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miércoles, 30 de junio de 2021

Memoria de los calendarios, 15

 


15


Va la muerte dejando

negros y helados huevos en las copas
secas de los árboles,
ardientes moradas
que deshabitan cuanto circunda
y crece,
dolor y polvo en esta llanura
en la que la voz 
pierde sus ecos.
Caminas hacia una región
de olvido, hacia una casa
sin alcobas,
como peregrino,
enfundado en una mortaja
de triste paño.
Es ahora momento
de respirar hondo
un aire sacado de un pozo
abierto en la presencia
de tus manos, que abarcan
la silueta perdida
de las noches en blanco,
de los días de hambre.
Vistes de silencio
tus ojos, inclinado el porte,
como caído,
esperando un verdor
que no llega en estas soledades
del estío,
solo el cielo alto,
la plenitud del vacío,
y la memoria,
que deja sus estragos,
el inconveniente sabor
del acíbar, la palabra
incendiada y no resuelta.
De nada sirve ya escribir
sobre lo bello e incierto,
pues tienes los cabellos
contados uno a uno:
en cualquier recodo
oscuro un asalto, el golpe
sordo de una guadaña afilada,
un frío beso de nieve,
la tierra sola,
muriendo.

Fernando Alda


martes, 29 de junio de 2021

Memoria de los calendarios, 14


 

14


Viene la tarde

alumbrando espejos
heridos, la llave
de los secretos, la luz
profunda y lúcida
de un ocaso
ardiendo en los confines
desolados de la memoria.
Te miras las manos,
vacías de todo nombre,
solo polvaredas
entre los dedos,
la demolición
de todo cuanto existe.
Azucenas o cedros
te devuelven
lo que olvidaste
en las entretelas de la sombra,
los esbozos de una mirada,
los libros abandonados
para siempre, como flores
rotas que van ajándose
en los jarrones del sueño.
Ya no es posible respirar
más allá de los  valles
de melancolía
en los que habita
la madre de sal de las lágrimas,
el musgo del deseo,
el decrépito canto
de un alcaraván que anunciase
el imposible
regreso de la infancia muerta.
Ya no te quedan palabras
para evitar el último 
encuentro, y te hallarán
dormido, y tal vez
en tus labios crecerá
un largo beso de silencio.

Fernando Alda

lunes, 28 de junio de 2021

Memoria de los calendarios, 13

 


13


Está el azul del cielo

señalando la piel del agua,
en la que se refleja
el perfil de una veleta
oxidada que no volvió
a girar. Es ahora
cuando comienza a cumplirse
el tiempo que la vida
te fue dando en cómodos
plazos, y acre
se torna el sabor
de la miel vencida,
de la uva no vendimiada
que se pudre en las cepas
baldías del olvido. El horizonte
es la única salida
del laberinto: más allá
de las colinas insomnes,
de los álamos viejos
que el sol atormenta
mientras es estío,
más allá de esas nubes,
tan lejanas,
que adornan la tierra.
Volverá la muerte
y habrá duelo en las estancias
vacías de tu casa,
y el aire se agriará
en las tinajas del cielo
y el pan no volverá 
a ser el mismo:
solo habrá luto y desmemoria.

Fernando Alda

domingo, 27 de junio de 2021

Memoria de los calendarios, 12

 


12


Solo muerte y sepultura

en estos caminos viejos,
senderos son de ausencia,
el desasosiego
vertido en áureas copas,
un brindis por la ebriedad
de la luz insomne
con la que amanecen las rosas.
Corto el encuentro, reloj
perdido, magra es la victoria,
la salutación del tiempo,
el fuego recobrado
tal se hunde en un naufragio
la nave de los locos
y es aroma ahora
de derrotas, humo
ciego de glorias y laureles,
ceniza
pura, rescoldo agraz,
hojas secas,
un triste revolar
de papeles desahuciados
en plazas vacías.
Y andar, como si la muerte
no hubiese de venir
nunca, desarbolado
el blanco navío de la esperanza,
perdidos el vino y la celebración,
mientras dibujas versos
y lirios en el trasluz
del día ácimo, como aguardando
a nadie, la visita
del escorpión y el polvo,
viento terminal,
paliativo,
la cabalgadura de los huesos,
la estancia del asombro
en los labios que a nada
sabe. Es presagio,
anuncio de un reino
de sombras,
reyes oscuros, el astillarse
de las cañas secas
que vierten un tuétano
espeso y negro,
en los dédalos del olvido,
como cieno cierto,
que brota en estos
pantanos de nostalgia.
Vendrá una brasa
violenta y ciega,
y de esas ascuas
no habrá desmemoria,
sí un alzado
luminoso de torres
y banderas, esferas
ígneas, cúpulas
de gloria sobre esa ciudad
que ahora estás soñando,
entre brumas y lágrimas,
la nieve sobre la cabeza,
mirando. Va vencido 
el vigor, mas no las ganas,
y habrá de coronarse,
con esplendor y fasto,
el designio del corazón,
que aún alienta.

Fernando Alda

sábado, 26 de junio de 2021

Memoria de los calendarios, 11


 

11

Alcores de fuego y turbia

sombra, colinas
ensangrentadas en las que murió
el deseo, el árbol
y la espera, la feble
luz que viste el despertar
de las auroras.
¿Dónde el fulgor
de la memoria,
el espejo gris de la mirada,
el canto de los héroes,
el esplendor de las leyendas?
Yace aquí la alegría,
el resplandor de las victorias,
la armadura de bronce
y el aire de las campanas,
sepultura es de hombres
esta tierra enrojecida,
el paisaje desvelado
en las médulas y el oro,
el fragor de la batalla
que va culminando
la desolación y la desventura
en esas horas que perdiste 
en los andenes, en las tardes
frías, en el ver por dentro
la consistencia del rayo,
el pulcro ocaso
de las maneras y la discordia.
No regresan las ascuas
de lo que fuiste,
ni el vendaval enciende
las hogueras del otoño:
solo hay nombres
ahogados, la decapitada
belleza de las estatuas de mármol,
la ruina creciendo
en las alcobas, el roto
clamor de la hiedra.

Fernando Alda

viernes, 25 de junio de 2021

Memoria de los calendarios, 10

 


10


Ladran los perros en la amanecida

como gallos rabiosos,
sucia luz que despierta
de un invierno huérfano,
como sangre reseca
en los labios amoratados,
un dolor que sabe a madera
podrida,
acre insomnio,
inútil es el esfuerzo...

Fernando Alda

jueves, 24 de junio de 2021

Memoria de los calendarios, 9


 9


Estoy buscando todas las orillas

del mar, los términos
ardientes de los desiertos,
el borroso perfil del alma
escondida entre las azucenas
que sembró el alba,
el contraluz de la veletas,
el sonido del amor, el habla
del corazón, la despierta
ternura que habita
en las médulas de una mirada.
Estoy buscando...

Fernando Alda

martes, 22 de junio de 2021

Memoria de los calendarios, 8

 

8


Vuelve la pregunta,

la torpe luz
del asombro, las tardes
de hastío y desesperanza,
como el vuelo
de una calandria
o el caer de un azor
desde el cénit de la duda.
No hay espacio
para ser, solo papeles
rotos, triste tinta
que tizna el albor
que buscan las palabras
para nacer, una canción
que escuchas en fragmentos,
como pedazos de música
abandonados
en un pentagrama anónimo.
Mides cuanto te rodea
en la creencia de hallarlo
cierto, como inventado
y escrito, como un recibo
de lo ya vivido que ahora
se despeja en un escenario
de niebla.
Arde el mundo y sus cenizas
llueven sobre tejados
de barro pobre, tejavana y aire,
que no soportarán la nieve
de otro invierno.
Soledad te nombra,
y acudes, las manos
en los bolsillos de la mañana,
silbando,
como de costumbre,
a buscar un tranvía
que nunca para
en tu extrarradio.

Fernando Alda

Memoria de los calendarios, 7

7


Cuando los deseos

viajan hasta las líridas
en las noches de abril,
y su fulgor es como un canto
sereno que habla de héroes
y batallas, el pulso fuerte
que habita en el vino
agrio de todas las heridas.
Es la suposición del espacio,
el hueso del verso,
la pulpa que lo adorna
y crece, como una caracola
de pétalos de fuego,
ígneo rojo, hierro,
amapolas,
que enardecen la fiebre de la piedra,
cuando el sol se pone
y reina un silencio
que ablanda las horas
para hacerlas caer entre la arena.
Miras la noche como un enigma,
el horizonte que presientes
en alguna parte,
la profundidad abisal de lo oscuro
y muerto,
el hogar y la sombra,
como recuerdos que acabasen
de nacer de la misma raíz
de una luna que te devuelve
el reflejo undoso
del beso en el agua,
el perfil de tu rostro.
Ahora o nunca,
te la juegas en el espesor
de los labios, de la rabia
y el espejo; lo escrito
permanece más allá del día
que acaba, como un trago
largo de cicuta
o el final del viento
en cada esquina.

Fernando Alda


lunes, 21 de junio de 2021

Memoria de los calendarios, 6

 


6


Una lluvia de primavera

que enaltece el mirar
de las flores, su paso
lento  bajo la luz del cristal
oscuro,
vencido el invierno
que cubrió de blanco
los tejados,
muerta la noche muerta,
abandonada,
es la celebración de la voz
ausente,
como un canto antiguo,
la edad herida,
el oro y el silencio,
la terca persistencia
de la derrota.
Uncido está el yugo
del tormento,
saqueadas las alforjas,
vacías las ánforas
en las que se guardó
vino o aceite de los días
de gloria,
de la voz yerta, de los ojos
cerrados, del magro 
pábilo que ilumina
lo escrito y anunciado.
Brindarás con un acre
licor por las horas
y las angustias, por los oráculos
no cumplidos,
fuego sagrado que se apagó
en los pebeteros del insomnio,
como esa agonía
que te arde en el pecho
cada vez que levantas la vista
para buscar un horizonte
cierto.
Sabe a sombra y albahaca
tu destino, el pulso 
vibrante de un laúd
que sueña en la estancia
de la melancolía, ardida
aurora, músculo
aterido que despierta
al ruido de todas las victorias.
Nombre le das a la vida,
y la colmas.

Fernando Alda

domingo, 20 de junio de 2021

Memoria de los calendarios, 5

 


5


Nubes de carbón,

ascuas de una lluvia que bendice
el perfil de la mañana,
la hora incierta
en la que se derrumba
el amanecer, su desconsolado
augurio. Es el cénit
airado de todo cuanto fuimos,
su retrato en sepia,
el descalzo caminar
sobre las cenizas de la mirada
herida, el desconsuelo
del habla, el llanto
viejísimo que va sembrando
de amapolas la ribera
que enmarca tu cautiverio.
Azul el sur,
inesperado,
como buscando la tormenta,
un soñar de aves
migratorias que regresan
al hogar del desasosiego,
al árbol en el que habitan
los recuerdos, las esencias
del deseo, e imaginas
otros océanos y otros susurros,
mientras se apaga una candela
en la alcoba en la que yacen,
amortajados, los abrazos
últimos,
los besos regalados sin medida,
el pulso y la sombra,
y escribes,
amarillo y ocre el ocaso
al que saludas,
ebrio de luz,
el tiempo ido,
vencida la voluntad,
entregado el testigo
en esta carrera loca
en la que buscas el término 
del día, la desmemoria.

Fernando Alda

viernes, 18 de junio de 2021

Memoria de los calendarios, 4

 



A Antonio Colinas

4

Abres los ojos a la ceniza

de la mañana negra,
tras haber soñado
con la Cabellera de Berenice,
con el fulgor que se guarda
en las ánforas más antiguas,
cárdeno tributo.
Los miliarios del día
van marcando la trashumancia
del deseo, el desnortado
vagar de la voluntad
quebrada,
la estatura de la luz
en estas murallas de cristal
y transparencia
en las que lloras derrotas,
las lenguas muertas del camino,
la desmemoria de los atardeceres
en los que el oro del sol
se afana para no hundirse
en las fauces oscuras de la noche.
Recuerdas las hogueras,
los estandartes, la púrpura,
el helor del acero
de estas legiones malditas,
en esta tierra de lobos
y de espera, Arcadia
no, páramo, un paisaje
de vencidos, y vislumbras
Roma, en la lejanía
de la hora tercia,
el lamento lúgubre
de la juventud entregada y rota,
la sepultura de los años
que ahora son nieve,
silencio, añicos
que del suelo no recoges,
corazón
ardido en la inmensidad
del llanto. Recuerdas...

Fernando Alda

Memoria de los calendarios, 3

 



3


Regresa la lluvia a los lugares

en los que solía habitar,
al pozo azul de la melancolía
y la sombra,
al vigor perdido de las rosas
que se marchitan solas
en un jarrón de niebla.
Tensa espera,
alondras en tu mano
alzan un vuelo de agua
y de horizontes y la tarde
es amarilla e inconstante,
como la siega.


jueves, 17 de junio de 2021

Memoria de los calendarios, 2



2

Nada más triste que la luz

última, la que se extingue,
un destello, el aire que se acaba,
el río que se seca y es arena,
nada más atroz 
que morir solo,
sin el beso de unas flores,
acaso sin nadie que recuerde
la ruina que eres,
el torpe balbuceo
de la sangre que te anima.

Fernando Alda


 

miércoles, 16 de junio de 2021

Memoria de los calendarios, 1

 


          Inicio hoy la publicación en el blog de mi libro de poemas "Memoria de los calendarios", tras haberlo enviado a diversas editoriales, en las que en todas o me pedían algún tipo de ayuda oficial o bien me proponían directamente la autoedición, cuando no era la callada por respuesta. Siendo todo ello muy respetable, pero careciendo tanto de lo primero como de fondos para afrontar lo segundo, por encontrarme en paro, buscando trabajo, he optado por dar salida a estos versos, en estos tiempos convulsos para la poesía, para que el lector pueda tener conocimiento de ellos y vuelen libres y sin ataduras o hierros y prisiones. La fortuna viene adversa, pero confío en que se torne favorable, como el viento, que gira en las veletas y en las rosas, y nos lleva a todas partes, aunque sea dando un rodeo, acaso como vamos a Roma o regresamos a nuestra particular Ítaca, en la que nos esperan quienes tanto nos aman. Con vosotros, mis queridos lectores, comparto poemas y poesía.



A Yolanda, Manuel, Elvira e Irene,
por todo





"Ahora se
cuándo será la última mañana,
cuándo la luz
dejará de ahuyentar el amor y la noche,
cuando la somnolencia será eterna,
únicamente un sueño inagotable"

Novalis






1

Cómo contar los días,

o las horas que vienen muertas,
si no hay memoria
de los calendarios,
si el aire está lleno de humo
que ciega los ojos
y en los dedos crece el hielo
de la discordia.
No será ésta la jornada
en la que el alero de la mañana
deje posarse a las calandrias
que habitan insomnes
entre la luz, su vuelo
lento, inconsútil,
como la ventana con los cristales rotos
desde la que te asomas
a las estancias de la plenitud,
parco sustento, acre
aroma, la estatura
del ser, la equidistancia
entre las flores, el pulso yerto.
Sueñas paisajes cinerarios,
corolas, helechos, el manar
cautivo de una  fuente
entre juncos,
un verdor de alcoba,
el éxtasis del idioma
que va nombrando
lugares, calles,
caminos de sombra
y piedra, como
un planisferio de olvidos,
el amargo helor de la ausencia.
Y así, el recuerdo,
la melancolía en ascuas,
un torpe existir
de anémonas y saurios,
en el fondo de los vasos
en los que te bebiste la vida.
Ven ahora, cree,
asciende a la altura
que marcan estos versos
mientras los escribes
y eres, más allá
de las esquinas y de los balcones,
la mirada del retorno,
el triunfo de lo vencido,
un paseo por el enardecido
abandono que reina
en el Jardín de las Hespérides.

Nota al margen:
Ahora escribes,
mañana no lo sabes,
cuando el carro del sol
se eleve por encima
del horizonte
y de todas las derrotas.

Fernando Alda



martes, 15 de junio de 2021

Querido lector, 32 / Desvaríos

 


             Querido lector:


              En esta carta no se muy bien de qué hablarte y corro el riesgo, en porcentaje elevado, de hacerlo de tristuras y melancolías, de esos humores espesos y dañinos que en ocasiones emponzoñan el alma y la van nublando, como queriendo apagar el fuego sagrado que arde en los tuétanos de la misma. Suena en el equipo de música una vieja cinta de casete con los Conciertos de Brandeburgo, de Johann Sebastian Bach, y luego vendrá Antonio Vivaldi, con sus Cuatro Estaciones. Son de las pocas cintas que aún me quedan y que se pueden escuchar con cierta calidad y sentido, y la música me lleva, como la magdalena proustiana, hacia regiones incógnitas de la memoria, como si las cajitas de material plástico, así las define el diccionario de la RAE, para el registro y reproducción del sonido (y que a mis hijos les parecen antediluvianas) desenterrasen recuerdos que aún no he tenido y que vienen al presente, desde un pasado remoto, para ser vividos de nuevo, como recién hechos para mí, recién sacados del fondo del pozo, en el que viven las salamandras, y los viera, pese al cieno del que vienen, claros y nítidos, perfilados convenientemente, para dejarlos volar y arder, para que sean rescoldos que se queden para siempre en mi paisaje espiritual, ese del teresiano Castillo interior.

               Podrían parecer recuerdos de infancia, postales sepia, retratos al aguafuerte, con trazos sobrios y duros, que vienen para quedarse en las entretelas de lo más cercano, allí donde habita lo reciente, lo que salió del horno hace pocas horas y aún humea y deja aromas de perfección, de perpetuidad, aromas que son como el  vuelo de las aves que llenan con su intensidad los volúmenes del día, que se ha despertado anunciando cielos limpios, transparentes como los élitros, para luego ir tornándose en vidrieras grises, ojivales, tal vez rotas por efecto de una mala pedrada lanzada por una mano vengativa, tal la quijada que utilizó Caín para asesinar a Abel,  y será la tormenta de junio la que se apodere de la tarde y de sus espacios, de las alcobas en las que duerme aún el agua que está por venir, y los rayos desaforados, y el susto, acaso el suspiro, también, de un corazón no resuelto, como ese del que nos hablaba Gabriel Celaya en uno de sus poemas.

               Prosigue la música con toda su sonoridad, ocupando la tierra de nadie que tengo en mi estudio, aquí donde escribo y leo, donde están encerrados mis pensamientos, los libros y los útiles de escritura, los cuadernos, los versos que aún están por venir, pues los otros, los que son, ya vuelan libres, no se por dónde, para ser aves de paso, avecillas que buscan, como nosotros, el consuelo del nido, la copa del árbol, el hueco en una pared, para que sea hogar y plumón, el tibio abrazo que necesitamos en tiempos de helada. El oleaje de las notas musicales mece cuanto soy en este instante, cuanto seré dentro de poco, en unos minutos, dejando constancia de lo frágil y pequeño que me alzo sobre la corteza del mundo, tan áspera y desabrida en muchas ocasiones, apenas sin dejar sombra, por muy vertical que me encuentre en la llanura, puede que como ese junco que el viento dobla a placer, pero que, afortunadamente, nunca se quiebra.

               Soy esa caña pensante de Blaise Pascal, que tan bien supo ver, con su lucidez de filósofo y matemático, lo que somos, una caña solitaria, a la orilla de una laguna, que bien puede ser el mar, ese piélago oscuro y terrible al que nos enfrentamos a diario, por fuerza de la costumbre, por obligación, para que no se nos hunda la barcarrota en la que vamos. Y en ese enigma estoy, buscando la verdad, enredado en un mar de los sargazos en el que los remos se atascan en el intento por alcanzar puerto seguro. Esas son las paradojas que nos salen al camino como a Don Quijote le salían los gigantes y los molinos, y frente a tanto endriago las fuerzas, que ya van escasas o mediadas, se nos vuelven muy flacas, las lanzas cañas, las espadas arados, y el aliento es magro y entrecortado, y querríamos vernos libres de tener que culminar estas hazañas que tan grandes nos vienen.

             Menos mal que aún nos quedan los atardeceres, y la luz que parece sangre, ese oro viejo con el que el sol nos regala en su paso hacia el oeste, cuando se va a su casa a dormir para amanecer luego, al cabo de las horas, y que el alba sea promesa suficiente para izar un nuevo día, para alcanzar el cénit no solo del astro rey, sino de todo, incluso de nuestra mirada, a la que dejamos volar, buscando los resquicios para colarse en la imaginación, que será renuevo, brote primaveral en el olmo que yace roto y cansado junto a la fuente de los deseos.

             Parece que el discurso fluye y se deja llevar por aquello que del espíritu sale, que no es poco, ni cosa baladí, sino solo el reflejo fiel de lo que en los adentros arde, casi de forma perpetua, y alcanza la superficie de este estanque de sombras con el que hoy he amanecido, y que vela mis ojos, tras un largo paseo por las periferias del sentimiento, que sigue abriéndome puertas, pues aquello que ante mi se me ofrece viene como poesía, como respirar poético, como voz de literarias sirenas, y conforma metáforas, un oxímoron continuo, en la escritura que fue de la lluvia y la nostalgia y que ahora es de las rosas de junio que en el jardín brillan, a las que, dentro de un rato, bajaré a admirar como el que admira una gema engastada en la transparencia de la mañana. Fulgor puro.

             De estación de la edad en estación voy, de la primavera al otoño, en viaje, temiendo inviernos que están por venir, y de los cuáles se por otros que en el mundo me precedieron. Tal cual hoy, mi voz quedará prendida en las arboledas y en los cristales de las ventanas, como aliento tibio, una nube apenas de nostalgia y desmemorias. Y seguiré viviendo, en este empeño nuestro de crecer y poblar la tierra toda, el mundo inmenso, estos mapas tan gastados y desleídos que usamos en nuestro periplo, con los que tanteamos los océanos y sus ínsulas, los archipiélagos que éstas conforman, las orillas de lo desconocido que nos atrae y navega, como náufragos solos que saben no regresarán jamás a casa, al útero materno en el que se fraguaron nuestro ser y sentido.

             Te dejo por hoy, que desvarío, tal vez la culpa sea de Bach o Vivaldi, pues todo se me vuelve madeja y dédalo, tal vez por efecto del eléboro negro con el que la memoria me despierta en estos días de final de estación. Siempre tuyo, de sobra lo sabes

             Fernando Alda

domingo, 13 de junio de 2021

El alfabeto y las palabras

 


          Hoy os dejo con un juego que, desde hace tiempo, me apetecía hacer. No es algo original, pues muchos son los autores que lo han llevado a cabo: se trata de un poema con las letras del alfabeto y su correspondencia con el inicio de una palabra. Tenía ganas de divertirme, con el lenguaje, además de componer un poema como pequeño homenaje a las sufridas letras y palabras, a las que en ocasiones se las maltrata tanto. Espero que vosotros os divirtáis también, como si fuese un regreso a la infancia, cuando comenzábamos a ser conscientes de toda la magia que encierra el lenguaje y a los lugares lejanos y fascinantes a los que nos puede llevar la lectura. Mis hijos aprendieron a leer en el colegio, pero en casa se reforzaban en el intento con unos cuentos maravillosos, cada uno de una letra. Desconozco el autor de los textos y de los dibujos que los acompañaban. Venían en un maletín de cartón, con un asa, manejables para un niño. Una delicia, sin duda.Únicamente recuerdo que estaban editados por el extinto Círculo de Lectores, que tanto ha hecho por la lectura y los lectores en España. Os dejo con ello:


 Como ya sabes, la primera

es la A, de alba,
la segunda, la B, de balneario,
con la C, de coraje,
entre medias está la CH,
para jugar en los charcos,
y la D, de dédalo,
junto a la E, de esfera,
que viene de la mano
de la F, que es farol o farola, 
a la que se parece,
y buscando todas ellas
a la G, de geranio,
que adorna los balcones,
conformando estos primeros
pasos del alfabeto,
en el que no puede faltar
la H, de helio,
gas noble, que me conduce
hasta donde habita esa letra,
alta y delgada, que es la I,
de inocencia, y con ellas
escribo poemas y cartas,
sin olvidarme de la J,
que es de junio la primera,
y se acerca a la K, de kirieleison y es solemne,
muy cerca,
si puede ser, de la L, 
que es como una torre, de luengo,
para pronunciar la que es doble,
la LL, de lluvia,
que nos bendice sobre el tejado
y las arboledas, y está antes
de la M, en la cima de la montaña,
con la N, de nada,
que sabe a aire y cielo;
muy cerca está la Ñ,
de ñandú, que es un ave grande
que se ha escapado del paraíso
y cierra el círculo de la O,
de obertura, con la P en los talones,
de presencia, para alcanzar
el trazo extraño de la Q,
que parece hecha de queso y miel,
sin olvidarme, no quisiera,
de la R, que es el inicio de remontar,
y suena en muchas ocasiones doble, la RR,
como en resurrección,
para venir a dar, de lleno, a las curvas
sinuosas de la S, que es de silencio o de siseo,
abrazada a la T, de tejado,
que a todos nos cobija,
como le ocurre a la U,
cuando  bajo ella  se duerme,
y es de umbría,
pues hay entre las dos la sombra
de un árbol, como en la V,
que parece un valle, pero en este caso quiero
que sea de valentía,
que tanta falta nos hace,
como a la W y el wolframio,
para llegar, pasito a paso,
a la X, rotunda, que parece rara,
de ese xilófono que me recuerda,
no se por qué,
músicas de mi infancia, con la Y que está yacente,
y acaba, por fin, este abecedario
interminable, con la Z, de zahorí,
que puede ser el nombre de un pájaro,
pero que en realidad está buscando el agua
escondida que perdimos entre tantas lágrimas,
no siempre amargas, y derrotas.

Fernando Alda

viernes, 11 de junio de 2021

Querido lector, 31 / En la altura de los cielos

 


             Querido lector:


             La certeza hoy viene de la mano de las nubes y bien poca cosa es, casi un espejismo, pues todo parece estar camuflado, flotar entre dos aguas, en un aire terroso, en el que la luz tiene que esforzarse por abrirse camino. Se presagia tormenta, como si fuese a venir una plaga bíblica, quizá la melancolía tiñendo de rojo sangre las aguas en las que se sustenta el alma, que sigue buscando apartes, lugares en los que reposar y dejar que la mirada vaya develando el entorno. En este incendio interior me encuentro, como si las llamas quisieran consumir todo cuanto guardo en los adentros, presintiendo la noche de San Juan y sus hogueras, en las que arderán el dolor y las tristezas, la angustia toda, para tratar de renacer en el fuego que purificará las moradas en las que habita el aliento divino que recibimos desde el primer día en el que se consumó el sueño de Dios que somos.

            Busco la altura de los cielos, que desde Ávila parece más cerca, y en estas soledades hallo memoria de todo cuanto he sido, memoria de los días, el recuerdo de la noche, tan abierta y mística, que se ofrece como una bendición, como un bálsamo frente a los rigores y estragos del verano, que todo seca y consume, memoria de lo que seré, de este hombre incógnito que seguirá caminando, buscando la sombra de las alamedas, el perfil de las colinas, el campo inmenso que se dibuja ante mis ojos en toda su plenitud de junio, preparado ya para la siega en Castilla, hogar y promesa, pan llevar a manos llenas, mientras en el cielo un milano traza tirabuzones con su vuelo.

            Dirás, caro, que hoy estoy poético, más que metafísico, y aunque como un tanto más que el cervantino caballo, el hambre espiritual abre ventanas allí donde no parece posible, y solo la poesía es refugio cierto, pues su belleza nos descubre el interior de todo cuando se nos ofrece ante los sentidos, y es la llave para revelar sus arcanos, el misterio del laberinto, la salida escondida de estos dédalos en los que en ocasiones nos pone la vida y sus desvaríos, eso que llamamos vicisitudes y que nos parecen montañas imposibles de escalar, desfiladeros y abismos, gargantas lóbregas, paredes verticales que acobardan el ánimo.

            Estamos, estoy, a la intemperie, bajo el sol ardiente, que parece un cierzo de invierno, más que un viento solano de estío, con las heridas abiertas, sangrando, a punto de las lágrimas, que se resisten a aflorar, a fluir como lo haría un río bajo los puentes de la edad y los desvelos, en medio del desasosiego que me produce vivir. Eso es ser, existir, alcanzar el sentido de la vida, ese que Viktor Frankl encontró en la devastación de Auschwitz, ese que tan difícil nos resulta encontrar en los campos de exterminio que en el mundo son. Y en esas nos encontramos, en la cuerda floja o en el filo de la navaja, resistiendo, para no ir al matadero. 

            Al jardín han regresado los carbonerillos y parecen llenar el aire, como si Dios me los enviase para decirme que no me ahogue, que Él está conmigo, que Cristo camina a mi lado, y en ocasiones me lleva en brazos, de tan herido y maltrecho como estoy. Alguna urraca, azulada y blanca, en su desparpajo, se deja ver, y los mirlos, tan elegantes, y un verderillo, que se muestra hermoso y descarado, la corneja burlona, un colirrojo tizón, que está encendido. Los pájaros dan sentido a todo cuanto sucede, pues no tienen preocupaciones. El Señor los viste y alimenta, y solo tienen que cantar, como hacemos los poetas, sin preocuparse de si alguien está escuchando su canto, pues lo único importante para ellos es la belleza y la vida, no la audiencia, esa que tanto nos agobia en este mundo acelerado, corroído hasta sus tuétanos más ocultos por la prisa. El qué dirán.

            Y esto que te manifiesto me consuela. El hablarlo me consuela, el contarte estas sinrazones mías es alivio y motivación, como una chimenea que liberase todo el hollín que la pena más negra ha ido dejando en ella a lo largo de los años y las derrotas. Por eso hablo, tal vez como los vates homéricos, para decirte que la vida cabe en un verso, y que hay que cantar y decir y escribir, como si todo fuera uno en un mismo torrente que manase a chorros de entre las rocas, de las heridas por las que respiramos todos los días, como si fuese una costumbre, un uso acomodaticio, para no tirar jamás la toalla, pese al cansancio o la acidia.

            Con este turbión te dejo; espero no haberte incomodado en demasía, pues no era esa mi intención. A veces los sucesos y los sentimientos se mezclan así, como las cerezas en un cesto, y vienen unos con otros, de tal forma que es imposible desenredarlos sin que por el camino se queden jirones de ambos. Como siempre, espero impaciente tu carta. No te retrases. Que estos días próximos a los idus de junio te sean propicios.

             Tuyo

Fernando Alda

             

             



jueves, 10 de junio de 2021

Cuando estés lejos...



 Cuando estés lejos, recuérdanos

siempre... es la oración
que en hora imprecisa de la madrugada
alzan a los luceros los amores
perdidos, los hijos que aguardan
el beso de su padre, las amistades
recobradas a lo largo de los años.
Cuando estés lejos
tendrás memoria de nosotros,
brindaremos con el fulgor 
de cálidos vinos tintos
por las batallas que perdimos y quisiéramos
haber ganado. Seremos 
alma, el perfil
de la certeza, el abrazo
inmortal que deseamos cada noche.
Cuando estés lejos recuerda
las conversaciones, los amaneceres,
los apretones de manos, las imágenes
empañadas que permanecen
incólumes en los espejos,
la risa poderosa que invita a vivir,
recuerda el galope del viento
llamando en las ventanas,
el éxtasis del tiempo, la plenitud
intachable del mediodía.
Cuando estés lejos, recuérdanos
siempre... Desde la torre 
vigía, desde las colinas
en las que crecen
la mandrágora
y el eléboro, desde el confín
imaginario de lo que acontece en el corazón.
Recuérdanos tal como somos,
un surco en la arena
mojada, la carta que no acabamos
de escribir en aquella tarde
espléndida bajo los tilos,
la estrofa suelta que no encuentra
acomodo en un poema
tristísimo, el punto y aparte
en un discurso demasiado extenso.
Ten memoria de nosotros,
pues de lo contrario no seremos.
Cuando estés lejos...

Fernando Alda



lunes, 7 de junio de 2021

Me llamo


 

A mis queridos lectores,
en mi cumpleaños, hoy no os escribo
una carta, hoy os dedico este poema,
vuestro siempre


Me llamo Fernando,
soy frágil y pequeño, pero soy 
un sueño de Dios. Hoy cumplo
59 años, al calor de los míos.
En ocasiones me llueve por dentro;
otras, el sol ilumina
mis ojos. Vivo en Ávila,
la casa de los místicos,
en la altura desde la que el Amado
asperja de ascuas el corazón.
He vivido, quiero seguir viviendo,
para abrir nuevas auroras
en el lienzo azul de los cielos.

Fernando Alda




viernes, 4 de junio de 2021

Querido lector, 30 / El poema como refugio

 


          Querido lector:


           Ahora que hemos retomado con regularidad la noble tarea de escribirnos cartas, algo ya casi imposible en este mundo tan tecnológico y progresado, pese a que puedan calificarnos de anticuados, resulta hermoso leer, lo que me cuentas, junto a los lilos del jardín, que me ofrecen toda su tibieza y ternura, todo el color que son capaces de hacer brillar bajo esta luz de primeros de junio, cuando los días aún son largos, pero presienten que llegará el solsticio y que la noche de San Juan cruzarán una frontera sin retorno, como el Rubicón que atravesara Julio César, con la suerte echada, al menos hasta la próxima primavera.

           Me hablabas en tu última carta de que estabas empeñado en hallar una definición adecuada de lo que es la poesía. Te lo desaconsejo, pues considero que es tarea vana. Ni los poetas hemos sido capaces de ponernos de acuerdo en ello. Dice Asunción Escribano,  una muy lúcida y magnífica poeta de Salamanca, a cuya obra acabo de asomarme en estos días, por medio de su poemario más reciente, El canto bajo el hielo (que me parece una epifanía poética) al respecto:

"No sabría definir qué es un poema.
Pero en ellos resguardo yo mi vida
del tiempo, del mundo y su tristeza.
Como íntima hoguera frente al frío".

             Hermosos versos, sin duda, de los que el libro está lleno (tuve la suerte, además, de asistir a la presentación que del mismo hizo en Ávila, en la Casa de la Poesía de Juan de la Cruz, en el Cites, la propia Asunción). No se si eso es la poesía, tal vez si, pero entiendo que eso sí es el poema, y lo comparto, pues es verdad que los poetas escribimos poemas, que pueden tener muchas formas y formatos, como un refugio frente a la devastación del mundo, frente al invierno perpetuo al que nos enfrentamos, frente al tiempo y sus tristezas, como dice Asunción Escribano, "como íntima hoguera frente al frío".

             En otras ocasiones me habrás oído decir que uno escribe para no volverse loco, para eludir, también, la muerte, de la que no tenemos escapatoria, para hallar alegría en lo más oscuro y triste, en las lágrimas que lloramos tan amargamente. Una alegría que en ocasiones nos desborda e ilumina a aquellos que nos leéis y de alguna extraña forma entráis en fecunda comunión con quien escribe, compartiendo belleza y sentires, como el árbol frondoso que nos ofrece, sin pedir nada a cambio, su sombra amable cuando bajo él nos encontramos, quizá en un riguroso estío, amparados por su ramaje protector y salvífico.

            Disfruta los poemas, vive la poesía, vive la belleza entregándote de pleno a ella, sin importar los cánones o las modas estéticas, entra en su meollo, sin destriparlo, viendo y sintiendo el conjunto, contemplando el bosque como tal, no sus árboles o arbustos, desde la copa de los castaños hasta los helechos que alfombran el suelo. En mi carta anterior te decía que la poesía es el sexto sentido que los humanos tenemos, ese que nos permite acceder a los secretos de lo bello y oculto, a los adentros de lo que nos ayuda a vivir. Utiliza ese sentido nuevo que se nos ofrece, que está ahí, a la puerta de tu casa, bajo tus balcones, cerca de tus ojos, tan a mano, y que te permitirá abrir cerraduras imposibles, puertas inalcanzables, y descubrir sensaciones y sentimientos que hasta ahora, quizá, desconocías.

          Y es que acaso, como Escribano nos indica, todos llevamos dentro un

"Poeta de destellos que separa
de la arcilla apagada de los días
la sustancia sutil de los milagros"

pues en el fondo es lo que todos buscamos, trascender de nuestro barro herido que sangra, para encontrar un milagro que nos haga creer y elevarnos, trascender de nuestro propio dolor e insignificancia. Te recomiendo que leas este libro, El canto bajo el hielo, para que descubras otra forma de mirar y entender el mundo y cuanto lo puebla, otra forma de asomarte a la vida, con ojos nuevos, reveladores, que se van manifestando como las fotografías antiguas en blanco y negro que aparecían en la cubeta de revelado poco a poco, casi como por magia, y la luz captada a través del negativo dejaba, en las sales de plata, noble metal, tan hermosas imágenes como habían captado nuestros ojos por medio del objetivo de la cámara fotográfica. Magnífico oficio era éste, sin duda, como el de pulidor de lentes, Baruch Spinoza. Así la poesía, también, como un revelado en el cuarto oscuro, bajo la luz roja que es como un aviso de que hay que vivir, seguir viviendo.

      Por hoy basta, que corremos el riesgo de perdernos en laberintos y honduras. Vive, simplemente; vive, sencillamente, y disfruta del viaje, como Kavafis recomendaba para ir a Ítaca, a la nuestra, a la que tenemos, tal vez, en casa, en el patio de atrás de todo, allí donde guardamos los rescoldos que nos van quedando en la memoria pero que nos permiten ser y  mirar, alcanzar la orilla, que ahora parece tan lejana.

      Tuyo, como siempre; un abrazo de vuelta para ti

Fernando Alda

PS.- El libro de Asunción Escribano está editado por Ediciones Carena, Barcelona, 2021, y puedes encontrarlo bien en librerías o bien para su compra por internet en diversos portales y en la web de la propia editorial.











            


miércoles, 2 de junio de 2021

Querido lector, 29 / Con el viento

 

          Querido lector:


          Hoy quiero dejarme ir con el viento, tras su huella que se pierde entre las colinas, en el inmaculado e intenso azul del cielo, que se asoma transparente a estas alturas que habito, para que en este viaje imprevisto, que me llevará, por una parte, muy lejos, por medio del vuelo largo de la imaginación, y, por otra, simplemente hasta tu casa, como si a ella fuese a visitarte, sea capaz de encontrar consuelo y clemencia para mis tristezas.

          No es mala compañía la del viento cuando se viaja solo, pues trae aromas de otros lugares, y en sus manos viene prendida la belleza que ha arrancado a las torres y a los árboles, a las cimas de las montañas y a las propias nubes  cuando las mece. Trae presencias de caminos y encrucijadas, alzados de ciudades y estancias, mapas ciertos de los sueños, el fulgor de los atardeceres, cuando la luz se dora hacia el oeste, allí donde habita la nostalgia que regresará, tras el baño en las aguas profundas de la noche, con el alba.

          El viento me trae poesía, formas de mirar y entender el mundo, lo que es real y lo que no lo es, pero existe, lo que presiento y lo que se manifiesta, los adentros de todo cuanto ante mi se yergue en cada lance que me ofrece la vida, como si del sexto sentido se tratase, ese que buscamos con tanto ahínco sin encontrar su presencia siempre, tal vez porque no somos capaces de buscar en los lugares adecuados, en el interior de los otros y de lo otro, en sus entresijos, en los tuétanos y en las médulas que están ardiendo de continuo, pues son la vida. Ese sexto sentido que es la poesía.

         Me lleva como un río el viento, me deja jugar con las veletas, con las undosas melenas de los árboles, y en su corriente encuentro el viaje, el solaz que busco para mis ojos cansados, aunque limpios, que esperan mirar y comprender, alcanzar la belleza que se oculta, que se esconde, que amanece velada por nieblas de melancolía, por esos tules y sedas que en ocasiones envuelven las imágenes, las efigies, los torsos, el perfil de lo que es y va fluyendo, como en la cabeza de Heráclito, que así lo pensaba, aunque era un sueño de libertad, sin él saberlo, para escapar de

"... estos destierros,
 esta cárcel, estos hierros
 en que el alma está metida"

como imaginaba Santa Teresa, pues lo que en verdad uno desea es que, como cantaba San Juan de la Cruz

"En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía"

el alma, con su llama sagrada, viaje hacia lo Alto, allí donde mora el Amado. Quizás el viento me pueda llevar hasta Él. Si quieres, puedes venir conmigo, pues la escala que conduce al cielo, y que viera Jacob en su sueño, está abierta, y los ángeles suben y bajan por ella, y tal vez me digan, nos digan, ¡ven! y podamos llegar, por un instante, que será parecido a la eternidad, a contemplar esas moradas transparentes, de Castillo interior, con alegría y arrobamiento, tal la Teresa que he leído y conozco, en Ávila, no la de Bernini, en Roma, o en la Noche oscura de Juan, en las llanuras de Fontiveros, el Todo en la Nada, pues "bien se yo la fonte que mana y corre", esas aguas que busco, tan difíciles de hallar, por ocultas, que son la vida eterna.

          El viento me devuelve a lo que soy, ceniza triste, rescoldo que quiere volver a arder, pavesas enamoradas, el fuego eterno que arde en mis ojos, barro herido, un deseo de belleza y vida, el asombro. Y con estos dibujos te dejo por ahora, esperando tu carta, que parece te has olvidado de mí y no me has contestado a vuelta de correo. Acaso el desasosiego habita en ti y no es momento oportuno de lanzar campanas al vuelo. Dejemos que el viento, con su libre albedrío, nos ponga en camino, nos encuentre y disponga la mesa, como discípulos de Emaús que somos, tan cabizbajos vamos, que sueñan en la poesía y en los poemas.

           Siempre a tu disposición

Fernando Alda