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Espera tu nombre entre los labios del viento
para ser pronunciado despacio
cuando vas llegando al final de este verso,
de azul la muerte, sobre el tejado,
que cuenta tus pasos en la alameda
que refresca la tarde en este estío
sin lágrimas, tan seco que podría
comenzar a arder en las voraces
hogueras del ocaso. De alma y cielo
son tus ojos, que se asoman
por el barandal de las nubes
entretejidas en las costuras del aire
y de la sombra,
esperando la ofrenda que vendrá en el otoño,
promesa y altura, mientras en los campos
se abriga una esperanza de amapolas,
la profundidad de la voz que desde lo hondo
de los caminos resuena fuerte,
buscando, acaso, la bóveda de los cántaros
rotos que aguardan en el olvido
una mano que los rescate.
El corazón te pide más asombro,
otro latido, pues confía en que te alzarás
de entre las cenizas del lenguaje,
que hoy no quiere ser. Y palpitas.
Fernando Alda
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