Querido lector:
Como la misma certeza con la que hallamos la luz que se encuentra latiente en los pliegues del día a medida que avanza hacia su desastre, así también somos capaces en enfilar el camino que nos lleva a la vida y el esplendor que la misma desprende cuando encendemos un fuego para calentar los adentros y la llama arde con fuerza y, por tanto, no se llenan de humo, que parece niebla, una bruma muy espesa, las habitaciones en las que vamos depositando con tanto mimo nuestras esperanzas.
Es inútil mirar hacia atrás, aunque resulte inevitable, pues estamos hechos de recuerdos, que son cenizas o rescoldos de las que se nutren el alma y la melancolía, pero que nunca volverán a arder ni serán el tibio abrazo que necesitamos cuando nos encontramos a la intemperie. Lo cierto es que no podemos dejar de mirar atrás, de rebuscar en el pasado tratando de corregir un imposible, y eso nos lleva a una tristeza que va pudriendo el presente y no nos deja alcanzar el futuro, enredados como estamos en un tiempo que creemos fue mejor, desperdiciando las oportunidades que a diario nos salen al paso.
También es verdad que hay melancolías presentes, que no son fruto del anhelo de paraísos perdidos, ni de nostalgias descoloridas, sino que nacen del propio dolor de vivir, de ir afrontando sin éxito celadas y tormentas, casi con la seguridad de que no alcanzaremos aún la orilla, salvo la de la muerte, que se presenta tan oscura, solitaria y amenazante.
Me ha producido cierta envidia la visita que has tenido de quien no hace falta diga el nombre, aunque el suyo de pila me recuerda al de un general cartaginés, y del que no puedo por menos que recordar unos versos tan hermosos como éstos:
"Altas, desatendidas celosías,
miradores vacantes, patria apenas
de palomas huidizas cuyo mensaje, roto,
quien percibe lector de ajenas rúbricas
de tinta desvaída sobre legajos secos:
os hundís, la madera se echa a volar, cornisas
agrietadas cobijan malezas"
Así siento yo el hábitat que me rodea, como si estuviese en ruina, desplomándose, desgajándose como las ramas de una encina seca con la que la lluvia y los hielos no tienen clemencia. Pero estas cuestiones, ya sabes, son las que me aquejan con cierta frecuencia y forman parte de la urdimbre que me sostiene.
Una vez más tendrás que disculparme estas melancolías que me brotan como de la nada, como si estuviesen ocultas en la sangre y fuesen, de pronto, el brote verde que nace entre la tierra negra. Pueden parecer devastadoras para algunos, pero te confieso que para mí son vitales, pues forman parte de mi manera de ver el mundo, de asomarme al gran retablo en el que todos representamos. Son como un velo de lluvia, que evita que la fealdad reinante acabe por cegar mis ojos, como un tul maravilloso que deja entrever lo material e inmaterial que nos rodea, a las personas mismas, para no tener que verlo todo en su crudeza. Acaso es que necesitamos de estos filtros, para no atragantarnos con tanta podredumbre como flota en el ambiente, con tanto humo de batalla. Son, en definitiva, como esas esculturas en las que el mármol parece de una tela translúcida o transparente, como las que hay en la Capilla de Sansevero, en Nápoles, y de las que a la memoria me viene el "Cristo Velado" de Giuseppe Sanmartino.
La temperatura no acompaña en estos días en Ávila. Espero que dónde tú te encuentras sea el clima menos severo. Hoy todo está nublado, no solo la luz, hasta los colores, que se confunden unos con otros, difuminados por una especie de abulia ornamental que no conduce a ninguna parte. Parece más un día de rutina pura, de tránsito hacia no sabe uno bien dónde, que una jornada en la que pretender celebrar algo. Las torres de la ciudad están como dormidas, entre los vuelos de las cigüeñas, que abandonan sus nidos, de forma muy especial al atardecer, para ir a comer a las praderías cercanas, buscando en el agua que las encharca el sustento.
Me alegró saber, por otra parte, que estás bien acompañado. La soledad produce más monstruos que la razón cuando sueña, pues da rienda suelta a imaginaciones que pensamos están controladas y que son un puro delirio en el lento goteo de las horas en el reloj, que parece tan blando como aquellos que pintara Salvador Dalí y que tantas obsesiones me producen cuando los contemplo. Ya sabes eso que repito hasta la saciedad, necesitamos estar acompañados, como lo estoy yo ahora con estos versos
"Soy la espada, soy la llama.
Os he iluminado en la oscuridad, y al iniciarse la batalla, yo combatí
en primera línea",
que son de Heinrich Heine y que me llevan a la lucha de la vida y, tal vez, como el poeta, me hagan decir que
"A mi alrededor yacen los cadáveres de mis amigos, pero hemos vencido.
Hemos vencido, pero a mi alrededor yacen los cadáveres de mis amigos.
En los jubilosos cantos de triunfo, resuenan los corales de las
ceremonias fúnebres"
pues pese a la victoria todo parece perdido en estos tiempos líquidos en los que no resulta fácil encontrar una puerta para salir a campo abierto y retar a la muerte, que viene por los alcores, por las frías colinas del invierno, con ramos en las manos, llamándonos, por lo que, como Heine, yo digo que, pese a todo
"Fue sereno mi día, mi noche fue feliz"
y
"Mi canto fue regocijo y fuego
y ha avivado las llamas de algún hermoso incendio"
En llamas tengo yo el corazón y te ofrezco mi fuego. Toma un tizón de esta hoguera, arde tú también, busca la poesía como las aves tratan de encontrar el cielo, siente su calor, cómo vivifica las médulas que están adormecidas, cómo enciende los ojos, cómo despabila el pensamiento y el sentir, y deja que recorra, cual chispas en un cañaveral, tus adentros.
Eternamente para ti, agradecido
Fernando Alda Sánchez
P.S. Por favor, no tardes tanto en escribirme. Tus cartas son un bálsamo seguro contra el paso del tiempo y la locura.
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