7
Y en el mar las estelas de la memoria,
de los hombres de nácar y los caballos
que saltan por encima de los valles que hay
entre las olas, sueño
rotundo de arenas y erizos,
una marea de algas que deja su costra
allí donde los acantilados se derrumban.
Una máscara de sal
enerva la proa de estas naos de tristeza,
insomnes buques que surcan
una niebla de caracolas y sargazos,
en ese lugar que no existe en las cartas
de navegación, en el que la corriente
arrastra cenizas de civilizaciones,
los restos del naufragio
eterno que es vivir. Mástiles,
maromas, trinquetes y obenques,
un croquis para el viento,
sutil ensalmo, una canción
antigua que habla de héroes y derrotas,
el campo de batalla que bajo el salitre
está enterrado en la profundidad,
pecios que encierran las ánforas y cofres
de los tesoros que hemos ido sepultando
tras cada aurora, como un ritual
de abandono, la liturgia de las horas
en las que dejamos
nuestro silencio cómplice con el olvido.
Y ahora, la tormenta, el casco de hueso
y carne destrozado, solo el alma
un timón de certeza,
firme hacia el finisterre,
más allá de las estrellas que anuncian
el paso hacia el oeste, allí donde las
ínsulas describen el paraíso, la tierra entera.
Fernando Alda
No hay comentarios:
Publicar un comentario