Dios mío, en el sol de la tarde,
cuando el crespúsculo
enciende las brasas del alma
y hay silencio entre las horas
que anuncian los primeros
brillos del firmamento.
El alma en paz, los sentidos,
mudos: es entonces
cuando te cuento los trabajos del día,
el instante en el que te doy
gracias por el pan, por la fe,
por la vida, por la esposa
y los hijos, por su sonrisa y sus abrazos.
Padre, perdona mi debilidad,
mi interminable flaqueza,
y haz de mi el fruto de tu voluntad,
memoria tuya, la caridad
que alivia el dolor, el agua y la luz,
hijo pródigo como soy
que siempre regresa a tu misericordia.
Fernando Alda Sánchez
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