Al igual que las ciudades que ardieron hasta los cimientos, tal Cartago, así los recuerdos se encienden en la memoria, calcinando los tuétanos, en este otoño que nos deja sus mejores ocres y gualdas, como en un eterno ocaso, en las soledades de las Batuecas, donde parece estoy, transitoriamente, entre las peñas desabridas y el bosque, en las que intentaré hibernar el alma, que necesita también de silencio, de retiro y acomodo pausado, para no perecer en este retablillo de la prisa y el ruido en el que representamos nuestras figuraciones, según nos dejan los otros, o convienen las apariencias y circunstancias.
Pudiera asemejarse todo a un encantamiento, pero Frestón no parece haber tenido mano en ello. Mas, si no lo entendiéramos bajo modo alguno, dejemos correr el agua de este Leteo en el que nos bañamos desde el alba hasta la anochecida, con el sueño solo de la Estigia, pues parecen las aguas siempre las mismas, como estancadas, que podrían ser nuestra morada última si no somos capaces de despertar a tiempo. Cristo sigue llamando a la puerta, pero no le correspondemos y acaso no le dejamos ir más allá que del recibidor de nuestros adentros, como si fuese visita no deseada o de compromiso, cuando debería pasar hasta la cocina e, incluso, a los trasteros, en aquellos en los que guardamos nuestros coseros más ocultos. Ay, mi buen José Jiménez Lozano...
La mirada, así hoy, como perdida entre retales de niebla, arrebujada en las entretelas del día, esperando su espera, la paciencia meticulosa, como la de un relojero, esa que lleva al triunfo y a los ecos, como si estuviese el corazón en zapatillas de andar por casa, sin querer salir a cuerpo, a los bulevares de los árboles tristes, abedules o tilos, sauces acaso, allí donde anida la lluvia.
No se muy bien qué contar, ni siquiera cómo hacerlo, pues el idioma se esconde en intrincadas selvas, en las trampas de la conciencia, entre los despojos de los sentidos, que quieren conocer cuanto nos circunda y alienta, pero o no pueden o bien no se atreven.
El día se tensa como el arco de Odiseo, entre estas ínsulas tan extrañas como extraño es el corazón, y cualquier resultado podría darse al resolver la ecuación de los sentimientos, tal vez imposible, poseídos por una matemática inexacta que trata de acomodarse al tiempo, que viene en pedazos.
A la memoria regresan, como otras veces, como los vencejos, los versos, en esta ocasión los de Octavio Paz, que dicen
"Arquitecturas instantáneas
sobre una pausa suspendida,
apariciones no llamadas
ni pensadas, formas de viento,
insustanciales como tiempo
y como tiempo disipadas"
o los de Dulce María Loynaz
"Es tarde para la rosa.
Es pronto para el invierno.
Mi hora no está en el reloj...
¡Me quedé fuera del tiempo!"
Y abro las manos, para acoger una ofrenda o para bendecir lo que Dios quiera, y el azul del cielo, que hoy es rotundo, intenso, inmaculado, habla otro lenguaje, aquel que recibo como un ensalmo para abandonar estas melancolías que me visten tal un disfraz de noche, de sombra, de nada.
Fernando Alda
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