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viernes, 26 de marzo de 2021

Querido lector, 15 / Proust, la magdalena y las lagartijas

 


              Querido lector:


               Hoy he tenido la suerte de ver las primeras lagartijas salir de las grietas del jardín de casa. Se trata, en apariencia, de una cuestión sencilla, pues ya se ha proclamado la primavera que, incluso, parece haber entrado en nuestros corazones, y la presencia de estos pequeños reptiles está más que justificada, pero no es un asunto baladí, por aquello de la inmensa alegría que he sentido al comprobar que aquellos seres que estaban aletargados han vuelto a la vida en su plena condición. Las lagartijas están ahora como recordando, pues se asustaban más de lo que suele ser frecuente con mi presencia, algo que no ocurre cuando ya van largos los días y los meses de verano. Es como si estuviesen recuperando la memoria. Daba gusto ver como corrían entre las piedras y los troncos, subir por algún murete, alegrar la mañana con su sola presencia.

                Al igual que le ocurriera a Marcel Proust con su magdalena, las lagartijas han tenido para mi un efecto sanador, que me aleja de melancolías y humores turbios, y aclara la visión, encendiendo los tuétanos de los que está hecho ese músculo que nos mueve y sostiene y que late entre sesenta y cien veces por minuto, en reposo, lo que viene a darnos una idea de su fuerza y consistencia, por más que esté sujeto a sobresaltos.

               Dice Proust, en Por el camino de Swann, el primero de los libros que integran su monumental En busca del tiempo perdido: "Mandó mi madre por uno de esos  bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y  por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en diferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal", puerta que abrirá, con posterioridad, tras sus reflexiones, el paso a los recuerdos infantiles asociados a su tía Leoncia y al imaginario Combray, lo que le lleva a escribir que esa sensación se convierte "en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas..."

              Te transcribo el largo párrafo pues tiene su miga, lo que a Proust le da pie para volver la vista hacia su alma y encontrar en ella la verdad. El corazón nos mueve, nos hace sentir, pero el alma es la que busca, es la que habita corazón y raciocinio, pues es el aliento divino que nos trajo a la vida. Y me pregunto, en este Viernes de Dolores, preámbulo de la Semana Santa, en el que la emoción va embargando los adentros, como hizo Cristo cuando se encontró con los que serían sus primeros apóstoles, Andrés y Juan, diciéndoles "¿qué buscáis?" ¿Qué buscamos nosotros? 

              Las lagartijas me han llevado a lugares muy lejanos, a mi infancia también, cuando corríamos tras ellas para tratar de atraparlas, sin saber muy bien con qué intención, con escaso éxito, desde luego, pues eran más hábiles, por fortuna para ellas, que nosotros. Son recuerdos de días soleados, tan largos para gastar como el hilo de un carrete nuevo, que desplegaban ante nuestros ojos, todavía asombrados por la vida, un mar de posibilidades y de juegos.

               Y te preguntarás a qué viene todo esto, esta mezcolanza de Proust, la magdalena y las lagartijas, y por eso te digo que no es más que un afán por recobrar ese tiempo que se nos escapa como arena o agua entre los dedos de la mano, el tiempo que busca su raíz, el lugar en el que nace y al que quiere volver, como vuelve nuestra memoria, que es nuestra vida también, a los recuerdos que ha ido seleccionando y guardando tan preciosamente, como si de tesoros traídos de ultramar se tratase.

              Arde la memoria y con ella lo que fue pasado y ahora mismo vuelve a ser presente incorpóreo, por aquello de que lo que ha sido no puede volver en efigie, solo puede ser representado, como en una obrita de teatro, para nosotros mismos, que evocamos tal o cual pasaje o suceso, en nuestra imaginación, que tiende ante nosotros la ropa que acaba de sacar del lavadero de los recuerdos, el que tiene el agua tan fría, de esos sin los que no podemos vivir, pues están entretejidos en nuestra urdimbre más profunda.

            Dejo ya a las lagartijas con su libertad, sabiendo que son una bendición, que me acompañarán en el periplo hasta el próximo otoño, en el que volverán a sus nostalgias y tristezas y, como si no las pudieran superar, volverán a dormirse en espera de tiempos mejores. Me harán reír y soñar con sus devaneos, en este retablillo de Maese Pedro en el que todo se representa, incluidas nuestras vidas, tan míseras y afligidas, para que todo tenga su encaje y ningún encantamiento venga a trastocar aquello que habrá de sucedernos.

            En tu última carta me hablabas de tus proyectos más inmediatos  que, te diré, me resultan muy acertados. Te animo a ello, para que se vayan materializando sin sobresaltos, con el ritmo que requieren, a fuerza de tu propia voluntad, la cual compruebo se mantiene firme, como el timón de tu vida en estos momentos de zozobra. No dejes, pese a todo, de soñar y recordar, pues todo ello abre puertas insospechadas en lugares que parecen, a priori, inaccesibles, pero que te acabarán mostrando sus encantos, en ese deseo que todos tenemos, o deberíamos tener, de ser felices y buscar la belleza que, aunque en ocasiones, al igual que le ocurre a la fortuna, nos resulta esquiva, termina por resplandecer, por iluminar los rincones más oscuros de aquello que son nuestras moradas íntimas.

         No te canso más. Vienen días muy espirituales, para estar hechos de raíces, acaso de aire, de alma solo, de aquello que nos trasciende y sostiene y nos lleva a la fuente de la Vida Eterna.  Que te encuentres, en tu camino, como los discípulos de Emaús, con el Señor resucitado, y el corazón  te arda como a ellos.

          Cristo te acompañe siempre. Tuyo

Fernando Alda





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