Las lágrimas que San Lorenzo
llora desde la profundidad de la noche
en calma, en el jardín de casa,
oteando los vientos viejos que regresan
allende la llanura, desde el mar,
como un fado o un poema de Fernando
Pessoa, acaso de alguno de sus heterónimos,
pues siguen escribiendo el desasosiego
en el envés de las nieblas,
que son melancolías
errantes que en ocasiones nos encuentran
y nos dejan la lluvia fina y fría de la tristeza,
calándonos hasta los huesos,
hasta la médula de los recuerdos, que van
y vienen, sin hogar o alcoba,
pasando, tal el agua,
por los ojos de los puentes,
no dejando mayor memoria,
ni nombre o señas siquiera,
con los que poder llamar
a este desasimiento en el que se hunde
la voluntad, sin dueño,
a su albedrío, puede que como la nieve
de primavera, cuando desciende
desde los páramos
desolados, los del norte de toda espera.
Fernando Alda
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