tuétanos de los que está hecho ese músculo que nos mueve y sostiene y que late entre sesenta y cien veces por minuto, en reposo, lo que viene a darnos una idea de su fuerza y consistencia, por más que esté sujeto a sobresaltos.

               Dice Proust, en Por el camino de Swann, el primero de los libros que integran su monumental En busca del tiempo perdido: "Mandó mi madre por uno de esos  bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y  por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en diferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal", puerta que abrirá, con posterioridad, tras sus reflexiones, el paso a los recuerdos infantiles asociados a su tía Leoncia y al imaginario Combray, lo que le lleva a escribir que esa sensación se convierte "en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas..."

              Te transcribo el largo párrafo pues tiene su miga, lo que a Proust le da pie para volver la vista hacia su alma y encontrar en ella la verdad. El corazón nos mueve, nos hace sentir, pero el alma es la que busca, es la que habita corazón y raciocinio, pues es el aliento divino que nos trajo a la vida. Y me pregunto, en este Viernes de Dolores, preámbulo de la Semana Santa, en el que la emoción va embargando los adentros, como hizo Cristo cuando se encontró con los que serían sus primeros apóstoles, Andrés y Juan, diciéndoles "¿qué buscáis?" ¿Qué buscamos nosotros? 

              Las lagartijas me han llevado a lugares muy lejanos, a mi infancia también, cuando corríamos tras ellas para tratar de atraparlas, sin saber muy bien con qué intención, con escaso éxito, desde luego, pues eran más hábiles, por fortuna para ellas, que nosotros. Son recuerdos de días soleados, tan largos para gastar como el hilo de un carrete nuevo, que desplegaban ante nuestros ojos, todavía asombrados por la vida, un mar de posibilidades y de juegos.

               Y te preguntarás a qué viene todo esto, esta mezcolanza de Proust, la magdalena y las lagartijas, y por eso te digo que no es más que un afán por recobrar ese tiempo que se nos escapa como arena o agua entre los dedos de la mano, el tiempo que busca su raíz, el lugar en el que nace y al que quiere volver, como vuelve nuestra memoria, que es nuestra vida también, a los recuerdos que ha ido seleccionando y guardando tan preciosamente, como si de tesoros traídos de ultramar se tratase.

              Arde la memoria y con ella lo que fue pasado y ahora mismo vuelve a ser presente incorpóreo, por aquello de que lo que ha sido no puede volver en efigie, solo puede ser representado, como en una obrita de teatro, para nosotros mismos, que evocamos tal o cual pasaje o suceso, en nuestra imaginación, que tiende ante nosotros la ropa que acaba de sacar del lavadero de los recuerdos, el que tiene el agua tan fría, de esos sin los que no podemos vivir, pues están entretejidos en nuestra urdimbre más profunda.

            Dejo ya a las lagartijas con su libertad, sabiendo que son una bendición, que me acompañarán en el periplo hasta el próximo otoño, en el que volverán a sus nostalgias y tristezas y, como si no las pudieran superar, volverán a dormirse en espera de tiempos mejores. Me harán reír y soñar con sus devaneos, en este retablillo de Maese Pedro en el que todo se representa, incluidas nuestras vidas, tan míseras y afligidas, para que todo tenga su encaje y ningún encantamiento venga a trastocar aquello que habrá de sucedernos.

            En tu última carta me hablabas de tus proyectos más inmediatos  que, te diré, me resultan muy acertados. Te animo a ello, para que se vayan materializando sin sobresaltos, con el ritmo que requieren, a fuerza de tu propia voluntad, la cual compruebo se mantiene firme, como el timón de tu vida en estos momentos de zozobra. No dejes, pese a todo, de soñar y recordar, pues todo ello abre puertas insospechadas en lugares que parecen, a priori, inaccesibles, pero que te acabarán mostrando sus encantos, en ese deseo que todos tenemos, o deberíamos tener, de ser felices y buscar la belleza que, aunque en ocasiones, al igual que le ocurre a la fortuna, nos resulta esquiva, termina por resplandecer, por iluminar los rincones más oscuros de aquello que son nuestras moradas íntimas.

         No te canso más. Vienen días muy espirituales, para estar hechos de raíces, acaso de aire, de alma solo, de aquello que nos trasciende y sostiene y nos lleva a la fuente de la Vida Eterna.  Que te encuentres, en tu camino, como los discípulos de Emaús, con el Señor resucitado, y el corazón  te arda como a ellos.

          Cristo te acompañe siempre. Tuyo

Fernando Alda





viernes, 19 de marzo de 2021

Querido lector, 14 / Nada humano me es ajeno

 


               Querido lector:

                Reconozco que no he cumplido la promesa que te hice en la carta anterior de escribirte con mayor frecuencia. No hay disculpa posible, salvo una lesión inesperada, en una pierna, que me ha reducido la movilidad y las ganas. Afortunadamente ya voy recuperándome de forma satisfactoria de ella. Reitero que no valen excusas, aunque te ruego que no pongas en duda mi fidelidad. Sabes de lejos que no soy uno de esos enamorados inmaduros que picotean de flor en flor y enseguida se cansan de todo. Sin ti no soy nada pues, entre otras cuestiones, no se cumpliría eso de "ut luceat et ardeat" que toda obra de arte debe ser, y mis poemas y cartas solamente serían pasto que el olvido incendia, cinerario abono de la nada.

                 Te diré que, pese a todo, me encuentro mejor de ánimo y que en este día de San José sus virtudes heroicas constituyen un aliciente para mí en todos los sentidos. Este Santo del silencio, que desde el mismo nos mira y atiende, es un ejemplo que ha de mantenernos fuertes en esta travesía trágica que es la vida. Como él, espero los sueños de Dios, para que éste me indique el camino, si a Egipto o el regreso a Nazaret, en medio de una larga noche, bajo las estrellas tan fuertes que uno puede ver en estos desiertos y páramos que me rodean. Su luz será siempre alimento.

               Por terceros he sabido de alguna penalidad tuya que, imagino, no te has atrevido a contarme. No tengas empacho en hacerlo. Mi corazón tiene las puertas abiertas a todo lo que te ocurra... "Homo sum, humani nihil a me alienum puto", que escribiera Publio Terencio Africano en una de sus comedias, y que viene a decir que "soy un hombre, nada humano me es ajeno", por tanto, me gusta saber de tus penas, incluso si fueran las del Joven Werther también, de nuestras andanzas en el gran teatro del mundo, en el que, casi siempre, nosotros representamos papeles secundarios o terciarios, cuando no completamente insignificantes y prescindibles, quedando para los poderosos los laureles y los triunfos que luego habrá de igualar la muerte.

             Miguel de Unamuno utiliza este dicho latino en su "Sentimiento trágico de la vida", pues algo de trágico, y de cómico, en ocasiones, hay en nuestra existencia, aunque el que fuera rector de la Universidad de Salamanca añade sus apostillas y viene a decir que ningún ser humano le resulta extraño. Claro que, luego, tras la barbarie de las primeras décadas del siglo XX y toda la sangre que dejó impregnada en las paredes, ya vendrá Albert Camus y nos dirá que todos somos extranjeros en este mundo, como su Meursault. A ambos no les falta razón, pues pese al absurdo que en ocasiones nos parece la existencia, no podemos ser ajenos al sufrimiento humano. Cristo nos lo dejó bien claro desde hace dos milenios. Mejor nos iría a nosotros ahora si no estuviésemos tan anestesiados como lo estamos, si nuestro mal no se llamase indiferencia.

               En estos días tengo entre manos la lectura de "Teresa", de Don Miguel, que el propio escritor subtitula como "Rimas de un poeta desconocido presentadas y presentado por Miguel de Unamuno" y que tan sabias apreciaciones sobre el arte poético encierra. Es de una lectura, al menos para mí, que resulta deliciosa, pues no en vano es una defensa de la poesía viva, de la poesía sentida, no de la poesía que conforma la crítica, no de la poesía que se pudre en un sudario amarillo sobre una mesa de autopsias.

               El juego literario está servido, el de los heterónimos y el de los lugares, pues el poeta desconocido es un joven, llamado Rafael, que le escribe a Unamuno desde una villa cuyo nombre ha jurado no revelar. Es inevitable que a la memoria me venga el Ricardo Reis y los otros nombres de Fernando Pessoa y el lugar de la Mancha del que Cervantes no quiere acordarse. Reflejos entre espejos. Pura fascinación, desde luego, que invita al lector a abrir de par en par las puertas de su imaginación para dejar volar la misma hacia lugares, personas y tiempos que no sospecha.

              Teresa muere y deja al joven poeta a punto de seguir sus huellas por ese oscuro camino y él se pregunta

"¿Por qué esos lirios que los hielos matan?
¿Por qué esas rosas a que agosta el sol?
¿Por qué esos pajarillos que sin vuelo
se mueren en plumón?"

pues ante el dolor de lo que ocurre es imposible no abrir nuevos signos de interrogación

"¿Por qué, Teresa, y para qué nacimos?
¿Por qué y para qué fuimos los dos?
¿Por qué y para qué es todo nada?
¿Por qué nos hizo Dios?"

              Solo ante la muerte podemos medir nuestra estatura. Hoy el día está frío en este final de primavera. La nieve ronda las alturas y los aleros de los tejados, el alféizar de mi ventana, para recordarnos, tal vez, lo pequeños que somos y cuánto necesitamos estar acompañados, acaso únicamente por el pábilo de una vela que sea señal nuestra  y que, tal una luciérnaga, deje un reguerillo de luz como testimonio de nuestro paso por el mundo, puede que como esa estrellita que quería Santa Teresa que fuese su convento de San José, en Ávila, el primero que fundara y que tomase este nombre en toda la Cristiandad.

               Espero la nieve, el paso del día, mirando hacia los altos puertos, hacia las cumbres, como esos seis personajes que están en busca de autor de Luigi Pirandello, aunque yo bien se quién es el Hacedor de mis días sobre la tierra, pues tal vez de entre las nubladas sombras renazca no la melancolía, sino el deseo de vivir, la dulce luz de la victoria sobre el tiempo y la niebla.

              Tuyo, por siempre


Fernando Alda 

viernes, 12 de marzo de 2021

Querido lector, 13 / Aurea mediocritas

 


               Querido lector:


                He hallado Nínive o Ávila, entre la bruma. Todo arde, como el deseo y la melancolía, y en estas tristezas me encuentro sumido desde hace días, con poca ganancia para el espíritu, en medio de la galerna, esperando vientos favorables, con algún mástil de la nao roto o a punto de romperse. Achicando agua con las manos en este pobre corazón que, al menos, sigue latiendo, sigue esperando la esperanza. Así en ocasiones viene la vida, a bandazos, como sin rumbo o promesa, tan estéril y vacía, en la que se pierde el pie y el abismo o la profundidad de las aguas no tienen barreras.

                Te habrás preguntado desde hace tiempo por qué mis cartas se retrasan, la razón por lo que se ha espaciado tanto la última de ésta que te escribo y que ahora tendrás entre tus manos. Ya lo sabes, hay veces que el ánimo no acompaña y que no se puede hacer de las tripas la fuerza que debe restablecer los pasos perdidos en el camino, que son como pasos abandonados en una plaza por la que no caminase nadie, solo fantasmas, o aparecidos de una Santa Compaña que tanto pavor nos causase que huyésemos despavoridos de ella.

                Disculpa, no obstante, esta tardanza. Espero recobrar el pulso, alguna brizna de alegría, la mirada limpia que siempre he querido hacerte llegar, en la que las lágrimas no empañen su fulgor, que debe ser como el de la hierba, o el de las primeras flores que ya están comenzando a nacer en los prados, como pregón de la primavera que quiere desbocarse, desmelenarse, celebrar, asirse al faldón de nuestras camisas y caminar junto a nosotros.

               Pronto en casa tendremos, con suerte, prímulas, que estarán acompañadas por la boca de dragón, los zapatos de Venus o el clavel de Indias, que son las más tempraneras, abriendo camino en los jardines, y los lilos y los rosales florecerán como si fuesen la noche estrellada. Los almendros y los prunus ya nos han dejado su belleza, antes de que todo sea nuevo y nos soltemos el pelo, la Cabellera de Berenice, que volveremos a buscar en el cielo, en este hemisferio norte en el que hasta ahora parecía reinar solamente la Polar.

              Lloviznea sobre los tejados, lo que no invita a afrontar las hazanas propias de los adentros, pues no parece estar uno como para mucha fiesta. Voy en zapatillas de estar en casa. Pero el agua traerá la vida, incluso la nieve, en los próximos días, pues marzo aún nos deleita con sus salidas de ídolo loco, tal Dionisos, o un Baco desaforado, que voltea y esparce las cenizas del invierno, que ha ardido en las hogueras del hielo, de la misma Siberia, y nos deja un regusto acre en la garganta.

              No se si desde tu última carta te ha ocurrido algo digno de mención, salvo lo que ya conozco por lo que me contabas. Nunca se sabe, pero entiendo que estarás en esa deseable "aurea mediocritas" en la que parece se encuentra la felicidad y que tanta tinta ha hecho gastar en la Literatura. Si es así, me alegro por ello pues, aunque sea un tópico, creo que es un buen estado, al menos para pasar un tiempo en él, lejos del mundanal ruido, como Fray Luis de León en su adorada granja agustina de La Flecha, en tierras salmantinas, junto al Tormes, que por allí ya va crecido, sobre todo en estos tiempos líquidos en los que no hallamos fondo que tocar para remontar el partido.

                 Estos días estoy empeñado en la lectura de "La nueva Jerusalén", de la mano de Gilbert Keit Chesterton, libro que es una delicia en todos los sentidos. Además, resulta muy gratificante estar acompañado por una mente lúcida como la de este católico inglés, pues su brillante llama resulta un consuelo en este retablo en el que se representa, de forma tan desesperada, el mundo, con todas sus pompas y desastres. Entre página y página, algún poema suelto de Luis Cernuda, o de Aleixandre, incluso de Jorge Manrique, cuyas coplas a la muerte de su padre no puedo dejar de sentir como un desasosiego constante. Será que me llegan desde Lisboa, desde el oeste, la brumas atlánticas, y los fados que vienen prendidos a ellas, pues me las envía mi tocayo, Fernando Pessoa, desde su mesa en A Brasileira, en el Chiado, pues se acuerda de mí y de cómo tengo las entrañas. Tal vez por eso llueve ahora, que me acuerdo de él, y del olor de la bica, y, desde luego, me brotan nostalgias, como las primeras flores que veré en el jardín, pues ya las sueño.

              Por ahora, no mucho más. No quiero entristecerte. La próxima carta espero te ilumine los ojos, aunque sea entre la lluvia, entre estas nubes plomizas que me van dejando su bendición, como si Dios me la enviase para decirme que está a mi lado, aunque en la Cruz, y que ya volverá a reír todo, en Pascua, como hacen los carbonerillos o los colirrojos cuando revolotean en el huerto que todos llevamos dentro, en el que nos gustar estar y buscar la compañía que nos es más grata.

             Tuyo por siempre, recibe un fuerte abrazo de tu amigo, que lo es, mientras suena una canción de Enya en el equipo de música y se me nublan los ojos, como si una tristeza los estuviese bañando, pues te añoro

Fernando Alda Sánchez




             

             

viernes, 5 de marzo de 2021

Querido lector, 12 / Tu retrato

 


               Querido lector:


                Hace tanto tiempo que no te veo que en ocasiones se me nubla tu imagen y tu rostro se asoma entre la niebla, cambiante, como queriendo hablarme, decirme algo, quizá saludarme, tan solo. Me gustaría que con tu próxima carta me enviaras una fotografía tuya, para verte con nitidez, y recordar lo que ahora parece dormir entre la bruma, junto al sueño y la vigilia, en una especie de duermevela en la que no se sabe bien dónde está la consciencia.

                 No te preocupes, son cosas que me ocurren a menudo. A veces me cuesta recordar, como si los rescoldos de la memoria no pudiesen volver a encenderse, a cobrar vida, a iluminar los adentros, pues para eso han sido concebidos. Recuerdo perfectamente nuestras tardes de lectura y de paseo, en las que me preguntabas, junto a los sotos del río Adaja, por alguno de los poemas que había escrito para ti, pues habrás de saber que todo cuanto escribo es para ti, todo te lo entrego, de mil amores, y mis versos te pertenecen. Sin tu lectura, sin tu reflexión, sin tu comprensión, sin tu sentir, yo no sería nada.

               Ahora sí, la primavera está cerca. La voy notando en la sangre y en los pájaros que vuelan de árbol en árbol, despertándose de la inocencia del invierno, buscando el amor, la compañía, la conversación, los trinos ajetreados que parece me están llamando desde todas partes. En el campo ya han salido las primeras flores en los prados de montaña, aún tímidas, como no queriendo hacerse notar del todo. Son una bendición, las aves y las flores, que nos recuerdan que la vida regresa siempre, pese a todo.

               Releo, casi a salto de mata, en estos días, la obra de Pablo García Baena, que no hace tanto que nos dejó. Qué gran poeta ha sido, como todos los del Grupo Cántico de mi querida Córdoba. Me siento, por suerte, como en su poema "Sueño de Adán":

"Dormido estoy, pues que dormir es esta
sombra que al primer barro me devuelve.
Dormido en el vergel de Dios, cansado
entre sus manos grandes que meciendo
van mi sueño, el jardín, la tierra oscura".

               Sí, me siento dormido en las manos grandes de Dios, dejándole hacer, moldear mi vida, pues así me siento libre, sin miedo a la muerte. Y es que, en ocasiones, uno se siente cansado y, como el poeta canta en su poema "Día de la ira", yo también digo

"Desnúdame, no tengo ya otra cosa.
El labio casi helado de besar tanta muerte.
Sájame la mirada, deja el ojo sin lágrimas
como una carne mísera, tibia para las moscas".

               ¿No te sientes tú así también, con tanta muerte como nos rodea por la pandemia de coronavirus que estamos padeciendo? Tal vez  solo nos resta preguntarnos

"¿Qué esperas del oráculo, Pablo García Baena,
si tu vida es recuerdo, tapiado columbario
donde un cadáver turbio se deshace
celosamente embalsamado por ti de algalias olorosas
y están tus pasos numerados como un libro
que dudoso repasas a la lámpara
y donde solo falta el colofón 
y las exequias en final viñeta?"

               Así se nos va la vida, a chorros, entre el deseo y la voluntad,  aunque siempre nos queda la poesía:

"Quizá si por la orilla brilladora,
pie desnudo, bajara
donde leve seda el mar plisa,
fulgirías magnolia catedral al reverbero
bruñido de otros días, monte oscuro,
lasciva roca amante enamorada
ante la luz total absorta en dicha"

                 tal canta en "Memoria del olvido", y no puedo evitar saltar a otro de sus poemas, dedicado éste a San Juan de la Cruz, "Noche oscura", en el que nos recuerda que

"Solo es real el vaso rebosante
de mi sed, aunque el agua está manando
y es noche para siempre, noche oscura"

en la que tal vez el Amado nos espera, aunque sea de noche, y el agua que mana de la "fonte" escondida nos lleve a la región más transparente, esa que buscamos desde que nacemos, para hallar la paz, el consuelo, el Amor más grande.

                Con estos y otros versos, tan hermosos y fascinantes, te dejo. Estás en buenas manos, no lo dudes. Otro día te hablaré de todo cuanto bulle en mis adentros, que quiere brotar, como si la larva hubiese terminado de transformarse en la crisálida y la mariposa tuviese un deseo ferviente de salir y comenzar a volar, amando todo cuanto nos circunda. Así mi corazón, que te anhela.

               Tuyo por siempre

Fernando Alda Sánchez

lunes, 1 de marzo de 2021

Querido lector, 11 / Retar a la muerte

 

               Querido lector:

              Como la misma certeza con la que hallamos la luz que se encuentra latiente en los pliegues del día a medida que avanza hacia su desastre, así también somos capaces en enfilar el camino que nos lleva a la vida y el esplendor que la misma desprende cuando encendemos un fuego para calentar los adentros y la llama arde con fuerza y, por tanto, no se llenan de humo, que parece niebla, una bruma muy espesa, las habitaciones en las que vamos depositando con tanto mimo nuestras esperanzas.

               Es inútil mirar hacia atrás, aunque resulte inevitable, pues estamos hechos de recuerdos, que son cenizas o rescoldos de las que se nutren el alma y la melancolía, pero que nunca volverán a arder ni serán el tibio abrazo que necesitamos cuando nos encontramos a la intemperie. Lo cierto es que no podemos dejar de mirar atrás, de rebuscar en el pasado tratando de corregir un imposible, y eso nos lleva a una tristeza que va pudriendo el presente y no nos deja alcanzar el futuro, enredados como estamos en un tiempo que creemos fue mejor, desperdiciando las oportunidades que a diario nos salen al paso.

               También es verdad que hay melancolías presentes, que no son fruto del anhelo de paraísos perdidos, ni de nostalgias descoloridas, sino que nacen del propio dolor de vivir, de ir afrontando sin éxito celadas y tormentas, casi con la seguridad de que no alcanzaremos aún la orilla, salvo la de la muerte, que se presenta tan oscura, solitaria y amenazante.

               Me ha producido cierta envidia la visita que has tenido de quien no hace falta diga el nombre, aunque el suyo de pila me recuerda al de un general cartaginés, y del que no puedo por menos que recordar unos versos tan hermosos como éstos:

"Altas, desatendidas celosías,
miradores vacantes, patria apenas
de palomas huidizas cuyo mensaje, roto,
quien percibe lector de ajenas rúbricas
de tinta desvaída sobre legajos secos:
os hundís, la madera se echa a volar, cornisas
agrietadas cobijan malezas"

                 Así siento yo el hábitat que me rodea, como si estuviese en ruina, desplomándose, desgajándose como las ramas de una encina seca con la que la lluvia y los hielos no tienen clemencia. Pero estas cuestiones, ya sabes, son las que me aquejan con cierta frecuencia y forman parte de la urdimbre que me sostiene.

                 Una vez más tendrás que disculparme estas melancolías que me brotan como de la nada, como si estuviesen ocultas en la sangre y fuesen, de pronto, el brote verde que nace entre la tierra negra. Pueden parecer devastadoras para algunos, pero te confieso que para mí son vitales, pues forman parte de mi manera de ver el mundo, de asomarme al gran retablo en el que todos representamos. Son como un velo de lluvia, que evita que la fealdad reinante acabe por cegar mis ojos, como un tul maravilloso que deja entrever  lo material e inmaterial que nos rodea, a las personas mismas, para no tener que verlo todo en su crudeza. Acaso es que necesitamos de estos filtros, para no atragantarnos con tanta podredumbre como flota en el ambiente, con tanto humo de batalla. Son, en definitiva, como esas esculturas en las que el mármol parece de una tela translúcida o transparente, como las que hay en la Capilla de Sansevero, en Nápoles, y de las que a la memoria me viene el "Cristo Velado" de Giuseppe Sanmartino. 

                 La temperatura no acompaña en estos días en Ávila. Espero que dónde tú te encuentras sea el clima menos severo. Hoy todo está nublado, no solo la luz, hasta los colores, que se confunden unos con otros, difuminados por una especie de abulia ornamental que no conduce a ninguna parte. Parece más un día de rutina pura, de tránsito hacia no sabe uno bien dónde, que una jornada en la que pretender celebrar algo. Las torres de la ciudad están como dormidas, entre los vuelos de las cigüeñas, que abandonan sus nidos, de forma muy especial al atardecer, para ir a comer a las praderías cercanas, buscando en el agua que las encharca el sustento.

                Me alegró saber, por otra parte, que estás bien acompañado. La soledad produce más monstruos que la razón cuando sueña, pues da rienda suelta a imaginaciones que pensamos están controladas y que son un puro delirio en el lento goteo de las horas en el reloj, que parece tan blando como aquellos que pintara Salvador Dalí y que tantas obsesiones me producen cuando los contemplo. Ya sabes eso que repito hasta la saciedad, necesitamos estar acompañados, como lo estoy yo ahora con estos versos

"Soy la espada, soy la llama.
Os he iluminado en la oscuridad, y al iniciarse la batalla, yo combatí
en primera línea",

 que son de Heinrich Heine y que me llevan a la lucha de la vida y, tal vez, como el poeta, me hagan decir que

"A mi alrededor yacen los cadáveres de mis amigos, pero hemos vencido.
Hemos vencido, pero a mi alrededor yacen los cadáveres de mis amigos.
En los jubilosos cantos de triunfo, resuenan los corales de las
ceremonias fúnebres"

pues pese a la victoria todo parece perdido en estos tiempos líquidos en los que no resulta fácil encontrar una puerta para salir a campo abierto y retar a la muerte, que viene por los alcores, por las frías colinas del invierno, con ramos en las manos, llamándonos, por lo que, como Heine, yo digo que, pese a todo

"Fue sereno mi día, mi noche fue feliz"

y

"Mi canto fue regocijo y fuego
y ha avivado las llamas de algún hermoso incendio"

               En llamas tengo yo el corazón y te ofrezco mi fuego. Toma un tizón de esta hoguera, arde tú también, busca la poesía como las aves tratan de encontrar el cielo, siente su calor, cómo vivifica las médulas que están adormecidas, cómo enciende los ojos, cómo despabila el pensamiento y el sentir, y deja que recorra, cual chispas en un cañaveral, tus adentros.

               Eternamente para ti, agradecido

Fernando Alda Sánchez

P.S. Por favor, no tardes tanto en escribirme. Tus cartas son un bálsamo seguro contra el paso del tiempo y la locura.