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lunes, 15 de febrero de 2021

Querido lector, 5 / El río de las almas


            Querido lector:


            He apreciado mucho el paquete de libros que me enviaste junto a tu última carta, de forma muy especial la edición "Del tiempo y el río", de Thomas Clayton Wolfe, del que ya había leído  su primera novela, "El ángel que nos mira", y la magnífica antología con poemas de Emily Dickinson, a la que siempre es un placer asomarse, de tan inquietante como resulta. Te agradezco también los otros libros, el diario póstumo de José Jiménez Lozano, "Evocaciones y presencias", y la última edición de las poesías completas de Cosme Alfayate, quien, desde la Cordillera Andina, allá en el argentino Tucumán, hace resonar su voz profunda y misteriosa como el vuelo del cóndor. Solo el título del volumen resulta revelador: "Luz de otros mundos".

             Recuerdo que José Jiménez Lozano escribió en alguno de sus diarios, puede que en los "Tres cuadernos rojos", que necesitamos estar acompañados en nuestro paso terrible por el mundo, para que la soledad no nos devore, y que podemos estarlo por cosas muy simples, como la cuerda con la que ha venido atado un paquete de libros. Confieso que en algún momento de mi juventud tenía en mi escritorio un papel de estraza, de color azul, atado con una cuerda, que, efectivamente, perteneció a algún paquete de libros. Así me he sentido ahora, con tu envío, y no puedo menos que evocar estas circunstancias. Ten por seguro que guardaré la cuerda con mucho celo en alguno de los cajones de mi mesa de trabajo.

           A esta carta que ahora te escribo con tanto entusiasmo le acompañará, en caja aparte, la reedición que han hecho de "Meditación sobre la libertad religiosa", de Jiménez Lozano, que creo no conoces, y, por supuesto, sus "Parábolas y circunloquios de Rabí Isaac ben Yehuda", del que tantas veces te he hablado. Junto a ellos, el libro de poemas "Ínsulas en llamas", de ese paisano mío del que ya hemos comentado algo en otras ocasiones, y al que deberías escribir para entonarle un poco, pues está con el ánimo, así me lo parece, muy bajo y espiritualmente algo perdido, como en un desierto, buscando salidas.

          El sábado salimos toda la familia al campo y pudimos comer junto a la Ermita de Nuestra Señora de Riondo, cerca de Benitos, ya sabes. Nos hizo un día fantástico, que nos permitió disfrutar de un largo paseo bajo la mirada cálida de un sol de febrero que lucía espléndido entre algunas nubes. Tuvimos la suerte de ver los primeros narcisos, amarillos y blancos, en los prados encharcados por el agua de las últimas lluvias; la primavera ya se presiente. Así nos lo decía también la primera boruja que pudimos cortar en alguno de los arroyuelos que nos salían al paso, verdaderamente tierna para el paladar. Su nombre científico es el de "montia fontana", que me resulta muy hermoso y lleno de resonancias, por lo de los montes y las fuentes, que es donde crece.

          Luego nos acercamos, por San Juan del Olmo, siguiendo el curso del río Almar, hasta la Ermita de Nuestra Señora de las Fuentes , a cuyo interior pudimos acceder, pues estaba abierta al público. Fue una suerte, un verdadero regalo. Sin duda se trata de un lugar misterioso, cargado de sensaciones muy hondas. Además de rezarle una Salve a la Virgen, vimos, bajo un cristal, el pozo en el que nace el río citado, que tantos ecos nos deja el sonido de sus aguas de cascada en cascada cuando cruza la Sierra de Ávila y se despeña, después, hacia La Moraña, camino del Tormes, que es río más poderoso, pero que también lleva al mar, como éste, que siempre me ha parecido que estaba hecho de almas, en lugar de aguas, por su nombre. No lejos de allí están las ruinas del Monasterio de Nuestra Señora del Risco, y las leyendas de las tres Vírgenes que se encuentran en estas estribaciones de la Sierra me vuelven a la memoria, ahora que soy romero como ellas.

         Este paisaje de Ávila nada se parece al que ves desde tu imaginaria villa de Fiesole, en la Toscana, pero las peñas quebradas, las piedras caballeras, las encinas, y los cielos abiertos pueden llevarte a cualquiera de las regiones más transparentes del aire, como ocurre con la novela de Carlos Fuentes, incluso al Castillo Interior teresiano, pues desde estas alturas, el mundo inmenso en derredor, se está cerca de los cielos. Es una línea atormentada, con elevaciones que ponen de manifiesto la erosión tremenda que el granito ha sufrido con el paso de millones de años, como el Cerro de Gorría (1.708 metros sobre el nivel del mar), una atalaya magnífica para contemplar el Valle Amblés y la extensión de las provincias de Ávila y Salamanca, al otro lado. Lástima que ahora el paisaje, que aún habitan los duros hombres y mujeres de estas soledades, se ha visto estropeado hasta los tuétanos por los feísimos aerogeneradores que han instalado sin ningún criterio en el mismo.  Éstos sí son gigantes, verdaderos endriagos, y no los molinos que alanceó imprudentemente Don Quijote, en sus delirios caballerescos. Una verdadera pena, pues enturbian la visión y ciegan con chatarra los ojos.

         Próxima está ya la Cuaresma, con el Miércoles de Ceniza, sin que en estos días el Carnaval nos deje despedirnos de los rigores del invierno. Es tiempo de conversión, aunque también de esperanza en el Nazareno. Es momento de abrirle las puertas, para que entre a nuestros adentros, que deberemos adecentar y enjalbegar, pues la visita así lo merece. A los ojos se me viene el Cristo de los Ajusticiados, en el Humilladero de la Vera Cruz, junto a la Basílica de los Mártires, y se me estremece el alma de ver al mismo tan llagado. Otro tanto le ocurriera a mi paisana Santa Teresa,  en una de sus visiones, en la que contempló un Cristo atado a una columna, durante su flagelación, aunque no se sabe con certeza qué imagen pudiera ser la misma. Solo de pensar en el flagrum romano se me abren a mi también las carnes.

         En fin, ya tendremos ocasión de comentar todas estas cuestiones en persona, mejor que por carta, cuando tengamos la oportunidad de vernos. Ya no te canso más, pues querrás abrir el paquete de libros, y comprobar por ti mismo los tesoros que te envío. Por mi parte, dejo la pluma para adentrarme en la lectura de Thomas Wolfe y su prosa fascinante, con la seguridad de que la jornada se me pasará volando, quizá un tanto perdido por regiones aéreas que hoy están vestidas con algunas nubes de tul, ligeras sedas, acompañadas por el viento que las revuelve y amontona, como si fuese otoño.

         Tuyo siempre

Fernando Alda Sánchez

P.S.- La foto la realicé el día que te comento en la carta y se corresponde con el pozo, situado en el presbiterio de la Ermita de Nuestra Señora de las Fuentes, en el que nace el río Almar, en San Juan del Olmo
         


          



         

viernes, 12 de febrero de 2021

Querido lector, 4 / La mañana y el destino

 



         Querido lector:


           Hoy no se muy bien por dónde empezar esta carta, ni siquiera qué asuntos voy a contarte, pues el día ha amanecido con una mezcla extraña de sensaciones, como un desconcierto generalizado, al igual que está la luz fuera. El caso es que cuando amanecía el sol fue iluminando las torres de esta ciudad, pero luego las nubes han llenado de grisalla el horizonte y los perfiles, y así se ha quedado el alma, como a medio gas, con ganas de ver llover pero también de que la plenitud solar lo inunde todo, como entre la noche y el día, con sus luces mustias y sucias, anocheciendo o amaneciendo al mismo tiempo, que así de liado parece venir todo. Veremos.

            En cuestiones de escritura sigo con aquello que ya empecé hace unos días y que tú muy bien sabes. No se cuándo estará terminado, pero espero que no se prolongue a lo largo de los meses, pues correría el riesgo innecesario de trabarse. Ciertamente soy de aquellos a los que les gusta dar fin a las cosas que uno inicia, incluidos los libros que se leen y que no captan desde el primer momento el interés. Toda obra encierra algún misterio que es necesario ir desvelando poco a poco, un misterio que puede estar contenido en su última página y cuyo autor así nos lo quiere mostrar. Por mi parte, todo está en marcha.

           Los árboles están  brotando ya y, seguro, en el Valle del Tiétar, al sur de nuestro amado Gredos, las mimosas habrán florecido y su amarillo será esperanza y alegría. Espero poder ir próximamente, en unos días, por aquellas tierras, para recobrar algo de paz para mi espíritu atormentado en estas semanas, en las que nada parece ofrecerme consuelo suficiente. Gozaré con las cumbres nevadas y con el aire más puro, que le vendrán bien a mis nervios fatigados.

          En estos días he vuelto a releer a Pedro Salinas, que parece que de entre los del 27 está  un poco olvidado, sobre todo con estas modas que nos impone eso que llaman posmodernidad y que es un engendro difícilmente entendible. Ahora que todo el año es carnaval, otro tanto ocurre con la poesía, en la que todo vale, y por todas partes afloran versos que no tienen talla de tales. Creo necesario, para no perder el norte, regresar a la lectura de los clásicos, o, al menos, de los clásicos más cercanos a nosotros.

          "Tú vives siempre en tus actos.
            Con la punta de tus dedos
            pulsas el mundo, le arrancas
            auroras, triunfos, colores,
            alegrías; es tu música.
            La vida es lo que tú tocas"

como canta Salinas en "La voz a ti debida" y considero que no otra cosa es o debe ser la poesía. Pero parece que hemos regresado a tiempos de supuestas vanguardias sin nada dentro, que hacen mucho ruido, aunque las nueces son pocas. Pero los poetas siempre debemos tocar las nubes, pues

            "Se siente una lluvia cerca.
              A esa nube gris, plomiza,
              que por su altura navega,
              tan sin prisa soñadora,
              se le puede ver el rumbo;
              es un jardín;
              el sueño se le descifra:
              es una rosa".

y así lo expresa el poeta en "Nube en la mano", de su último libro, "Confianza".

       Pero no temas, no efectuaré un "donoso escrutinio" como le hicieron a Alonso Quijano para alejarle de la locura,  pues no soy amigo de enviar a hoguera alguna los libros, cualquiera que sea su contenido; al fin y al cabo, libros son, y todos ellos nos acompañan y algún valor tendrán, aunque sea el de hacernos comprender alguno de los errores que puedan encerrar, sean de amigos o de enemigos de nuestras ideas.

       No te canso ya más con estas cuestiones. Me contabas en tu última carta que has recibido en tu villa imaginaria, allí en Fiesole, la visita de Giovanni Boccaccio y de que tuviste la suerte de poder comentar con él algunos de los relatos del "Decamerón", que tan buenos resultan para pasar estos encierros a los que nos somete la peste actual, que corre por el mundo como un jinete del Apocalipsis. No estarán muy lejos de allí Petrarca y su Laura, por la que sigue tan deslumbrado:

           "Sus ojos que canté amorosamente,
             su cuerpo hermoso que adoré constante
             y que venir me hiciera tan distante,
             de mi mismo y huyendo de la gente"

         Puedes invitar a ambos a tu jardín, si el tiempo lo permite, allí en la Toscana, pues supongo que los días serán más cálidos y más apetecibles que en esta Ávila mía de la que no emigran los rigores del invierno, que parece empecinado en quedarse. Ellos te darán agradables noticias y disfrutarás de sus poemas y melancolías y te harán más llevadero el paso del tiempo.

          En cuanto a lo que me contabas de que no eras capaz de decidirte por quién comenzar a leer a alguno de los románticos ingleses, te aconsejo que lo hagas por Keats o Wordsworth, y deja para más adelante al impulsivo Byron, pues en los primeros encontrarás el camino que te conducirá a éste, y es mejor comenzar a andar por lo más llano. No olvides, tras ellos, adentrarte en los románticos alemanes, que son necesarios: Holderlin, Novalis, Heine y los otros. En todos ellos hallarás gozosa lectura, como con Petrarca.

         Por lo demás, y ya voy acabando, estoy deseando retomar los paseos vespertinos por el campo, pues son, en primer lugar, una actividad agradable que permite la reflexión y, en segundo término, un remedio preciso para mantener la salud. Ya se va viendo alegría en los primeros pájaros que van retornando. En esos paseos me acordaré de ti, tenlo por seguro.

         La mañana no acaba de encontrar su destino y mucho me temo que entrará en brazos de la tarde con cierta pesadumbre. Los días ya son más largos, y eso se agradece, pues la noche parece echarle a todo unos negros velos que no ayudan a encender el alma. Hay que seguir ayudándola con un buen fuego en la chimenea de casa, que es consuelo certero. Y si se puede, acompañar todo con un espléndido vino de la Ribera del Duero, que te dejará en el paladar nostalgias de vendimias, augurios de tierra.

          Seguiré guardando para ti recuerdos y lecturas, que siempre acompañan en las horas de zozobra y animan el corazón, que está sometido a fuertes trabajos, para no derrumbarse.

          A la espera de tu próxima carta, que recibiré con ilusión, siempre tuyo

Fernando Alda Sánchez



      

miércoles, 10 de febrero de 2021

Querido lector, 3 / En el viento...

 


          Querido lector:


          Te confieso que, pese a que no hay grandes noticias que contarte, no he podido resistir la tentación de escribirte, pues para mi es un ejercicio de liberación frente al paso del tiempo y de la muerte, tal vez también para no caer irremediablemente en la locura, para sentirme vivo, sin duda, para celebrar la vida que, en estos tiempos de devastación que estamos viviendo por la pandemia de coronavirus, parece tan necesario.

          Recibí tu carta con suma alegría y emoción. Ya tienes constancia de mi necesidad de saber de ti. No dejes de escribirme con la frecuencia que estimes oportuna. Por mi parte me comprometo a que estas cartas que recibes, fruto de nuestra amistad y de mi pluma, tendrán la periodicidad necesaria para mantener viva la llama.

          En estos tiempos en los que el hombre ha sustituido la religión por la ideología e, incluso, por algunas bagatelas con cierta máscara de intelectualidad, cuando no de pura charlatanería, aquello que nos conforma y perfecciona, lo más sagrado que llevamos en las entretelas de nuestro ser, es decir, nuestra relación con lo trascendente, con lo eterno, con Dios mismo, ha quedado en entredicho y, por tanto, hemos perdido nuestra libertad. Voy más allá de lo que dijo Dostoyevski, de que si Dios ha muerto, todo está permitido; incluso más lejos de lo que advirtió Chesterton, eso de que cuando se deja de creer en Dios enseguida se cree en cualquier cosa.

         Y así estamos, desnortados, con plomo en las alas, en medio de la galerna, con la ansiedad que da el enfrentarse a la vorágine de vivir y al vacío existencial  sin armas sólidas, empujando el carrito de la compra en cualquier centro comercial para tratar de saciar nuestra sed con productos materiales, o de una falsa espiritualidad, que nada ayudan a sostener la urdimbre que debe mantenernos erguidos.

        Descuida, no es mi intención intranquilizarte más aún de lo que ya lo estás, pues soy conocedor del desasosiego que te invade. Es, acaso, un desahogo por mi parte, pues en ocasiones no encuentro a nadie a quien contarle estas cuestiones, pues resulta difícil hallar compañero para el camino que recorremos en el que tanta y tanta gente está desapareciendo a causa de la peor enfermedad de todas, que no es otra que la indiferencia hacia el prójimo. Estarás de acuerdo conmigo en que mientras esto ocurre estamos distraídos en cultivar nuestro ego o en perdernos en bizantinas discusiones fruto de la ideología y no de la necesidad real de quienes vivimos en este valle de lágrimas. Pero no quiero seguir ahondando en la herida por la que nos desangramos a borbotones, pues creo que con decirlo basta, por si alguien tiene los ojos sin velar por la ceguera absurda del mundo.

        Ayer regresó la nieve a estas alturas de Ávila, aunque con poca confianza. Ha empenachado de blanco las montañas, de nuevo, pero en la ciudad no ha quedado constancia de la misma. Fui testigo de la "marzada" que nos dejó este febrerillo loco, que está buscando desabrocharse el abrigo, por aquello de animarnos un poco entre tantos rigores, que parecen tener la cara de hereje, como dijera de la necesidad Don Luis de Góngora, aunque desconozco cómo pueda ser la cara de un hereje. Puede que tal vez sea como la mía, cuando me miro en el espejo recién levantado tras una larga noche de insomnio, por aquello de que disiento de la verdad oficial que todos los días tratan de imponernos las nuevas inquisiciones que gobiernan el orbe.

       Por eso, los versos de Don Luis, que pertenecen a su letrilla "Dineros son calidad", acaso estén traídos con acierto para todo cuanto nos ocurre actualmente:

"No hay persona que hablar deje
al necesitado en plaza;
todo el mundo le es mordaza,
aunque él por señas se queje;
que tiene cara de hereje,
y aun fe, la necesidad;
verdad"

        No obstante, esta cuestión no me parece traída a humo de pajas, aunque pueda parecer baladí, por lo que nos estamos jugando en el envite, aunque no es menos cierto que hablar en estos tiempos que corren con tanta prisa, como pollo sin cabeza, de Góngora y de sus  poemas, resulta un ejercicio harto inútil, por aquello de la ignorancia generalizada que estamos empeñados en abrigar en nuestro corazón: ojos que no ven, corazón que no siente, que nos recuerda el refrán, por aquello de esconder la cabeza. La caída puede ser mortal.

      Cuando la pandemia pase, me gustaría que pudiéramos vernos, de algún modo, salvar las distancias, darte un apretón de manos, siquiera un abrazo, al menos, aunque sigamos escribiéndonos. Te animo a no perder la esperanza, para que no vayamos de cabeza al luto y la tristeza, por arte del cansancio, que ya vamos estando agotados en esta imitación de Sísifo, venga a subir la piedra por la pendiente y venga a despeñarnos con tanto afán, para volver a subir, como si caminásemos largas distancias para no alcanzar meta alguna. Puede que esto que parece el "síndrome de Sísifo" tenga mucho que ver con la cortedad de la visión de la que hacemos gala, con objetivos tan pequeños como nosotros mismos, y estamos como pobres ratones dando vueltas y vueltas en una rueda sin fin. Es para pensar, que en ocasiones se nos olvida en la  rutina que tenemos establecida, y hasta se nos distrae la voluntad de ser.

       Te preguntarás, con razón, a qué viene hoy todo esto, pero  ello es fruto de los laberintos en los que me encuentro, tan perdido como el viento en esos días en los que sopla de todas partes y no encuentra dirección cierta por la que seguir. No obstante, no te preocupes, que este melancólico Jonás que te escribe tiene los cimientos sobre roca, y no sobre arena, y lo que parece un desnortamiento solamente es fruto de las melancolías que le aquejan, de algunas tristezas que aún perduran, como nieblas espesas, en las habitaciones del alma, que sigue con sus preguntas, buscando siempre, incluso allí donde parece que nada se puede hallar. Por si acaso. Confieso que soy un buscador, quizá por deformación, aquella persona que siempre está buscando, un "seeker", pues no de otra forma he aprendido a vivir. Así lo recuerdo de mi buen Don José Jiménez Lozano, que también lo era y que, aunque ya hace meses nos ha dejado, sigue alimentando, con su palabra y su recuerdos, estos desvelos.

        Ya termino. Disculpa este abuso, por mi parte, de tu confianza. Espero que mi carta te haya sido leve y, al menos, haya suscitado en tí alguna pregunta. No tengas miedo por ello, ni por dejar los interrogantes en el viento, pues "the answer, my friend, is blowin in the wind" como cantaba Bob Dylan.  El viento, que trae y se lleva nuestros desasosiegos, dejará en tu ventana, como la nieve deja su albor, la respuesta que buscas.

       Sinceramente tuyo, un fuerte abrazo

Fernando Alda Sánchez




lunes, 8 de febrero de 2021

Querido lector, 2 - La piedra de Ávila

 


          Querido lector:


           En estos días que han transcurrido desde la primera carta que te envié con tanto apremio no he dejado de pensar en las tardes que hemos pasado juntos bajo la sombra de los tilos, crecidos en la esperanza de poder conocernos algún día no muy lejano, ambos emocionados en la lectura, tú con lo que yo había escrito, yo, al saber la pasión con la que me leías. Créeme, era una sensación muy placentera.

             Por aquí el invierno sigue llorado sus desgracias y soledades. La lluvia continúa repicando en el tejado y en mis adentros se ha instalado la sensación de haber vivido todo esto mucha veces, como en un "déjà vu" perenne, aunque sea la primera vez que nos ocurre. Acaso así es nuestra vida, que está tejida de melancolías y recuerdos, y puede que todo lo hayamos vivido en la infancia, como decía Louise Elisabeth Glück, cuyos versos ahora evoco, y todo es repetición de aquello que descubrimos con tanta intensidad.

             En los ojos aún tengo restos de la noche pasada, en forma de estrofas de un himno, como los de Novalis, y alguna estrella se me ha colado entre las pestañas y no me deja enfocar bien la mirada. Tendré que acudir, acaso, a la lectura de Guillermo Carnero y su "Ensayo de una teoría de la visión", y su poema "Ávila", incluido en el poemario "Dibujo de la muerte":

"En Ávila la piedra tiene cincelados
pequeños  corazones de nácar
y pájaros de ojos vacíos, como si hubiera
sido el hierro martilleado por Fancelli
buril de pluma, y no corre por sus heridas
ni ha corrido nunca la sangre..."

         Algo parecido somos a esa piedra de Ávila, la del sepulcro del Príncipe Don Juan, en Santo Tomás, la que labrara con tanta maestría Domenico Fancelli, el de Settignano, tan cerca de Florencia,  de la que ahora evoco el Arno y  su paso lento, como de procesión de Semana Santa, bajo los ojos del "Ponte Vechio", asomado yo a las ventanas de las casas construidas sobre el mismo, con la ensoñación del agua y del arte. Aunque creo que en nosotros sigue latiendo la sangre de forma turbulenta, pese a los rigores de febrero, que ya quiere desabrocharse el abrigo y darnos alguna esperanza.

        Entre carta y carta he tenido algunas noticias de ti, por terceros, que me dicen te encuentras bien, aunque en ocasiones un poco bajo de ánimo, como si cierta nostalgia de otros tiempos se  hubiese avecindado en las entretelas que llenan tus entrañas y brotase en la voz y la palabra, como queriendo ser por ti lo que no debiera. Para estos casos el mejor remedio es encender la hoguera del alma, que aunque parece no estar dotada de las llamas más fuertes que en el mundo pudieran encontrarse, suele calentar nuestros interiores y eso se nota con harta frecuencia. Se, también, que la pandemia de coronavirus te está respetando y espero que así siga siendo. Cuídate y te hago llegar mi deseo para que desde esa imaginaria villa de Fiesole, a la que te has retirado, estés a salvo de todo ello. Escríbeme, no obstante, pues anhelo volver a tener tu letra cerca y sentir el aliento y el vigor que emana de la misma. Cuéntame de ti, de todo aquello que te ocurra, y así seré capaz de paliar, con algún éxito, estas penurias que el viento ábrego deja colgadas  estos días en el alféizar de mi ventana.

       Ha vuelto a nevar y La Serrota se ofrece hoy como una montaña sagrada y allí, con la nieve, se que está Dios, mirándome, con una sonrisa en los labios, contemplando mis afanes, los de este pobre Job al que la lepra del tiempo le va descarnando algunas ilusiones, aunque no todas, apagándole los bríos de la juventud. Ayer, cuando fuimos a misa a Riofrío, ese "pueblecito de Ávila" del que escribiera Azorín, Cristo también me miraba, desde el altar, cuando subí al ambón a proclamar la Palabra. No fui yo el que advirtiese esta circunstancia, fue Yolanda, mi esposa, la que captó la ternura de esos ojos que me estaban viendo. Qué paz tan grande, sin duda. 

        Y al salir, a la cabeza se me venían las reflexiones de Don José Martínez Ruiz, que no pudo haber elegido mejor el escenario de su libro, en este valle que abre el Río Mayor cuando despeña su cabellera undosa de plata por entre los riscos de la Paramera, abriéndose camino entre ella y la Sierra de Yemas, con Cabañas arriba, como un faro en lo alto del Valle Amblés, cuando en la noche titilan apenas sus luces del alumbrado público, buscando luego, enseguida, el caserío de Escalonilla, y otea la boca que le dejará, al río, me refiero, en las aguas mansas del Adaja, que en estos días viene crecido. Y allí, al amor de la lumbre, Jacinto Bejarano Galavis  en sus charletas con el cura, un cirujano, el sacristán, el procurador y el "tío Cacharro". Lo que hubiera dado yo por pasar un par de noches junto al fuego con todos ellos en amena tertulia.

      Al fondo, el Castillo de "Aunque os pese" otea el valle, y todos presentimos que en la lejanía está Ávila, esa Nínive que a mi se me representa de este modo, aunque bien se que el Adaja no es el Tigris,  como también lo hacía, en sus años de niñez, a José Jiménez Lozano, que estos muros le parecían los mismísimos de Constantinopla. Y creo yo que ambos no estamos muy desacertados. Quizá a ti, mi amigo del alma, también te lo parezca, o, al menos, otra urbe. Hay quien dice que se trata de la mismísima Jerusalén, castellana en este caso, y creo que quien así piensa no está falto de razón.

    Querido, te dejo hasta la próxima carta, que espero sea pronto. Ahora me vuelvo a mis cuitas y trabajos, como si de un Hércules se tratase, aunque no tan fuerte, para seguir afrontando el día, del que desconozco cuáles serán sus trazas, aunque pinta gris desde primera hora.

      Siempre tuyo

Fernando Alda Sánchez

P.S.- La imagen que acompaña a esta carta se corresponde con la Iglesia Parroquial de Riofrío, dedicada a la Asunción de Nuestra Señora. La fotografía fue realizada, ayer mismo, por quien esto suscribe, y así te la envío, para que con tus ojos puedas ver de aquello de lo que te hablo.

     


      



    


           

viernes, 5 de febrero de 2021

Querido lector, 1-Suena la lluvia

 


      Inicio hoy una serie de cartas dirigidas a los lectores, a cualquier lector que tenga y se acerque, curioso y atrevido, hasta este blog, que sigue manteniendo el vigor con el que lo inicié.


  Querido lector:

       Suena la lluvia sobre el tejado y se rompe el silencio que pacté con la mañana. Escribo en esta buhardilla, rodeado de libros, de sombras, de recuerdos que no se extinguen, esperando que de alguno de  los relatos sus personajes vengan a visitarme. Añoro los largos días de julio, de ese verano que se fue entre cenizas en el tenso otoño, el sol y los cielos limpios, en los que Píndaro se acercaba, desde su Cinoscéfalas natal,  a saludarme cuando yo escribía, refugiado a la sombra, mirando los pájaros celebrar la vida. También venía por aquí Cayo Valerio Catulo, el de Verona, pues quería ofrecerme las últimas noticias que tenía de  Roma. Parecía ya recuperado de sus turbios amores con Clodia que tantos disgustos le causaron.

          Ahora, con el invierno, que parece va marchándose, a duras penas, estas visitas no se producen, acaso por aquello de que en el jardín de casa es imposible estar y a ellos no les apetece venir. Puede que anhelen más las villas junto al Mediterráneo que estas alturas de Ávila y, por eso, me hallo, como el coronel que no tenía quién le escribiese, sin visitas, arrostrando estos rigores sin más compañía que la lectura.

          Pero, sin duda, será primavera, y los carbonerillos y los colirrojos regresarán por donde solían, y las palomas volverán a arrullarse, y habrá celebración y disfrutaremos de la ebriedad de las horas, que se alargarán, como si fuesen eternas, y volverán aquellos que se fueron y se hilvanarán otras conversaciones y todo será nuevo.

          En estas ensoñaciones de febrero vislumbro, al otro extremo de la estancia, a mi Don Quijote y a su fiel Sancho, que desde la Ínsula Barataria me prometen nuevas aventuras, a lomos de Clavileño, para ir más lejos que con Rocinante y "el rucio", el mismo color con el que parece estar hoy teñido el día, entre tanta penumbra, todos ellos en el retablillo de Maese Pedro, en el que se representa nuestra pobre vida de humanos, tan sujetos a la inexorable ley del tiempo y de la insignificancia. Nos habremos ido, a otra vida, eterna, espero, con el Padre, pues así lo sostiene mi Fe, pero el Mundo seguirá girando, inexorable. 

           Me siento, en ocasiones, como el hombre de Vitrubio, que pintara Leonardo, por aquello de estar desnudo, moviendo los brazos y las piernas, dentro de un círculo, en humana proporción, aunque confieso que personalmente siempre lo he visto como tanteando los límites del espacio o buscando una salida imposible, tal un pez en una pecera, como la que se me rompió cuando era niño, al desplazarse la piedra que había en el fondo, un duro granito de mi tierra, y chocar con fuerza contra el cristal. El agua y pez que había en ella pasaron a mejor vida, al igual que las ilusiones que tenía depositadas en ellos. Así debemos sentirnos cuando nos ronda con tanto celo la muerte.

        Mientras espero ésta y otras visitas, releo hoy la biografía de San Pedro Bautista, mi paisano de San Esteban del Valle, protomártir de Cristo en Japón y embajador de Felipe II en aquel imperio, pues hoy es su fiesta, y le rezo una oración, esperando se acuerde de nosotros desde las alturas de Gredos, desde El Torozo, en el Barranco de las Cinco Villas, al que tantas veces he ascendido con la esperanza de verle por allí, entre las nubes y el viento, como un capitán de almas y de mártires. No puedo evitar, también, acordarme de la colina de Nagasaki, en la que él y sus compañeros fueron martirizados. Por esas alturas de Gredos, en Arenas de San Pedro, estará otro santo, Pedro de Alcántara, que reposa en el Santuario arenense, y del que a partir de octubre de este año se celebrará el IV Centenario de su Beatificación y de su Patronazgo de Arenas. San Pedro de Alcántara fue ese franciscano que parecía hecho de raíces de árboles, como le veía Santa Teresa. Entre cantos y santos me encuentro, dejando volar todo lo posible la imaginación, que vuelve a Gredos, cuyas cumbres estarán cubiertas por la nieve, que siempre es esperanza.

      Estos son los molinos de viento, o acaso gigantes y endriagos, con los que voy pasando la mañana, en espera de vientos más favorables con los que comenzar nueva singladura, quizá hasta mañana, que, seguro, traerá sus afanes y desvelos, en ese interminable desasosiego en el que uno parece estar inmerso, como por algún extraño encantamiento, aunque puede que solo sea el discurrir de la vida, que nos tiende estas celadas.

     Querido lector, sigo esperándote en cada línea que escribo, pues se que eres fiel a mis cartas y a mis versos. Siempre tuyo.

Vale

Fernando Alda Sánchez





      

martes, 5 de enero de 2021

Se enciende la infancia...

 


      Con los cinco bajo cero con los que ha amanecido hoy la Ciudad de Ávila hay que tener mucha ilusión para esperar, en esa duermevela de todos los años, la llegada de los Reyes Magos de Oriente, aunque es verdad que los abulenses tenemos mucha fuerza siempre. Que Ávila lleve 2.000 años en lo alto de un cerro, entre piedras de granito y encinas, es un milagro, es decir, no tiene explicación, salvo que no sea otra que los que aquí vivimos estamos hechos de otra pasta y nos gusta mirar al cielo cara a cara, sin intermediarios, como le pudo ocurrir a nuestra paisana Santa Teresa. Ya se sabe, estamos tan hechos al frío y a la desolación que produce que cuanto en el termómetro marca cero grados decimos eso de "ni frío ni calor..." Y seguramente es así, acaso porque en estos días se nos enciende, a todos, la infancia...

     Al menos, hoy, hay un sol radiante, como el que se abre en los días de helada en estas alturas, con un cielo de azul purísima, inmaculado, como antesala de que mañana es la Epifanía de nuestro Señor, con todos sus esplendores, y todo ello es motivo de consuelo. Ya están algunos almendros, y otros árboles, despuntando, como engañados por la luz deslumbrante, sin saber que nos quedan muchos rigores por pasar. Otro tanto les ocurre a las cigüeñas, que ya llevan unos días entre nosotros y uno no acaba de entender bien cómo pueden venir estas coquetas y esbeltas damas a visitarnos tan temprano, por San Blas, decían antes, aunque ya están aquí algunas, en forma de avanzadilla, desde primeros de diciembre. Son valientes, las cigüeñas, pues en estas fechas hay que serlo para aguantar en sus nidos en lo alto de los campanarios las cuchilladas que asesta el hielo con cara de pocos amigos. Puñaladas traperas son, sin duda. Cuando te encontrabas la primera era preceptivo que tuvieses algo de dinero en el bolsillo, pues eso era señal inequívoca de que no habría de faltarte para el resto del año. ¡Qué cosas, y nosotros matándonos a trabajar, como si no hubiese un mañana, para tenerlo!

       En la lejanía, la sierra de azul y blanco, empenachada de nieve, la Paramera y Serrota, imaginando Gredos que estará también vestida de albura, para hacer cumplir eso de "año de nieves, año de bienes", que ya solo recuerdan los más mayores por aquí, como solo recuerdan las nevadas de antaño, que nos lleva a decir eso de que "las nevadas de ahora no son como las de antes" exagerando la cosa un poco (no obstante, hay fotos que así lo atestiguan y ponen los pelos de punta). Es el imaginario popular, que mantiene recuerdos encendidos que nos llevan, a mí, al menos, a regiones todavía habitadas de la infancia en las que íbamos al colegio caminando y sentíamos el crotoreo de las cigüeñas, que nos decían que estaban "machacando  el ajo", aunque nos parecía que estaban tiritando de frío, como nos ocurría a nosotros mismos y que, aunque no tuviesen dientes, éstos estaban castañeteando.

      Y cuando aún muy pequeños y no teníamos edad para vestir los pantalones largos, los llevábamos cortos, con medias hasta las rodillas, las niñas igual, con su falda, y creíamos que en el mundo no había misericordia, pese a lo que nos decían en la catequesis. Los niños parecíamos inmunes al frío, o tal vez fuese para que nos acostumbrásemos de golpe, como si de una vacuna contra los grados siberianos se tratase. Luego ya de mayor comprendí que era para que pareciésemos legionarios romanos y estuviésemos en el limes del Rin a brazo partido con las tribus germánicas, cual si de Marco Aurelio se tratase. Afortunadamente estas costumbres "bárbaras" se acabaron, y unos y otras íbamos con pantalones largos, o con leotardos, si era el caso, para ellas. Lo peor, al menos para mí, era el "verdugo" de lana que nos enfundaban en la cabeza, que picaba por todas partes y nos hacía más feos de lo que en realidad éramos. Parecíamos una especie de Gollum, como el del Señor de los Anillos, o sabandijas acuáticas semejantes. Era horrible, pero había que aguantarse.

     Menos mal que íbamos corriendo y saltando a todas partes, pues casi nadie tenía el privilegio de que le llevasen al colegio en coche, y en las piernas nos salían unas manchas rojizas que estaban muy cerca de los sabañones. Era cuando hasta el aceite se helaba en el interior de las casas y si las ventanas daban al norte crecía el hielo en los cristales. Si se había olvidado la ropa lavada puesta a secar en los tendederos, buscando el solecillo diurno, amanecían las camisetas tiesas, sin necesidad de utilizar almidón, con un rigor mortis que no tenía comparación con nada. De alguna manera nos curábamos todos como les ocurre a los embutidos.Y sobrevivimos.

     Les cuento estas cosas a mis hijos y les parece que estoy hablando de antes del diluvio universal. La verdad es que no era ni mejor ni peor que ahora, era lo que había, y teníamos que adaptarnos. Eso sí, la imaginación era libre y jugábamos, por supuesto, en la calle, con cualquier cosa que nos encontrásemos, incluidas viejas cubiertas de ruedas de bici o de motocicletas que resultaban ser unos aros estupendos, que nos dejaban las manos ennegrecidas para el resto del día, con la consiguiente regañina al llegar a casa, hasta que aprendimos que era mejor utilizar un palo para que rodasen. Alta tecnología, como puede comprobarse. "Sistema Atapuerca", podríamos decir sin temor a equivocarnos. No sabíamos de la existencia de los bits y los unos y ceros eran lo que aleatoriamente era alguna de las notas que podíamos tener en un examen para el que no habíamos estudiado mucho. Es cierto que también podríamos alcanzar el diez.

    Como de costumbre, esperaré esta noche la llegada de los Reyes Magos, soñando, desde luego, con que nos traigan aquello que más necesitemos, la salud, la paz de espíritu, un trabajo, el cariño de nuestra familia, unos ojos nuevos para ver el mundo como lo ve el Niño que ha nacido en Belén,  y que podamos conservar todo ello a lo largo de este año, que también parece se presenta difícil como el anterior. Entre el frío y las cigüeñas, estos deseos, para tí, querido lector, y que nunca, nunca, una sonrisa se borre de tu rostro, pues será señal de que en tus adentros arden la memoria y la esperanza. Un fuerte abrazo para todos


Fernando Alda Sánchez




sábado, 2 de enero de 2021

Voy trenzando la mañana...

 


          En la nieve, la pureza del aire, la flor de la espera y la esperanza, el vuelo de esa avecilla que aterida busca consuelo en los desvanes en ruina en los que habita el abrazo que estamos esperando dar, ese que seguimos guardando en el pecho, bajo el abrigo, esperando que pase pronto este enero que ahora comienza, deseando, tal vez, que venga febrero con sus locuras, para que el sol tenga algo de fuerza y busquemos su cobijo, como si de un ensalmo se tratase, entonando por lo bajo la canción infantil de "sal solito, caliéntanos un poquito..." sabiendo que la primavera aún está lejos, por mucho que florezcan, equivocados, los almendros.

          Pero ya será abril, y luego mayo, y en ese sueño estamos, tratando de encender nuestros adentros con algún rescoldo que hemos sacado de entre las telarañas azules de la memoria, para rescatarlo de la muerte, que es como decir para ponerlo en marcha, para que prenda en la leña dura del recuerdo y nos evite la desolación.

         Es tiempo de lecturas, de recordar poemas, de buscar en el calor de un libro la tensión del relato, de buscar los cantos antiguos que han ido forjando el alma en los fuegos milenarios que mantenemos despiertos desde que los hombres se cobijaron en las cuevas. Es tiempo de leer y de vivir, no obstante, para que el espíritu no se nos encoja con los grados bajo cero que campan desatados en estas alturas abulenses, entre el cielo y la tierra, en estas cumbres que nos elevan.

        Y en el libro que tengamos en las manos, tal vez el espejo de la vida, la mirada que todo revela y que sostiene el pulso, para ir descubriendo, con la lentitud con la que caen los copos de nieve cuando no buscan la venganza que viene con la cellisca, el esplendor de lo que existe, de lo que es y se nos ofrece como una bendición en este tiempo en el que de la muerte volverá la vida.

         Me asomo a la ciudad, a esta Ávila que hoy parece Nínive lejana, y recuerdo a Jonás, al pez grande en el que viajó, y el tiempo me parece, bajo la albura de la nieve y la transparencia del hielo, como una cortina grande, de esas en las que siendo niños nos hemos escondido todos, asomando por el faldón los pies tímidos, que deseaban echar a correr para dar un susto a alguien. Allí escuchábamos las conversaciones de los adultos, y nos parecía que el mundo se había parado, que nosotros reinábamos en él, y que estábamos en el centro del universo, en el secreto mismo de todo lo oculto.

      Con estos remedios que la memoria me sirve en bandeja de plata voy trenzando la mañana, en la que el humo de la chimenea no acaba de despegar, pues parece no atreverse con tanto frío. Menos mal que el viaje es largo, que el paso no tiene prisa, y que el corazón sigue latiendo en estos rigores del invierno que ha venido a tomar posesión de sus reales.

Fernando Alda Sánchez


Nota:- La foto la ha realizado el que esto suscribe, ayer, día 1 de enero, en el que nos levantamos con la primera nevada del invierno vistiendo de forma tan hermosa a la ciudad de Ávila.