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lunes, 8 de diciembre de 2025

Con los ojos muy abiertos, 25

 





XXV 


Foto: Fernando Alda



En el damero de la memoria
nunca se pone el sol,
no hay derrota, es victoria
alada la vida y fluye el don
de lo que es perpetuo. Voy derramando,
como si de lluvia se tratase,
laureles y triunfos,
en este desfile
de cuádrigas y falanges;
memento mori, dicen a mi espalda,
junto al oído,
mas hoy el día de gloria se encumbra
hacia los arcos que visten el cielo,
y aunque mañana
ya será pasado, no habrá muerto.


Fernando Alda

Con los ojos muy abiertos, 24

Foto: Fernando Alda

XXIV




En el asombro crece
la sabia espera que atesora
los diferentes estados de la luz,
sus colores, sus texturas,
su ensalmo, que derrama,
cuando va descubriendo,
sin pretenderlo, el esbozo
de lo que nos circunda y existe.
Como cuando abre
la corola del día y sus penachos,
y una flor,
demasiado hermosa, nos deslumbra.
En estos ensueños espero y dejo
caer, de entre mis manos
frías, levemente,
con indolencia,
un ramo de camelias que alguien
abandonó, sin saberlo, en el alféizar
de esa ventana rota, sin cristales apenas,
que da al mediodía de la vida.


Fernando Alda

Con los ojos muy abiertos, 23


Foto: Fernando Alda

XXIII




Hay días en los que desconozco
la razón por la que escribo,
el porqué de tanta melancolía
como nace de mis ojos al mirar,
distraído, el retablo del mundo.
Hay noches en las que nada sé,
en las que no hallo la razón
que habita en mi palabra,
de qué lugar procede
el agua que fluye
por los caños deshabitados
de la fuente que soy.
Y pregunto a las preguntas,
a los alcaravanes, a la tierra
que piso,
a las inestables veletas, tal vez
errando en lo que deseo conocer,
acaso sin saber muy bien
a quién preguntar.


Fernando Alda

Con los ojos muy abiertos, 22

Foto: Fernando Alda


 





XXII


No me habrá de importar
el lugar en el que darán
tierra oscura a mis huesos,
la fosa en la que depositen los despojos
fúnebres que seré,
si Cristo está conmigo, Él en su Cruz
y yo en la mía, ésta tan pequeña,
ya gloriosos por haber
resucitado a la vida que es para
siempre. No importarán
ni las lápidas ni los epitafios,
pues coronas de flores
serán entonces las estrellas
que alumbran el rostro del Padre,
el que ilumina mis pasos 
inciertos, en las cañadas
de este valle de lágrimas tristes.
Todo se habrá cumplido. Estaré
sereno, cuando amanece
eterno y la muerte va vencida:
alba seré, el paso del viento.


Fernando Alda