La
Tierra Baldía,
la
de los hombres huecos,
el páramo, la devastación
del tiempo, mientras lees a Elliot
y recuerdas, y el corazón
se encoge, ciegos los ojos
abiertos, sin asombro,
todo estéril como arena del desierto,
acaso imposibles los sueños.
Tal un oráculo, la fiebre,
el poeta, un puñetazo
encima de la mesa, en la mandíbula
de lo inane y sin sentido,
mas su lectura es un manantial
que despeja lo malgastado,
el terciopelo viejo,
y canta,
acaso con la voz de las profundidades,
a aquello en lo que nos hemos convertido:
el heno que se agosta,
la hojarasca que se consume
en las hogueras del olvido.
el páramo, la devastación
del tiempo, mientras lees a Elliot
y recuerdas, y el corazón
se encoge, ciegos los ojos
abiertos, sin asombro,
todo estéril como arena del desierto,
acaso imposibles los sueños.
Tal un oráculo, la fiebre,
el poeta, un puñetazo
encima de la mesa, en la mandíbula
de lo inane y sin sentido,
mas su lectura es un manantial
que despeja lo malgastado,
el terciopelo viejo,
y canta,
acaso con la voz de las profundidades,
a aquello en lo que nos hemos convertido:
el heno que se agosta,
la hojarasca que se consume
en las hogueras del olvido.
Fernando Alda
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