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martes, 10 de octubre de 2023

Azul el día, 28

 


28



Esperar la muerte leyendo,


en estas soledades en las que crecen los árboles,
mientras la lluvia recuerda su sueño
y su presencia y se derrama en velos
transparentes en los círculos de la nostalgia.
Todo lo que has sido arde ahora
en una hoguera de muebles viejos,
junto a las cartas escritas por el dolor,
remitidas por la fiebre que amanece
en los huesos y es mirada
ausente, un tuétano de hielo
que dejas abandonado como se olvidan
unas flores recién cortadas sobre una mesa,
en silencio, sin desgarro,
con la resignación de la piedra
que se amolda al cincel en silencio,
cuando el aire llora y al final llueve,
y hay una paloma que deja su vuelo
prendido en el tejado de casa,
como llamándote. Nunca el recuerdo,
solo espejismos, un soñar
de mariposas de sangre que pintan
trazos de escritura y voces,
las palabras con las que escribir
el que será su epitafio.


Fernando Alda

Azul el día, 27

 


27



Se cierne sobre la tarde una tormenta de memoria,


como un resplandor de nubes ardiendo
que presagian las lágrimas del viento,
su derrota en esta esquina en la que todo el mundo
espera su destierro, la hoja de ruta
para seguir caminando en estos valles
oscuros, cuando el sendero solo es el agua
que arrastra los restos del incendio que es vivir.
Y así el deseo, en ascuas, rescoldos
que en la mano alumbran otras melancolías,
el final cierto de lo que existe
y luego será humo acre,
ceniza de sombras, nada.


Fernando Alda

Azul el día, 26


26



 Espera la noche que te abraces a ella


con esos himnos que escribes
mientras el mundo se derrumba en escombros,
y sea entonces, ahora, acaso,
el reino de la luciérnaga,
la mirada que ofrece a todo cuanto es
y se asoma al balcón del mediodía
en un prodigio de altura y sombra,
como el ciprés de Silos,
que el cielo rasga anunciando
el cántico de la aurora que sepulta
la tiniebla espesa en la que ardieron
las estrellas, como ascuas
de una hoguera remecida por el viento
final que trae el agua y el asombro,
y sobre estos muros imprime
su carácter, la bendición
de un pájaro que canta 
entre las ramas de la morera que crece
aún en el patio en el que la niebla
no deja enhebrar los recuerdos,
la parsimonia o la beatitud
con la que se presentan las horas
cosidas en este reloj de arena
que llevas tan dentro.


Fernando Alda

Azul el día, 25

 


25



Es la ausencia el lecho


alado en el que duerme la inocencia,
la estancia para vivir una muerte
prolongada en el espejo del tiempo,
triste azogue,
relato cierto, un aura
azul sobre la luz amarilla que ciega
tus ojos cuando desde el asombro
de la claridad
miras cómo se descorchan las botellas
llenas de lluvia y de aire,
el último resplandor antes de la tormenta.


Fernando Alda

Azul el día, 24

 


24



Aroma el galán de noche


este jardín perdido entre los sueños
que dejaste abandonados en un bosque
de espumas y luciérnagas,
como lluvia asperjada sobre la sola
rosa de la melancolía, un canto
de la sombra cuando paseas
bajo pórticos de piedra,
junto a fustes truncados y capiteles
mordidos por la avaricia del tiempo
en su propia ruina,
que va atesorándose en los arcos
de plomo de la memoria,
sin conocer cómo la gota
cava la lápida bajo la que yacen
el delirio y la espera,
en la paciencia de ver crecer
una hierba sin esplendor
ni corona, cuando estás buscando
en el andén de ese destino
al que nunca llegarás un billete
hacia el final del ocaso,
apurando los posos de un vino
amargo y desolado,
como un sacrificio 
que entregas
a la devastación de la aurora.


Fernando Alda

Azul el día, 23

 


23



El árbol y la sombra, que se asoman

en la tranquilidad de la tarde inacabable
que enciende una fuente en este patio
de misterio y ausencias,
mientras presientes cómo la sangre
alimenta el ajado laurel de todas las victorias
y desde el sur viaja un viento
solitario que va peinando los oteros
y la desmemoria.


Fernando Alda

viernes, 6 de octubre de 2023

Azul el día, 22

 


22



Bendecida sombra la que del verano


te alivia de sus rigores, y es lectura
homérica o de inconclusas
leyendas,
cuando en la plenitud de la mañana
permite que la memoria vaya abriendo
cajones y alcancías, y muestre
los ocultos deseos que conforman el recuerdo,
la fotografía en sepia por la que te asomas
a todo cuanto fue y luego ha ardido
en hogueras de nieblas, en los largos
caminos que recorre la vida,
en los que se fueron quedando
la juventud y el vigor,
abandonados en las cunetas de los años,
como un paisaje desolado
que nadie habitase, solo el miedo
al término, al final absoluto,
entre las flores y la escarcha
que este invierno permanente
va dejando en los cristales de la ventana
desde la que miras el tiempo
desmadejado, tan incierto y pobre
como la tierra que poseerás
cuando te bese la dama de nieve.


Fernando Alda