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miércoles, 27 de octubre de 2021

El ojo de la aguja

 



   Publico hoy en el blog una colección de poemas que fueron apareciendo en el mismo a salto de mata, sin orden ni periodicidad, pero que constituyen un poemario, un libro, que escribí bajo el título de “El ojo de la aguja”. Son todos ellos poemas religiosos, expresiones del alma que ora con Dios, con el Padre y el Hijo, y que invocan al Espíritu Santo de alguna manera. Considero que deben aparecer, mientras no pueda reunirlos en un libro físico, electrónico o en papel, como un corpus único, para que así el lector interesado en ellos pueda tener un acceso directo y único. Reflejan, como se podrá comprobar con su lectura, un paisaje espiritual concreto dentro de un paisaje general. Confieso que a mí me han servido para orar, para entrar en comunión orante con Dios, en lo más profundo de mi casa y de mis adentros, especialmente en momentos de tinieblas y de oscuridad personal. Así te los entrego, querido lector. Espero que los acojas.



Fernando Alda Sánchez

A Yolanda, Manuel, Elvira e Irene Ruth,

luz de mis ojos




I



ESA NOCHE DESCUBRIMOS LA VÍA LACTEA




Esa noche descubrimos la Vía Láctea.


Los niños, por primera vez;

otros, la volvimos a soñar.

Millones de estrellas

ardiendo a años luz de nuestros

sentimientos, como pavesas

o rescoldos a años de vida de nuestras

soledades y sentires, flotando,

como el origen de todas las esperanzas,

el fulgor de Dios, el esplendor

de su Creación que sigue iluminando

las huellas que dejamos en el barro,

efímero rastro en las cumbres

de las montañas. Sed de Ti, Señor mío,

Dios mío, Abba, pues en el imaginado

alumbrar de las estrellas sé que está tu aliento,

al igual que en la humilde paja

de los pesebres. Sed de Ti, Eterno,

tan inalcanzable y tan cercano,

que desde el fin del firmamento me buscas,

me hablas. Es ternura. ¡Oh! noche

profundísima, ¡oh! cedros que el aire

animan, ¡oh! luceros y estrellas

que mi nombre escriben en la quietud

del alma en estos páramos de sombra,

de sol y de nada.





II



PADRENUESTRO




Me gusta hablar contigo,


Dios mío, en el sol de la tarde,

cuando el crepúsculo

enciende las brasas del alma

y hay silencio entre las horas

que anuncian los primeros

brillos del firmamento.

El alma en paz, los sentidos,

mudos: es entonces

cuando te cuento los trabajos del día,

el instante en el que te doy

gracias por el pan, por la fe,

por la vida, por la esposa

y los hijos, por su sonrisa y sus abrazos.

Padre, perdona mi debilidad,

mi interminable flaqueza,

y haz de mí el fruto de tu voluntad,

memoria tuya, la caridad

que alivia el dolor, el agua y la luz,

hijo pródigo como soy

que siempre regresa a tu misericordia.




III



ORACIÓN




¡Crucifícale, crucifícale!


gritaban en aquélla Jerusalén

de sangre, y te seguimos crucificando,

cada día, en el Gólgota del egoísmo,

en la cruz cuyo madero

no deseamos, con clavos

de odio y coronas de espinas de soberbia,

con la misma indiferencia que siempre

nos hace mirar hacia otra parte

si hay un corazón que sufre,

un corazón desolado,

que en el abandono ha encendido

el fuego de su más triste hogar:

perdónanos, Señor,

pues ahora sí sabemos lo que hacemos.



IV



GETSEMANÍ




Qué solo estabas en Getsemaní


aquella violenta primavera,

entre los helados y endurecidos

troncos de los olivos,

cuando todos dormían, y esperabas

beber el cáliz más amargo

en la noche más oscura.

Todas las miserias de todos

sobre los hombros, como una clámide

ardiente, la Cruz más pesada.


Sólo el ángel,

la voluntad del Padre.

Un helor de sangre, sobre el abismo,

en la madrugada desnuda,

hacía presentir el tormento,

el abandono, la expiación.

Más ya estabas venciendo a la muerte,

y alumbrando una luz jamás soñada.

Qué solo estabas en Getsemaní...



V



ASCÉSIS





En las tinieblas te he buscado,


en la noche más honda

y más amarga,

desde lo profundo e insondable

he clamado.


Escribí tu nombre, Señor,

en las arenas más ardientes;

entre ásperas rocas y escorpiones

habité, mi voz se secó

al sol, de sal se llenaron

mis llagas y con el lagarto

y el áspid fui peregrino,

y siempre bendije

tu dulce Nombre.



VI



SÓLO SOY HIERBA






Sólo soy hierba que arde en un soplo


de fuego en el estío: como Job clamé

contra ti, cuando no era nada

mientras creabas órbitas y planetas.

El salmista lo recuerda: ¿qué soy

para que te acuerdes de mí?

Y sin embargo, no me has arrojado

a la fosa, no caí herido en la red

del cazador, y ofreces un magnífico

banquete para mí ante mis enemigos.

El salmista lo recuerda:

eres mi refugio, mi alcázar,

y serán siempre mi sueño

y mis desvelos la alabanza que proclama

la grandeza de tu heredad.




VII



EN UN LIENZO...




Qué tristeza en el paño de la Verónica,


todas las lágrimas

y toda la sangre,

cuánto duelo.

Aún restallan los latigazos

y las burlas,

camino del Calvario,

el fiero desprecio de los verdugos.

El dolor más intenso

en un lienzo, lino

purísimo, los ojos

hundidos... no hay pincel

en el mundo que pintar

pudiera tanta devastación.



VIII



SI YO PUDIERA...



Si yo pudiera, Cristo,


en vez de un clavo ser una flor

abierta en su belleza entre tus huesos

doloridos, si en vez de una lanzada

pudiera ser el aleteo

de una alondra en tu costado,

si en vez de un latigazo

pudiera ser el viento

amigo, el agua fresca

y profunda que sabe a vida

eterna, si en lugar de la corona

de espinas fuese los pétalos de la rosa...


Si yo pudiera ser el Cirineo

y no el desprecio,

Cristo, si yo pudiera

sostener tu cabeza un instante

antes de entregar el espíritu,

si yo pudiera ser más valiente

en la persecución,

y no haberte negado

tantas veces a la luz

incierta de las hogueras

de aquella noche y de todas las noches.

Si yo pudiera...



IX



UNA CANDELA




Una candela en la noche,


tanto negror y tan poca luz.

Sobre el páramo helado las estrellas.

Dios mío, mi Señor,

eres la llama,

la única llama,

Abba, en esta angustia

sin límites que siento

en las tinieblas

de vivir. Sólo tu presencia,

nada más anhelo.

Tu misericordia,

Padre, tu misericordia.

Una mirada tuya

que encienda el gozo del alma,

como el que siempre espera

tener esperanza y un día

alcanza la Gloria de la Resurrección.



X



A PESAR DE TODO...




Cómo pudiera decirte,


Cristo mío, cuánto te amo,

y cuántas veces he renunciado a ti...

Cómo en mi derrota has sostenido mi cabeza,

y negué hasta tres veces o trescientas tu nombre

antes de que cantaran los gallos en la aurora.

Cómo malgasté en los espejismos del mundo

la alegría y la vida, la gracia y el alma,

cómo únicamente te ofrezco tristeza

y tierra frente a tu amor hasta el extremo.

Se que volverías a morir por mí,

y a pesar de todo...

A pesar de mi angustia, de mi miseria,

sólo se decir, Cristo, Amor.


XI



EL OJO DE LA AGUJA




Es pequeñito”... dice mi hija Irene Ruth,


entre sus dedos cualquier minucia,

pues casi a sus tres años

ya ha aprendido, magistralmente,

sin quitarse de la boca

el chupete que adora,

la esencia del mundo:

todo es pequeño y vulnerable,

y en las almas que parecen diminutas

se encierra la verdad y la profundidad

de la vida, la estatura más grande

para ser el camello que al pasar por el ojo

por el que se enhebran todas las agujas

demuestra que el Cielo

se alcanza despojado

de inútiles equipajes.


XII



DIOS ME LLAMA




Cuánto dolor en cada aurora,


en la luz que amanece

y abrasa la esperanza.

Es la vieja máquina de escribir

a la que le falta

una sola tecla

y ya duerme en el limbo,

o las fechas que se apuntan

en los cuadernos cuando se inician

y no tienen día de término,

acumulando lágrimas y destrozos

entre papeles desvanecidos.

Diarios moribundos, estertores de tinta,

en los que la letra

agoniza desangrándose

en trazos azules o negros,

como arterias abiertas o grifos

viejos que la herrumbre

ha malogrado. Quisiera

despertar ahora, despojarme

de este letargo, revivir

entre los mapas inéditos

de una vida por estrenar.

Quisiera volver a ascender

a una montaña entre la niebla

y coronar el sol y los cielos,

mientras dura el día

y las campanas guían el vuelo

sutilísimo de las águilas

hacia la inmensidad:

Dios me llama,

es el hombre nuevo que renace

y alcanza hermosuras y transparencias,

arboledas de aire,

plenitud de la mirada

infantil que se asoma

al círculo y la estancia,

allí donde habita el Amor

más grande que soñarse pudiera.



XIII



EN EL PRINCIPIO



En el principio, el Verbo. Siempre,


fuego y agua. El evangelista

sueña el Reino.

Luz nunca dibujada. Luz de Resurrección.

Cristo de nuevo entre nosotros,

estrenando la madrugada del mundo

que alumbra un resplandor que a todos

nos abraza.

Luz de amor en los algodones de las almas,

luz de hogueras

perpetuas, luz de Cristo

que diluye las tinieblas del orbe.

Vestida está mi alma

con fulgor de vida eterna,

Señor, resplandece entre las brasas

más hermosas, es rescoldo e inicio,

y como el agua que nació

tras la lanzada en tu costado,

así fluye y alimenta mis anhelos...

Bautismo y alianza,

la misericordia del Padre

que siempre espera,

redimida mi esclavitud

y roto el pecado. Llevo en los ojos

prendida la antorcha de la alegría,

y a mis labios regresan

cánticos antiguos, músicas nuevas,

la oración y la Verdad,

que presagian otras auroras.



XIV



ENCUENTRO




El alma sueña bajo la sombra


de los alisos que un torrente de agua

nutre, y en el frescor está el Paraíso,

la quietud de Dios que habla

en voz muy baja, susurrando

desde el cenit del día.

El tiempo ya no reina, la luz,

detenida, no sigue su curso,

solo amor es entonces

uno con el Amado.

Si es música o deleite,

no lo se, más el infinito

se ha llenado de eternidad,

así noches y días pudieran ser del estío,

embriagado de amistad tan grande

que las aves que en ese lugar

anidan son silencio y transparencia,

y el pulso late espaciado como si no quisiera

causar disturbio en el encuentro.




XV



SIEMPRE JUNTO AL AGUA





Noche, jazmines,


galanes abiertos asomando

al silencio: sólo tu presencia,

Abba, en este jardín de almas.

Se que estás

aquí, en la brisa

invariable del sur,

entre los mirtos, quieto,

como los labios que quisieran

abrirse y nombrarte y decir.

Mecen tus brazos con ternura

de madre mi sueño

inquieto, y al trasluz

imagino, en la duermevela

más dulce, que soy alondra

en tus manos, aire

nuevo, el respirar

pausado de un arcángel

que en el fondo de la memoria

habita. Tú o nada.

En mi patio, junto

a un plato de dátiles,

espero tu visita,

bajo el sosiego de la luna,

siempre junto al agua.


XVI



MÁS ALLÁ DE LA MUERTE Y DE LAS ESTRELLAS




Luz del Sur, un luminoso


balcón que se abre al día,

mientras el Ángelus

detiene el reloj escondido

que duerme en las penumbras

del espíritu. Sed de Ti,

amor tan grande.

El infinito paisaje

del archipiélago de la vida

se hilvana en el instante

que retienen mis ojos:

Presencia. Está aquí,

oculto en las entretelas

de la luz, respirando,

desde siempre.

Desea ser amado, es Amor.

Estás en Él, eres Él.

El agua eterna de su pozo

conduce a las moradas del cielo,

más allá de la muerte

y de las estrellas.



XVII



ARENA Y VANIDAD





Es la vanidad el resplandor


cinerario de sepulcros nunca vacíos,

siluetas de muertos

antiguos, de reinos

perdidos, de reyes

tristísimos que ardieron

en piras de olvido.

Todo lo arrancó de cuajo

la guadaña, hojarascas

sombrías, equipajes

de polvo, de nada.

Olmos secos, cipreses ajados,

túmulos en ruinas, almas

quebradas que no esperaron

la resurrección de Cristo.

Es melancolía, un llorar

perpetuo, lágrimas que nombran

un vacío espantoso,

el hueco de un cuerpo

inerte al rodar hasta el Leteo,

arena y vanidad.


XVIII



UN REINO QUE NO ES DE ESTE MUNDO




Árboles en llamas como aparecidos


en medio de la espesura del bosque:

nieblas, densidades,

el alma busca a tientas el abrazo

intenso del Amado.

Dios habla desde el esplendor

de las flores, en el murmullo

infinito del agua, en la nube

rota que desde el cielo se esponja.

Luz tan hermosa que viste

de transparencia el hogar

de la mirada y la ternura.

Es el origen del fuego,

es Amor, un dardo

ardiente que traspasa el corazón

y lo habita, dulce abandono

entre el rocío y las rosas,

un éxtasis de ángeles.

Eternidad presentida en la cárcel

del existir, cuando el cuerpo es prisión

y el deseo busca sereno las fronteras

de un Reino que no es de este mundo.



XIX



MORADA



El fuego y el hogar: luz de Cristo


que habita las estancias

mientras la noche

se adormece entre las colinas.

¡Tanto amor! Presiento tu rostro,

Abba, en el fulgor de los luceros

que presagian un sueño

de arcángeles y de Resurrección.

Como cuando hablabas con Abraham,

dos amigos, en su tienda:

así te escucho en el silencio

intenso de los desiertos,

en la soledad

dolorosa del vivir y de las auroras,

atento siempre al pan del cielo

que será morada y perfección.


XX




SALMO 1



El Señor es mi pastor,


en Él habito. Hacia las altas

cumbres del Monte Tabor me conduce

para encender la nieve

y la blancura del alma.

Nada temo, su mano es firme

y su voluntad misericordiosa:

me ama desde el seno materno

y no permite que caiga

en las cenizas de la fosa.

Para mí ha preparado

el Banquete de Cristo,

y en sus ojos hallo

la luz y el aire que me faltan.

Mi copa rebosa de bendición

y será grande mi heredad.

Nada me falta.


XXI




ORACIÓN ETERNA




Como un cañaveral


ardiendo está mi alma

al saber de tu amor, Cristo,

llamaradas de estrellas al nacer,

una noche de silencio y de oración

eterna, sólo Tú, Amado,

desvelando el camino y la Verdad.

Así siempre, en lo profundo

del corazón, pues amanece

al recordar la sal,

el humilde grano de mostaza,

los pozos en los que se esconde

la nieve, la vida, es el alba

perpetua de la Resurrección,

no el mundo, sino otro Reino,

la esencia que desde lo hondo

resuena y aflora en un manantial

de luz que como el sol abate las tinieblas

y alumbra el fulgor

del día y de la esperanza.



XXII






CONFESIÓN




Ilumina el mundo su crecer,


su engaño, la luz

dudosa de atardeceres

exiguos, brotes de sombra,

apenas brillos de miseria,

carbón oscuro.

Ese es el color de tus ojos,

que se han alimentado de tinieblas,

tantos años idos en pendencias

vanas, en enredos de zarza

seca y de alcoba, en tristes

presagios de amaneceres

tristes, en azumbres

de veneno y vanagloria.

Hoy regresas, ardido el pecho

en pasiones tenebrosas, inútiles

laberintos, duelos de nada,

pura iniquidad,

sólo el sabor de la arena

en labios desérticos.

Misericordia, misericordia,

clamas ante la llama

encendida del Sagrario,

y Cristo te mira

con esos ojos que no sabemos

cómo miran, en la mirada

del Padre, que todo mal

redime, y es la paz,

el alma florida de lirios

y alondras, el abrazo eterno:

ego te absolvo... todo comienza,

es nueva el agua,

la luz renace,

y el aire abraza y te perfuma.



XXIII




UNIÓN MÍSTICA




Zorzales y narcisos,


despierta el día

mientras dibujas jardines

y dédalos en el papel

ocre del cuaderno.

Dios ya te espera,

abierta la luz,

mientras amanecen los ojos

a un nuevo mirar:

todo se viste y el tiempo

se despereza en un último

bostezo. Es momento

de oración. Una campanita

retiñe lejos. Hay voces

suaves en el silencio,

susurros, y no es la brisa

en el tejado. El alma

se arrulla, crece

purísimo el azul del cielo:

no hay música que iguale

ese instante levísimo

de enamorado encuentro.





XXIV




EN LA TARDE




Sombra de río,


luz y árboles,

en la tarde de julio

que dora alisos

e incertidumbres.

Hay un frescor permanente

que al alma viste:

un retazo de cielo

que se asoma entre

la frondosidad de las orillas.

No quisieras salir de allí,

mas la muerte urge

en cada paso de reloj,

aunque sabes

que Cristo te abraza

y Él es tu victoria.

Las últimas brasas del día

siguen ardiendo

en la mirada, el aire

duerme, se desvanece

la urdimbre de la tarde

y esperas el nacer

de las estrellas

en la misma boca

de la noche, sobre el agua

undosa, latiente,

que fluye hacia el infinito,

hacia el olvido

y la inocencia.


XXV



PARAÍSO




Así debe ser el Paraíso,


o así lo sueñas.

Fluye un río, sombra

de árboles, la tarde

estival detenida,

susurros y conversaciones

en los racimos de sol

que crecen en el ramaje.

Sólo mirar, ver en silencio

la transparencia del espíritu,

sentir el sentido de Dios

que habla entre la brisa

y te traspasa.



XXVI




NOCHE




Inflamada está la noche


de amor divino,

tras la devastación del mundo.

Ahora, todo; luego, nada:

lucho con el ángel

en el sueño de Jacob,

y queda el alma

vulnerada, remecida

de pavesas, los ojos

abiertos bajo el agua,

luz sin sombras.

No cesa el dardo

en su empeño de buscar

el corazón, la pulpa de la vida,

el origen de los sueños.

Y así, detenido

el curso de la muerte,

resplandece el mirar de Dios,

el Espíritu que insufla

aliento, y es esencia y razón

de lo que existe.

No hay pesos que me retengan,

estoy sereno, es la lucidez

de saber que la Verdad

habita mis recuerdos,

es presente y deseo,

y en su abrirse

incendia el alma.







XXVII




DE PROFUNDIS




De profundis clamavi ad te, Dómine,


y mi voz se agosta en su viaje,

aunque pronuncia tu nombre:

desde esta sequedad te llamo,

desde este desierto te llamo,

no comprendo tus designios,

lo que deseas de mí,

no alcanzo a saber

de tu silencio, de tus noches

interminables, de la llama

secreta de tu fuego,

de las ascuas que consumen

mi ser hombre todos los días.

No se cual es el origen

de la hoguera, el manantial

de los rescoldos, la causa del incendio,

mas no me aparto de tu fidelidad,

del pozo de agua viva

que refresca tanta desmemoria.

Me traspasa tu misericordia,

siempre contigo,

como la sombra a la luz,

como la cima al valle,

como tu sueño al mío,

en un respirar

pausado de tórtolas

que en su nido alumbran

el más hermoso amanecer.



XXVIII




SÓLO TÚ SABES




Así, en el silencio


se hilvana el mundo,

el sueño del alma,

sed tan profunda que no

sacia el pozo. Abba,

sólo Tú sabes

de lo escrito en mis entrañas,

del sabor de la ceniza en mis labios,

de la vida que alumbra

cada día cuanto te encuentro.

Abba, sólo Tú sabes

cómo es el color de mi corazón,

y que quiero ser un niño

para jugar contigo,

en la plenitud de la mañana,

mientras me miras

y piensas en mi camino,

soñando que sueño.

Sólo Tú sabes del aroma

de las flores que te ofrezco

cada vez que amanece,

del rigor de la muerte

que decapita el pensamiento,

mas no la esperanza.

Abba, Abba, por ti me

levanto, por ti

crezco en el Espíritu,

por ti soy,

me entrego, amo y sufro.

Sólo Tú sabes estas cosas

secretas, terribles y hermosas,

que ahora escribo y que te leo

en la soledad nocturna,

como una oración,

un encontrarte,

sabiendo que estás,

en lo oscuro y en la luz,

muy, muy dentro.





XXIX




COMUNIÓN




La harina moldea el agua,


es fuego, y ahora tu cuerpo,

Señor, en comunión

íntima, que se deshace

en mi boca. No simple

trigo, es tu manera

de partir el pan,

la cena, la última cena,

mas no el último amor,

vencida la muerte,

amor extremo,

en el Reino en el que no hay

ocaso. La harina moldea

el agua, es luz sin tiniebla,

un continuo esplendor.



XXX




SÓLO QUIERO SER...




Sólo quiero ser una mota


de polvo en tus sandalias,

el primer gramo de aire

que sale de tus pulmones,

Señor, el rescoldo

más pequeño en la lumbre

que encendiste aquella noche

para espantar el frío,

una miga de pan de la Última
Cena en el borde de tu túnica,

la luz final que ves

al cerrar los párpados

con el sueño,

la hoja seca que se cae del ramo

cuando te aclamaban al entrar

en Jerusalén,

la gota de vinagre más ínfima

que se posó en tus labios

en el martirio de la Cruz,

la arena que pisaste

en cualquier camino en Galilea

y ya es sagrada,

la sombra de la higuera que no cortaste,

el grano de mostaza, la sal de la tierra,

el trigo entre la cizaña,

el ruego del centurión,

la carne del leproso que sanaste,

sólo quisiera ser Zaqueo, Jairo,

María Magdalena,

¡Lázaro resucitado!

Mateo, Lucas, Santiago,

Juan y Pedro,

la samaritana en el pozo de Jacob,

red en el lago Tiberíades,

un pez, el cordero,

la llama de una hoguera

en el Pretorio aquella noche,

un olivo junto a tu Oración,

una astilla de tu madero,

el ladrón bueno, el Cirineo,

y estar, para siempre,

contigo, el más pobre entre los pobres,

el último para entrar en tu Reino.




XXXI




SALMO 2



No me abandonaste, Señor,


al borde de la fosa, ni la muerte

que presagia el cazador

ahogó mis sueños,

alcázar eres ante mi angustia

y en este salmo te entrego la vida:

sea tu voluntad.

Quiero ser la piedra desechada

por el arquitecto,

el lirio del campo,

la mirada del niño que asombrado

descubre el misterio de la fe.

Arde la zarza dentro del alma,

alimenta eternidades

en un brillo de pavesas,

busco tu regazo, un rescoldo

amable de amor, la mano

fuerte que sostiene mi pobre

armazón de arena: el Esposo

llega y salgo a buscarlo.