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lunes, 15 de febrero de 2021

Querido lector, 5 / El río de las almas


            Querido lector:


            He apreciado mucho el paquete de libros que me enviaste junto a tu última carta, de forma muy especial la edición "Del tiempo y el río", de Thomas Clayton Wolfe, del que ya había leído  su primera novela, "El ángel que nos mira", y la magnífica antología con poemas de Emily Dickinson, a la que siempre es un placer asomarse, de tan inquietante como resulta. Te agradezco también los otros libros, el diario póstumo de José Jiménez Lozano, "Evocaciones y presencias", y la última edición de las poesías completas de Cosme Alfayate, quien, desde la Cordillera Andina, allá en el argentino Tucumán, hace resonar su voz profunda y misteriosa como el vuelo del cóndor. Solo el título del volumen resulta revelador: "Luz de otros mundos".

             Recuerdo que José Jiménez Lozano escribió en alguno de sus diarios, puede que en los "Tres cuadernos rojos", que necesitamos estar acompañados en nuestro paso terrible por el mundo, para que la soledad no nos devore, y que podemos estarlo por cosas muy simples, como la cuerda con la que ha venido atado un paquete de libros. Confieso que en algún momento de mi juventud tenía en mi escritorio un papel de estraza, de color azul, atado con una cuerda, que, efectivamente, perteneció a algún paquete de libros. Así me he sentido ahora, con tu envío, y no puedo menos que evocar estas circunstancias. Ten por seguro que guardaré la cuerda con mucho celo en alguno de los cajones de mi mesa de trabajo.

           A esta carta que ahora te escribo con tanto entusiasmo le acompañará, en caja aparte, la reedición que han hecho de "Meditación sobre la libertad religiosa", de Jiménez Lozano, que creo no conoces, y, por supuesto, sus "Parábolas y circunloquios de Rabí Isaac ben Yehuda", del que tantas veces te he hablado. Junto a ellos, el libro de poemas "Ínsulas en llamas", de ese paisano mío del que ya hemos comentado algo en otras ocasiones, y al que deberías escribir para entonarle un poco, pues está con el ánimo, así me lo parece, muy bajo y espiritualmente algo perdido, como en un desierto, buscando salidas.

          El sábado salimos toda la familia al campo y pudimos comer junto a la Ermita de Nuestra Señora de Riondo, cerca de Benitos, ya sabes. Nos hizo un día fantástico, que nos permitió disfrutar de un largo paseo bajo la mirada cálida de un sol de febrero que lucía espléndido entre algunas nubes. Tuvimos la suerte de ver los primeros narcisos, amarillos y blancos, en los prados encharcados por el agua de las últimas lluvias; la primavera ya se presiente. Así nos lo decía también la primera boruja que pudimos cortar en alguno de los arroyuelos que nos salían al paso, verdaderamente tierna para el paladar. Su nombre científico es el de "montia fontana", que me resulta muy hermoso y lleno de resonancias, por lo de los montes y las fuentes, que es donde crece.

          Luego nos acercamos, por San Juan del Olmo, siguiendo el curso del río Almar, hasta la Ermita de Nuestra Señora de las Fuentes , a cuyo interior pudimos acceder, pues estaba abierta al público. Fue una suerte, un verdadero regalo. Sin duda se trata de un lugar misterioso, cargado de sensaciones muy hondas. Además de rezarle una Salve a la Virgen, vimos, bajo un cristal, el pozo en el que nace el río citado, que tantos ecos nos deja el sonido de sus aguas de cascada en cascada cuando cruza la Sierra de Ávila y se despeña, después, hacia La Moraña, camino del Tormes, que es río más poderoso, pero que también lleva al mar, como éste, que siempre me ha parecido que estaba hecho de almas, en lugar de aguas, por su nombre. No lejos de allí están las ruinas del Monasterio de Nuestra Señora del Risco, y las leyendas de las tres Vírgenes que se encuentran en estas estribaciones de la Sierra me vuelven a la memoria, ahora que soy romero como ellas.

         Este paisaje de Ávila nada se parece al que ves desde tu imaginaria villa de Fiesole, en la Toscana, pero las peñas quebradas, las piedras caballeras, las encinas, y los cielos abiertos pueden llevarte a cualquiera de las regiones más transparentes del aire, como ocurre con la novela de Carlos Fuentes, incluso al Castillo Interior teresiano, pues desde estas alturas, el mundo inmenso en derredor, se está cerca de los cielos. Es una línea atormentada, con elevaciones que ponen de manifiesto la erosión tremenda que el granito ha sufrido con el paso de millones de años, como el Cerro de Gorría (1.708 metros sobre el nivel del mar), una atalaya magnífica para contemplar el Valle Amblés y la extensión de las provincias de Ávila y Salamanca, al otro lado. Lástima que ahora el paisaje, que aún habitan los duros hombres y mujeres de estas soledades, se ha visto estropeado hasta los tuétanos por los feísimos aerogeneradores que han instalado sin ningún criterio en el mismo.  Éstos sí son gigantes, verdaderos endriagos, y no los molinos que alanceó imprudentemente Don Quijote, en sus delirios caballerescos. Una verdadera pena, pues enturbian la visión y ciegan con chatarra los ojos.

         Próxima está ya la Cuaresma, con el Miércoles de Ceniza, sin que en estos días el Carnaval nos deje despedirnos de los rigores del invierno. Es tiempo de conversión, aunque también de esperanza en el Nazareno. Es momento de abrirle las puertas, para que entre a nuestros adentros, que deberemos adecentar y enjalbegar, pues la visita así lo merece. A los ojos se me viene el Cristo de los Ajusticiados, en el Humilladero de la Vera Cruz, junto a la Basílica de los Mártires, y se me estremece el alma de ver al mismo tan llagado. Otro tanto le ocurriera a mi paisana Santa Teresa,  en una de sus visiones, en la que contempló un Cristo atado a una columna, durante su flagelación, aunque no se sabe con certeza qué imagen pudiera ser la misma. Solo de pensar en el flagrum romano se me abren a mi también las carnes.

         En fin, ya tendremos ocasión de comentar todas estas cuestiones en persona, mejor que por carta, cuando tengamos la oportunidad de vernos. Ya no te canso más, pues querrás abrir el paquete de libros, y comprobar por ti mismo los tesoros que te envío. Por mi parte, dejo la pluma para adentrarme en la lectura de Thomas Wolfe y su prosa fascinante, con la seguridad de que la jornada se me pasará volando, quizá un tanto perdido por regiones aéreas que hoy están vestidas con algunas nubes de tul, ligeras sedas, acompañadas por el viento que las revuelve y amontona, como si fuese otoño.

         Tuyo siempre

Fernando Alda Sánchez

P.S.- La foto la realicé el día que te comento en la carta y se corresponde con el pozo, situado en el presbiterio de la Ermita de Nuestra Señora de las Fuentes, en el que nace el río Almar, en San Juan del Olmo
         


          



         

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