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viernes, 24 de noviembre de 2023

La mirada inactual, 3 / El infinito y el fuego

   


           En la altura del día parece habitar el viento, que regresa, ahora que es otoño, a los caminos de siempre, como buscando su origen, la duermevela del deseo, la madre de la voluntad, y, en ocasiones, deja jirones de transparencia en las veletas herrumbrosas, descarnadas, a las que hace girar como si jugase con ellas, con rumbo indefinido, y entre el sol y la lluvia pinta lienzos ocres, llamaradas amarillas, con un fulgor de rescoldos últimos, los que se van extinguiendo sin remisión en el hogar metálico de casa.

            Y entre las lágrimas que va dejando el día, urentes y desabridas, estos versos de Calderón de la Barca

"¿Qué género de ardor es el que llego
hoy a sentir, que más parece encanto,
pues luciendo tampoco abrasa tanto
y abrasando tan mudo, arde tan ciego?

¿Qué género de llanto es sin sosiego
éste, que a tanto incendio no da espanto,
pues al fuego apagar no puede el llanto,
ni al llanto puede consumir el fuego?"

         En estos vaivenes se entretiene la imaginación, que suele tener tendencia a desbocarse, a no querer brida alguna, para así soñar, incluso, con lo improbable, y aún más con lo imposible, con ese enamoramiento extraño con el que en ocasiones nos regala y seduce, tal vez para que nunca perdamos la esperanza contra toda esperanza.

          Así el verso que Dante encontró a las puertas del Averno

"Lasciate ogne speranza, voi ch´entrate"

y me tiembla el alma solo al recordarlo y ver danzar las lenguas de fuego lamiendo los duros troncos de la encina, que tratan de resistir semejantes embates sin mucha fortuna, en vano, olvidados ellos también de cualquier misericordia.

         Pido fervientemente a la memoria que no desentierre más versos así, al menos por hoy, pues el corazón no está para determinados vasallajes, y prefiere dormir entre las nubes, o tratar de acariciar el horizonte que se ofrece, como a Leopardi se le ofreció el infinito en su poema del mismo titulo, poema éste que me lleva a otro del italiano

"D´in su setta della torre antica,
passero solitario, alla campagna
contendo vai finché non more il giorno"

que, por supuesto, no es menos hermoso que el anterior.

       Aunque parece que nada retorna, todo vuelve a su origen, como los caminos, que a Roma llevan, tal vez por ser ciudad eterna, o por la confusión de los laberintos, de los dédalos en los que se pierde, las más de las veces, la palabra, que no acierta a explicar determinados estados del alma, algunas melancolías, como las que sufrió Fray Luis de León cuando estaba preso. Al menos, tengo a Cristo, que me acompaña siempre.

       No es fácil retornar, por mucho que sigamos el filo de los círculos, el perímetro de las circunferencias, que en ocasiones nos parecen óvalos, o ceros, como la novela de Arthur Koestler, "El cero y el infinito", que de tan terribles cuestiones nos habla, cercanas en la memoria. La historia conviene recordarla, como nos alentaba Jorge Santayana, que acaso aprendió a ello durante su infancia en Ávila, a la que tanto recuerda, al mirar los cielos inmaculados y las alturas, para que no estemos condenados a repetirla, pues ya se sabe lo olvidadizos y desmemoriados que somos.

       Cuanto más miro el mundo y a los hombres que lo pueblan, menos los entiendo, así que hoy dejaré la mirada abandonada entre las azucenas, tal San Juan de la Cruz, o entre la hojarasca que va amontonándose en las cunetas de los caminos, en las aceras, junto a las tapias también, y parece una ofrenda última de lo que está muriendo, y en mayo será una rosa que dejará luz y alegría, y, por ello, consuelo, en los ojos y en los adentros, tan ateridos y solos, deseosos de salir a la superficie para respirar y olvidarse de las cenizas del invierno.


Fernando Alda






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