Buscar este blog

jueves, 9 de noviembre de 2023

La mirada inactual, 1 / El arte de mirar


         Inicio una nueva serie de entradas en el blog que, bajo el título genérico de "La mirada inactual", pretenden ser impresiones o apuntes  que el poeta va tomando, a vuelapluma, de cuanto le rodea, sin ninguna intención de aplicar a su mirada los parámetros de lo actual o de la actualidad, ni siquiera de la prisa, de la furia o el ruido. Me declaro abiertamente anti postmoderno, pues trato de beber de la cultura clásica y antigua que ahora parece otros quieren aplicar sobre ella la "damnatio memoriae" de la vieja Roma, o, lo que es lo mismo, la cancelación. El lector sabrá sacar partido de todo cuanto diga.


          Mirar. Ejercer el deseo de ver. Asomarse a cuanto nos rodea, a ese entorno de figuras, "lucis et umbrae", contornos o perfiles, y volver a mirar, regresar a la mirada, a la de siempre, a la mirada que se nos ha olvidado ejercer, pues ya no miramos, sino que tan solo vemos. Mirar, a lo nuevo no, sino con la mirada  que estrena lo viejo, la que renace, para asomarnos con ojos inactuales, los de la vieja cultura, y sentir que la llama sagrada de Dios y del hombre sigue ardiendo entre los sarmientos del otoño para calentar los inviernos de los adentros, en el Edén. Mirar, sin dejar de hacerlo, en la fe de la espera, que es la esperanza, con la caridad de saberse vulnerable y, por tanto, necesitado del amor de Cristo y abierto siempre a lo trascendente.

        Y así, estos días en los que arden las alamedas con un fulgor de muerte, como en una procesión de difuntos, y las jornadas se acortan, pues la noche viene en sobresalto, enseguida, en un pulso con el sol y el tiempo, y parece que la niebla va entretejiendo sus dedos entre los bosques y las rocas, junto al musgo, como buscando una salida, y ya nada parece posible, salvo esperar que unos versos vengan a redimir nuestra soledad, como el que escribiera Juan Ramón Jiménez

"Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando"

o estos otros de Dylan Thomas, que dicen

"Yo
tengo que yacer
quieto como una piedra
junto al tabique de hueso
de jilguero escuchando el
lamento de la madre oculta
y la oscurecida faz del dolor
que arroja el mañana como una espina..."

          En la palabra, la voluntad de ser, de recibir, como una ofrenda, los cristales rotos de esa ventana por la que el viento se cuela en tu alcoba, fugitivo, tal vez, y son entonces, por ahora, los versos de T.S. Eliot los que resuenan como pasos en una escalera de mármol, con toda sonoridad

"Somos los hombres huecos
Los hombres rellenos de aserrín
Que se apoyan unos contra otros
con cabezas embutidas de paja"

o, tal vez, los de su "Tierra baldía"

"Abril es el mes más cruel; engendra
lilas de la tierra muerta, mezcla
recuerdos y anhelos, despierta
inertes raíces con lluvias primaverales"

        Cae la ceniza como caen las lilas, como lo hacen las glicinas, como los pétalos de las rosas de Heliogábalo, tal pintara en su cuadro el holandés Lawrence Alma-Tadema, tal han caído los pétalos de la última rosa de mi jardín, allá por octubre, que hoy se desdibuja entre los velos de esa lluvia otoñal, tan ajada, tan fría, que viene a verme.

         Arden en la chimenea un par de troncos, casi minerales, de encinas de Ávila, y con el fuego danza el tiempo, o la Dama de Azul, siempre presta a llamar a tu puerta, y otras lecturas regresan entre carbones, y ya dudas de si te pertenecen o habrás de hacerlas tuyas, de acogerlas en tu seno, de ponerlas a dormir bajo la almohada.

         Mientras la lluvia besa los cristales de la ventana, igual que se besa la frente de un muerto antes de cerrar el ataúd, nada parece haber cambiado en el mundo, pese a sus revoluciones y sus giros copernicanos, como pensaba Giovanni Tomasi di  Lampedusa, en su "Gatopardo", pues estamos empeñados en cambiarlo todo para que al final nada cambie. O eso creemos.

        Parece arder la piedra, tal buscando su extinción, o un jardín en el que  anidar, el de los Finzi-Contini, el de Giorgio Bassani, en lo que hoy me parece la lejana Ferrara, que un día, siendo un joven estudiante universitario, visité, siguiendo los pasos de Alfonso de Este cuando encerró a Torcuato Tasso y el hermoso poema de Jacinto Herrero, como también me ocurriera cuando estuve en Rouen, en Francia, recordando el poema que dedicó a Juana de Arco, a la que los ingleses quemaron allí, en la brumosa Normandía, tratando de evitar la bíblica trampa del cazador, que da, por cierto, título al libro de Jacinto que reúne éstos y otros poemas, o la red del tiempo o sus devastaciones.

      Y pese a que el fuego y la tarde se apagan ya, la memoria se abre a la noche y en las estrellas se encienden rostros y puede que algunos desmemoriados versos, que quedarán olvidados como se olvidan unos acianos, recién cortados, en un jarrón de niebla junto a la ventana.

Fernando Alda


        

        


No hay comentarios:

Publicar un comentario