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miércoles, 12 de agosto de 2020

Como el sueño de San Virila


      Ayer llovió como solo puede hacerlo la melancolía de la plata vieja, el fulgor que desprende su piel, la secreta inocencia de los versos que se vuelven aire al nacer. En el jardín el aura del agua, el fulgor de los sueños, todo lo que estás esperando en estos días y no acaba de llegar y se te ofrece como una larga espera desde las alturas, midiendo el corto recorrido de las horas, que no acaban de alcanzar la orilla de este mar por el que navegas sin rumbo fijo, aguardando el momento, el deseo y la voluntad de arribar a algún puerto seguro, cansado como estás de tanta tormenta y tanta desmemoria.
      Un llanto nazarí se te descuelga de los ojos y de la garganta, muy hondo, por todo lo perdido en el camino, quizá Granada, por las alas de mariposa rotas que abandonaste en cualquier cuneta, por el trino de los pájaros que no escuchaste cuando solo te mirabas el ombligo,  por todas las certezas que rompiste en un arrebato de furia inútil. Y todo arde en una hoguera de vanidad, de ruido, de aire muerto, desprendiendo un humo acre y espeso que corona la mañana en su soledad, desasido el horizonte, que va a la deriva, en este desasosiego que te cerca y amarga.
     Nada parece tener motivo de reflexión, no aciertas a encontrar un hilo que ir desmadejando, como el de Ariadna, pues el Minotauro no te espera en la profundidad del laberinto. Las ínsulas están confundidas en los archipiélagos de los mapas, Escila y Caribdis asoman sus fauces en cualquier estrecho, y la amenaza del Tártaro proyecta sus sombras allí donde pones los ojos. Hoy solo estás para el corazón, a la deriva la mente, escuchando sus cantos de sirena amarrado al mástil del dolor, tal Ulises en su nave, acaso como en el cuadro que pintara Herbert James Draper en 1909.
     Inicias ahora un Camino de Santiago, perdido entre emociones, sosteniendo firme el bordón en el que se sustentan tus lamentos. Y el día pasará, la noche será nada, y habrá nuevas promesas, otros sueños, tal vez la esperanza. Una de las parejas de carboneros garrapinos que se ha avencindado en el jardín trina y el tiempo y el mundo se detienen, como le ocurrió a San Virila, en su monasterio de Leyre, perdido como estaba contemplando la eternidad, puede que el rostro de Dios. Era entorno al siglo X y el tiempo se contaba de otra forma, pues no era oro, sino paz, no se medía o pesaba, se vivía y se rezaba.
      Si todo fluye,  como dejó dicho Heráclito, nada retorna, y nos encontramos perdidos en las aguas de un río turbulento que no nos permite enderezar la balsa. Acaso el filósofo presocrático estaba equivocado, y aunque todo fluya, en el fondo del cauce quedan restos y limos, piedrecillas y raíces, que conforman un pasado que nos sostiene, y que emerge, de vez en cuando, para que volvamos a bañarnos en las aguas que ya hemos conocido, y el río sea entonces circular, y no lleva a parte alguna. No se, es la fiebre de los desvaríos, la alucinación del día que viene hueco, sostenido con pinzas en medio del aire.
      Mañana será mañana, o puede que hoy, siempre hoy, y el tiempo tampoco nos lleve a ningún lugar, atascado como está en sus propios engranajes, aunque ya la muerte se encargará de poner las cosas en su sitio, con la destreza que muestra para igualar hombres, situaciones y linajes. Lo mejor es dejar todo en manos de Dios, pues Él es el único que sabe a dónde llevarnos. Que se obre su voluntad. El resto es oficio sin resultado, arena y viento, furia vana. Cabalga la luz, el cielo alcanza.
Fernando Alda Sánchez

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