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lunes, 26 de junio de 2023

Azul el día, 14


 14



Espera tu nombre entre los labios del viento

para ser pronunciado despacio
cuando vas llegando al final de este verso,
de azul la muerte, sobre el tejado,
que cuenta tus pasos en la alameda
que refresca la tarde en este estío
sin lágrimas, tan seco que podría
comenzar a arder en las voraces
hogueras del ocaso. De alma y cielo
son tus ojos, que se asoman
por el barandal de las nubes
entretejidas en las costuras del aire
y de la sombra,
esperando la ofrenda que vendrá en el otoño,
promesa y altura, mientras en los campos
se abriga una esperanza de amapolas,
la profundidad de la voz que desde lo hondo
de los caminos resuena fuerte,
buscando, acaso, la bóveda de los cántaros
rotos que aguardan en el olvido
una mano que los rescate.
El corazón te pide más asombro,
otro latido, pues confía en que te alzarás
de entre las cenizas del lenguaje,
que hoy no quiere ser. Y palpitas.


Fernando Alda

martes, 20 de junio de 2023

Azul el día, 13

 


13


Retiñe una campana en lejanía

y su bronce es ahora el eco que llama
a seguir mirando el fulgor
de las rosas que se abren al día entre sus espinas,
como el milagro de vivir,
la iluminación de esos labios
que hablan, con la voz debida a los vientos,
de torres muy altas que cayeron,
como la de Siloé,
en la Jerusalén que sueñas mientras
es estío y el agua baja 
escondida en este jardín
que son los adentros.
Al trasluz el mundo parece agotado,
como para extinguirse, y es azul
el brillo de la muerte que espejea
en las colinas, aguardando
la hora exacta, el momento de blandir
su acero curvo que no se hizo para segar
heno oloroso,
sino la sombra que nos acompaña
cuando el sol va vencido y quiere
dormir en la noche que nos alberga.
Pintar quisieras con el alma de la cal
las paredes de tu casa, escribir un poema
triste, beber el vino que preludia
un nuevo otoño y alcanzar,
si fuera posible, en la resistencia
de la tarde, que quiere seguir
esplendorosa y viva,
la luz perdida que dejaste en los caminos,
cuando en el calendario estaba marcada
en rojo la época de la siembra.


Fernando Alda


viernes, 9 de junio de 2023

Azul el día, 12

 


12



Es la rosa ahora bandera de tu aflicción,

el lábaro que anuncia la llegada
de un día sin muerte, eterna
luz, como cuando en la noche agitas
un tizón encendido y en lo oscuro
prende el fuego unos garabatos de ausencia:
es testigo el alba de un lucero florecido
que se abre en su secreto como ofrenda
y ebriedad, mientras se deshoja
una caléndula de sus pétalos mecidos
por la mano indolente de un ángel
oculto entre los velos del día.
Está la edad dormida en los dorados
bosques que en el otoño
establecen un reino de niebla y agua,
allí donde la voluntad amansa
sus ímpetus de corcel bajo el jinete
del viento del oeste, que trae consigo
todas las mareas del mar, el canto
imposible de las sirenas, el bronco
aliento de las caracolas que serán
arena o el deseo de las islas
de amalgamarse en archipiélagos
ardientes,
la voz de la sal
que llama desde lo profundo,
allí donde están
los pecios de los naufragios y los sueños
de ultramar de los hombres
que no alcanzarán otra orilla.
Alumbra la conciencia un paisaje
irreal, y se despabila esa llama
sagrada que arde en la corona
de la memoria,
y aún es tiempo para caminar
bajo la bóveda fúlgida y serena
que es de las estrellas morada
y anima tus pasos
ciertos hacia el término de la noche
y de la espera.


Fernando Alda

jueves, 1 de junio de 2023

Azul el día, 11

 


11



Está la altura del sol buscando el fondo

de los vasos, un ramillete de clemátidas
abandonado sobre una silla
casi desvencijada, como el que deja 
la bufanda del miedo a la puerta de casa,
en silencio, esperando acaso
que ya sea mañana y todo haya pasado,
mientras cierra el paraguas que abrió por si había lluvia.
En el mediodía arde un corazón
a punto de estallar, de ver
el resplandor que habita el verano,
esa luz tan grande que no nos cabe
en los bolsillos, y que vamos
tejiendo en el telar de Penélope
con la esperanza de no vernos
obligados a deshacerla nunca.
Y ahí vamos, perdidos entre la bruma
que desprenden esos chopos solitarios
que se ven en la distancia de estos campos sin hogar,
Castilla enamorada que tal vez canta
o sueña, ríe siempre y llora en lo más oculto,
mientras el milano
escribe en el aire, cerca de las nubes,
que son promesa, unos versos
que saben a amapolas y al alma
de los caminos,
a la agonía de los carros que se ofrecen
muertos en las cunetas de la mañana,
cómo no ver lo que ocurre,
por qué herida se desangra la tierra,
ya sin brazos ni voces,
sin la canción que en la siega
iría aventando esos rostros de bronce
quemado, sus labios que un día
entonarán el Ángelus, mientras
se adivinaba el lamento del arado
que esclavo era de la mano del hombre.
Ahora solo ruina, los muros
de la que es mi patria, abrazados
por la maleza, el beso del cardo y las cenizas,
habitaciones de polvo y nada,
la congoja de la alondra,
la vela que se apaga en un candil
sin dueño
cuando anochece y hace tanto frío.


Fernando Alda