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lunes, 31 de mayo de 2021

Querido lector, 28 / Soledades

 


          Querido lector:


           Nace hoy la luz del día con poca decisión, titubeando, como si no quisiera venir a quedarse. Entre las nubes el sol se esconde, lejano, presintiendo la dificultad. No parece momento, no obstante, para andarse con tibiezas, pues de lo contrario las rosas del jardín no acabarán por florecer y ya conoces cuánta alegría me dan, pues iluminan las soledades que habito, y me sirven de compañía, pues todos necesitamos estar acompañados, aunque sea por las cosas más humildes del mundo. Así lo decía José Jiménez Lozano en alguno de sus Tres cuadernos rojos, y así te lo recuerdo yo ahora, pues entiendo que a ti te ocurrirá lo mismo, que no sabemos estar solos, aunque lo estemos, y la memoria se nos enciende, como una hoguera vital en medio de la helada, para que podamos seguir viviendo.

          Como puedes comprobar recobro la rutina esencial de escribirte con prontitud, para que la alegría que supone recibir carta, algo, por otra parte, ya totalmente en desuso, mantenga esta amistad nuestra en perfecto estado, pues ya se sabe que todo lo que se corrompe, o se deja corromper, acaba hediendo, como los cadáveres insepultos, y no es agradable encontrarse con ellos cuando uno trata de avanzar por el camino, intentando no perder de vista el norte, que en ocasiones las brújulas también se despistan y nos juegan malas pasadas, como se las jugaban al bueno de Alonso Quijano los magos y encantadores que estaban empeñados en torcer su vida y hazañas, para que no alcanzase la gloria. El peor de todos ellos fue, acaso, ese que se decía de Avellaneda, tal vez de ese pueblito del mismo nombre que hay en esta Ávila mía, como alguno supone, que escribió una vida apócrifa del hidalgo manchego con desigual fortuna.

           Hemos de saber, si no lo sabemos ya, que la muerte es la gran enredadora en nuestras vidas, pues todo lo trunca y trastoca y, aunque no estemos hechos para ella, por mucho que se empeñase el filósofo Martin Heidegger en esta cuestión, la muerte está omnipresente en el devenir de los días, pues es nuestra mayor amenaza, aquella que echa por tierra todo, los sueños y las glorias, todas las pompas de este mundo, que se esfuman como humo de pajas entre la lluvia de verano, y nos dejan, tal vinimos al mundo, sobre la mesa de autopsias, que suele ser tan fría e higiénica como el lugar en el que se guardan, con ese olor a formol que tan desagradable resulta. Y ni el embalsamamiento nos guarda para la eternidad, pues ya sabemos que luego vendrán los saqueadores de tumbas, o los arqueólogos, y de todos es conocido el resultado de sus acciones, en lo que quedan las momias, en el mejor de los casos en la vitrina de un museo, que suele ser algo así como una mesa de autopsias, pero de diseño.

              Estas cuestiones fúnebres o mortuorias le aterran a más de uno, pues le produce terror el acabar así, o con sus huesos fuera de la fosa, como juguete de los conejos y las liebres, o tal vez con la calavera en una estantería, en una caja de cartón, con un número, o en la fosa común de los osarios, cuando los cementerios, al cabo de los años, se colmatan, y es necesario llevar a cabo eso que se dice de forma tan racional, sin serlo, como es la "reducción de restos", que en principio suena bien, pero que deja, luego, más adelante, cuando lo piensas, un eco como de abandono y soledad, de acabar de cualquier manera en un hoyo grande, mezclado con otros, sin orden ni concierto. Te confieso que a mi me importa una higa, pues aspiro a algo más alto, que me trasciende, y no hace falta que al respecto te de más noticia, pues ya sabes en lo que creo.

             Dirás que parece siempre me regodeo en estas cuestiones, pero ya sabes que para todo lo que tiene que ver con la dama de azul, como yo así la veo, soy muy barroco, y enseguida me pongo a funcionar de la mano de estos excesos, como ocurre, por ejemplo, en los cuadros de Valdés Leal, que no puedo quitármelos de la cabeza. Mejor nos iría, tal vez, si, como le ocurría a los generales de la antigua Roma, llevásemos en la cuádriga, al pasar bajo los arcos de triunfo,  a alguien que nos recordase que somos mortales, que hemos de morir, memento mori, y que las glorias del mundo tienen fecha de caducidad, que es la nuestra, como si la llevásemos impresa en los genes. Puede que entonces el humo del incienso no nos cegase los ojos, y los tendríamos tan limpios y espercojados, como dicen en mi querida Almería, que viésemos el mundo de otra manera, sin necesidad de estar buscando de forma incesante, azuzados por la prisa, aquello que tanto nos daña.

             Como en otras ocasiones, te dejo esta vez con estos versos de Konstantino Kavafis, que tanto sentido cobran en todo cuanto te he dicho

"Teme la grandeza, oh alma mía.
Y si no puedes vencer tu ambición,
con dudas y con cautela siempre
secúndala. Cuanto más avances
se más escrutador y precavido"

que tan hermosos suenan en la traducción que José María Álvarez realizó para Hiperión. El poema, que lleva por titulo "Idus de marzo" es en realidad para Julio César, pero nos vale a todos nosotros, pues no en vano el poeta nos dice 

"...aléjate
 de la gente que ante ti se arrodilla..."

acaso, como canta en otro poema, 

"si vas a emprender el viaje a Ítaca,
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencias, en conocimiento",

más que en riquezas, añado yo ahora con licencia del gran griego, para que el alma, que habrá de viajar después a la vida eterna, vaya sin cargas inútiles, con la llama sagrada que nos alienta por todo equipaje.

          Sigo procurando tu amistad, que necesito

Fernando Alda



            
           


sábado, 29 de mayo de 2021

Querido lector, 27 / La acidia y las cartas

 


          Querido lector:


          Se han espaciado mucho, últimamente, las cartas que intercambiamos, como si ya no sintiésemos la necesidad de mantener abierta la escritura para compartir desvelos y malandanzas. Por mi parte te diré que estoy aquejado de cierto mal que se parece en mucho a la acidia, o si prefieres acedía, que tanto da, que es esa pereza o flojedad que en ocasiones se apodera de nosotros sin que sepamos muy bien cómo ha venido, con sus ropajes, acaso, de tristeza, angustia o amargura, como bien sabes consta en el diccionario. En mi caso, bien puede tratarse de un totum revolutum en el que se mezcla todo ello, como por arte de encantamiento, quizá por efecto de algún extraño bálsamo que he ingerido en alguna de las colaciones con las que te regala el existir. 

           Hasta donde me alcanza el conocimiento, creo que a ti te está ocurriendo otro tanto, pues en ocasiones la vida nos obsequia con estos presentes, y  puede que con otros, similares, que se confunden con la niebla que nos rodea, con la nivola unamuniana en la que vivimos. Don Miguel ya lo entendió en su día a la perfección, pues todo no es como parece, y está sometido, muy a pesar nuestro, a la cambiante ley de la paradoja, y de entre las brumas nacen monstruos, como ocurre con la Razón, cuando sueña, y así lo pintara Goya con sus trazos fuertes y oscuros, pues la luz y la tiniebla están en constante agonía, y así transcurren los años para nosotros, abrazados al ángel, como Jacob en Peniel, y no podemos bajar la guardia ni por un instante.

          Mientras escribo suenan unas campanas en una iglesia cercana, será la de San Pedro Bautista, que anuncian el ángelus, y al corazón me viene el cuadro de Millet, con los dos campesinos, un hombre y una mujer, que han parado unos instantes en sus labores del campo para orar. En este mundo tan acelerado ya no tenemos tiempo para detenernos un momento, mucho menos tenemos tiempo para rezar. ¿No debería esto que digo hacernos pensar en  lo mal que nos está yendo por la prisa con la que vivimos todo, si es que lo vivimos y no, simplemente, lo pasamos? Dejo la pregunta en el aire, aunque se la lleve el viento, como a las palabras, pues no nos gusta mirarnos en esos espejos que nos dicen a las claras y por derecho quién somos y en qué nos hemos convertido.

          Muchas veces, pese a todo, consigo nadar por debajo del ruido, y ver con claridad, sin dejar que la corriente ambiental me sobrepase y lleve, y hasta alcanzo la orilla, con evidente esfuerzo, eso sí, haciendo de tripas corazón, pero manteniendo alerta el mirar, para ver, para seguir buscando en medio de la batahola que es el mundo, con su retablo general y sus retablillos particulares, que ganas dan de acometerlos con furia para borrar su visión, que suele ser desagradable, y alcanzar la verdad, que se oculta en estos bosques misteriosos, tan impenetrables, pues los miramos con las lentes equivocadas.

           Así me siento, mi querido amigo, como entre dos luces, o entre dos aguas, el día y la noche, el río y el mar, lo claro y lo oscuro, lo dulce y lo salado, que todo parece venir con mucha mezcla, tan confundido e incierto, sin develarse con claridad, para congoja nuestra, aunque te diré que en ocasiones es necesario tomar partido, decidirse por una salida, aunque de emergencia, para no estar titubeando siempre como marionetas, pues la tibieza, que no es lo mismo que la moderación, casi nunca resuelve nada.

          La luz, ahora, resulta esplendorosa, como cargada de oros de Ofir, de perlas y gemas preciosísimas, que se hallan engastadas en anillos y collares que adornan el fulgor de las rosas que ya han nacido en el jardín, tal estrellas diurnas en un firmamento terso y lúcido, que presagia lo que será el verano, con sus dones, generosos, liberales por demás, que nos serán entregados de forma abundante, para bendición nuestra.

         No dejemos de escribirnos, caro, pues estamos perdiendo oportunidades de sentir la vida de otra forma, de tratar de entenderla, de afrontarla como afrontaremos la muerte, en campo descubierto, sin armas ni coraza, tal como al mundo vinimos, desnudos y en lágrimas, en cueros vivos, para no sentir apego al irnos, al decir adiós a todo lo que nos conmueve y alimenta. Tus cartas me hacen mucho bien en estas soledades y tristezas por las que ahora paso; en el trazo de tu letra,  que tan amoroso resulta, por otra parte, hallo senderos para alcanzar nuevas glorias, y en todo lo que me cuentas encuentro solaz y acomodo, un lecho mullido en el que reposar estas fatigas que ahora me llevan preso y convicto.

          Hasta la próxima, que espero no se retrase

Fernando Alda

miércoles, 19 de mayo de 2021

Querido lector, 26 / La noche y los desasosiegos

 


          Querido lector:


           El corazón me pide hablar del dolor, de lo cansado que lo tengo, de que estoy casi sin fuerzas, pero la cabeza me aconseja que no lo haga, pues ni es bueno insistir tanto en ello, ni tú tienes por qué padecer estas tribulaciones mías, pues las tuyas también vienen crecidas, y no te dejan respirar, al menos así lo deduzco por tu última carta, en la que aprecio los efectos de la galerna por la que estás pasando. Ya me he desahogado suficiente contigo y no es bueno que insista, ni para ti, por aquello de que te desasosiego más de lo que es necesario, ni para mí, pues corro el riesgo de olvidarme de vivir, que es nuestro principal motivo de esperanza. No olvides, no obstante, que la amistad está por encima de todo, y que en mi tienes un amigo sincero y entregado, pues, entre otras cosas, sin tu amistad todo esto que escribo no sería posible, o carecería de sentido, como te he dicho en otras ocasiones.

            De entre las cenizas de la memoria parece que han comenzado a avivarse algunos versos de Novalis, como rescoldos antiguos, procedentes de la noche y de sus himnos, pues 

"Yo, sin embargo, vuelvo
hacia la misteriosa, inexpresable
noche sagrada"

y pregunto, como hace el poeta,

"¿Qué guardas
debajo de tu manto
que poderoso e invisible
solicita mi alma?"

             Puede que, acaso, como en ese Sepulcro en Tarquinia, de Antonio Colinas, 

"se abrieron las cancelas de la noche,
salieron los caballos a la noche,
campo de hielos, de astros, de violines, 
la noche sumergió pechos y rosas"

aunque lo más probable es que a mí me ocurra como a San Juan de la Cruz, que

"En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada"

en la Noche oscura del alma a la que vuelvo como lectura obligatoria cada vez que se me tensan los adentros en los laberintos espirituales en los que suelo perderme, dédalos ocultos, desasosegantes, en los que es necesario encontrar el hilo que me devuelva a la salida.

            Puede que la noche sea ese mar al que va el río de la vida en ocasiones, atraído por las estrellas, más allá de ellas y de sus límites, en la sed de trascendencia que todos tenemos, aunque olvidemos su origen y circunstancias, en el largo viaje que es el existir, en el que no siempre encontramos acomodo.
Si la noche es el misterio, allí buscamos el rostro de Dios, velado por la tiniebla y la profundidad, pues intuimos que en esas honduras está lo Alto, de lo que venimos y a lo que vamos, manteniendo en ascuas la memoria para no olvidarnos de la madera de la que estamos hechos, en el fuego sagrado que a todo dio forma.

           Ese es nuestro desasosiego, alcanzar la orilla de la que venimos, de la que no conocemos apenas nada, como en un regreso por el útero que nos ha de llevar más allá del nacimiento, más allá, incluso, de la gestación, a los sueños de Dios, que ya nos imaginaba mucho antes del origen del tiempo y del espacio. Y así me pregunto y te preguntas, preguntamos incluso a las propias preguntas, en esa desazón nuestra por saber, por conocer, por llegar, sin comprender, pues torpes y necios somos, que el camino ya está escrito, que murió y resucitó por nosotros, que se llama Cristo y que nos acompaña en nuestro dolor, incluso en ese que nos desborda y sobrepasa en tantas y tantas ocasiones.

           Se con certeza, pues de lo contrario no me leerías, que todo esto que digo también te preocupa e inquieta, que en ocasiones la garganta se te hace un nudo, y que en la noche buscas senderos, y que te haces preguntas para las que no siempre encuentras respuesta. Como siempre hago, acoge como quieras aquello que te digo. Es mi deseo el decírtelo porque creo que en ello está la Verdad. Aquel que nos creó nos regaló la libertad, el libre albedrío, para elegir. No obstante, has de saber que estaré contigo en tus desasosiegos, en las desazones, en las dudas y las paradojas, en los desiertos y soledades, como un amigo que se precia de ello, pues necesitamos estar acompañados, no solo en los quebrantos y en los duelos, también en la alegría que nos nace en el corazón y que en ocasiones nos despierta el vino o la primavera, el paisaje espiritual en el cual nos movemos.

            Como te digo en otras ocasiones, no te canso más.  Te dejo con los interrogantes que trae hoy  el día en los bolsillos, en este momento, aquellos que flotan entre la luz y el aire, como rapaces que buscan su presa, que parece son nuestras almas, pues tal vez se muestran ahora desprotegidas, a la intemperie, tratando de hallar, entre las rocas del camino, un abrigo, un refugio, pues parece que la muerte deja ver sus penachos de luto a lo lejos, en el horizonte sobre el que cuando vaya muriendo la tarde se pondrá el sol, hacia el oeste incógnito, y será la noche, con su reino y sus congojas, y habremos de esperar, como centinelas, un nuevo día.

            Un abrazo desde esta Ávila nuestra, tuya y mía a través de lo imaginado, para siempre

Fernando Alda




lunes, 17 de mayo de 2021

Querido lector, 25 / Caminos

 


             Querido lector:

 
              No siempre en la vida encuentra uno el camino que apetece, de tal suerte que, aunque sabemos que todos ellos conducen a Roma, se lían en cruces y encrucijadas y van dando vueltas, como entreteniéndose tal el agua en los meandros de un río, de tal manera que en ocasiones resulta complicado  llegar allí donde queremos ir, o no lo hacemos nunca, perdidos, las más de las veces, por encantamientos, obra de nuestra propia imaginación, enredados en zarzales y espinos, en los que, nadie sabe ni cómo ni por qué, detenemos la vista, la mirada, y la dejamos como abandonada allí, en esos vericuetos de ramajes y hojarascas, olvidados tal vez, sin sentir el paso del tiempo en nuestras sienes. Y de este modo se van los días, humo de paja entre los dedos, arena fría, con los vientos, que, sin nosotros advertirlo, siguen soplando en derredor nuestro, para nosotros como si tal cosa, como si estuviésemos escuchando llover en medio del océano, en el que parece que las gotas de agua no hacen ruido.

          Ésas y otras sensaciones son las que me visten el alma, y por eso te hablo de ellas, pues tengo la enorme necesidad de contar todo aquello que acontece en mis adentros, en los entresijos del corazón, que hoy, como en otras muchas jornadas, está poco dispuesto a aventuras, y apetece más de estar asomado a la ventana, en espera, sabiendo que alguien habrá de venir en su rescate, cansado como está de nadar y nadar y de no alcanzar nunca la orilla, que se ve parece  muy cerca, como una promesa, acaso una ofrenda, pero que resulta lejana y poco amable y, pese a que resulta necesario llegar a ella, pues de otro modo se corre el riesgo de perecer ahogado en medio del mar, o de un río caudaloso, con una fuerte corriente, resulta como si esa orilla fuese hostil, hosca en su aspecto, poco habitable para este náufrago que trata, tras la galerna que ha sufrido en un pobre navío, de recoger los restos que quedan en el desastre.

         Es como buscar pecios en las profundidades, tarea harto laboriosa y en ocasiones sumamente ingrata, pero que cuando ofrece resultados podemos decir que es gratificante, por las sorpresas y tesoros ocultos que nos regala, cuestiones éstas que nos producen alegría, puesto que somos buscadores, al menos con esa condición estamos hechos, aunque en ocasiones la vida acomodaticia y el hedonismo extremo, nos llevan a dejar de salir a los caminos y a enredarnos de este modo no en los laberintos de las veredas y sendas que puedan salirnos al paso, sino al duro banco de la galera que es el sofá de casa, en el que abandonamos, junto al polvo y la pelusa que crecen bajo el mismo, nuestras ilusiones y sueños, pues pensamos que estaremos mejor como el agua de los lagos, en lugar de la que corre por los torrentes y ríos, que busca el océano, oxigenándose, para vivificarse, sin preferir el agua estancada, que lleva a la putrefacción, al hedor, a la corrupción que destruye y asola, en medio de la devastación que es la guerra que mantenemos, desde el mismo momento en el que respiramos fuera del seno materno, hasta que la muerte se lleva todo por delante, como un vendaval, una riada, un golpe terrible con un mazo o martillo, descolocando nuestros planes, descolocando los alzados y perfiles que hemos ido dibujando, con evidente esfuerzo, en los croquis con los que pretendemos tener la seguridad que la vida no nos ofrece, pues no está hecha para eso.

          Vivir es así, tambalearse en la cuerda floja, descender por el filo de una navaja muy afilada, atreverse, olvidar las sombras del exterior que llegan a la caverna platónica, y salir a los caminos, aunque vengan liados, como las cerezas en una cesta, en ese dédalo que en ocasiones se nos presenta y en el que no sabemos qué itinerario tomar, pues puede que regresemos al punto de origen. En este caso es bueno saber que no es tan malo eso, que Ulises regresó a Ítaca, que cuando los años nos han ido venciendo regresamos a la infancia y que, aunque no parece es la primera que tuvimos, pues tenemos el alma coronada de nieve y de tiempo, sí lo es de alguna forma, pues recordamos, a lo lejos, aquello que fuimos, aunque no podamos acordarnos de lo que hemos hecho hace media hora. El tiempo y la memoria también son así de enrevesados, también tienen sus misterios y arcanos, y es necesario tener muy presente que no hay mapas válidos para adentrarnos en los recuerdos, sobre todo cuando son aquellos que habitan las regiones que transitamos cuando descubríamos el mundo, con los ojos rebosantes de asombro, y todo era nuevo de verdad, no como ahora, que vivimos de novedades recalentadas en el microondas.

        Pese a tanta niebla como encontraremos en el camino, lo importante es estar en marcha, admirar los paisajes que se nos ofrezcan, sin más pretensión que la de ir poniendo un pie tras otro, para no asfixiarnos en los círculos pequeños en los que nuestra falta de miras nos hace estar casi a diario, pues siempre es mejor volver a lugares en los que ya estuvimos, y más si nos resultaron agradables, que estar mirándonos los intestinos, por aquello de ver siempre nuestro ombligo. En ruta nos dejaremos mucho de nosotros mismos, aprenderemos otros asuntos, incluso ganaremos sentimientos que hasta ahora no poseíamos, y, aún a riesgo de terminar muy mutilados, hemos de saber que habrá merecido la pena, pues es mejor llegar herido a alguna parte que haber muerto de éxito en el periplo.

          Las flores, por desgracia, se mueren en los jarrones, pero nosotros hemos de morir en brazos del viento, con el deseo y la furia. Un abrazo que te acompañe hasta que vuelva a escribirte

Fernando Alda

jueves, 13 de mayo de 2021

Querido lector, 24 / Vae victis

 

           Querido lector:

           Es tan grande la poda que uno sufre por la vida, que es necesario volver a brotar, tal la vid o la higuera del Evangelio. Y así me siento ahora, despertando de un sueño inconcluso tras un largo viaje, como con un jet lag que resultase muy complicado eliminar, un desfase entre las horas sin nombre, perdidas, que se han ido acumulando día tras día, como las hojas que en el otoño cayesen de un árbol frondoso y el viento las descolocase a capricho, sin ser capaces luego de ponerlas en orden en un montón, ni siquiera de poder llamarlas por su nombre. Así se guardan en ocasiones los recuerdos, anónimos y desnortados, como un ejército que ha sufrido una atroz derrota y va huyendo, vae victis, para terminar de cualquier forma en cualquier parte.

           De entre el belezo que conforma la memoria puedo extraer algún tizón con el que prender el fuego que calentase mis manos frías, que en esta mañana de mayo, tan revuelta y desacompasada, tratan de ofrecer caricias a la luz presente, que va extinguiéndose como una pavesa delicada que en el aire moviese sus alas desdibujadas, ateridas, para caer luego, sin remedio, a la negrura del olvido. En este desvarío te escribo, turbia el agua, como si hubiese acabado de nacer de entre un barro muy sucio que ha sido arrastrado por la tormenta.

            Cuesta abrir los ojos y comprender, establecer los límites del croquis, acotar contornos, alzar una bandera, para saber dónde te encuentras, si acaso es posible avanzar o es mejor retroceder, puede que estarse quieto, aunque en campo abierto, retando a todos los peligros, junto a la hoguera en la que van quemándose los sarmientos viejos que te han sido cortados con el podón que empuña la mano airada del tiempo, mientras el río sigue pasando, allá a lo lejos, junto a las colinas, en las choperas, bajo el mismo arco del puente antiguo por el que el camino cruza sobre las aguas como si nada.

            Y yo con las manos en los bolsillos, mirando, devanando los sentimientos entre el corazón y la cabeza, que no me dejan pensar, tal esa caña tan frágil y astillada que aún se sostiene a la orilla de un arroyo de sombras y de olvido, escribiéndote, vaciando los adentros como el que saca agua con una noria de un pozo, sin darme apenas cuenta de cuánto se abre la alcancía de mi alma, en salida, aún a riesgo de que quede muy expuesta a las inclemencias, a las dentelladas del existir, a los golpetazos y embestidas que te salen al camino sin esperarlos, como el lugar y la hora de tu muerte.

             No sientas pena por mí, no te vistas de luto, son avatares, vicisitudes, sucesos, con los que se escribe el cuaderno de la vida, ese diario íntimo en el que van quedando, como cerezas prendidas unas a otras, las cortezas y ramas de este desbroce que has de saber no es otra su finalidad que el volver a encontrar la luz primera, la llama del inicio, la que arde con más vigor, la que te nombra y hace, aquella que mantiene iluminada la esencia que te sostiene. En este viaje me hallo, en medio de una rosa de los vientos, como las veletas cuando giran en las torres buscando el rumbo  más propicio.

              ¿Habrá de volver a ser lo que fue? Esa es la melancolía que no cesa de preguntarme con furia cada vez que vuelvo la esquina y encuentro una calle desabrida, la intemperie de estos barrios perdidos a los que nadie parece querer ir, estas explanadas en las que solo hay charcos de agua sucia que la lluvia ha dejado como el que abandona un ramo de flores mustias sobre una mesa desvencijada, en una habitación en la que apenas hay muebles, tan solo soledad, una respiración muerta, un latido apenas audible, toda la tristeza que cabe en la palma de una mano.

              Lo peor de todo es que cada jornada que transcurre y muere nada volverá a ser igual, pues se habrán encanecido más aún tus sienes, ya de plata usada, y en los ojos habrá un cansancio nuevo, cuando la voz te suene a cristales rotos y los pasos sean más cortos, más sabios, y seas capaz de mirar el ocaso sin derramar una lágrima. Suenan ahora mis palabras a derrota, pero no es así, pues vibran con la música que despierta el día, con la emoción que se alza en cada mirada que voy dejando prendida en lo que es y me nombra. Ya me conoces, estoy hecho de tripas que son corazón, y en la adversidad y la tristeza encuentro motivos de júbilo.

            Resulta hermoso comprobar que otros se interesan por nuestras pobres vidas, que nos tienden una mano para encontrar solaz en ella, que nos brindan un abrazo por pura amistad, para compartir con nosotros los duelos y devastaciones, al abrigo que presta el calor que deja en la garganta el vino nuevo que habrá de nacer de los racimos que están por venir, dorados al sol, como de un oro que estuviese acrisolándose en las entrañas que volverán a encendérsenos, tal un resplandor de estrellas, como se nos encienden el corazón y los ojos con un beso.

         Así te espero, junto al fuego seguro, y el camino que habrá de traerte. No tardes

Fernando Alda


        

lunes, 10 de mayo de 2021

Querido lector, 23 / La llama sagrada

 


           Querido lector:


           Nos dicen siempre que la virtud para resistir frente a la adversidad es la puerta de salida a nuestros males, pero en ocasiones crece en cimas muy altas, junto a las flores más raras y extrañas, o queda lejos para llegar hasta ella, pues el estar en medio de la vorágine impide que encontremos la ruta cierta y nos hallemos desorientados, con hipotermia en el alma, en medio de los laberintos que la vida nos abre frente a nosotros, que parecen insalvables. En estas ocasiones, y te lo comento pues tal vez ambos nos encontramos ante abismos parecidos, acaso lo mejor es ir tanteando el terreno, dando pasos cortos, olvidándonos de los trenes de largo recorrido, de los caminos que van lejos, pues se nos agigantan y son difíciles de vadear.

             Hoy vuelto a encender mi lucecita, un cabo de vela pequeño, con una llama titilante, tan pobre y desolado que parece que cualquier vientecillo lo puede apagar, para decirle a Dios que aquí sigo, en estas tinieblas, en este Tártaro al que mi nave, con el velamen hecho trizas, ha arribado desde hace ya mucho tiempo, y en el que yacen encerrados los titanes que habitan los sueños. Es de día, pero en ocasiones es de noche siempre, y hay veces, las más, que resulta complejo encontrar camino, al menos una breve senda que te lleve hasta donde alcanza la luz, para imaginar luego otro tramo breve, tan sinuoso como el anterior, tan solo apenas unos peldaños más en la escalinata, frente a lo oscuro y terrible, palpando los muros, las paredes húmedas y salitrosas de este encierro.

              Y en estos lances hemos de estar, con las mismas armas que tenía ese hidalgo que vivía en un lugar de la Mancha, tan perdido e ignoto, tal vez tan triste y desolado, de cuyo nombre su autor no quería acordarse, que tenía su "...lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor", pues  éstos son nuestros duelos y quebrantos, nuestro desasosiego, las penas que no somos capaces de tragar con pan, para que parezcan menos, el fuego robado que nos incendia los adentros, y no nos queda más remedio que salir a la aventura, a buscar endriagos y doncellas afrentadas, desaforados gigantes, hipogrifos  y otras quimeras, de esas que nos tiznan y desvelan el sueño, con nuestro débil brazo, con nuestra más floja memoria, apenas sosteniéndonos sobre las piernas y la ruina que somos, para ir pasando el día. Menos mal que luego todo se vuelve molinos de viento, mansos rebaños de ovejas, odres de vino, con los que ir pasando el rato alanceándolos y acuchillándolos con harto denuedo.

            Ya te decía en mi carta anterior que estoy muy cervantino, acaso metafísico, no por no comer, sino por no encontrar alimento suficiente para esta ánima mía, pues ya se sabe que en tiempos de necesidad todo se nos vuelve poesía, pues no de otro modo somos capaces de mitigar tanto dolor y desgarro. Acaso por eso los poetas no podemos vivir de otra forma, sino con penurias y estrecheces, para que arda y no se apague la llama sagrada con la que nacimos, y la realidad sea menos hosca, que en ciertos momentos me parece como si estuviésemos comiendo espinos, tragando ortigas, el seco esparto que crece allí donde la tierra no recibe el beso fértil del agua, como bacalao de Cuaresma. 

             Escribe Tristan Tzara, en su largo libro-poema "El hombre aproximativo", que 

"un tiro de cañón pone tirantes los glóbulos rojos bajo
             la tienda de campaña
donde los somnolientos cohetes viven en colonias eléctricas
y recoge en su delantal de rayas las cáscaras del horizonte
             de la tarde"

pues escribía en tiempos de vanguardia, en los que parecía que todo era nuevo, y todo se permitía, incluida la transgresión de lo que parece es la belleza desde los griegos antiguos, y acaso todo ha vuelto a ser así, desmedido y desparejado, muy nuevo o muy innovador, pues nos exigen ser muy creativos siempre, para asombrar al prójimo, aunque eso, después de tantas devastaciones como nos ha regalado el mundo, desde que es y se manifiesta, resulte imposible, pues tenemos los ojos tan cansados de ver, estamos tan hartos de tener que ir siempre hasta más allá del límite, que hemos perdido todo asombro, y somos una cáscara que se desconcha como la cal de los muros viejos sobre los que la lluvia de invierno ha pasado su mano áspera y encallecida.

               Te confieso que con una simple fuentecilla, entre cuatro piedras y con un caño de hierro herrumbroso del que mana un hilillo de agua, junto a la que crecen un álamo desvencijado, un majuelo, un escaramujo, y el cielo esté altísimo y puro sobre mi cabeza, tan azul,  resulta medicina suficiente para encontrarme en paz. Si además tengo la suerte de tener en las manos un libro hermoso, y a todo ello lo adorna una avecilla con sus vuelos y su canto, entonces estoy en el paraíso. Tal vez ese que fue el terrenal, el primero, y del que fuimos expulsados para desgracia nuestra por la espada flamígera del arcángel, fuese así,como éste otro que te digo, con tan poco peso para el viaje, con escaso artificio. Las celdas de los conventos carmelitas que fundó Teresa, allá en el XVI, siguen siendo así, espacios desnudos, para el alma, que ha de estar en oración con Dios, en arrobamiento místico, como si nada más fuese necesario. Ya me gustaría a mí alcanzar, aún de lejos, una mínima parte de esos éxtasis, de esos encuentros con el Amado.

             La vida luego es más barroca y enrevesada, como atracción de feria, puede que fruto de esos que son los hijos de la ira, aquellos que vivían en la ciudad que era un millón de muertos. ¿No te has sentido, en ocasiones, como en el poema de Dámaso Alonso que habla de una mujer que está sola en un tren en marcha? El poema se lo dedicó a la Virgen María, y acaso la Madre se sintiese así, pese a su fe inmensa, cuando el Hijo era un despojo muerto y lo bajaban de la Cruz.

" Y esta mujer se ha despertado en la noche,
y estaba sola,
y ha mirado a su alrededor,
y estaba sola,
y ha comenzado a correr por los pasillos del tren,
de un vagón a otro,
y estaba sola..."

y nosotros, como ella, que nos sentimos solos, tan abandonados, hacemos como ella, que

"... ha gritado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado 
quién conducía,
quien movía aquel horrible tren..."

y como a ella

"... no le ha contestado nadie,
porque estaba sola,
porque estaba sola..."

      En unos días será la Ascensión de Nuestro Señor, y nos parecerá, tras las alegrías de la Pascua, que nos hemos vuelto a quedar solos, en ese tren que nadie conduce, que es nuestra existencia. Menos mal que al domingo siguiente será Pentecostés, y el Espíritu Santo bajará de nuevo sobre nosotros, y no será necesario abandonarnos al ateísmo y la soledad, sino seguir disfrutando de la primavera, que nos ofrece alturas a las que seguir subiendo, aire fresco, limpio, con aromas que iremos recordando de otros años, luz que abrirá nuestros ojos, como abrió Cristo los del pobre Lázaro, que ya se estaban descomponiendo en la oscuridad de su sepulcro y parece que ya no habrían de ver más ni de celebrar la exaltación de los colores y las formas, el dibujo de lo que está vivo y se mueve, pues se lo había tragado la tiniebla, que hiede como los cadáveres en lo que viene a ser la descomposición de la esperanza, como puede que nos ocurra a nosotros, cuando el pez monstruoso nos traga, tal le sucedió a Jonás, y no sabemos que es para ir a otro lugar, para viajar por nuestros adentros y que en la mollera nos entre, pues somos torpes y necios, que estamos hechos de barro sin cocer, apenas moldeados.

        Esta carta ya va larga para lo que suele ser costumbre en mi; en esta ocasión tenía que dar rienda suelta a algunas de mis obsesiones, al desasosiego que me mueve y me mantiene en camino, siempre buscando el rostro de lo Alto, ese que solo veré tras lo que son las horcas caudinas por las que nos hace pasar la muerte, que no ceja de rondarnos, por mucho que pongamos nuestro afán en adornarla de celofanes y lazos de colores, de envolverla entre tubos y aparatos en las frías habitaciones de un hospital. 

        Por si te sirve de consuelo, te diré que hoy la mañana de mayo está fría, tras las lluvias y aires de ayer, pero en la transparencia de las horas flota una promesa de mejora, que habrá de ser alivio, cuando las aguas de la tristeza vuelvan a sus cauces, y las rosas nazcan, a punta de pala, como un milagro que colmará de belleza la mirada que ahora la tenemos como perdida. Reirá el silencio y nos sabremos vivos, intensamente vivos, como el mirlo o el colirrojo que en estos días han vuelto a abrir sus nidos.

       Queda en paz con la ofrenda de los cielos y la luz

Fernando Alda


sábado, 8 de mayo de 2021

Querido lector, 22 / Los cantos heroicos de las edades pasadas

 


          Querido lector:

           Hay música en las ventanas que va proclamando el exaltado fulgor de la primavera, la visión de sueños que se conforman en el aire y esperan una corporeidad que no les pertenece, como neblinas, como humos de hogueras en las que arde el viento y la luz deja lluvias finas, de tul y seda, en un paisaje difuminado en el que flota el recuerdo, la ensoñación de las quimeras. De este modo me asomo al balcón de casa, esperando, buscando siempre, anhelando lo que está por venir y me resulta desconocido, como la hora de mi muerte.

             Me alegra saber que los consejos que te hice llegar la última vez han dado sus frutos, y que tu ánimo, al menos, está un punto más sereno frente a la adversidad. La vida es así de diversa y sucesiva, así de enrevesada, como un zarzal espeso en el que las espinas se esconden bajo las hojas o los frutos, y en el que nos vamos dejando jirones de alma y la lengua se nos vuelve sanguinolenta, muy llagada, en ocasiones, de tanto contar desgracias y derrotas. Pero habremos de enderezar el rumbo y pasar por encima, o por debajo, de los oleajes y de sus embestidas, en las que parece el casco del barco zozobrará y se hará astillas y naufragio.

             Tampoco estoy muy católico yo, pues que me aquejan también esos males del espíritu que son producto de penurias y amargos tragos, de cicuta pura, que hemos da dar sin azúcares o golosinas que nos los endulcen, pues hay veces que no hay misericordia posible para ellos, en este Getsemaní en el que solemos estar como de continuo. Es la acritud de cuanto nos rodea, su hostilidad, la que nos amedrentra a quienes parecemos estar hechos solo de alma, como si el mundo únicamente nos ofreciese sus aceros y prisiones, los hierros más fieros, las cárceles más húmedas y oscuras, y solo tratando de alzar un poco el vuelo, con el plomo que llevamos en nuestras alas heridas, fuésemos capaces de cobrar un tanto de perspectiva y mirar por encima de los árboles y comprender el bosque, su hermosura, la profundidad de la vida, el sentido que no somos capaces de hallar en este paisaje de devastación.

             Al menos, estamos vivos, pues otros no lo pueden celebrar. Cayeron junto a las cunetas del camino, resbaló su pie en las altas sendas que tratan de sortear los abismos, se ahogaron en las turbulencias de lo que parecía en principio un río manso pero que encerraba celadas y remolinos, aguas muy hondas que no fueron capaces de vadear. Jorge Manrique nos dejó dicho que nuestras vidas son los ríos que van al mar; son muchos los ríos que hay que navegar hasta llegar al océano, es mucha el agua que nos acompaña, y vienen crecidas, y estiajes, incluso embalses y cascadas, y obstáculos que hay sortear no siempre con mucha fortuna. Y el mar tiene sus temporales y galernas, así que cuando crees que la muerte está próxima no siempre es así y nadie, por mucho que se afane en ello, llegará a ganar una sola hora más a su vida. Cristo nos lo recuerda siempre, especialmente en esta sociedad de la prisa en la que nos empeñamos en ganarle al tiempo, en ganar unos minutos al reloj, siempre corriendo, sin pararnos a mirar no ya a nuestro alrededor, pues ni siquiera nos detenemos a vernos por dentro, a buscar entre la ropa revuelta que está en el baúl de nuestro interior.

           Parece que ya todo intento de cambiar estas costumbres, pese a que mudásemos el pelaje que nos adorna y disfraza, va siendo un poco difícil. Los hombres, mi querido amigo, desde que pretendimos asesinar a Dios, al que no queremos necesitar en nuestras pobres vidas de cobayas de laboratorio, estamos empeñados solo en correr dentro de una rueda que no avanza, sin querer abrir la puerta que nos trasciende y eleva, la que nos devuelve a nuestra original dignidad. Si, al menos, la lucidez nos hace saber que es así, podremos mitigar tan perniciosos efectos, aunque no arrancar de raíz tan cizañosa hierba. Seremos centinelas que esperan la luz.

           En este convencimiento te sigo escribiendo y esperando. Se que en ti encuentran acomodo estos desasosiegos y desvelos, pues tu alma no halla consuelo en los engaños y tramoyas de este retablillo en el que cada quien trata de representar un papel que no le corresponde. El sol hoy es un regalo, tan limpio y transparente. La mañana, una bendición. Celebremos, con un brindis de vino viejo, que aún somos capaces de recordar los cantos heroicos de las edades pasadas. La memoria nos enciende y despeja.

           Junto a ti

Fernando Alda


          

          

viernes, 7 de mayo de 2021

Querido lector, 21 / Las lágrimas

 


          Querido lector:


           En ocasiones las lágrimas, que afloran en abundancia, son el único remedio que existe para que se puedan liberar las ponzoñas que se acumulan en el alma y que tanto daño te hacen, pues son melancolías que turban los adentros y llenan las estancias en las que habita tu mente de miasmas perniciosos, de sueños vanos, de pesadillas interminables, de miedos y destrozos en lo que parece es tu derribo, como si de un edificio en ruina se tratase, cuyo alzado va siendo demolido en medio de la soledad y el silencio más atroces. Deja que las lágrimas manen como lo haría un manantial nuevo, a puros borbotones, como si el agua encontrase así su camino y rompiese sus cadenas y prisiones. Llora, hazlo cuanto sea necesario, no dejes que el llanto se te pudra en tu interior, deja ir aquello que tanto te daña.

           Te hago estas reflexiones al hilo de lo que me contabas en tu última carta. Me apena saber los problemas por los que estás atravesando. Sabes que mi amistad es incondicional, cuenta conmigo, no dudes nunca y cuéntame, aunque sea por carta, todo lo que te aqueja y duele, pues el contarlo también hace mucho bien al alma y al entendimiento, pues es como si se abriesen las ventanas de una habitación para airearla en condiciones, y si pensamos que el corazón es así, pues hay que dejar que el aire y la luz corran a chorros, a raudales, por sus recovecos y entresijos. Aquí me tienes, amigo, para lo que haga falta. Ya haremos por vernos, que el cara a cara siempre resulta beneficioso y, por ello, necesario.

           El alma también necesita su alimento. Ya sabes que yo lo busco en Cristo. Desconozco cual pueda ser tu grado de fe, si es que tienes alguna. Permíteme el atrevimiento de decirte que Él te ama y que puede dar sentido a tu vida. Acoge lo que te digo como tu quieras, pues no trato de forzar nada, siempre respetaré tu libertad y ya sabes que la misma es el bien más preciado que tiene el ser humano, como recuerda Don Quijote a Sancho en uno de sus muchos coloquios. Hoy parece que el día viene con ciertas trazas cervantinas, algo que no me extraña, pues al de Alcalá suelo tener muy presente cuando de tribulaciones se trata. Bien supo él de muchas de ellas, que hasta en varias ocasiones estuvo preso y cautivo, y conoce bien las miserias humanas.  Pese a tantas tristezas, no olvides que, aún en las condiciones y circunstancias más adversas, el hombre siempre tiene sentido. No caigas en el abatimiento más absoluto, busca resquicios por los que escapar y, si fuese necesario, también clavos ardiendo a los que asirte. Y saldrá de nuevo el sol.

          La primavera ha explotado ya en este mayo que se ha iniciado con fuerza. Las corolas de las flores ya desgarran el verdor pujante de los capullos y nacen a mansalva, en el preludio de lo que habrá de ser verano  y festejo. En esa belleza, también en la de los pájaros que visten los cielos y las arboledas en estos días, encuentro yo motivos para el regocijo y me resulta suficiente todo ello para abrir los ojos cada mañana y esperar que el alba asperje su hermosura con amplia liberalidad, con generosidad absoluta, para volver a sentir y a cobrar fuerzas.

          No te canso más. Espero tu carta y tus llantos, que son míos también, como mayo el agua que habrá de bendecirnos y colmarnos. Un abrazo en la luz y la esperanza

Fernando Alda


           



sábado, 1 de mayo de 2021

Querido lector, 20 / Cosa de encantamiento

 


            Querido lector:

             Con ésta que te estoy escribiendo son ya 20 las cartas que te he dirigido. He recibido otras tantas tuyas, con verdadero aprecio, pues me acompañan en mis soledades y melancolías, como si estuvieses tú aquí mismo, en efigie o persona, y pudiera estar hablando contigo. Son un magnífico regalo, especialmente por la tarde, cuando el sol va perdiendo su fuerza, apaciguando su respiración, como la de un animal herido, y busca el oeste para iluminar otras tierras y países. Tengo la certeza de que a ti también te gusta recibir mis cartas, pues el leerlas y el escribirlas es oficio que se ha perdido en estos tiempos en los que todo es más higiénico, por aquello de que se realiza a través de las pantallas, pero mucho más triste. No dejemos, por favor, que se pierda en las neblinas del tiempo.

            Hoy comienza mayo, con todo el anuncio de las flores que traerá y que vendrán a llenar de forma importante el paisaje espiritual al que solemos asomarnos. Para mi, lo confieso, resultan una bendición, tras las durezas del invierno abulense, no solo por aquello de que son expresión máxima de la vida, sino por la belleza que nos ofrecen. Y también, he de reconocerlo, me acompañan, al igual que hacen los mirlos y los carboneros que se pasan estos días por el jardín, como si regresasen a su casa, de la que en pocos días parece que no se han ido nunca.

          Estoy enfrascado en diversas lecturas, de quien tú ya sabes, sí, de ese autor tan favorito para nosotros, y sigo escribiendo. Las últimas lluvias me han impedido salir a pasear, además de una fastidiosa lesión en una pierna, de la que me voy recuperando poco a poco, pero en el día de hoy ya he tenido la suerte de retomar esta maravillosa costumbre que aclara la mente y fortalece el cuerpo. Me alegra saber, según me comentas en tu última misiva, que estás releyendo algunos capítulos del Quijote, cuestión ésta que me agrada sobremanera, pues, además de ser una grata lectura y no menos grata compañía para estos momentos de tribulación y duda que nos han tocado en suerte, me da la idea de hacerlo yo también, especialmente algunos pasajes que parece se han quedado a vivir en las penumbras de la memoria, en los rincones más oscuros y difíciles de iluminar, como los que hay en los cuadros de Michelangelo Merisi da Caravaggio, que pintaba entre tinieblas, apenas iluminados sus personajes por tenues velos de luz y de misterio,  envueltos en una atmósfera sobrecogedora y, a la vez, sugerente.

           Hoy el día viene entre dos luces, entre nubes y claros, a ratos, amenazando lluvia, pero dejando que el astro rey pueda asomarse al mundo y regalarnos algo de su celebración, que es harto consuelo para eludir tristezas y otros humores extraños que se mueven en los adentros, como buscando salidas, pero que se quedan, finalmente, retenidos en algunos de los recovecos más ocultos del corazón, y producen cierta congoja, cuando no el extrañamiento propio de sabernos extranjeros en el mundo. Bien lo sabía el pobre Meursault, que así se sentía, quizá, acaso, como se sentía también su creador, Albert Camus, a quien nada humano le resultaba ajeno, aunque no llegaba a comprenderlo del todo, a fuerza de mirar la vida como si fuese un absurdo, una terra incognita a cuya puerta nos hubiesen dejado y a la que no nos quedase más remedio que explorar con pocos medios, mal provistos de aparejos y brújula, y a la que solo abandonamos con la muerte, que a todos iguala. Menos mal que me queda el consuelo de saber que iré a los brazos del Padre, de la mano de Cristo, y que estos días de Pascua la alegría se nos enciende por dentro, como si fuese la gloria que hay en algunas casas de esta Castilla mía, ese sistema tan antiguo de calefacción, que propaga el calor necesario por debajo del suelo para mantener las estancias habitables.

           Discúlpame si parece que desbarro, y paso de un asunto a otro como si fuese saltando de una mata a otra, entre Pinto y Valdemoro, aprovechando que el caudal del arroyo es magro y se puede ir de orilla en orilla  sin problema, como abeja de flor en flor, buscando una mezcla de pólenes imposible, que luego habrá de regalarnos a los paladares que saben apreciar estos manjares naturales que resultan tan difíciles de encontrar en esta sociedad tan aséptica y aseada en la que vivimos, sin saber muy bien a dónde vamos, en la que todo parece que sale de las fábricas o del tetrabrik, y no de la naturaleza. Así también los sentimientos, pues no parece que estemos muy lejos de comprobar, aterrados, como a mí me ocurre cuando así lo pienso, que nuestros adentros y cuitas pueden caber dentro de un algoritmo, de esos que se usan en la llamada inteligencia artificial, que más parece invento del Averno, cosa de artificio y encantamiento de algún mago o gigante poderosos, una trampa más de esas con las que los hombres nos empeñamos en complicarnos la vida.

          Pero basta de malandanzas, que no quiero amargarte el día. No dejes de saludar, si los vieres, a los del clan de Macondo, que hace tiempo no se de ellos y, a buen seguro, estarán esperando una seña mía. Por el momento me resulta imposible desplazarme hasta allí, pues carezco de medios para ello. A ti te resultará más fácil, seguro. Otro tanto debes hacer con ese amigo común que tenemos en Vetusta, Fermín de Pas, del que no se nada desde hace años, y al que recuerdo, como me ocurre también con J.B., el de Castroforte del Baralla. Qué  buenos ratos he pasado con ellos, pero ahora no encuentro ni dirección ni teléfono ni gaitas que se le parezcan, que también me resulta, como le ocurría al pobre Alonso Quijano, cosa de encantamiento el no hallar medio para ponerme en contacto con ellos. 

             Ya no te turbo más con estos laberintos míos. Acaba tranquilo tu jornada, que ya sabré yo apañarme para meterme en otros charcos y dibujos, de por sí penosos y poco agradecidos, pero que tanta atracción ejercen sobre mi, como si yo no fuese dueño de mis actos y otro me gobernase en la distancia.

              A vuelta de correo te espero

Fernando Alda