El fuego y el hogar: luz de Cristo
que habita las estancias
mientras la noche
se adormece entre las colinas.
¡Tanto amor! Presiento tu rostro,
Abba, en el fulgor de los luceros
que presagian un sueño
de arcángeles y de Resurrección.
Como cuando hablabas con Abraham,
dos amigos, en su tienda:
así te escucho en el silencio
intenso de los desiertos,
en la soledad
dolorosa del vivir y de las auroras,
atento siempre al pan del cielo
que será morada y perfección.
Fernando Alda Sánchez
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