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viernes, 13 de agosto de 2021

Con el viento, 1 / Adagio


1


El deseo de las manos
por amasar esta arcilla
que se ofrece para ser
el molde del agua, la pureza
del aire, la fragua del fuego, 
en un interminable adagio
de luces y sombras.

Fernando Alda 

lunes, 9 de agosto de 2021

Melancolías errantes, las nieblas

 


Las lágrimas que San Lorenzo
llora desde la profundidad de la noche
en calma, en el jardín de casa,
oteando los vientos viejos que regresan
allende la llanura, desde el mar,
como un fado o un poema de Fernando 
Pessoa, acaso de alguno de sus heterónimos,
pues siguen escribiendo el desasosiego
en el envés de las nieblas,
que son melancolías
errantes que en ocasiones nos encuentran
y nos dejan la lluvia fina y fría de la tristeza,
calándonos hasta los huesos,
hasta la médula de los recuerdos, que van
y vienen, sin hogar o alcoba,
pasando, tal el agua,
por los ojos de los puentes,
no dejando mayor memoria,
ni nombre o señas siquiera,
con los que poder llamar
a este desasimiento en el que se hunde
la voluntad, sin dueño,
a su albedrío, puede que como la nieve
de primavera, cuando desciende
desde los páramos
desolados, los del norte de toda espera.

Fernando Alda

sábado, 7 de agosto de 2021

El ojo del pozo

 



Me asomo al ojo del pozo,
su pupila profunda,
el mirar de lo hondo
que sube a buscarme
en la bendición de la luz
que celebra la libertad.
En el anillo del brocal,
una maceta azul con geranios,
la pincelada que en la mañana
dejan unos lirios,
y pienso entonces que la nieve
vendrá algún día a besar estas orillas,
y que será invierno en mis sienes,
que van cansadas y buscan la sombra
de la higuera, la que no corté
aunque estaba seca, esperando 
sus frutos posibles, pues dejé en sus ramas
prendido un deseo al alba,
que será, tal vez, la belleza de las prímulas y promesa.
Arrojo al fondo oscuro mis días,
como una piedrecilla
blanca y tibia, esa que recogí en el paseo de la otra tarde,
por el camino del oeste,
cuando regresaba con el viento
que hacía ondear en mi camisa
los sueños, tal una bandera,
la celebración de existir,
y me quedé dormido como lo hace el centinela
que trata de ver en la noche, 
tal vez, otra vida, otra casa, otro beso, que no llegan.

Fernando Alda

jueves, 5 de agosto de 2021

Duele el aire...

 


Duele el aire que espera

para entrar en tu almario,
en la caja de madera
oscura, como el buzón
en el que se depositan las cartas
que no recibirás nunca,
en la que guardas
los botones para abrochar el alba,
unas alas de mariposa, el esplendor
de la hierba, el fulgor nítido de las flores,
un sello de caucho viejo, con un ex-libris
olvidado,
un pedazo de aquella sombra del tilo
que en una tarde luminosa de estío
te dio cobijo, un frasquito
de perfume vacío, el papel
arrugado en el que aún late
un poema de amor, una lupa medio rota,
los pétalos de la sola rosa
que abre la celeste mañana
a todas las esperanzas.
Entre las canicas de cristal,
colores que son memoria
de infancia, cuando el mundo
se estrenaba cada tarde,
al regresar del colegio,
y la vida se ofrecía
como un abanico
que restauraba las heridas
que había dejado, ya tan pronto, el tiempo
en los ojos, y eran nuevos
los sueños, y la muerte,
que parecía antigua y solitaria,
tan sin amigos,
vivía muy lejos, más allá
del sol naciente, de las montañas y las estrellas.

Fernando Alda

miércoles, 4 de agosto de 2021

La sola luz que amanece

 


Sin entradas en la agenda,

la sola luz que amanece
entre los acianos, aún desperezándose
de lo que fue la noche,
esa en la que cayeron las estrellas
a los abismos de los estanques,
o fue el dolor, la rosa
de espinas, un pétalo
herido que quedó atrapado
en la trampa del tiempo.
Tú también despiertas,
queriendo que venga el día
con sus fulgores a adornar
tus sienes que el rocío bendice,
abriendo los brazos al horizonte
de siempre por el que vendrán,
sin saberlo, la memoria
y el fuego, por la ventana
vieja desde la que te asomas al paisaje.
Las manos te tiemblan en los bolsillos
mientras el sol se alza
sobre estas tapias y su sombra.
En los álamos, el viento
prende canciones que ya olvidaste
y ahora se encienden como la lluvia
de verano en las amapolas.

Fernando Alda


lunes, 2 de agosto de 2021

De profundis, y 2 / Justo cuando todo...

 



Justo cuando todo parece perfecto
viene la sombra de la ceniza,
el laurel ajado, el acónito,
el barro y el cieno
sobre la corona más brillante,
la que refulge bajo el agua
y trata de asomar entre los espejos
rotos, un minuto, tus cabellos
contados uno a uno, la muerte
azul, en cualquier esquina
del mundo inmenso,
que ahora no está bajo tus pies,
pues has caído, 
quizá de la altura de la hierba
y su esplendor,
que fue segada y ya no es suelo,
sino solo ausencia,
un verdor extinguido que se marcha
con el adiós del viento
y el fulgor de la nada, a la Estigia,
con ese Caronte melancólico
que espera el paso lento del alzado
de los claroscuros desde los que miras
cómo se debate la vida
entre el dolor y la celebración.

Fernando Alda

De profundis, 1 / En la penumbra

 


En la penumbra, la mirada del dolor,

la soledad que quisiera buscar una luz,
una mano tendida, una rosa
recién abierta en primavera
que inundase con su fragancia
estos silencios que llenan como plomo 
las horas, en las ramas
vencidas de los sauces
que crecen en las orillas
de este río que va a ninguna parte,
tal el ocaso
deshaciéndose en llamaradas frías
que no alumbran las alcobas
donde duermen la tristeza y el desengaño.
Un poco de cielo azul,
eso pido, un pedacito del Paraíso,
de ese con el que en ocasiones
me duermo cuando lo voy pensando,
mientras la lluvia
abre atajos entre los charcos
desolados del suelo,
en este arrabal de sangre,
y me parece que es la hora
en la que mueren
los sueños, a la intemperie del mundo,
en un lugar muy lejano y lleno de nieve.

Fernando Alda