Al amparo del fueguecillo prendido en la chimenea, que consuela estos rigores de febrero, mientras la lluvia danza con el viento, de forma interminable, y las veletas no marcan rumbo alguno, la melancolía es el único refugio posible, pues los mirlos que cantaban en estos días en el jardín parecen haberse escondido, acaso asustados por el temporal y la refriega.
Y me acuerdo de Fray Luis en su celda en la Casa de la Inquisición en Valladolid, y de las melancolías y desasosiegos que padeciese en su proceso, las mismas que en ocasiones siente el alma cuando el mundo ruge como un león hambriento presto a devorar sus entretelas, y tengo yo también prisiones, aunque de otro modo, en las que la memoria resulta inútil para abandonarlas, y solo el fuego, que ahora calienta de forma tenue la estancia, parece la única salida en medio de tanto desconsuelo.
Es esperanza ese fuego, que parece tan pequeño y triste, y sus llamas traen alguna cordura en medio del helor de la soledad, y creo entonces volver a soñar, a sentir que el corazón recobra el pulso en medio del marasmo del tiempo, y me regresan el habla y la poesía, y se enciende la velita que dejé olvidada en el alféizar de la ventana con la helada, y Dios no ha muerto, sino que me sonríe y conforta, y ya puedo esperar el paso de la noche, aunque largo, como fuera el paso del Mar Rojo, pues habrá un alba y nuevas flores, unas azucenas, unos acianos, glicinas tal vez, en un jardín y todo comenzará como en el principio.
Tal es, en ocasiones, la angustia de vivir, de ser, aunque ya va vencida la muerte por Cristo y amanece y la luz ilumina los caminos, que llevan a Nínive, que me parecen dédalos de cuando todo estaba oscuro o no tenía nombre.
La lluvia se va llevando los restos de la batalla, yelmos antiguos, penachos de sangre, espadas rotas, banderas en jirones, adargas quebradas, lorigas herrumbrosas, un quejido continuo, como de insectos, las lanzas que fueron no en la rendición de Breda, sino las que prendieron la última luz del ocaso antes del desastre.
Y esa lluvia será el mar, y luego estas nubes que hoy ocultan el sol, y puede que mañana recibas alguna carta, que fue remitida hace mucho tiempo, y quedó prendida en los laberintos del minotauro, en los entresijos de algún reloj, tempus fugit, y ahora llega como un ensalmo o augurio, mas ya inútil del todo, correspondencia muerta, pues las noticias que ofrece ya parecen o son pavesas o puro polvo abandonado, con la indolencia de un gesto indiferente, en cualquier lugar, al borde del camino, sin nadie que pueda redimir lo que el papel ahora cuenta y ya es desmemoria.
Fernando Alda
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