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jueves, 31 de octubre de 2019
La magdalena y la memoria
A medida que va descubriéndose el velo del día las pequeñas cosas que nos rodean van siendo nombradas para que adquieran certeza. Desde una caja metálica con lápices de colores hasta las orquídeas que alumbran con su belleza un rincón casi olvidado en una estancia del hogar.
No insistiré en la importancia de todas estas pequeñas cosas que nos rodean y acompañan y que conforman la geografía existencial que nos define, pues lo creo un ejercicio innecesario. Prefiero mirarlas, simplemente, dejar que la luz las defina, desvele sus secretos y su perfil, el humilde existir que tienen junto a nosotros. Uno no es por ello un fetichista, sino más bien lo que hace es buscar asideros, como amarres, en los que ir dejando el barco atracado en puerto seguro.
¿Quién no ha tomado una estilográfica a la que guarda evidente aprecio, y, entre sus manos, ha revivido momentos y escrituras? Sinceramente, con el ordenador no es posible, pese a que sea portátil, aunque la prisa del momento nos obligue a utilizarlo de urgencia.
Esos objetos son como los libros que hemos leído y que dormitan, en su duermevela, en los plúteos de las bibliotecas, aguardando la mano cálida, de primavera, que redima el helor de la soledad y del polvo.
Igual que Marcel Proust, en su monumental "En busca del tiempo perdido", evocaba el pasado mediante una magdalena que está siendo comida, a nosotros se nos activa algún oculto resorte cuando abrimos un viejo cuaderno, muy gastado en sus tapas, en el que hemos anotado sensaciones y pensamientos, o cuando ante los ojos una antigua fotografía evoca viajes y amistades.
Resulta inevitable que el pasado retorne, que de alguna extraña manera sea presente, pues estamos continuamente en viaje para buscar el proustiano tiempo perdido, que no es otro que el de nuestra vida, nuestras emociones y ensalmos, los rescoldos más antiguos que aún alimentan la hoguera que es vivir. Bajo las cenizas aún laten los cimientos de las civilizaciones que fuimos, sin saberlo, y es posible escarbar con la badila para despertar del sueño eterno con el que quiere desarmarnos la muerte, su sueño frío y húmedo, frente al sueño glorioso que nos ofrece Dios con todo su amor.
Estamos hechos para vivir y para recordar, pues en el tejido de la memoria, en su urdimbre, se esconden sustratos importantes para afrontar caminos y andanzas, se esconde la materia invisible de la que están hechos los sueños, el dulce sabor de la vida en todo su esplendor.
Será una magdalena o un trago de vino recio, no sabemos, lo que en la libación del tiempo, ahora y siempre, despertará imágenes, pavesas, las ascuas más ardientes de todo cuanto hemos vivido y nos sostiene, verticales en la llanura, para resistir el embate del tiempo y las devastaciones a las que nos somete, con terrible furia, sin misericordia alguna.
Fernando Alda Sánchez
La foto es de pixabay
"Don Juan Tenorio"
Mañana es el Día de Todos los Santos, y el sábado es el día de los Fieles Difuntos, dentro del calendario litúrgico católico. Entre medias, la noche de las ánimas, de larguísima tradición española, que ahora quiero reivindicar frente a tantos excesos del Halloween anglosajón, que a fuerza de impulsos comerciales nos han implantado con calzador.
Para reivindicar la tradición española, nada mejor que traer al blog, sin entrar en estériles diatribas, la obra de teatro "Don Juan Tenorio", de José Zorrilla ( Valladolid, 1817 - Madrid, 1893), ampliamente representada hasta no hace muchos años en estas fechas. Leerla o asistir al teatro para ver esta obra es lo suyo. Un ejercicio de alivio y desahogo frente a tanta calabaza foránea y tantos murciélagos como sobrevuelan en horizonte.
Si no se pueden hacer alguna de las dos cosas, lo mejor será entonces buscar en internet alguna grabación del Tenorio, de fácil acceso gracias a la cultura digital, y disfrutar viéndola en casa, en familia o con amigos.
Con este gesto sencillo apreciaremos no solo el vigor de la propia obra, tan universal, sino que nos habremos vuelto un poco más lúcidos y coherentes con nuestra vida y las costumbres que vamos perdiendo a base de talonarios y modas comerciales.
Poco más quiero decir. Seamos románticos, en el pleno sentido del movimiento literario al que Zorrilla y su Juan Tenorio pertenecen, no necios. Dejemos a cada uno con sus tradiciones. Los disfraces, en esta época del año, no nos sientan nada bien. Para eso está el Carnaval. Y si queremos historias de miedo, basta con leer a otro romántico español, a Gustavo Adolfo Bécquer y sus leyendas, en la noche apropiada, nunca antes de tiempo.
Y, por todo ello, os dejo con el inicio del acto primero del Tenorio:
"JUAN. ¡Cuál gritan esos malditos!
Pero, ¡mal rayo me parta
si en concluyendo la carta
no pagan caros sus gritos!"
Y así concluyo esta reseña, que no carta, dejando al lector memoria de otros muchos versos famosos de esta obra, que seguro se le están ocurriendo ya.
Fernando Alda Sánchez
Del Tenorio hay muchas ediciones. No obstante, os dejo con la portada de la edición facsímil del manuscrito autógrafo de Zorrilla, realizada por la Real Academia Española, Madrid, 1974.
Para reivindicar la tradición española, nada mejor que traer al blog, sin entrar en estériles diatribas, la obra de teatro "Don Juan Tenorio", de José Zorrilla ( Valladolid, 1817 - Madrid, 1893), ampliamente representada hasta no hace muchos años en estas fechas. Leerla o asistir al teatro para ver esta obra es lo suyo. Un ejercicio de alivio y desahogo frente a tanta calabaza foránea y tantos murciélagos como sobrevuelan en horizonte.
Si no se pueden hacer alguna de las dos cosas, lo mejor será entonces buscar en internet alguna grabación del Tenorio, de fácil acceso gracias a la cultura digital, y disfrutar viéndola en casa, en familia o con amigos.
Con este gesto sencillo apreciaremos no solo el vigor de la propia obra, tan universal, sino que nos habremos vuelto un poco más lúcidos y coherentes con nuestra vida y las costumbres que vamos perdiendo a base de talonarios y modas comerciales.
Poco más quiero decir. Seamos románticos, en el pleno sentido del movimiento literario al que Zorrilla y su Juan Tenorio pertenecen, no necios. Dejemos a cada uno con sus tradiciones. Los disfraces, en esta época del año, no nos sientan nada bien. Para eso está el Carnaval. Y si queremos historias de miedo, basta con leer a otro romántico español, a Gustavo Adolfo Bécquer y sus leyendas, en la noche apropiada, nunca antes de tiempo.
Y, por todo ello, os dejo con el inicio del acto primero del Tenorio:
"JUAN. ¡Cuál gritan esos malditos!
Pero, ¡mal rayo me parta
si en concluyendo la carta
no pagan caros sus gritos!"
Y así concluyo esta reseña, que no carta, dejando al lector memoria de otros muchos versos famosos de esta obra, que seguro se le están ocurriendo ya.
Fernando Alda Sánchez
Del Tenorio hay muchas ediciones. No obstante, os dejo con la portada de la edición facsímil del manuscrito autógrafo de Zorrilla, realizada por la Real Academia Española, Madrid, 1974.
En un lienzo ...
Qué tristeza en el paño de la Verónica,
todas las lágrimas
y toda la sangre,
cuánto duelo.
Aún restallan los latigazos
y las burlas,
camino del Calvario,
el fiero desprecio de los verdugos.
El dolor más intenso
en un lienzo, lino
purísimo, los ojos
hundidos... No hay pincel
en el mundo que pintar
pudiera tanta devastación.
Fernando Alda Sánchez
todas las lágrimas
y toda la sangre,
cuánto duelo.
Aún restallan los latigazos
y las burlas,
camino del Calvario,
el fiero desprecio de los verdugos.
El dolor más intenso
en un lienzo, lino
purísimo, los ojos
hundidos... No hay pincel
en el mundo que pintar
pudiera tanta devastación.
Fernando Alda Sánchez
miércoles, 30 de octubre de 2019
Getsemaní
Qué solo estabas en Getsemaní
aquella violenta primavera,
entre los helados y endurecidos
troncos de los olivos,
cuando todos dormían y esperabas
beber el cáliz más amargo
en la noche más oscura.
Todas las miserias
sobre los hombros, como una clámide
ardiente, la Cruz más pesada.
Solo el ángel,
la voluntad del Padre.
Un helor de sangre, sobre el abismo,
en la madrugada desnuda,
hacía presentir el tormento,
el abandono, la expiación.
Mas ya estabas venciendo a la muerte,
y alumbrando una luz jamás soñada.
Qué solo estabas en Getsemaní...
Fernando Alda Sánchez
aquella violenta primavera,
entre los helados y endurecidos
troncos de los olivos,
cuando todos dormían y esperabas
beber el cáliz más amargo
en la noche más oscura.
Todas las miserias
sobre los hombros, como una clámide
ardiente, la Cruz más pesada.
Solo el ángel,
la voluntad del Padre.
Un helor de sangre, sobre el abismo,
en la madrugada desnuda,
hacía presentir el tormento,
el abandono, la expiación.
Mas ya estabas venciendo a la muerte,
y alumbrando una luz jamás soñada.
Qué solo estabas en Getsemaní...
Fernando Alda Sánchez
martes, 29 de octubre de 2019
Lugares imaginarios
A medida que va descubriéndose el velo del día las pequeñas cosas que nos rodean van siendo nombradas para que adquieran certeza. Desde una caja metálica con lápices de colores hasta las orquídeas que alumbran con su belleza un rincón casi olvidado en una estancia del hogar.
No insistiré en la importancia de todas estas pequeñas cosas que nos rodean y acompañan y que conforman la geografía existencial que nos define, pues lo creo un ejercicio innecesario. Prefiero mirarlas, simplemente, dejar que la luz las defina, desvele sus secretos y su perfil, el humilde existir que tienen junto a nosotros. Uno no es por ello un fetichista, sino más bien lo que hace es buscar asideros, como amarres, en los que ir dejando el barco atracado en puerto seguro.
¿Quién no ha tomado una estilográfica a la que guarda evidente aprecio, y, entre sus manos, ha revivido momentos y escrituras? Sinceramente, con el ordenador no es posible, pese a que sea portátil, aunque la prisa del momento nos obligue a utilizarlo de urgencia.
Esos objetos son como los libros que hemos leído y que dormitan, en su duermevela, en los plúteos de las bibliotecas, aguardando la mano cálida, de primavera, que redima el helor de la soledad y del polvo.
Igual que Marcel Proust, en su monumental "En busca del tiempo perdido", evocaba el pasado mediante una magdalena que está siendo comida, a nosotros se nos activa algún oculto resorte cuando abrimos un viejo cuaderno, muy gastado en sus tapas, en el que hemos anotado sensaciones y pensamientos, o cuando ante los ojos una antigua fotografía evoca viajes y amistades.
Resulta inevitable que el pasado retorne, que de alguna extraña manera sea presente, pues estamos continuamente en viaje para buscar el proustiano tiempo perdido, que no es otro que el de nuestra vida, nuestras emociones y ensalmos, los rescoldos más antiguos que aún alimentan la hoguera que es vivir. Bajo las cenizas aún laten los cimientos de las civilizaciones que fuimos, sin saberlo, y es posible escarbar con la badila para despertar del sueño eterno con el que quiere desarmarnos la muerte, su sueño frío y húmedo, frente al sueño glorioso que nos ofrece Dios con todo su amor.
Estamos hechos para vivir y para recordar, pues en el tejido de la memoria, en su urdimbre, se esconden sustratos importantes para afrontar caminos y andanzas, se esconde la materia invisible de la que están hechos los sueños, el dulce sabor de la vida en todo su esplendor.
Será una magdalena o un trago de vino recio, no sabemos, lo que en la libación del tiempo, ahora y siempre, despertará imágenes, pavesas, las ascuas más ardientes de todo cuanto hemos vivido y nos sostiene, verticales en la llanura, para resistir el embate del tiempo y las devastaciones a las que nos somete, con terrible furia, sin misericordia alguna.
Fernando Alda Sánchez
La foto es de pixabay
Esa noche descubrimos la Vía Láctea
Esa noche descubrimos la Vía Láctea.
Los niños, por primera vez;
otros, la volvimos a soñar.
Millones de estrellas
ardiendo a años luz de nuestros
sentimientos, como pavesas
o rescoldos a años de vida de nuestras
soledades y sentires, flotando,
como el origen de todas las esperanzas,
el fulgor de Dios, el esplendor
de su Creación que sigue iluminando
las huellas que dejamos en el barro,
efímero rastro en las cumbres
de las montañas. Sed de Ti, Señor mío,
Dios mío, Abba, pues en el imaginado
alumbrar de las estrellas se que está tu aliento,
al igual que en la humilde paja
de los pesebres. Sed de Ti, Eterno,
tan inalcanzable y tan cercano,
que desde el fin del firmamento de buscas,
me hablas, me amas. Es ternura. ¡Oh, noche
profundísima! ¡Oh, cedros que el aire
animan! ¡Oh, luceros y estrellas
que mi nombre escriben en la quietud
del alma en estos páramos de sombra,
de sol y de nada!
Fernando Alda Sánchez
Los niños, por primera vez;
otros, la volvimos a soñar.
Millones de estrellas
ardiendo a años luz de nuestros
sentimientos, como pavesas
o rescoldos a años de vida de nuestras
soledades y sentires, flotando,
como el origen de todas las esperanzas,
el fulgor de Dios, el esplendor
de su Creación que sigue iluminando
las huellas que dejamos en el barro,
efímero rastro en las cumbres
de las montañas. Sed de Ti, Señor mío,
Dios mío, Abba, pues en el imaginado
alumbrar de las estrellas se que está tu aliento,
al igual que en la humilde paja
de los pesebres. Sed de Ti, Eterno,
tan inalcanzable y tan cercano,
que desde el fin del firmamento de buscas,
me hablas, me amas. Es ternura. ¡Oh, noche
profundísima! ¡Oh, cedros que el aire
animan! ¡Oh, luceros y estrellas
que mi nombre escriben en la quietud
del alma en estos páramos de sombra,
de sol y de nada!
Fernando Alda Sánchez
lunes, 28 de octubre de 2019
Padrenuestro
Me gusta hablar contigo,
Dios mío, en el sol de la tarde,
cuando el crespúsculo
enciende las brasas del alma
y hay silencio entre las horas
que anuncian los primeros
brillos del firmamento.
El alma en paz, los sentidos,
mudos: es entonces
cuando te cuento los trabajos del día,
el instante en el que te doy
gracias por el pan, por la fe,
por la vida, por la esposa
y los hijos, por su sonrisa y sus abrazos.
Padre, perdona mi debilidad,
mi interminable flaqueza,
y haz de mi el fruto de tu voluntad,
memoria tuya, la caridad
que alivia el dolor, el agua y la luz,
hijo pródigo como soy
que siempre regresa a tu misericordia.
Fernando Alda Sánchez
Dios mío, en el sol de la tarde,
cuando el crespúsculo
enciende las brasas del alma
y hay silencio entre las horas
que anuncian los primeros
brillos del firmamento.
El alma en paz, los sentidos,
mudos: es entonces
cuando te cuento los trabajos del día,
el instante en el que te doy
gracias por el pan, por la fe,
por la vida, por la esposa
y los hijos, por su sonrisa y sus abrazos.
Padre, perdona mi debilidad,
mi interminable flaqueza,
y haz de mi el fruto de tu voluntad,
memoria tuya, la caridad
que alivia el dolor, el agua y la luz,
hijo pródigo como soy
que siempre regresa a tu misericordia.
Fernando Alda Sánchez
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