Buscar este blog

martes, 31 de diciembre de 2019

El ojo de la aguja

"Es pequeñito"... dice mi hija Irene Ruth,
entre sus dedos cualquier minucia,
pues casi a sus tres años
ya ha aprendido, magistralmente,
sin quitarse de la boca,
el chupete que adora,
la esencia del mundo:
todo es pequeño y vulnerable,
y en las almas que parecen diminutas
se encierra la verdad y la profundidad
de la vida, la estatura más grande
para ser el camello que al pasar por el ojo
por el que se enhebran todas las agujas
demuestra que el Cielo
se alcanza despojado
de inútiles equipajes.

Fernando Alda Sánchez

sábado, 28 de diciembre de 2019

Entre belenes



          La llanura inmensa, desbordante, los cielos altos, transparentes. Los caminos abiertos, para ir a todas partes, sabiendo que en la búsqueda podrás perderte y hallar aquello que deseas con tanto fervor que te arde el corazón. En estos primeros días del invierno, con la helada siguiéndonos los talones, en los que parece que todo acaba de echarse a dormir y casi nada respira, aunque está latiente, esperando la lejana primavera para verdecer y volver a soñar.

           Con estos encajes del alma recorrimos un pequeño grupo de personas una de esas rutas sorprendentes que nos salen al paso, en estos días de Navidad, en los que Cristo nace y nos ilumina, aprovechando el débil sol con el que arrancaba el día en La Moraña, en tierras de pan y cielos limpios. Una ruta de belenes, de portales, de pesebres, de misterios, de nacimientos, pues tantos y tan evocadores nombres recibe la cueva de Belén a la que vino la Salvación del mundo.

          Se trata de una ruta de belenes que han realizado los propios feligreses con mucho amor y dedicación, bajo la dirección y el empeño de su párroco. Han logrado un pequeño milagro en estos pueblos de Ávila, como Constanzana, Don Jimeno, Cabezas de Alambre y Collado de Contreras. En estos días de alegría para los creyentes se multiplican los belenes por todas partes, en pueblos y ciudades, en iglesias, conventos, residencias, colegios y en domicilios particulares. Muchos de estos misterios son de gran valor y en todos ellos hay destreza y cariño. Pero hoy quiero fijarme y resaltar estos de los que hablo, pues además de su valor, suponen un ejemplo de tesón en esta Castilla deshabitada, por lo que tienen de espejo en el que mirarnos para comprender que lo más sencillo es lo mejor.

       Ni que decir tiene que, por proximidad a estos pueblos, visitamos primero Fontiveros, cuna de San Juan de la Cruz, la que fuera su casa natal y la Iglesia Parroquial, en la que reposan su padre y su hermano. Allí bien supimos de la "fuente que mana y corre..." y de la "llama de amor viva" que de alguna forma prendió en nosotros.

     Es Navidad, y lo es porque ha nacido Dios que se ha hecho niño para estar con los hombres, en medio de ellos, uno más con nosotros, para acompañarnos en nuestra debilidad y nuestro sufrimiento y ofrecernos la Redención.

     Como ya me ocurriera en otras ocasiones, de nuevo alejado del mundanal ruido, de todos los postines de la Navidad que se nos ofrece como regalo y como consumo. Metido en andanzas como la "monja andariega", como Teresa, buscando en el silencio, en el abandono, aquello que es lo único que puede llenar el inmenso vacío que nos corroe por dentro. Puedo asegurarte, querido lector, que encontré paz, mucha serenidad, visitando estos pesebres que la voluntad de sus autores construye año tras año, en memoria de quien nos da la verdadera libertad.

   Ya de regreso a casa, el tiempo perdido, acaso desvariado, con el sol hundiéndose entre los paralelos del mundo, dibujando un horizonte al rojo vivo, sin siluetas que estorben, solo las colinas como testigos de semejante incendio, en el alma deseos, nostalgias y recuerdos de infancia, como cuando de entre el serrín de un cajón de madera sacábamos las figurillas de barro con mucho cuidado para no romperlas y armar nuestro Belén en casa, con la ilusión prendida en los ojos para contar la historia más grande que puedan tener los hombres. Y todo parecía nuevo.

     Afortunadamente, ahora también y pese a todo, sigue siendo Navidad.

Fernando Alda Sánchez


(La foto, que hizo  quien esto suscribe, corresponde al Belén parroquial de Collado de Contreras, La Moraña, Ávila)



 

viernes, 27 de diciembre de 2019

Navidad, y 3

En Belén, la Luz recién

amanecida en las manos del Padre:
Dios ha nacido entre los hombres,
la Salvación en un pesebre.
La noche es un palacio
habitado por pastores y ángeles.
El Niño, María y José,
dulcísimos nombres.
Hay alegría de hogueras,
Gloria excelsa en los cielos
encendidos de cánticos
y paz en los corazones
sencillos y claros.
Navidad para el mundo,
un sueño de lámparas y luceros,
el Señor con nosotros,
nos alumbra la Verdad.

Fernando Alda Sánchez

miércoles, 25 de diciembre de 2019

Navidad, 2

Hoy recuerdo infancias y cielos,

cuando la nieve era una pavesa del frío.
Navidad, Dios con nosotros.
La noche mira con ojos
encendidos, abre sus labios
y pronuncia nombres muy antiguos,
como figurillas de un Belén
recuperado en la nostalgia y la niebla.
Estoy despierto, como los pastores,
aguardando al ángel y a la Luz.
El tiempo no existe
y el alma está vestida
con el color de los lirios.
Es lo que esperaba, la serenidad
y la certeza.
Voy a seguir la cabellera
ardiente del cometa,
ya no me importa
la línea del horizonte.
Adoraré, humilde y roto,
al Niño, y su mirada
será para mí, siempre,
Navidad y Salvación.

Fernando Alda Sánchez

martes, 24 de diciembre de 2019

Navidad, 1

La nieve es recuerdo

de arboledas y ciudades
mientras se derrite en el cristal
de la ventana: Navidad.
Hoy no hay tristeza en tus ojos,
estrenas la luz: el Niño
ilumina el mundo,
que se hace más transparente.
En tus manos, los años
vencidos, la nostalgia de la edad
desvanecida, el asombro
renovado, mientras las estrellas
y los ángeles dibujan la noche,
que amanece eterna.

Fernando Alda Sánchez

lunes, 23 de diciembre de 2019

Morada

El fuego y el hogar: luz de Cristo

que habita las estancias
mientras la noche
se adormece entre las colinas.
¡Tanto amor! Presiento tu rostro,
Abba, en el fulgor de los luceros
que presagian un sueño
de arcángeles y de Resurrección.
Como cuando hablabas con Abraham,
dos amigos, en su tienda:
así te escucho en el silencio
intenso de los desiertos,
en la soledad
dolorosa del vivir y de las auroras,
atento siempre al pan del cielo
que será morada y perfección.

Fernando Alda Sánchez


sábado, 21 de diciembre de 2019

A la intemperie



          El viento se lleva el sol y lo tiñe de nubes. En la calle, nadie, ni un alma, solo el resplandor de amores que se perdieron, de suspiros que se desvanecieron con las hojas secas en el otoño, que ya va muerto esperando el albor de la nieve y el invierno. Son exequias de abandono. Los ojos buscan la iluminación del día, la miniatura colorida de los códices medievales, pues parecen las únicas ventanas por las que puede entrar algo de luz a las entrañas que hoy están revestidas de tinieblas en una ceremonia de confusión y de atardeceres.

         Abres el diario y la tinta tiembla al plasmarse en escritura, no hay certeza. El alma está a la intemperie, desabrigada, en pleno desasosiego, buscando puertos con suficiente calado en los que ampararse ante tanto desvarío. Los caminos están llenos de salteadores, de celadas, de barros muy densos que los hacen impracticables. Escribir no aleja los fantasmas del olvido ni las cenizas del tiempo o de la historia.

          Y como siempre, regresas a la lectura, al abrazo del libro, en ese abandono de toda fuerza, de toda resistencia, con la voluntad de permanecer viviendo otras vidas y sintiendo otros sentimientos. Acaso una lágrima abre surcos en tu mejilla, como un último adiós. Y te sientes, de nuevo, vivo, con el gozo necesario de salir a pecho descubierto a proclamarlo aún a riesgo de terminar frente a un pelotón de fusilamiento.

        En las veletas gime el destino de los hombres, tan perdidos y desolados, buscando, como Narciso, su propio rostro en los charcos de agua, en las lagunas estigias de la desmemoria y la extinción. Bastaría alzar los ojos a lo Alto para no ver tanto ombligo azul, gangrenado. Parece que el hombre se ha empeñado en vivir en una permanente metástasis espiritual, como un reflejo de si mismo que no puede encontrar hondura ni horizonte. Falta altura.

      Tal vez nos hemos empeñado en enterrar nuestra esencia, el barro divino del que estamos hechos, en un calaje que dejamos abandonado al albur de la fortuna, a las predicciones del horóscopo, aferrados ciegamente a lo que creemos es nuestra libertad. Y tenemos miedo a pronunciar el nombre de Dios, pensando que eso nos empequeñece, sin saber que su amor nos hace más fuertes y más libres.

     Me siguen temblando las manos al escribir. La tinta fluye turbia desde la estilográfica, como si quisiera ser sangre, ardiente tributo que me acompaña en este humano respirar, en el viaje hacia el interior de uno mismo en el que ya voy sin temor, pues no estoy solo. La Luz llega. Pronto será 24 de diciembre, y luego, Navidad.

     Ahora, más silencio. Adviento.

Fernando Alda Sánchez


(Foto: Pixabay)