II
Aves incendiadas cruzan
la luminosidad de la tarde
como tizones en una hoguera
de tristeza, lágrimas de luz
o restos del último sol que se consume
en los ojos de la noche.
Así tus recuerdos,
que vuelven a la vida,
como el que nace
de la nieve y pierde
altura al hundirse
entre la hierba.
No regresarán,
pese a todo,
el ardor, el oro
de la sangre,
la extensión de la mirada,
el dulce caminar de los días,
solo vino amargo,
tal vez ceniza,
un recordar perpetuo
de los senderos que no
te llevarán a ninguna
parte, o es silencio,
o nada, pavesas de las horas
inconclusas,
nostalgia de haber sido,
una llama fría
que lame la arteria
coronaria de tu corazón
dormido. Basta.
Fernando Alda Sánchez
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