7
Ocre la copa del roble,
anaranjado fulgor de un fuego
muy antiguo, como la llama
sagrada que arde
dentro de mi corazón.
8
En esta arboleda hay lágrimas,
un espejo roto,
las alas de una libélula
que cruzó la noche,
la estancia oculta
en la que se enciende la memoria.
9
No parece que el viento
vaya a regresar por donde solía,
a estas alturas
del alzado de la ciudad; viene
muy solo, derrotado,
esperando un bálsamo
o un lugar para llorar.
Fernando Alda
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