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viernes, 19 de marzo de 2021

Querido lector, 14 / Nada humano me es ajeno

 


               Querido lector:

                Reconozco que no he cumplido la promesa que te hice en la carta anterior de escribirte con mayor frecuencia. No hay disculpa posible, salvo una lesión inesperada, en una pierna, que me ha reducido la movilidad y las ganas. Afortunadamente ya voy recuperándome de forma satisfactoria de ella. Reitero que no valen excusas, aunque te ruego que no pongas en duda mi fidelidad. Sabes de lejos que no soy uno de esos enamorados inmaduros que picotean de flor en flor y enseguida se cansan de todo. Sin ti no soy nada pues, entre otras cuestiones, no se cumpliría eso de "ut luceat et ardeat" que toda obra de arte debe ser, y mis poemas y cartas solamente serían pasto que el olvido incendia, cinerario abono de la nada.

                 Te diré que, pese a todo, me encuentro mejor de ánimo y que en este día de San José sus virtudes heroicas constituyen un aliciente para mí en todos los sentidos. Este Santo del silencio, que desde el mismo nos mira y atiende, es un ejemplo que ha de mantenernos fuertes en esta travesía trágica que es la vida. Como él, espero los sueños de Dios, para que éste me indique el camino, si a Egipto o el regreso a Nazaret, en medio de una larga noche, bajo las estrellas tan fuertes que uno puede ver en estos desiertos y páramos que me rodean. Su luz será siempre alimento.

               Por terceros he sabido de alguna penalidad tuya que, imagino, no te has atrevido a contarme. No tengas empacho en hacerlo. Mi corazón tiene las puertas abiertas a todo lo que te ocurra... "Homo sum, humani nihil a me alienum puto", que escribiera Publio Terencio Africano en una de sus comedias, y que viene a decir que "soy un hombre, nada humano me es ajeno", por tanto, me gusta saber de tus penas, incluso si fueran las del Joven Werther también, de nuestras andanzas en el gran teatro del mundo, en el que, casi siempre, nosotros representamos papeles secundarios o terciarios, cuando no completamente insignificantes y prescindibles, quedando para los poderosos los laureles y los triunfos que luego habrá de igualar la muerte.

             Miguel de Unamuno utiliza este dicho latino en su "Sentimiento trágico de la vida", pues algo de trágico, y de cómico, en ocasiones, hay en nuestra existencia, aunque el que fuera rector de la Universidad de Salamanca añade sus apostillas y viene a decir que ningún ser humano le resulta extraño. Claro que, luego, tras la barbarie de las primeras décadas del siglo XX y toda la sangre que dejó impregnada en las paredes, ya vendrá Albert Camus y nos dirá que todos somos extranjeros en este mundo, como su Meursault. A ambos no les falta razón, pues pese al absurdo que en ocasiones nos parece la existencia, no podemos ser ajenos al sufrimiento humano. Cristo nos lo dejó bien claro desde hace dos milenios. Mejor nos iría a nosotros ahora si no estuviésemos tan anestesiados como lo estamos, si nuestro mal no se llamase indiferencia.

               En estos días tengo entre manos la lectura de "Teresa", de Don Miguel, que el propio escritor subtitula como "Rimas de un poeta desconocido presentadas y presentado por Miguel de Unamuno" y que tan sabias apreciaciones sobre el arte poético encierra. Es de una lectura, al menos para mí, que resulta deliciosa, pues no en vano es una defensa de la poesía viva, de la poesía sentida, no de la poesía que conforma la crítica, no de la poesía que se pudre en un sudario amarillo sobre una mesa de autopsias.

               El juego literario está servido, el de los heterónimos y el de los lugares, pues el poeta desconocido es un joven, llamado Rafael, que le escribe a Unamuno desde una villa cuyo nombre ha jurado no revelar. Es inevitable que a la memoria me venga el Ricardo Reis y los otros nombres de Fernando Pessoa y el lugar de la Mancha del que Cervantes no quiere acordarse. Reflejos entre espejos. Pura fascinación, desde luego, que invita al lector a abrir de par en par las puertas de su imaginación para dejar volar la misma hacia lugares, personas y tiempos que no sospecha.

              Teresa muere y deja al joven poeta a punto de seguir sus huellas por ese oscuro camino y él se pregunta

"¿Por qué esos lirios que los hielos matan?
¿Por qué esas rosas a que agosta el sol?
¿Por qué esos pajarillos que sin vuelo
se mueren en plumón?"

pues ante el dolor de lo que ocurre es imposible no abrir nuevos signos de interrogación

"¿Por qué, Teresa, y para qué nacimos?
¿Por qué y para qué fuimos los dos?
¿Por qué y para qué es todo nada?
¿Por qué nos hizo Dios?"

              Solo ante la muerte podemos medir nuestra estatura. Hoy el día está frío en este final de primavera. La nieve ronda las alturas y los aleros de los tejados, el alféizar de mi ventana, para recordarnos, tal vez, lo pequeños que somos y cuánto necesitamos estar acompañados, acaso únicamente por el pábilo de una vela que sea señal nuestra  y que, tal una luciérnaga, deje un reguerillo de luz como testimonio de nuestro paso por el mundo, puede que como esa estrellita que quería Santa Teresa que fuese su convento de San José, en Ávila, el primero que fundara y que tomase este nombre en toda la Cristiandad.

               Espero la nieve, el paso del día, mirando hacia los altos puertos, hacia las cumbres, como esos seis personajes que están en busca de autor de Luigi Pirandello, aunque yo bien se quién es el Hacedor de mis días sobre la tierra, pues tal vez de entre las nubladas sombras renazca no la melancolía, sino el deseo de vivir, la dulce luz de la victoria sobre el tiempo y la niebla.

              Tuyo, por siempre


Fernando Alda 

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