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lunes, 25 de octubre de 2021

Cuaderno de viaje, 16, 17, 18

 


16


La rotura de la luz 
sobre las arboledas, 
el deseo de la hiedra
al trepar entre la ruina
del aire. Tu voz.


17

Entre la niebla, un corazón
de amapolas, el despertar
de la noche y los recuerdos,
puede que la nostalgia
y la memoria,
un adiós lleno de tristeza
y desesperanza.


18

El barrio de la desilusión,
como estos versos
tan solos, tan abandonados,
que nadie quiere ni lee,
tal una cadena perpetua.


Fernando Alda Sánchez



viernes, 22 de octubre de 2021

Cuaderno de viaje, 13, 14, 15

 


13


Busco bajo el agua
la profundidad de los relojes
de arena, los caminos
oscuros, esa certeza
que habita en los labios
de la memoria. Pura rosa
de octubre, tan sola,
en la ventana del otoño.


14

Como un aullido,
el dolor, como un aullido,
en la soledad de las médulas,
como un aullido,
de azul sus ojos,
como un aullido.


15

Soledades de hielo,
alturas deshabitadas,
tal lágrimas
de mercurio, en el andén
vacío en el que esperas
a que te devuelvan la maleta 
en la que guardas
los besos desabridos,
esos abrazos de espinas
al amanecer.


Fernando Alda Sánchez

miércoles, 20 de octubre de 2021

Cuaderno de viaje, 10, 11, 12

 


10


Dobla una campana
en la ausencia, en esa sombra 
que da el manzano
deshojado, como un aullido,
la larga espera
para que los párpados
anuncien la noche
y el silencio.


11

Alcanza el día a contemplar
el paso de las nubes,
el alcaraván sigiloso,
de los mirlos y los vencejos,
justo al final de la ruina
en la que se esconde
el nombre de la hiedra,
su tierna altura.


12

Lágrimas de plomo
sobre el mar del dolor,
el desgarro, una herida
que sangra, como un golpe,
la fiera batalla
que se libra en los adentros
cuando el sol se pone.


Fernando Alda Sánchez



lunes, 18 de octubre de 2021

Hilvanes, versos de urgencia, 25, 26, 27

 


25



En el camino, la sombra
y la espera, la ceniza
de los árboles, el beso 
del agua que viene
con el viento, esa lluvia
de otoño, tan mansa,
que no borra recuerdos
ni rescoldos,
la incierta luz que se despierta
cada mañana al abrir los ojos.


26


Nombra tu voz
todo cuanto contiene la tarde,
el asombro que permite asomarse
al mundo y verlo nuevo,
aunque velado de nieblas
y tules, como gasas
de nubes que vistiesen
el esplendor de los soles.


27


Esa desmemoria del tiempo,
todos los olvidos posibles,
una esfera de reloj
oxidada, el espejo
partido, la imagen de ti mismo
rota, que tus manos
no abarcan o esa soledad
que te arde entre suspiros.


Fernando Alda



viernes, 15 de octubre de 2021

Cuaderno de viaje, 7, 8, 9

 



7


Ocre la copa del roble,
anaranjado fulgor de un fuego
muy antiguo, como la llama
sagrada que arde
dentro de mi corazón.


8

En esta arboleda hay lágrimas,
un espejo roto,
las alas de una libélula
que cruzó la noche,
la estancia oculta
en la que se enciende la memoria.


9

No parece que el viento
vaya a regresar por donde solía,
a estas alturas
del alzado de la ciudad; viene
muy solo, derrotado,
esperando un bálsamo
o un lugar para llorar.


Fernando Alda

miércoles, 13 de octubre de 2021

Cartas al lector, 42 / Donde sueñan los sueños

 


          Mi querido amigo:

           
          Recuerdo ahora el anochecer, el temblor de las primeras estrellas al asomarse a los cielos, como luciérnagas, tan pequeñas y débiles, allá, en la lejanía, para decir y nombrar lo que en el día ha sido y, tal vez, vuelva a ser cuando amanezca, mientras es otoño y las arboledas se tiñen de amarillos y ocres, tal llamaradas de un fuego que se extinguirá en cualquier atardecer, cuando menos lo espere, y se haya consumado esta liturgia de abandono y desmemoria.

           Resulta hermoso salir en estos días apacibles de octubre, en los que las tardes se van acortando, como a mi me parece que se acortan el deseo y la voluntad, acompañado por las hojas de los castaños, de los robles, de los viejos nogales, que nos ofrecen sus frutos como si de hespérides se tratase, mientras soñamos con Ofir, con Saba, con reinos perdidos entre la niebla del tiempo, con el paso del agua bajo los puentes, en la melancolía de todo lo que fluye, llevándose los rescoldos de la última hoguera en la que ardieron las lágrimas, las pasiones, los recuerdos que afloraron al amanecer, cuando creíamos que todo era nuevo, antes de la extinción.

           Me he puesto un poquito de agua de colonia sobre la cara, para tratar de alegrar, mínimamente, la mañana. El perfume parece como la magdalena proustiana, pues desentierra miradas y aromas, el aleteo de una mariposa, la fragilidad de una libélula, y bajo la piedra de basalto que me sirve de pisapapeles en el escritorio he dejado una cuartilla arrugada, con unos versos que escribí ayer, o cualquier día, y que rescaté de la papelera como quien salva un pajarillo de morir ahogado en un estanque, pues tiene un ala rota, con plomo en ella. Acaso también mi poema tenga un ala inservible, pero intentaré restañar sus heridas, para que vuelva a volar, para que visite otros nidos, y entre las copas de los chopos deje un hilván de color.

          Hoy me vence, más que nunca, esa melancolía crónica con la que miro el mundo. En las médulas se esconde esa tristeza otoñal que parece nos conduce a un abismo, pero algo ríe en mis adentros, sin sarcasmo; tal vez sea esa sabiduría silenciosa que te da el saberte como de vuelta de todo, ajeno a los ajetreos y desvelos del mundo y sus sinrazones, que pese a  que  sigue con sus representaciones y retablillos, de pobres y mudos títeres, no te roza, pues tu libertad la has puesto en lo Alto, en quien es mucho más grande que cuanto existe. Como si las cenizas de aquello que se representa y muere se las llevase el viento en otra dirección.

          Y es bueno sentirse así, de vez en cuando, viendo únicamente el esplendor de la hierba, los ropajes con los que se visten los lirios y las glicinas, los acianos y las azucenas, ajeno a la representación, fuera de ella, sin ser cómplice con tanta atrocidad y desvarío. Tal una tarde en el campo, admirando la sombra de las encinas, la silueta atormentada de los peñascos, las tierras yermas y abiertas, las nubes altísimas, algún milano sobrevolar estas soledades, el alcaraván esbozar su vuelo como si de una ofrenda se tratase. Sin mayor disgusto o agobio que escuchar tus pasos sobre el sendero que alcanza las colinas, allí donde sueñan los sueños y se nos ofrecen en abundancia.

        Se que ahora estarás también tú contemplando los esplendores del otoño, sus oros viejos, el rojo de los melojos, el fruto de los escaramujos, los majuelos, el temple del serbal de cazadores, los madroños que nos entregan su ofrenda ardiente, o los erizos de los castaños, ya cuajados, rompiéndose, para saber lo hermoso que resulta vivir. Te dejo con esas miradas que acabarán incendiándose en la primera puesta de sol, como carbones antiguos, y te dejo, también, con la hoguera de tus recuerdos, que en ocasiones se parecen a los míos.

        Tuyo siempre

Fernando Alda


domingo, 10 de octubre de 2021

Cuaderno de viaje, 4, 5, 6


4

La incierta luz que amanece
en estos ojos vacíos 
en los que aún late la espera,
el último rayo de sol del ocaso
en el que viste
a la muerte vestirse de blanco.


5

Duerme la música un sueño 
de arcángeles, la voz debida...


6

Se levanta el sueño
como un oleaje de sombras...


Fernando Alda