Sin entradas en la agenda,
la sola luz que amanece
entre los acianos, aún desperezándose
de lo que fue la noche,
esa en la que cayeron las estrellas
a los abismos de los estanques,
o fue el dolor, la rosa
de espinas, un pétalo
herido que quedó atrapado
en la trampa del tiempo.
Tú también despiertas,
queriendo que venga el día
con sus fulgores a adornar
tus sienes que el rocío bendice,
abriendo los brazos al horizonte
de siempre por el que vendrán,
sin saberlo, la memoria
y el fuego, por la ventana
vieja desde la que te asomas al paisaje.
Las manos te tiemblan en los bolsillos
mientras el sol se alza
sobre estas tapias y su sombra.
En los álamos, el viento
prende canciones que ya olvidaste
y ahora se encienden como la lluvia
de verano en las amapolas.
Fernando Alda
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