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Los derribos que deja la nostalgia
son ahora el cimiento sobre el que late
este corazón vulnerado
y abre su noche a los jinetes
que son la aurora, la luz
nueva que alumbra la paz
que serena el pulso en los tuétanos
del alma, allí donde se esconde
un jardín en llamas, el recóndito
lugar en el que nace el río del habla,
como si de nuevo nombrases
todo lo que en el mundo cabe
y estrenases un lenguaje de estrellas
y palomas, un enamorado
verso que estableciese el contorno
incierto del país que habitas.
Deja el vino un olor a bosques y sarmientos
como niebla en tu copa, y así brindas
por lo que habrá de venir a ser,
cuando la tarde se abrasa en la lejanía
y llegarán las horas, ya segadas,
a reposar en las gavillas que dormirán
un sueño apacible de alcaravanes y sombras.
Solo tú, erguido frente al adverso
destino, como el olmo seco
del poeta que, tal vez, tendrá su primavera,
esperando en el filo de esta navaja
de hielo que busca heridas
entre la sangre, su tizne
cálido, la boca por la que respira
la venganza en el momento en el que establece
su reino de tronos oscuros.
Si un pájaro cantase su soledad
tras él irías, más allá de los cielos y los campos,
en libertad, buscando en las colinas
la melena de los álamos
en la que dejar hilvanada la plata
sublime de tu tristeza.
Fernando Alda
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