Aletea una calandria en la sombra
del jardín, y es, tal vez,
el grosor de la vida,
la balanza con la que nos pesarán
el alma, el día del Juicio.
Desde ahora pido a Dios misericordia
por los días en los que me alejé de su Casa
y eché en el olvido su presencia.
Solo el esplendor de las glicinas
me devuelve el sosiego,
y la tersa luz de junio,
que se alarga hasta abrazarme.
Fernando Alda
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