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jueves, 17 de septiembre de 2020

Desasosiegos

 

        En la poesía nace el nombre de los amaneceres, la sonrisa que evoca todo comienzo. En la espesa luz de hoy, en este septiembre lleno de presagios, se avista un otoño que está en ciernes, y en ella flotan los recuerdos del verano, la melancolía de lo que no volverá, por el momento, a repetirse bajo la luz cálida del estío.

         Ávila, en el sueño, podría ser Constantinopla, como la veía el escribidor de Langa cuando era un niño, o Alejandría, como la veo yo ahora, acaso la destruida Cartago, la Ítaca a la que regresan mis deseos como delfines que anhelasen siempre el mismo mar, la plata nueva de las olas, pues me siento niño, en la inocencia que solo somos capaces de tener en la infancia, que no conoce aún las devastaciones del tiempo ni los estragos de la muerte. Acaso es que Ávila es un barco o, mejor, una biblioteca de piedra, en la que leer, como en la que fuera la mítica ciudad del Nilo cuando besa el Mediterráneo, no la de hoy, tan distinta, las huellas de los hombres y sus trajines escritas en los rollos de papiro que se amontonan en plúteos y estanterías, en pasillos sin fin ni principio, como, tal vez, o así me lo parecen, los que fueron los primeros libros.

        Desde las torres de Ávila la mañana avanza muy despacio, como si el día supiera que tendrá un final, hacia el oeste, buscando el Atlántico y sus mareas prodigiosas, y no quisiera irse, para dejarnos, prendida en las copas de los árboles, que ya saben se volverán amarillas, rojas, ocres, su ofrenda en forma de racimos que las heladas de noviembre tirarán al suelo por inservibles.

        Se terminaron las visitas en el jardín de casa. Los paseos hasta este lugar de Fernando Pessoa o de Horacio se habían ido espaciando en el tiempo. Se que aún quedan días para seguir saliendo a escribir al aire libre, a la intemperie, a medida que el tiempo otoñal lo vaya permitiendo, pero las conversaciones no serán posibles. Puede que alguna tarde venga por aquí Santa Teresa, el mismo San Juan de la Cruz, y tengamos amistad y encuentro en el Castillo Interior, en la noche oscura que se ilumina con llamas de amor vivas. Puede, tal vez, que se acerque Ricardo Reis, pues es de los habituales, quizá Novalis, con sus himnos a la noche, o Dylan Thomas, con sus poemas que son de una extraña belleza.

        Ya se ha encendido la nostalgia en el pecho, que regresa a los desasosiegos de siempre, y una oración se eleva a los cielos, como pidiendo ayuda y misericordia, para que el Padre Eterno nos tenga en cuenta en este valle de lágrimas. Cristo nos mira desde la penumbra de las ermitillas, en los oteros de esta que es Castilla, y sabe de nosotros, del dolor y las penas que arrastramos como cadenas perpetuas, pero reconozco que me hace sonreir, todos los días, el saber que siempre está conmigo hasta el final de los tiempos.

       Parece que la tristeza ha venido desde muy lejos, con el mar, hasta estas alturas de Ávila, desde las que se ve el mundo inmenso, pues no en vano somos, los abulenses, como centinelas en una atalaya,oteando siempre lo que está por venir, más allá de los puertos y de las montañas, más allá de la llanura en la que todo se abre, incluso los cielos, para parecer más lejanos, más grandes. Será otoño, y luego invierno, y en los duros meses de hielo y de nieve, recordaremos que abril siempre regresa, que estará mayo con nosotros, que habrá flores de nuevo y que el verano, en este círculo mágico en el que vivimos, nos regalará sus frutos.

      Es tiempo de volver a pensar en apretar los dientes, mientras paseamos por los bosques, buscando el alzado de la luz y de la vida, sin quitar ojo al suelo, en el que irán creciendo, como joyas, los hongos, níscalos, boletus edulis, amanitas cesáreas, las setas de cardo o las senderuelas, que nos devolverán a un mundo que sólo habita los sueños, diminuto, salvífico y peligroso al mismo tiempo, en el que la vida y la muerte se confunden en mil colores y formas que resulta difícil identificar. En los bosques está nuestro origen, la llama sagrada que nos sostiene, igual que en Ávila, Constantinopla o Alejandría, ante nuestros ojos, tan cerca del cielo que lo podemos tocar.

Fernando Alda Sánchez

Nota.- La foto la ha realizado el que esto suscribe en un atardecer de Ávila, cerca de la ciudad, en el Paseo del Cementerio. 


    





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