Justo cuando todo parece perfecto
viene la sombra de la ceniza,
el laurel ajado, el acónito,
el barro y el cieno
sobre la corona más brillante,
la que refulge bajo el agua
y trata de asomar entre los espejos
rotos, un minuto, tus cabellos
contados uno a uno, la muerte
azul, en cualquier esquina
del mundo inmenso,
que ahora no está bajo tus pies,
pues has caído,
quizá de la altura de la hierba
y su esplendor,
que fue segada y ya no es suelo,
sino solo ausencia,
un verdor extinguido que se marcha
con el adiós del viento
y el fulgor de la nada, a la Estigia,
con ese Caronte melancólico
que espera el paso lento del alzado
de los claroscuros desde los que miras
cómo se debate la vida
entre el dolor y la celebración.
Fernando Alda
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