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sábado, 28 de diciembre de 2019

Entre belenes



          La llanura inmensa, desbordante, los cielos altos, transparentes. Los caminos abiertos, para ir a todas partes, sabiendo que en la búsqueda podrás perderte y hallar aquello que deseas con tanto fervor que te arde el corazón. En estos primeros días del invierno, con la helada siguiéndonos los talones, en los que parece que todo acaba de echarse a dormir y casi nada respira, aunque está latiente, esperando la lejana primavera para verdecer y volver a soñar.

           Con estos encajes del alma recorrimos un pequeño grupo de personas una de esas rutas sorprendentes que nos salen al paso, en estos días de Navidad, en los que Cristo nace y nos ilumina, aprovechando el débil sol con el que arrancaba el día en La Moraña, en tierras de pan y cielos limpios. Una ruta de belenes, de portales, de pesebres, de misterios, de nacimientos, pues tantos y tan evocadores nombres recibe la cueva de Belén a la que vino la Salvación del mundo.

          Se trata de una ruta de belenes que han realizado los propios feligreses con mucho amor y dedicación, bajo la dirección y el empeño de su párroco. Han logrado un pequeño milagro en estos pueblos de Ávila, como Constanzana, Don Jimeno, Cabezas de Alambre y Collado de Contreras. En estos días de alegría para los creyentes se multiplican los belenes por todas partes, en pueblos y ciudades, en iglesias, conventos, residencias, colegios y en domicilios particulares. Muchos de estos misterios son de gran valor y en todos ellos hay destreza y cariño. Pero hoy quiero fijarme y resaltar estos de los que hablo, pues además de su valor, suponen un ejemplo de tesón en esta Castilla deshabitada, por lo que tienen de espejo en el que mirarnos para comprender que lo más sencillo es lo mejor.

       Ni que decir tiene que, por proximidad a estos pueblos, visitamos primero Fontiveros, cuna de San Juan de la Cruz, la que fuera su casa natal y la Iglesia Parroquial, en la que reposan su padre y su hermano. Allí bien supimos de la "fuente que mana y corre..." y de la "llama de amor viva" que de alguna forma prendió en nosotros.

     Es Navidad, y lo es porque ha nacido Dios que se ha hecho niño para estar con los hombres, en medio de ellos, uno más con nosotros, para acompañarnos en nuestra debilidad y nuestro sufrimiento y ofrecernos la Redención.

     Como ya me ocurriera en otras ocasiones, de nuevo alejado del mundanal ruido, de todos los postines de la Navidad que se nos ofrece como regalo y como consumo. Metido en andanzas como la "monja andariega", como Teresa, buscando en el silencio, en el abandono, aquello que es lo único que puede llenar el inmenso vacío que nos corroe por dentro. Puedo asegurarte, querido lector, que encontré paz, mucha serenidad, visitando estos pesebres que la voluntad de sus autores construye año tras año, en memoria de quien nos da la verdadera libertad.

   Ya de regreso a casa, el tiempo perdido, acaso desvariado, con el sol hundiéndose entre los paralelos del mundo, dibujando un horizonte al rojo vivo, sin siluetas que estorben, solo las colinas como testigos de semejante incendio, en el alma deseos, nostalgias y recuerdos de infancia, como cuando de entre el serrín de un cajón de madera sacábamos las figurillas de barro con mucho cuidado para no romperlas y armar nuestro Belén en casa, con la ilusión prendida en los ojos para contar la historia más grande que puedan tener los hombres. Y todo parecía nuevo.

     Afortunadamente, ahora también y pese a todo, sigue siendo Navidad.

Fernando Alda Sánchez


(La foto, que hizo  quien esto suscribe, corresponde al Belén parroquial de Collado de Contreras, La Moraña, Ávila)



 

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