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viernes, 5 de febrero de 2021

Querido lector, 1-Suena la lluvia

 


      Inicio hoy una serie de cartas dirigidas a los lectores, a cualquier lector que tenga y se acerque, curioso y atrevido, hasta este blog, que sigue manteniendo el vigor con el que lo inicié.


  Querido lector:

       Suena la lluvia sobre el tejado y se rompe el silencio que pacté con la mañana. Escribo en esta buhardilla, rodeado de libros, de sombras, de recuerdos que no se extinguen, esperando que de alguno de  los relatos sus personajes vengan a visitarme. Añoro los largos días de julio, de ese verano que se fue entre cenizas en el tenso otoño, el sol y los cielos limpios, en los que Píndaro se acercaba, desde su Cinoscéfalas natal,  a saludarme cuando yo escribía, refugiado a la sombra, mirando los pájaros celebrar la vida. También venía por aquí Cayo Valerio Catulo, el de Verona, pues quería ofrecerme las últimas noticias que tenía de  Roma. Parecía ya recuperado de sus turbios amores con Clodia que tantos disgustos le causaron.

          Ahora, con el invierno, que parece va marchándose, a duras penas, estas visitas no se producen, acaso por aquello de que en el jardín de casa es imposible estar y a ellos no les apetece venir. Puede que anhelen más las villas junto al Mediterráneo que estas alturas de Ávila y, por eso, me hallo, como el coronel que no tenía quién le escribiese, sin visitas, arrostrando estos rigores sin más compañía que la lectura.

          Pero, sin duda, será primavera, y los carbonerillos y los colirrojos regresarán por donde solían, y las palomas volverán a arrullarse, y habrá celebración y disfrutaremos de la ebriedad de las horas, que se alargarán, como si fuesen eternas, y volverán aquellos que se fueron y se hilvanarán otras conversaciones y todo será nuevo.

          En estas ensoñaciones de febrero vislumbro, al otro extremo de la estancia, a mi Don Quijote y a su fiel Sancho, que desde la Ínsula Barataria me prometen nuevas aventuras, a lomos de Clavileño, para ir más lejos que con Rocinante y "el rucio", el mismo color con el que parece estar hoy teñido el día, entre tanta penumbra, todos ellos en el retablillo de Maese Pedro, en el que se representa nuestra pobre vida de humanos, tan sujetos a la inexorable ley del tiempo y de la insignificancia. Nos habremos ido, a otra vida, eterna, espero, con el Padre, pues así lo sostiene mi Fe, pero el Mundo seguirá girando, inexorable. 

           Me siento, en ocasiones, como el hombre de Vitrubio, que pintara Leonardo, por aquello de estar desnudo, moviendo los brazos y las piernas, dentro de un círculo, en humana proporción, aunque confieso que personalmente siempre lo he visto como tanteando los límites del espacio o buscando una salida imposible, tal un pez en una pecera, como la que se me rompió cuando era niño, al desplazarse la piedra que había en el fondo, un duro granito de mi tierra, y chocar con fuerza contra el cristal. El agua y pez que había en ella pasaron a mejor vida, al igual que las ilusiones que tenía depositadas en ellos. Así debemos sentirnos cuando nos ronda con tanto celo la muerte.

        Mientras espero ésta y otras visitas, releo hoy la biografía de San Pedro Bautista, mi paisano de San Esteban del Valle, protomártir de Cristo en Japón y embajador de Felipe II en aquel imperio, pues hoy es su fiesta, y le rezo una oración, esperando se acuerde de nosotros desde las alturas de Gredos, desde El Torozo, en el Barranco de las Cinco Villas, al que tantas veces he ascendido con la esperanza de verle por allí, entre las nubes y el viento, como un capitán de almas y de mártires. No puedo evitar, también, acordarme de la colina de Nagasaki, en la que él y sus compañeros fueron martirizados. Por esas alturas de Gredos, en Arenas de San Pedro, estará otro santo, Pedro de Alcántara, que reposa en el Santuario arenense, y del que a partir de octubre de este año se celebrará el IV Centenario de su Beatificación y de su Patronazgo de Arenas. San Pedro de Alcántara fue ese franciscano que parecía hecho de raíces de árboles, como le veía Santa Teresa. Entre cantos y santos me encuentro, dejando volar todo lo posible la imaginación, que vuelve a Gredos, cuyas cumbres estarán cubiertas por la nieve, que siempre es esperanza.

      Estos son los molinos de viento, o acaso gigantes y endriagos, con los que voy pasando la mañana, en espera de vientos más favorables con los que comenzar nueva singladura, quizá hasta mañana, que, seguro, traerá sus afanes y desvelos, en ese interminable desasosiego en el que uno parece estar inmerso, como por algún extraño encantamiento, aunque puede que solo sea el discurrir de la vida, que nos tiende estas celadas.

     Querido lector, sigo esperándote en cada línea que escribo, pues se que eres fiel a mis cartas y a mis versos. Siempre tuyo.

Vale

Fernando Alda Sánchez





      

2 comentarios:

  1. Que carta más hermosa, Fernando. Muchas gracias. Un abrazo.

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    1. Muchas gracias, hermosa! Es una alegría saber que leen lo que escribes tus mejores amigos. Un besazo Mayte

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