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miércoles, 29 de septiembre de 2021

Cartas al lector, 41 / Los olvidados

 


             Querido:


             Como el canto del cisne fluye la luz hacia lugares no imaginados, en la duermevela de la nostalgia y las ausencias,  ofrenda de cenizas y auroras que ardieron, para alcanzar cimas no holladas jamás, entre las nubes, y más lejos aún, como soñando entre los pétalos de las últimas azucenas que nos ha entregado la noche, en su espera y su deseo, cuando en la memoria se encienden los rescoldos de lo que un día fueron los caminos que recorrí.

            La vida, en estos primeros días del otoño, me parece hilvanada con alfileres, como suspendida de la transparencia del aire, endeble y tibia. Unos pajarillos, quizá mirlos, tal vez gorriones, dejan sus trinos en el tejado de casa, puede que anunciando las tristezas que habrán de venir cuando sea noviembre, la desilusión permanente que habita las médulas de quien nunca conoció los laureles de la gloria y el éxito, y fue caminando por senderos oscuros, siempre embarrados, en el dédalo que es el existir, en el teatrillo del mundo, que es tragicomedia, como estando siempre de paso, sin arraigo, con el alma encogida, pidiendo perdón por todo pues parece que va a molestar.

             Has de saber que de esas mimbres está hecha la Historia real, no la que luego se escribe en los libros, tan edulcorada en ocasiones, que es otra, muy diferente, a la que sufren aquellos que parecen destinados a terminar con sus huesos entre las ruedas de piedra de los molinos, a representar los papeles más humildes y bajos sobre las tablas del escenario que es la existencia y el existir, esos papeles que se corresponden con personajes que ni siquiera pronuncian una frasecilla, ni un buenos días o un hola, para hacer saber que están aquí, que son, que tienen sueños e ilusiones, que respiran, que les duele el tiempo y la muerte como un reúma viejo que se ha enquistado en los huesos, y que padecen, en sus entrañas, los golpes del poder, de la dominación, del egoísmo de los que se alzan, a toda costa, sobre los otros, para triunfar siempre, justificando los medios para alcanzar sus fines.

           Son, somos, acaso, los olvidados, las liebrecillas que siempre terminan en la trampa del cazador, en la red del prepotente, en el cepo del altivo, aplastados por la soberbia imperante, son, somos, el pájaro en una jaula, entre los hierros del mundo, que recuerda las cumbres de la sierra y las arboledas, los campos abiertos, los trigales, las colinas y las fuentes, y el cielo altísimo de Castilla, que es la libertad, como también yo ahora lo contemplo, desde el olvido y el silencio, en los que  está la verdad, y me acuerdo de Cristo en el Pretorio, y luego en la Cruz, en la que tan callado y olvidado le dejamos, como nosotros, perdidos en la inmensidad del Universo, en el que somos tan poca cosa, una nonada, apenas hierba recién segada que se arroja al horno, y por eso voy a verlo, no a los grandes templos, ni a las basílicas ni a las catedrales, sino a cualquiera de las ermitillas que se levantan en los oteros, en los valles recónditos, como el que en lo oculto de su casa se retira para orar, y Él me mira y yo le miro, sin palabras, dejando que el corazón hable, en amistad y compañía, pues los dos estamos solos, necesitados el uno del otro, como dos amigos que no necesitan decirse nada, pues hablan los ojos, esperando y creyendo, en unión de amor, en la noche oscura y sola, entre los hierros y cadenas del mundo, como en la última morada que el alma busca con tanto anhelo, como la cierva busca los manantiales y las corrientes de agua, como avecilla que desea volar con sus alas rotas y salvar los abismos y desfiladeros, para ir a lo Alto, a lo más hondo y profundo, allí de donde viene.

        No te alarmes, como otras veces, por estas melancolías, que para mi son como las mareas del océano, van y vienen, y fecundan las playas y mis adentros, pues te diré que en estos olvidos y ausencias se encierran los misterios y arcanos de lo que pienso, y en ellos se enciende la llama sagrada y perpetua que nos sostiene y alimenta, como a los lirios del campo, que se muestran más bellos que los ropajes de Salomón.

        Todo lo dejo en manos de Dios, tal es mi abandono y mi silencio. Mis fuerzas ya apenas sirven para ir viendo los amaneceres, que son siempre un regalo, y para mantenerme erguido frente a tanto despropósito. Se que he comenzado a descender la montaña y que, como la crisálida, volveré a tener alas, muy hermosas, y que su fulgor iluminará otras sendas y veredas, pues el secreto está en saber esperar con el ritmo de los tiempos divinos, que son muy distintos a los nuestros, pues los hacemos tan apremiantes y dislocados, siendo los primeros  los que nos trascienden.

        Como Jonás, voy a Nínive, deseando aún larga vida, aunque en mi caso no para anunciar la destrucción de la ciudad, sino para cumplir con la voluntad del Padre, que me hace enteramente libre, y encontrar la fuente que mana y corre, aunque sea de noche, como le ocurrió a mi paisano de Fontiveros, que conoció la senda para llegar al venero escondido en el que arden el alma y el Amor más grande, el que va hasta el extremo.

       Desde mi olvido te saludo y te tiendo la mano, caro, para recorrer estos caminos de la vida juntos, con la escritura como paraguas o cobijo, en amor y compaña, en estas soledades y vericuetos, en los arrabales de la vida, escuderos como somos del dolor y las lágrimas.

       Al menos, tú, no te olvides de mí, tienes mi promesa de que yo no lo haré, pues te necesito tanto...

Fernando Alda



lunes, 27 de septiembre de 2021

Hilvanes, versos de urgencia, 13, 14, 15

 


13


Ya no deja la lluvia su beso
frío en las alcobas insondables
de la noche, tan profunda,
en la que los helechos celestes 
y sus esporas de estrellas
cobijan los sueños perdidos que tuvimos
al amanecer, cuando nos creíamos
inmortales.


14

Labios de vino, sangre de la tierra,
en la vid y la escarcha,
ahora en esta copa transparente,
vidrio tenso, como el aire,
en el que se confunde el deseo de ser
con las cenizas de los sarmientos.
Otoño.


15

Deja el verso un poso
de ceniza en el agua del vaso,
mientras te bebes el cielo.
Entre los acianos,
una canción de cuna, una herida
que sigue abierta,
las alas de una libélula
que busca, entre las piedras 
y la corriente del río,
un lugar para posarse.
Allí, tu casa, el despertar.

Fernando Alda

sábado, 25 de septiembre de 2021

Hilvanes, versos de urgencia, 10, 11, 12

 


10


Conoce la nieve los caminos
de regreso a las cumbres,
la profundidad del silencio
en los pozos del agua,
y recuerdo entonces
cómo era mirar las arboledas,
sentir el viento en la cara,
tras regresar a los balcones
desde los que uno puede asomarse al mundo.



11

Un verso en ruinas,
febril abandono, con palabras
raídas, ajados terciopelos,
el alzado de la desolación.
Nada más triste,
sin duda, el poema que yace
muerto sobre una mesa de autopsias.



12

Entre estos muros de soledad
habita el nombre primero
que tuvo la lluvia. Hoy es
hiedra, musgo tibio,
un fulgor de madreselva.


Fernando Alda




jueves, 23 de septiembre de 2021

Hilvanes, versos de urgencia, 7, 8, 9

 


7


Bajo las alfombras
de la mañana,
el restituido verso que faltaba
en ese poema que quedó,
inacabado, en un cuaderno
de viaje, bitácora
sufriente, como el último
aliento de esas cenizas
enamoradas que aún arden
en el tiempo.


8

Una cuerda, un papel
mojado, vidrio roto,
las alas heridas de un alcaraván,
como deseos imposibles,
en la turbamulta de los sueños,
hojas de otoño,
tan efímeras,
como el humo último
de un fuego apagado por el agua.


9

Es esa costura que une
el sueño con la vigilia,
tal un mapa por el que viajar
a ciegas, solo oyendo
el palpitar de la sangre
bajo la piel, como un aullido,
alambre de espino
entre los dedos yermos,
esperando el algoritmo del alba.

Fernando Alda


martes, 21 de septiembre de 2021

Cartas al lector, 40 / Otoño

 


          Querido lector: 

           Desde hoy el otoño ha comenzado a vestir los días y los bosques, aunque será en noviembre cuando se ponga de largo para asistir al baile de la extinción en el que ya van sonando las primeras pavanas y gallardas, toda la chacota, mientras nos quedan sus frutos tardíos,  su undosa cabellera de hojarascas, la lluvia en los tejados y las frondas, como esa espesura que viaja a través de la niebla y deja semillas de tristeza y llanto en las colinas, como un velo solo roto por los ocres y amarillos del fuego y las hogueras en las que arderá el verano tal una ofrenda cineraria, ya agónico y exangüe, entregando sus últimos alientos, que se prolongarán en estertores, hasta diciembre, cuando venga la nieve nueva, que ya hemos presentido, largamente, en el hielo nocturno, que tensa el firmamento y lo hace más oscuro y profundo, más hondo dentro de su hondura, y deja ver otras estrellas, que no hemos nombrado, y nos parecen nunca vistas, allá, a lo lejos, en los balcones de la noche, en la inmensidad de las galaxias y nebulosas, anunciando, acaso, mediante los cometas que veremos, que el frío viene de más lejos, de más allá de los polos terrestres, de la boca negra del espacio, de lo que no vemos, de nuestro corazón indiferente, tal vez, y todo se nos vuelve demasiado grande, y por eso encendemos una velita y una oración, para que Dios sepa que estamos aquí abajo, tiritando, y es entonces cuando tomamos conciencia, en verdad, de que el otoño es un aviso, un preludio, de que la muerte es y vive al lado, y que puede llevarse cuanto se alza en el mundo, incluidas nuestras pompas y orgullos, nuestros desvelos, toda nuestra soberbia, y los tronos y cetros, y el poder, y la vanagloria, como en esos cuadros barrocos que pintara Valdés Leal en el Hospital de la Caridad, fundado por Miguel de Mañara, en Sevilla, en el Barrio del Arenal,  en los que la dama de azul, como a mí se me representa, se lleva todo con la guadaña que enarbola, tan amenazante y peligrosa, y es todo una nonada, la brizna de heno del salmo, lo que somos los hombres, pese a nuestras representaciones y teatrillos, siempre  huyendo de la verdad, de los mismos espejos, en los que se refleja nuestro rostro auténtico, un calco de nosotros, como somos, humo que se desvanece, neblinas en el aire, una sombra etérea que busca una pared en la que dejar su rastro, puede que la pared del patio de atrás en el que vamos guardando los recuerdos y ensoñaciones, las melancolías que trenzan nuestra urdimbre, como los vencejos cuando vuelan, sin chocarse, en los lienzos de la Muralla de Ávila, todos los veranos, hilvanando el aire de vuelos y trinos, y, de nuevo, entonces, regresa todo a mis ojos, como si volviese de un largo viaje en el que he estado entretenido todos estos años, pero que se ha pasado en un suspiro, así le ocurrió a San Virila, en Leyre, como el que entregamos cuando morimos y hemos acabado de llegar al mar, nos recuerda Jorge Manrique en esas coplas tan tristes que escribió a la muerte de su padre, ya todos en el mismo rasero, pues la huesa vino a igualarnos, como hace el tiempo, que también tiene su segur, afilada y peligrosa, para ir royendo, sin misericordia alguna, nuestros pedestales, los andamios y apeos con los que hemos ido sosteniendo la vida, que se nos escapa como arena o agua entre los dedos, sin darnos cuenta apenas, como el río que somos, tan impetuoso en el manantial del que brota y luego manso, cuando siente el océano cercano, o el río más grande, y puede que en ese instante en el que tenemos conciencia de la muerte, de que hemos nacido para morir en nuestra forma mortal, pero para seguir viviendo en las manos de Dios, que nos acoge en lo eterno y esencial, pues ha dejado en nuestras almas la simiente que nos induce a buscarle, es cuando somos nosotros, es decir, cuando somos hombres, esas pobres barcas que zarandea el temporal, mar adentro,  cuyos restos va dejando rotos en playas incógnitas, en piélagos inexplorados, en los mares del sur que tan lejanos se encuentran, aquí un mástil, allí el timón, como despojos de una batalla que está en continuo, un combate interminable, en el que vamos quedando mutilados, tal la mañana que se ha abierto hoy, como un mazazo, llena de brumas que ocultan el sol, que parece no ha de salir, pues así lo desea, y siento esa congoja en el pecho, pues el ánimo está pidiendo a gritos un lenitivo, un bálsamo eficaz, algo de luz, aunque sea última, para afrontar el día y lo que habrá de venir con las horas, que no tiene nombre, ni ofrece señas de filiación, de tan desconocido como me resulta y es, siempre a la espera, pues así estamos, con los ojos muy abiertos, en un asombro perpetuo, por más que creamos saberlo todo, pues no saben ni los que dicen saber, ya lo sentenció Sócrates, en aquellos tiempos primeros de la Filosofía, y con ello me quedo, acaso, puede que también, con la linterna de Diógenes de Sinope, al que ahora veo en el fascinante cuadro en el que lo pintara, con un farol, Jean-León Gerôme, dentro de una tinaja, rodeado de perros, como el otoño, que está rodeado de misterio, y en Ávila encenderá, en unos días, las copas de los álamos, de los chopos, en llamaradas que me recuerdan a los aparecidos bajo la cortina gris de los aguaceros, y será entonces, cuando los Cristos de septiembre, desde la penumbra de sus ermitas, me hablen al oído, para decirme que no estoy solo en estas soledades de mi vida y de Castilla, que ahora me envuelve, pues la mano del Crucificado va sosteniendo la ruina que soy, ruina que ahora alcanza a perderse en los esplendores del otoño que acaba de comenzar, con tanto ímpetu, como el de un jinete del Apocalipsis, para buscar los frutos serondos, las nueces, las manzanas, las bellotas, las uvas, las aceitunas, las castañas, tal tributos o sacrificios, que abrirán las despensas y los trojes, los lagares y almazaras, el algorín, y serán alimento y esperanza, pues encenderán la alegría de los hombres, que los esperan para las largas noches de los largos meses del invierno, cuando la vida se ha encogido en su propio letargo, buscando luego renacer, puede que como la voz, que hay ocasiones en las que se nos apaga, cuando nace el llanto desde nuestros adentros, por el dolor y la angustia que sentimos, que viene de los veneros más escondidos, de las minas de la antracita o el lignito que crecen en las zonas de sombra que tenemos en el corazón, cuando, como recordaba Alberti, las palabras no nos resultan útiles, y solo podemos llorar, tan desconsoladamente, desde la herida y el desgarro, que parecen no cicatrizarán nunca, de tan grandes como son, de tan abiertas y purulentas como están, y necesitamos un asa, aunque esté al rojo vivo, rosiente, a la que aferrarnos en la lid diaria, aquella con la que nos levantamos todos los días, pese a que no tengamos fuerzas, pese a que la tierra se nos hunda bajo los pies hasta los abismos o los infiernos, pues hacemos de tripas la fuerza necesaria para seguir alzándonos, como ahora parece que la luz quiere venir a estas oscuridades desde las que escribo, amparado por nostalgias y rescoldos de lo que fue,  por aquello de no perder nunca la esperanza, tal así estamos hechos, de alegrías que vendrán, alguna vez, a iluminar los ojos, que van cansados, mortecinos de tanto mirar al sufrimiento a la cara, para decirle que basta, que se aleje, que no se quede a vivir en nosotros, como parece que así es las más de las veces, pues queremos encontrar otros senderos que nos alejen de esta tierra de penumbra en la que estamos instalados, a la intemperie más atroz, desarmados, sin avituallamiento, puede que cautivos de nosotros mismos, para alcanzar la Gloria y ver, por fin, el rostro de Dios.


         Tuyo siempre


Fernando Alda


sábado, 18 de septiembre de 2021

Hilvanes, versos de urgencia, 4, 5, 6

 





4


La noche y sus himnos,
una ofrenda de luciérnagas,
de alas de estrellas,
bajo la luna que convoca
el deseo y la voluntad.

5
 

Duerme el dolor en médulas
de mercurio, roja herida,
y despierta luego entre estatuas
decadentes, como la belleza
cuando se extingue.
Abandono y ausencias,
en esta habitación sin auroras.


6


Pájaros de azul
en tu mirada, en la espera
de la lluvia y los nombres,
como el deseo de volar
entre nubes de cristal.

Fernando Alda

jueves, 16 de septiembre de 2021

Hilvanes, versos de urgencia, 1, 2, 3

 



          Bajo el título común de "Hilvanes, versos de urgencia", inicio hoy en el blog una  nueva sección, en la que iré publicando, sin periodicidad fija, una serie de poemas escritos a vuela pluma, como el hilván que utilizan en costura para ir conformando una prenda de vestir, antes de ser cosida de forma definitiva. De ahí la segunda parte del título, "versos de urgencia". Se trata de poemas breves que recogen un estado del alma, una visión, una pincelada, que el poeta ha dado en un cuaderno, un sentir, un mirar, un escuchar, aquello que le rodea. Tómelo el lector como lo que es, un ejercicio de urgencia, sin tratar de hallar mucho más sentido a lo que lee que el de plasmar un soplo de belleza, el esplendor de una brizna de hierba o de una flor que nos ofrecen su fulgor, como en el verso de William Wordsworth, en el atardecer. 

         Sobran las palabras. Os dejo con estos "hilvanes" que van conformando el ropaje de la belleza, estos relámpagos que iluminan la noche y el camino, que no tratan de ser más que esas velitas que dejamos encendidas siempre, en lo oscuro, para que Dios sepa que seguimos aquí.


1

Alta sombra de fiera luz,
en el viento, tras las colinas
de plata, como un enjambre
de aguijones hambrientos,
la noche sola, tu último silencio.


2

Interminable el ocaso,
la locura de la ceniza, un corazón
de polvo, como un mal sueño,
el dolor y la ceguera,
en este patio de sombras.


3

Llueve en la frontera,
en las ausencias y la desmemoria,
junto al olvido, en los arrabales
en los que descansa la desolación.
Llueve y todo acaba.


Fernando Alda

martes, 14 de septiembre de 2021

Cartas al lector, 39 / En mis soledades y adentros

  


          Querido lector:

          Hoy la lluvia es encuentro, un lugar al que volver, el hogar que busco y me acoge, la tejavana que cobija los rescoldos de los que estoy hecho y que siguen ardiendo en las médulas del tiempo, con llama melancólica, como de otoño siempre, recordando otros vientos y otros paisajes, otras manos que modelaron la arcilla primordial y húmeda de la que está hecha el corazón cuando clama, este pobre corazón que aún alienta y late, en la voluntad y el deseo, como las alas heridas de una calandria que sigue buscando en los cruces de los caminos el aire para volar, el viento nuevo que la lleve más allá de la llanura infinita, el mundo inmenso, en el que sobrevolar otros alzados, lejos de estas ruinas que sigue carcomiendo con sus quelíceros feroces el tiempo, el naufragio de cuanto se sostiene, la tristeza de saber que todo acaba, como la arena del reloj, y que no sabemos si tendremos prórroga en el momento de querer volver a caminar, de estrechar los brazos  que se asoman por las ventanas para indicarnos que aún quedan bibliotecas   por explorar, las que se salvaron del fuego, como nosotros, que no pereceremos en la hoguera cruenta de la historia y de la nada, pues acaso también hemos sido capaces de remontar el vuelo, de alcanzar las colinas protectoras, bajo los cielos y las estrellas, las arboledas en las que viven los sueños, la ternura de amanecer, la inconsistencia de las nubes, el filo de los versos que son labios o espadas, la esencia de la belleza, el beso acre o dulce que la vida nos da al levantarnos del lecho cada mañana.

            Así lo siento ahora, mientras llueve, y el agua, que nutre los veneros claros por los que afloran los recuerdos, va bendiciendo aquello que pienso y termina arraigando en el humus del alma, que necesita de alimentos que no son de pan ni de este mundo, sino que vienen de lo Alto, como aquello que nos hace trascender.

       Y dejo que la lluvia suene bajo el tejado del ático en el que escribo, que es una ínsula de libros, este oasis, que parece un monasterio, ora et labora, en estas tierras de Castilla deshabitada, en el páramo, esperando la nieve que tardará aún en venir, pero que será presencia, en el nombre de la cellisca, salutación del invierno, que parece un juez severo y agrio, más luego nos desbordará, como la nieve y la lluvia en los manantiales, cuando será primavera.

           Inmóvil la luz, que no fluye, y se aleja de la vida y de lo que sueño, en la prisión de las ausencias, en este jardín íntimo y cerrado en el que crece junto al trigo la cizaña, esperando ambos una cosecha incierta, bajo la guadaña de la muerte, que es dama que se viste de azul, y sale al asalto en las encrucijadas, en el laberinto que recorremos sin hilos o mapas, en los vericuetos del existir, siempre, eternamente, en un arrabal de sangre, para poner fin a nuestro asombro perpetuo, ese con el que seguimos mirando el mundo desde el mismo instante en que nuestros ojos se abren a él, aún a pesar de que no parece haber nada nuevo bajo el sol, y todo se nos asemeja como viejo y gastado, tan raído se muestra, un sol que hoy no está, pues velado se esconde entre los ropajes cinerarios con los que se ha vestido el día, tal una mortaja.

           No diré nada más. Las palabras se me vuelven cuchillos, amenazas, como cristales rotos, dagas de hielo, alambre de espino, y va sembrando de cadáveres insepultos la lengua, tan maltrecha, que ya no nombra o dice, letra muerta impresa en papel mojado, "humaredas perdidas, neblinas estampadas", pues en esta mañana de septiembre, que tan desabrida me resulta, tan triste y sola, parecen "heridas de muerte las palabras", como cantaba Rafael Alberti, ahora ya en la lejanía, galopando en un "caballo cuatralbo" hacia la desmemoria y el olvido, bajo la lluvia, que alborea y canta, como los gallos y sus piquetas que "cavan buscando la aurora" que pintó Federico García Lorca en su pena negra, como la noche que habrá de ser, y es ahora como termino esta carta, que deseo te llegue pronto, mi querido amigo, allí donde estés, esperándola, o es un poema que despierta en el soñar o el "solejar de las aves", que me parece lo mismo, ese que dibujase Jacinto Herrero, en las lagunas de la memoria, que no lo se, pues todo viene confundido, como la bruma y los recuerdos, que no quiero perder, y se entremezclan en la mirada y en el esbozo de esta Ciudad Desolación que sigo construyendo, siempre a orillas de un río de sombra, en mis soledades y adentros.

           Tuyo

Fernando Alda



lunes, 13 de septiembre de 2021

Espejos

 


Deja la lluvia una tristeza

de nácar, de algas mojadas,
un despertar de sirenas en la orilla
de la nada, entre los añicos
de las voluntades quebradas,
de las paciencias rotas, de los rostros
que nos miran,
tan extrañamente, en los espejos
en los que nos vemos,
tal el dolor, y sufrimos en silencio.

Fernando Alda

viernes, 10 de septiembre de 2021

Regresar

 



La soledad ha dejado sus alas

de hielo en el alféizar de esta ventana de tristeza,
que no tiene cristales,
por la que te asomas al patio de atrás,
allí donde vive el recuerdo
de la ceniza, y en el que la sombra
de un manzano ya sin hojas,
que espera otras primaveras,
ofrece una silueta exigua,
de luz usada muchas veces
para iluminar los adentros.
Un pájaro que no sabe cómo regresar
a lo que ha sido, a los nidos
que fue abandonando
en su ajetreado vuelo,
trata de superar la altura
de la tapia de adobe, el crepúsculo
en el que arde la tarde
que nos fue regalada,
y sigue esperando un viento
favorable que le lleve
más allá de las colinas y de la muerte.
Tal así tú, también,
con plomo en las piernas,
aterido, tras la tormenta,
volviendo a encender una velita,
aquí estás, esperando la intensidad del aire,
su espesor, en este alzado
de derrotas, un paisaje de zozobra,
para regresar a la Casa del Padre,
tras la ausencia atroz, y alcanzar
la celebración y el júbilo por el retorno.
Habrá fiesta, y todo volverá a bendecirte,
en la llama sagrada
que enciende las hogueras nuevas.

Fernando Alda

jueves, 9 de septiembre de 2021

Cartas al lector, 38 / Razón de mi escritura

 


Querido lector:


Unas nubes grises, que ya preludian el otoño que habrá de venir con sus tristezas y melancolías, que dejará posadas en el alféizar de la ventana, me lleva hoy a escribirte con mayor deseo que nunca y a contestar esa pregunta que me hacías en tu última carta, una pregunta que los poetas nos hemos hecho en muchas ocasiones y que no se si siempre hemos sabido contestar con la altura suficiente, pues no resulta fácil el hacerlo sin hipocresía.

Dejas en el papel, en el aire, supongo yo también, pues éste es un buen lugar para escribir, algunas preguntas, acaso para que el viento las lleve y las traiga a su antojo, y las mueva de un corazón a otro, los nuestros, sin duda, y podamos buscar las respuestas que se nos demandan con naturalidad, sin artificio, como quien se encuentra, en su paseo de la tarde, entre las alamedas de un río manso y espejeante, con la verdad de su vida y sus sucesos.

Me preguntas por la razón de mi escritura, por qué o para qué escribo, y te contesto de forma breve: escribo para vivir, para estar vivo. Esto equivale a decir que escribo para eludir la muerte, para librarme de la locura y de la soledad, para mantener encendida la velita con la que le digo a Dios todos los días que aquí sigo, buscando su rostro, para que sepa que no me olvido de Él y Él no se olvide de mi. Y escribo por ti, lector, porque te necesito.

Como puedes apreciar, no hace falta escribir un manifiesto, ni darse a preguntar por qué los hombres desarrollaron el lenguaje, que es expresión de la llama sagrada y divina que nos sostiene, y pertenece al alma, o inventaron la escritura o los libros, que tanto nos gustan. Además, te diré, que cada mañana, cuando me levanto y me pongo a escribir, buscando las hazanas del nuevo día que se nos ofrece como un regalo completamente nuevo y maravilloso, no me pregunto por qué escribo, ni por qué lo hago hoy en forma de poema y mañana una carta. Escribo, simplemente, como un don, una gracia que he recibido de lo Alto y que tengo que compartir contigo, pues de lo contrario sería como nadar hasta la extenuación para alcanzar una orilla y no llegar nunca a ella, es decir, morir en el intento.

Si quieres saber más, lee lo que escribo y añade a lo que acabo de decirte las conclusiones a las que llegues. Puede que entonces descubras, por ti mismo, que escribo por la luz de los amaneceres, por la melancolía de un atardecer, por la tristeza que siento por el tiempo que se os escapa; que escribo por todo lo que ha sido creado, por el vuelo de las aves y los ríos que fluyen, por la vida que se nos ofrece a cada instante y que no siempre sabemos disfrutar, empeñados como estamos en complicarnos la misma; que escribo por lo que leo, por lo que siento, por los recuerdos que guardo en el almario, pero que también lo hago por las "cosas" que guardo en el cosero que es el corazón: una cuerdecilla, unos cromos arrugados, un trozo de vidrio de color azul, una cajita de cartón sin nada dentro; y que lo sigo haciendo por las alas de las mariposas, por un pétalo de rosa que dejé para que se secase entre las páginas de un libro, por el amor de mi esposa y de mis hijos, por el abrazo de un amigo...

Así podría continuar hasta llegar a la tarde y, probablemente, te hubieras cansado. Es mejor que lo sigas descubriendo tú, leyendo entre líneas, entre los versos de mis poemas, disfrutando de alguna de las imágenes y metáforas que te dejo en los ojos y en los labios, escritas con tanto amor, para ti, para tu solaz y deleite, pues ya sabes cuánto te aprecio. No pienses en por qué escribo, percibe simplemente la belleza que encierra lo escrito, deja que te cale hasta las entretelas de tu ser, que esa belleza, al arder (ut luceat et ardeat) ilumine tu vida, que para eso ha sido creada.

Por mi parte, creo haber contestado, dejando otras cuestiones en el aire también, a tu pregunta. Tendremos ocasión de volver sobre esta cuestión que, a buen seguro, nos seguirá suscitando nuevos interrogantes, sobre qué es la belleza o cómo expresarla, pero por hoy es más que suficiente. Nunca dejes de leer, pues yo no dejaré nunca de escribir. En ello nos va la vida.

Las horas hoy parecen espaciarse en el reloj, como si tuviesen más minutos de lo habitual. Al tiempo le ocurre, no siempre, como a nuestro respirar, que se acelera o se hace más lento, como si fuese elástico, dependiendo de la agitación o serenidad que sintamos en ese momento en nuestros adentros. Aunque bien es verdad que no añadiremos ni quitaremos un minuto más a nuestra existencia por ello. Esa es la paradoja.

Te dejo. Me asomaré un momento por el jardín, por si ha venido alguien a verme. La mayoría de los pajarillos se han marchado ya, al igual que las flores. Solo el árbol de Júpiter se muestra en todo su esplendor. Y el madroño, en el que maduran sus frutos. Me gustaría que viniese alguien, acaso Virgilio, o San Juan de la Cruz, tal vez Don Miguel, de Unamuno o Cervantes, tanto da, pues con cualquiera de ellos tengo buena amistad y conversación.

Que la vida y sus celadas te sigan siendo leves y que tus sueños, por lejanos que parezcan o perdidos que estén, sigan siendo el sustrato en el que se mantienen firmes las raíces de las que estás hecho.

Tuyo siempre

Fernando Alda





martes, 7 de septiembre de 2021

Cartas al lector, 37 / Guardar silencio

 


Querido lector:


En esta sociedad que gobiernan la prisa y el ruido, es conveniente no sentir la primera, por nada, ni siquiera por lo más urgente, que ya encontrará su acomodo y su tiempo, pero, sobre todo, es bueno cultivar el silencio, buscar su paisaje, y, desde luego, guardarlo en muchas ocasiones. Es aquello de que ante palabras necias, oídos sordos, es, por supuesto, el silencio que guardó Cristo Nuestro Señor en el Pretorio antes de ser condenado a muerte, y es, no lo olvides nunca, una opción personal frente a la locura del mundo y los disturbios que provoca en nuestro corazón.

Guardar silencio para escuchar a otros y nuestro propio latido, frente al tsunami de información que recibimos, por ejemplo, a diario, desde los medios de comunicación social y desde las propias redes sociales. Entre esas otras voces, cómo no, la de la conciencia, esa que tenemos tan adormecida y olvidada, en brazos de Morfeo o el Leteo mismo, en la Estigia en la que vamos abandonando todo aquello que nos contradice. Silencio para escuchar la voz de Dios, que en ocasiones nos habla desde el silencio, por muy paradójico que pueda parecernos, y en el silencio, que no se nos pierda la llama sagrada de la que estamos hechos. Silencio para escuchar el corazón de cuantos nos rodean, la de la esposa o el esposo, la de los hijos, la de los hermanos, la del vecino de al lado, la del que sufre... la voz del mundo y de todo cuanto nos rodea y ahora está enmascarado en el retablillo en el que representamos, cada vez de forma más virtual, la vida y sus sucesos.



Es necesario apagar el ruido, mirar dentro de nosotros, efectuar un examen de vida, pasarle al corazón la ITV, para ver cómo nos encontramos de ideales, de sueños, de prioridades existenciales, de trascendencia, de altura, de ser y no de poseer, para ir eliminando todas aquellas adicciones que no nos dejan brillar con luz propia, sino prestada, pues la nuestra, aunque pobre y titilante, es la de verdad. Encontraremos muchos defectos graves, que nos dejarían fuera de la circulación, seguro, pero el retrato que obtendríamos sería mucho más fiel para saber cómo estamos, qué somos, a dónde queremos ir. La segunda oportunidad nos espera.

En silencio te escribo todo esto, para evitar chácharas inútiles, deformaciones vanas. Se que en silencio lo leerás y lo guardarás en el corazón, como hacía María, según nos cuenta el Evangelio. En el silencio encontrarás acomodo, por encima del mundanal ruido del que había que huir, como los sabios que han sido, nos recuerda siempre Fray Luis de León, y hallarás también un paisaje espiritual con el que seguir alimentando tu vida y tus sueños. En el silencio encontrarás el bálsamo para tus heridas, el laurel para las victorias, la alegría suficiente para reponerte en las derrotas, pues de todo habrá y hay en este sinuoso sendero que recorremos.

En silencio avanza la mañana, que traerá una tarde gozosa, en Ávila ya en tierra de nadie, pues ni es verano ni es otoño, mientras los días se acortan y las noches van incrementando su frescor en los termómetros y en el jardín de casa ha nacido, oculta y misteriosa, secreta, una rosa en mi rosal preferido, como para dejarme sus últimos pétalos de terciopelo y luz, tal una ofrenda al estío que va muriendo, como lo hacen los recuerdos que no traemos, en nuestra desmemoria, a la hoguera del tiempo. Y así todo, como en tiempo de espera, en silencio, aguardando, vestido de esperanza, lo que habrá de venir y ser, el cielo alto desde el que hoy se asoman unas nubes rizadas, entre el blanco y el gris, como algodón usado, prendidas en la nostalgia que voy sintiendo mientras septiembre termina de madurar sus frutos, que luego serán plenitud en octubre y noviembre, que nos dejarán sus tristezas.

Vive intensamente, no te abandones a la comodidad y a la rutina, escucha el silencio y practícalo como si hoy, o tal vez mañana, fuese a acabarse el mundo. Que lo que tenga que venir te pille como a los centinelas, velando

Un abrazo encendido, para ti, que me lees y escuchas

Fernando Alda